La poesía feminista de Estela Puyuelo

La editorial Los libros del gato negro publica «Soledad no tiene gato».

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

La poeta y etnógrafa Estela Puyuelo (Huesca, 1976) asombra una vez más con su reciente poemario Soledad no tiene gato (Los libros del gato negro), con preámbulo muy interesante de Irene Abad Buil y una fotografía de cubierta excelente de Esther Gómez. Abad Buil destaca que “Soledad no tiene gato, pero tiene plenitud porque el sol la ilumina cada vez más fuerte con la edad, sol-edad. Soledad no tiene gato que se arrulle en su falda, que ronronee entre sus piernas o que le bufe cuando le pisa la cola. Soledad se tiene a ella. (…) Soledad es fuerte. Soledad ama la libertad. Soledad es mujer ”. No dejen de leerlo. Creo que esta poesía feminista de esta poeta, Puyuelo, quien es además articulista y profesora de Lengua castellana y Literatura en la Enseñanza Secundaria es muy necesaria y justa hoy.

Estela Puyuelo, poeta luchadora e inquieta ha sido fundadora de la revista Ronda Somontano, que dirigió desde 2007 a 2013. Además, es profesora de Yoga por la AEPY. Y, desde enero de este año, es asesora del Área de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses. Sus poemas se han publicado en revistas como Turia y esta misma revista, Librújula, entre otras. Además, cuenta en su haber con otros tres libros más: Todos los gusanos de seda (Olifante, 2015), traducido al francés por Éditions de la Ramonda; Ahora que fuimos náufragos (Olifante, 2021) y Déjà vu (Olifante, 2023), en edición bilingüe: español-francés. Cuenta, además, con publicaciones dedicadas a la Filología y la Etnografía.

Y por si esto fuera poco, en su inquietud y lucha recientemente, el pasado 1 de marzo, y con gran éxito, dirigió el Homenaje a las Sinsombrero (mujeres artistas españolas pertenecientes a la Generación del 27), bajo el título del mismo libro que nos ocupa: Soledad no tiene gato, donde una veintena de artistas e intelectuales con otras tantas propuestas escénicas sirvieron para presentar este poemario feminista en Huesca, que quiso ser una forma de visibilizar la labor de las mujeres artistas e intelectuales oscenses, que constituyen una buena representación de las Sinsombrero en la actualidad. En dicho espectáculo participaron: Irene Abad, Sandra Araguás, Edith Artal, Laura Asso, María Eíto, Ana Giménez, Marian Heredia, Myriam Martínez, Angélica Morales, Charo Ochoa, Ery Praderas, Estela Puyuelo, Teresa Ramón, Cristina Rodríguez, Luz Rodríguez, Ana Royo, Marian Ruiz, Patricia Seral, eaquel Sobrino y Nereida Torrijos. ¡Ahí es nada!: “Tal vez, mañana,/ esta que soy/ solo sea/ una de las otras”.

Pues bien, y sí, la poeta Estela Puyuelo siempre sorprende gratamente en su quehacer demiurgo poético: quehacer en el que reina el poderío de imágenes y tropos, y sobre todo su gran fuerza telúrica; y donde podemos además señalar que en Soledad no tiene gato la poesía no ha sido expulsada del paraíso ni de sus jardines, ni expulsada al arrabal, pues ella es, la poeta y su poesía, la Eva libertaria, comprometida: una mujer libre, con ecos europeos de más allá de los Pirineos: pues, siempre en lo lúdico está lo lúcido. Y, logra Estela Puyuelo que, en sus poemas. las personas lectoras se imbriquen en ellos de tal manera que pasen a formar parte de los mismos: es como si aquella gatita de nuestra infancia, los que hemos tenido esa suerte, que jugaba con el ovillo de lana de nuestra madre, terminase la más de las veces enredándose sin querer en el mismo: “el mundo giratorio que me desliza”.

Siempre afirmaré que esta poesía de Estela es la búsqueda arriesgada de llegar y penetrar en el espacio velado, labor crucial de ser poeta como tal, y en busca de esa alteridad, también primordial y único objetivo en poesía: “y, alcanzado el trance profundo,/ amenaza y advierte,/ amenaza y advierte”. Queda claro pues, que tras leer Soledad no tiene gato el brillo de la mirada, personas lectoras, será otro. Puyuelo logra captar y capturar en el verso, como pocos poetas,  la belleza fugaz del instante, que no es poco: “dispuesto para ser atravesado».

 

Soledad

 

Soledad se mira al espejo

y se atusa el cabello

nada más despertarse.

Tiene los dedos finos,

casi pequeños,

y contempla sus manos,

aún bellas,

como queriendo

medir su amplitud.

 

Soledad no tiene gato

ni jardín, ni fuego

donde arrimarse.

No tiene amante.

Y, cuando la veo,

busco en sus ojos

con disimulo

para saber

por qué le brillan,

para qué se arregla,

cómo se sobrevive así,

tan sola.

 

Y, después,

me fijo en sus manos,

unas manos de esas

que acarician sin tocarte,

capaces de sacarte de

cualquier agujero,

y observo cómo se aleja

cargada de gente.