Putinismo para rato: cómo bañarse muchas veces en el mismo río

Las elecciones presidenciales en Rusia, en las que Vladimir Putin se ha asegurado de que no haya ningún opositor vivo a la vista, auguran régimen para años.  El ensayo, la literatura y la crónica periodística nos acercan al momento actual del «putinismo».

Texto: José Ángel LÓPEZ JIMÉNEZ  Foto: Wikimedia Commons

 

Las elecciones presidenciales en Rusia han renovado el mandato de Putin, después de asegurarse que no existiese ningún opositor que se lo impidiera (muerte, exilio o cárcel). Tras modificar la Constitución rusa en el año 2020, en plena pandemia de la COVID-19, puso de nuevo el contador a cero: puede renovar dos nuevos mandatos presidenciales (12 años, desde este año 2024). Tenemos Putinistán para rato. Este es el título del libro de Xavier Colás, que subtitula como Un país alucinante en manos de un presidente alucinado (ed. La Esfera de los Libros). El autor dibuja de manera amena la deriva autoritaria de un régimen que, en el plano doméstico, ha acabado con cualquier atisbo de disidencia. Su proyección exterior apela al control de su “extranjero próximo” como manera de recrear una suerte de Unión Soviética recortada, en la que algunos estados no pueden ser independientes. Bielorrusia ha sido sometida porque Putin mantiene como rehén a Lukashenko. Pero Ucrania no se dejó dominar y, desde el año 2014 empezó su calvario. Colás refleja muy bien, con su mirada de corresponsal en Rusia, las peripecias que la sociedad civil de Ucrania —pero también la de Rusia— tiene que lidiar. Sin embargo ofrece un magro consuelo, Putinistán solo desaparecerá con Putin. O no —cabe añadir—.

El trabajo de Mira Milosevich El Imperio zombi. Rusia y el orden mundial (ed. Galaxia Gutenberg) resulta una entretenida introducción para el gran público lector que desconoce cuestiones muy básicas relacionadas con el tema del ensayo. Eso debe de justificar la introducción explicativa sobre conceptos tan primarios (calificados como conceptos clave) como Imperio, orden mundial o Estado-nación. Resumir el colapso de la Unión Soviética en treinta páginas necesariamente no puede aportar nada novedoso sobre un tema tan estudiado. La tercera parte del trabajo pretende extractar, en una página, el debate entre eslavófilos y occidentalistas en el marco de un apartado que se titula “La identidad nacional rusa, entre el imperio y la nación”, o dedicar un párrafo al impacto del eurasianismo, cuando especialistas tan reconocidas en el tema como Marlène Laruelle no son citadas ni recogidas en la bibliografía. Y además, también se “ocupa” en este apartado del conflicto en Ucrania. Por último, la cuarta parte dedicada al revisionismo del orden mundial, en el que se pretendía abordar la política exterior de Rusia desde el periodo zarista hasta nuestros días, el papel de la Rusia actual en la comunidad internacional, así como el proceso de reconfiguración hacia la multipolaridad, se culmina con una mezcolanza sobre China, los BRICS o la nueva Guerra Fría. En resumen, agotador. Las menciones a los clásicos literarios de Rusia resultan forzadas y dibujan la superficialidad general del libro, de trazos gruesos basados en un desconocimiento u omisión de la bibliografía especializada. La divulgación no tiene porqué adolecer de rigor, ni limitarse a análisis prospectivos que responden a planteamientos — en ocasiones— puramente ideológicos que justifiquen siempre que estamos en el lado bueno de la historia. Las zonas grises también se dan en la investigación, en la que —en raras ocasiones— se pueden dar afirmaciones taxativas. Por cierto, repetir en varias ocasiones que la OTAN extiende su jurisdicción (pág. 223) debe de ser un wishful thinking (ilusión); no se trata de un Tribunal internacional, sino de una organización internacional militar. El trabajo resulta claramente sobrepasado por los objetivos planteados, que son inabordables en 250 páginas, en las que finalmente se habla de todo, y de nada.

El rigor, la especialización y el trabajo cuidado fruto de la investigación ha quedado extraordinariamente reflejado en el libro Un pueblo de Ucrania, del historiador Bernard Wasserstein (ed. Galaxia Gutenberg). Como reza el subtítulo del volumen, el objetivo plenamente conseguido del trabajo se centra en utilizar a la localidad de Krakovets como metáfora de las tempestades de la historia. Pequeña localidad polaca y ucraniana —en la actualidad—, cerca de Leópolis (Lvov), sufrió permanentes cambios respecto a su soberanía territorial. Refleja, como esta ciudad, el carácter permanente de este enclave como frontera entre imperios que protagonizaron numerosos conflictos políticos y religiosos. Desde el periodo medieval estuvo en manos de los mongoles, del imperio otomano, de cosacos, de suecos, de rusos, de la Confederación Polaco-Lituana y, durante el siglo XX, de la Unión Soviética, de la Alemania nazi y, finalmente, de la Ucrania independiente que Putin pretende eliminar como estado. Es un excelente fresco histórico para intentar entender la complejidad de esta convulsa región que, por momentos, recuerda al ensayo Calle Este-Oeste, de Philippe Sands.

Una excelente transición entre el ensayo y la literatura es el libro de Sofi Oksanen, Dos veces en el mismo río (ed. Salamandra). La novelista finlandesa, autora de Purga (ed. Salamandra) salta en esta ocasión a la denuncia más asertiva y descarnada de una práctica habitual en los conflictos armados: la violencia sexual contra las mujeres. El libro comienza sin concesiones: “La misoginia es un instrumento del imperialismo ruso y componente esencial del genocidio del pueblo ucraniano”. Su tía abuela fue víctima de un “interrogatorio” por parte de las tropas rusas durante la ocupación de Estonia. Y no volvió a hablar más. La experiencia en los Balcanes y durante la actual agresión rusa a Ucrania muestra con toda crudeza la repetición reiterada de estas prácticas que convierten a las mujeres en dobles víctimas de los conflictos bélicos. Denuncia valiente y necesaria de Oksanen.

La literatura rusa o sobre Rusia nos ofrece un abanico muy atractivo de novedades. En primer lugar tenemos un conjunto de ensayos y de relatos de Maxim Ósipov recogidos en Kilómetro 101 (ed. Libros del Asteroide). Este cardiólogo ruso nos narra sus experiencias como médico en la localidad de Tarusa, un pequeño pueblo a poco más de cien kilómetros de Moscú, como si de un Chejov contemporáneo se tratase. El título alude a la obligación que, durante el periodo de la Unión Soviética, tenían los condenados por delitos políticos de residir más allá de esa distancia de las grandes ciudades. El idiotismo del poder, el machismo, el alcoholismo, la situación de la sanidad, el antisemitismo y tantos otros aspectos de la sociedad soviética son abordados en el libro, que se resumen en que Rusia ha cambiado mucho en estos últimos treinta años pero muy poco en los últimos siglos.

Punto de Vista Editores ha preparado una excelente edición —realizada por Mauro Armiño— de los Cuentos Completos de Irène Némirovsky. Muchos de ellos no habían sido publicados en castellano hasta ahora ya que las ediciones de obras de la autora ucraniana se habían centrado fundamentalmente en las grandes novelas. Por ello el prólogo de Armiño es muy necesario a modo de introducción para disfrutar de este excelente volumen de cuentos. Especialmente recomendables —en un volumen que lo es globalmente— los tres cuentos escritos durante los seis últimos meses de vida de la autora.

Por último, cabe reseñar la reciente aparición de un libro ya publicado por primera vez en el año 1972. Hanna Krall, periodista polaca considerada como la maestra de Kapuściński, recoge en Al este del Arbat (ed. La Caja Books) un conjunto de crónicas realizadas desde la Unión Soviética cuando la censura del totalitarismo imposibilitaba trasladar una información real sobre lo que allí sucedía. La interpretación entre líneas por parte de los lectores de estos artículos —en ocasiones sin firma— confirmó la creación de un genuino “Krallismo”. Incluso en las entrevistas se atravesaban sutilmente las censuras del régimen (tanto soviético, como polaco). Por ejemplo, revelando el papel fundamental de las mujeres para sostener a una sociedad completamente a la deriva; o la formación de una élite social entre los físicos nucleares; o, por último, subrayando las palabras del ajedrecista Spassky: “En el ajedrez existe la libertad, aunque dentro de unos límites perfectamente definidos”. Una frase perfectamente aplicable a la Rusia de Putin.