Guzel Yájina: ¿Se puede estar al servicio de la máquina totalitaria y al mismo tiempo seguir siendo humano?

Yájina acaba de publicar en España “Tren a Samarcanda”, un viaje a lo largo de 4.000 kilómetros de estepa que reúne peripecias, horror, ternura y un profundo análisis de la vida cotidiana en uno de los periodos más duros de la historia de Europa.

Texto: Antonio Iturbe   Foto: Basso Cannarsa

 

El comandante Déyev ha de afrontar una tarea titánica con escasos medios:  evacuar a quinientos niños de un orfanato de Kazán que se está hundiendo en el hambre y el deterioro, y conducirlos en un viaje por tren de seis semanas a través del país hasta Samarcanda. Déyev es un hombre prudente y compasivo, pero le pondrán como supervisor de su trabajo a una funcionaria bolchevique de la Comisión de infancia llamada Bélaya que resulta ser su antítesis: fría, metódica y distante. El viaje en ese tren mal acondicionado acechado por la violencia del país, la hambruna generalizada y las enfermedades será infernal. Tren a Samarcanda es la tercera novela de Guzel Yájina y forma con las dos anteriores (está pendiente de publicarse próximamente en España en la editorial Acantilado Hijos del Volga) un minucioso fresco a ras de suelo sobre la Unión Soviética de los años 1920 y 1930, en los que la utopía del reparto de la riqueza cayó por un precipicio de desesperación.

Conversamos con Guzel Yájina en su visita a España para acompañar la publicación en la editorial Acantilado de Tren a Samarcanda.

 

En ‘Zuleijá abre los ojos’ explicó que fue muy duro emocionalmente leer los diarios de las personas de la época y, a veces, debía levantar la vista del ordenador para respirar. Pero en vez de buscar un tema más suave, nos relata un viaje con mucho sufrimiento. ¿Qué la impulsa hacia estas historias tan duras?

La materia prima de mis libros está en las represiones estalinistas y es verdad que no es una materia dulce. De hecho, es un material difícil, a menudo sobrecogedor. La historia que se relata en Tren de Samarcanda, extraída de documentos y testimonios de la época es lo más duro y antihumano con que me he encontrado. Mi objetivo era ayudar al lector a adentrarse en un tema tan áspero y salir sin tener la sensación de que todo se ha perdido. El formato de novela de aventuras me ayuda a conseguirlo.

¿Pero el mundo soviético no forma ya parte del pasado?

El análisis del pasado soviético es un trabajo importante y necesario que todavía está pendiente en Rusia. Justamente ahora una novela sobre ese momento tiene más importancia que nunca porque todas esas noticias de batallas en el frente son la continuación de ese pasado soviético. La destrucción bastante pacífica, sin sangre, del pasado soviético solo fue una ilusión. Hoy vivimos en la continuación directa de la historia soviética. Estamos viviendo un periodo en que los nudos que se echaron entonces se han desatado. En realidad, no lo teníamos digerido. No se habló lo suficiente de las décadas más crueles de la historia soviética. Una novela que está trabajando en esa época me parece mucho más actual ahora que años atrás.

¿Y qué nos muestra ese tren a Samarcanda sobre el régimen soviético?

Intento aclarar una pregunta crucial: ¿dónde reside el secreto de la longevidad del régimen soviético? Pero también qué ha de hacer uno de esos tornillos de la gran máquina estatal si un día se despierta en él algo humano. ¿Se puede estar al servicio de la máquina totalitaria y al mismo tiempo seguir siendo humano?

Al final de la novela muestra la enorme cantidad de documentación que ha manejado…

Una persona sana corre el riesgo de enloquecer al leer los documentos y antologías que hablan de esos acontecimientos y que los puede consultar cualquiera, son de dominio público. Hay canibalismo, prostitución infantil… Tengo la impresión de que he cruzado la frontera, de que después de eso ya no puedo sorprenderme ni horrorizarme.

Usted ya era una experta en las vivencias de la gente en esos años de la Unión Soviética. ¿Ha descubierto algo que la haya sorprendido?

El descubrimiento más importante ha sido la gran fragilidad del equilibrio psicológico de los seres humanos y la facilidad con que nos adentramos en los campos oscuros. No quería que el lector cayera en la trampa del género del terror donde la gente muere a docenas y nadie se inmuta. Quiero que perciban el horror que sienten mis personajes.

Su obra la convierte en una voz moral importante en la literatura rusa. En febrero de 2022 publicó que “callar sería inaceptable” y se mostró partidaria absoluta de la paz. ¿En la Rusia actual se puede hablar sobre la paz?

Yo soy autora de tres novelas y no pretendo elevarme al grado de autoridad moral. Sucede que la situación actual de Rusia no la percibo desde dentro sino desde fuera porque llevo un año y medio viviendo en la república de Kazajstán, en el mismo centro de Eurasia. Es mejor preguntar sobre las realidades del momento a alguien que resida actualmente dentro. De vez en cuando voy a Moscú, pero no son más de unos días.

Déyev parece un héroe ideal: sacrificado, valiente, generoso. Pero después vemos que no es perfecto e incluso se muestra como un ser torturado. Él mismo dice: “emprenda lo que emprenda siempre fracaso”. ¿Cuál es su modelo de héroe?

No tengo un modelo preciso de héroe, cada novela tiene su héroe ideal. Aquí el héroe que se transforma, Déyev, es un personaje simbólico: representa la dualidad del sistema soviético. Salva a los niños sacrificándose a sí mismo, pero hacia la mitad del trayecto comprende que él mismo podría haber sido también el asesino de los padres de esos niños huérfanos. ¿Es salvador o es verdugo? Es una cuestión a la que cada lector debe responder.

Y no es fácil…

Estamos hablando de una época muy violenta. Eran hombres y mujeres que realizaban hazañas admirables pero tenían que matar. Son los abuelos y bisabuelos de la gente de ahora. El pasado soviético es a la vez heroico y cruel, en las mismas personas puede darse el héroe y el asesino.

Otro personaje dual es Bélaya, la antítesis de Déyev. Al inicio de la novela parece autoritaria, intransigente, incluso fría… ¿Su dureza es una coraza para poder avanzar en un mundo difícil?

En Bélaya quise reunir ciertos símbolos, poner en evidencia la radicalización de algunos profesionales que trabajan con niños. Respecto a Déyev, son dos polos opuestos de la bondad. Déyev representa lo femenino: la soledad, la emoción. En su impulso de salvar una vida se deja llevar por las emociones y pone en riesgo a los otros 500. En el lado opuesto está Bélaya, que tiene algunas características masculinas. Pero a medida que el tren recorre esos 4.000 kilómetros de estepas los personajes se van acercando y Bélaya se permite abrir un poco su corazón.

Uno de los niños llamado Senia padece desgarradoras alucinaciones y describe de manera minuciosa su infierno. Da la impresión de que la salud mental de los niños ha sido un tema tabú, incluso en la literatura…

En literatura no puede haber ningún tema prohibido. Esta historia no surge de la fantasía del autor sino de un documento donde se habla de un niño que vivió años de hambre en la Unión Soviética, sufrió hipotermia y una enorme cantidad de picaduras de insectos y acabo perdiendo la cordura. Todos los niños de la novela han nacido de trocitos y fragmentos de acontecimientos de la realidad. En esta novela no he querido inventar al niño sino recrearlo. Quería que en la novela los niños fueran niños, no figuras de cartón que el lector los perciba como niños reales.

Y está el pequeño autista…

Muestro su mundo interior del revés por la enfermedad. Y escribo desde su interior, una conciencia cerrada sin contacto con el mundo exterior. El meollo de esa conciencia autista es la guerra: el conflicto de todos con todos. A través de este niño en cuya alma se desata esa guerra yo quería hablar del hombre soviético. El hombre soviético encerrado en su propio mundo, el ser humano que no podía imaginar una forma de relacionarse con las demás gentes que no fuera una guerra. Ese autismo, ese aislamiento, esa alerta constante y preparado para entrar en un conflicto bélico son las características que definen al hombre soviético. Ese niño persigue a la persona que él percibe como un héroe: Déyev. Igual que el hombre soviético, sin ver nada alrededor suyo, confiaba a ciegas en los héroes soviéticos