Dervla Murphy: “Es el momento de contradecir la falacia de que una mujer que emprende un viaje en solitario debe ser muy valiente”

En “A toda máquina” la concienciada viajera y escritora irlandesa relató las peripecias de su viaje en bicicleta de Irlanda a la India en los años 1960.

Texto: Sabina FRIELDJUDSSËN

 

Para la irlandesa Dervla Murphy, que nos dejó en 2022, la bicicleta no era un medio de transporte sino una manera de estar en el mundo. A lo largo de su vida viajó por la India, Pakistán, Sudamérica, África, Siberia, Europa… y siempre de la manera más austera posible, huyendo del lujo como del veneno, incluso dependiendo de la hospitalidad de los lugares. Siempre atenta en su mirada a problemas sociales como el impacto del sida en África, muy crítica con el papel de las ONG en el África subsahariana, al igual que con instituciones como la OTAN, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Una mujer combativa y libre, que recorrió el mundo a pedaladas.

Pertenece a ese tipo de viajeros que llevan la pulsión del movimiento clavada adentro. Cuando tenía diez años le regalaron una bicicleta y un atlas. Ya entonces decidió que se iría desde su casa hasta la India rodando. En 1963, con 32 años, arrancó desde Dunkerque con dirección a Delhi, a más de 7.000 kilómetros encima de una Armstrong Cadet a la que bautiza como Roz, por Rocinante. Como decía Cervantes, importa tanto el camino como la posada. En A toda máquina: de Irlanda a la india en bicicleta (Capitan Swing) relata el trayecto a través de Francia, Italia, Yugoslavia, Bulgaria, Turquía, Persia, Afganistán y Pakistán en tiempos anteriores al GPS. Al llegar a Delhi se quedó a trabajar seis meses con refugiados tibetanos en el norte de la India.

El suyo es un viaje a la velocidad justa de reconocer en Kabul el aroma de las acacias o sentir la punzada de los glaciares en la piel mientras va camino de Abbottabad. Hay en el libro maravillosos pasajes sobre sus incursiones en la cordillera del Himalaya, aunque a partir de los 2.700 metros debía pararse a cada poco para apaciguar el ritmo cardiaco pedaleando en esas alturas.

Explica en la introducción que “tal vez sea el momento de contradecir la popular falacia que afirma que una mujer que emprende este tipo de viaje en solitario debe ser muy valiente. Epícteto lo resumió a la perfección cuando dijo: No es la muerte o el dolor lo que hay que temer, sino el miedo al dolor o la muerte. Y como no suelo asustarme ante la posibilidad de un peligro físico, mi empresa no requería valentía; cuando un hombre intenta robarme o asaltarme, o cuando me descubro, al caer la noche, completamente agotada y con nieve hasta la cintura en mitad de un puerto de montaña, entonces me asusto; pero en tales circunstancias es el instinto de supervivencia, más que el coraje, el que toma las riendas”. Eso sí, se llevó al viaje en el bolsillo una pistola del calibre 25 que compró con la colaboración de la policía local de Lismore. Sus amigos trataron de disuadirla, pero no se arrepintió de haberla llevado. Especialmente cerca del Mar Caspio, camino de Teherán, cuando tres hombres intentaron robarle su querida Roz.

Estas páginas transcriben con mucha exactitud las notas que iba tomando en su diario, no ha querido rellenarlas de datos estadísticos sino dejarlas en esa naturalidad tal como iban surgiendo mundo adelante. Una forma de ver, pero también de estar en el mundo.