«Poéticas» rescata del olvido a las mujeres poetas del siglo XVIII

La editorial Ya lo dijo Casimiro Parker acaba de publicar «Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVIII», continuando con su proyecto de visibilizar la poesía escrita por mujeres.

Xosefa de Jovellanos

Texto: Raquel RAMÍREZ DE ARELLANO

 

Laureles y palmas he dado / para que otros se coronen, son dos versos de María Josefa de Rivadeneyra, poeta muy posiblemente nacida en Perú, que vivió durante el siglo XVIII, de la que apenas existen datos, pero que escribió unas endechas reales que le sirvieron para hacer visible una situación de usurpación de traducciones que ella había llevado a cabo pero que, al tener que publicarlas bajo el nombre de otros autores, estos se las habían terminado apropiando.

Así era la vida de las mujeres poetas en el siglo XVIII de la que se hace eco la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker a través de su reciente publicación, la que hoy nos trae aquí, Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVIII, que vio la luz el pasado mes de septiembre.

Desde prácticamente sus orígenes, la editorial madrileña, ha estado batallando para hacer más visible la poesía escrita por mujeres, atendiendo a diversas vertientes, estilos y orígenes. Sírvannos como muestra Alfonsina Storni, Pat Parker, Sor Juana Inés de la Cruz, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Anaïs Nin, Elizabeth Siddall, Emily Dickinson, Paca Aguirre, Luisa Castro, Amalia Bautista y tantas otras. Pero, concretamente, desde 2020, ha desarrollado una valiosísima labor: se trata de la recuperación de textos y voces de mujeres de habla hispana que, desde el siglo XVI, invirtieron parte de sus vidas en la tarea literaria. Ha sido posible a través de la creación de otras dos antologías, que anteceden a esta que hoy nos ocupa; una del siglo XVI y otra del siglo XVII bajo el mismo título: Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVI y XVII, que vieron la luz en 2020 y 2022 respectivamente.

Comenzaré por decir que ya el poeta Antonio Gamoneda lanzaba una pregunta en un texto perteneciente a su obra Descripción de la mentira. Una pregunta en forma de verso divino que interpelaba al lector: ¿Qué harías tú si tu memoria estuviera llena de olvido?

No han sido escasas las ocasiones, en mi caso, en que este verso se ha asomado a mi pensamiento como una especie de predestinación, un acto de fatalidad en el que la sociedad llevara inmersa casi desde sus orígenes. Una suerte de bucle constante en el que habitan víctimas y verdugos. Los verdugos, siempre los mismos, aquellos que ostentan el poder. Las víctimas, por el contrario, siempre las mismas: las débiles, las oprimidas. Como advertía Guadalupe Grande en su poema Jarrón y tempestad, aunque Todo, menos frágil que la eternidad de las víctimas, en esa fragilidad y en esa eternidad llevamos suspendidos toda nuestra existencia con respecto al papel que ha jugado la mujer en cualquier esfera y especialmente en aquella que tiene relación con el arte y la cultura.

¿Qué podemos hacer si nuestra memoria está llena de olvido? ¿Cómo podemos construir una sociedad no solo más justa sino más verdadera, si dejamos caer en el olvido las hazañas, la memoria, el trabajo, las inquietudes, la experiencia de la mitad del mundo? ¿No estaremos habitando un mundo incompleto y hostil?

Desde la princesa de Éboli, enemistada con Teresa de Jesús, que acabó sus días en prisión por orden de Felipe II y que abría este ciclo de antologías escritas por mujeres, en aquella que recoge textos del siglo XVI, con su maravillosa estampa en la portada, luciendo parche en el ojo, hasta la recientemente desaparecida Francisca Aguirre, que ostentó el Premio Nacional de poesía, 2011 y el Premio Nacional de las Letras Españolas, 2018, entre otros, la misión más relevante de la crítica literaria y de todas las instituciones culturales y artísticas, no debiera haber sido otra que la de gritar a los cuatro vientos los nombres y apellidos de todas las mujeres que no han cesado en el empeño de acercarse a la creación literaria, como ejercicio de necesaria restitución.

No es baladí el elevado número de escritoras silenciadas. Si volvemos los ojos hacia el siglo XVI, desde donde Ya lo dijo Casimiro Parker inició esta andadura de reconstrucción poética. A la treintena de mujeres que hallábamos en las dos antologías anteriores, debemos sumar ahora el nombre de otras quince, cuyos textos inscritos en el Siglo de las luces español habían sido cuasi silenciados hasta ahora, por no mencionar que se conoce la existencia de otras cuatro (María del Rosario Cepeda y Mayo, Anna Mª Egual y Miguel, Gracia Estefanía de Olavide y María Lorenza de los Ríos), cuyos textos han resultado irrecuperables para el editor de esta antología y que por ello, ha tenido la delicadeza de dedicarles este hermoso compendio como único modo de resarcir el intencionado mutismo al que han sido relegadas de por vida.

Tras el siglo del Renacimiento y el conocido como de máximo esplendor de nuestra historia literaria, es decir, el Barroco, hemos de sumar ahora el Siglo de las luces que, como una alternativa de justicia poética, debiéramos llamar: “el siglo de la oscuridad”, puesto que tampoco los ilustrados tuvieron en cuenta a la otra mitad del mundo, dejando nuevamente en el olvido los nombres de sus compañeras escritoras. Al despótico y conocidísimo eslogan al que se hace referencia en el prólogo de la obra, que exhibía el gobierno ilustrado: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, debiéramos añadir también la reflexión de la inexistente paridad: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo “y sin las mujeres”.

A pesar de que el siglo XVIII en España supone un momento de evolución tanto ideológica como cultural, cuyo afán era alejarse de los preceptos religiosos imponiendo la razón como forma de pensamiento, es muy llamativo que muchas de las mujeres que aparecen representadas en esta antología aún estuvieran ligadas a órdenes religiosas como es el caso de Sor Gregoria Francisca de Santa Teresa, elogiada por figuras tan representativas en el panorama cultural del momento como Don Diego de Torres Villarroel; Sor Ana de San Joaquín de quien apenas existen datos biográficos, pero que se conoce que vivió en el convento de Santa Ana de Tarazona en Zaragoza, de las carmelitas descalzas. Ana Verdugo y Castilla que se convirtió en Sor Ana de San Gerónimo cuando pasó a ingresar en el convento de las religiosas franciscas de Granada. La interesantísima poeta conocida como Chicaba que se transformó en Sor Teresa Juliana de Santo Domingo y que fue la primera mujer negra en ingresar en un convento de clausura de España o Xosefa Jovellanos, hermana del conocido escritor Gaspar Melchor de Jovellanos, que acabó transformándose en Sor Josefa de San Juan Bautista defendiendo la causa educativa de niños sin recursos a la muerte de su esposo e hijas. Esta relación entre mujeres escritoras y religión demuestra que aún era muy importante la formación cultural en instituciones religiosas y conventos y que esta seguía siendo una manera sencilla de que las mujeres pudieran tener acceso a los libros y a la literatura, aunque, como contrapartida, tuvieran que seguir dependiendo de sus confesores, quienes solían leer sus escritos antes de que salieran a la luz, apropiándoselos en ocasiones o pasando exhaustivos exámenes de censura.

El resto de las poetas que figuran en la antología pertenecían al mundo de la nobleza. Muchas de ellas instruidas, pero  que de manera novedosa, no acudían a la escritura únicamente atendiendo a la poesía de circunstancias que ensalzaba figuras de nobles importantes, sino que ahora abordaban también una temática más semejante a la de sus compañeros coetáneos o innovaban desde sus propias necesidades haciendo hincapié en discursos de igualdad a los que hace referencia Emilio Palacios en su obra La mujer y las letras en la España del siglo XVIII donde afirma que “en el siglo XVIII la poesía pasa de la belleza a la utilidad, con una proyección social”. Además, no se centran en formas puramente populares como el romance, la endecha o la redondilla, sino que acceden también a formas y estructuras más cultas como el soneto o la poesía filosófica muy en boga durante el Neoclasicismo.

Llama poderosamente la atención el caso de Xosefa Jovellanos, pues fue una poeta pionera en la difusión de la lengua asturiana y que, además, se atrevió a denunciar las enormes desigualdades sociales y económicas entre los distintos estamentos de la sociedad.

No es mi propósito hoy reseñar aquí los asuntos que cada una de estas poetas pusieron sobre el tapete en su época, sino que creo que nuestra tarea debe ser la de poner el foco en su presencia y reseñar la existencia de obras de estas características, para que nuestra memoria deje de estar llena de olvido.

Decía Luis Cernuda: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, por ello quiero dejar constancia de que existe hoy un renacido interés por colocar a las escritoras en un lugar tan preminente como el que han ocupado las figuras masculinas en nuestra historia de la literatura.

En los últimos tiempos, como profesora y poeta me he topado con algunos hitos de entre los cuales quiero destacar cuatro, porque me han servido para hacerme eco dentro de las aulas por su papel reivindicativo de la memoria de la mujer escritora, y he utilizado esas iniciativas para acercar a las alumnas y alumnos a esa desconocida realidad que creo que tiene que estar en nuestro afán de manera constante. Son tan preminentes porque dan cuenta de que nos encontramos ante un nuevo paradigma de cara a la recuperación de la memoria perdida, aunque es evidente que la tarea por la recuperación de las voces de mujeres artistas a lo ancho y largo de nuestro territorio es hoy por hoy imparable.

Tània Balló, en 2003, reivindicó con su obra ensayística Las sinsombrero un lugar para las pensadoras y artistas olvidadas de la Generación del 27. Al primer tercio del siglo XX se le denominó la Edad de Plata de la cultura española debido al protagonismo que artistas e intelectuales tomaron en este período. Pues bien, tan silenciadas han sido Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, Mª Teresa León, Maruja Mallo, Concha Méndez o Josefina de la Torre, como en Siglo XVIII, lo fueron toda la nómina de autoras que se hacen visibles en esta antología a cargo de Ya lo dijo Casimiro Parker. Si lo pensamos detenidamente, caeremos en la cuenta de que no es casual que tres de las épocas más esplendorosas de nuestra historia de la literatura: el siglo XVII, XVIII y XX, tres de las épocas más conflictivas a nivel político y económico de nuestra historia de España, hayan colocado a nuestras pensadoras, escritoras y artistas en el territorio del ostracismo. Y no es casual porque estos acontecimientos en los que se nos revela la voz de estas mujeres dan cuenta de su pensamiento crítico especialmente contra el sistema y contra el papel al que el hombre las había relegado.

Una gran iniciativa supuso en 2020 la exposición “Tan sabia como valerosa. Mujeres y escritura en los Siglos de Oro” que sacaba a la luz manuscritos, libros impresos y otro tipo de documentos de los siglos XVI y XVII de la BNE. Estos textos debatían sobre la siguiente temática: la violencia contra la mujer, la institución matrimonial, las normas sexuales, la honra, el rol de la mujer en la familia, la capacidad de las mujeres para los estudios, los límites a la libertad femenina, las causas y efectos de la misoginia, temas, como vemos, en ferviente apogeo en nuestra sociedad actual.

Otro acontecimiento que aportó luz a la recuperación de escritoras de épocas pasadas vino impulsado por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico en el curso 2020/21, quien llevó de manera gratuita a los centros educativos un proyecto llamado Arte Nuevo para jóvenes hecho por jóvenes, que consistía en dar a conocer al alumnado tres textos del Siglo de Oro. Uno de ellos era Valor, agravio y mujer de Ana Caro, una de las pocas dramaturgas del siglo que ponía en entredicho a la figura del Don Juan en una comedia de capa y espada, cuyo fin era, por primera vez, el de limpiar la honra de una mujer que había sido burlada por un hombre; pero esta limpieza de honra se hacía a manos de la propia mujer. Como decía, impulsó en las aulas un interesante debate sobre feminismo y poder.

Y la última iniciativa, no por ello menos importante, es hoy un referente de visibilidad de las mujeres escritoras. Yo comencé a hacer uso de ella en las aulas hacia 2021 y es la que hoy da continuidad a través de esta hermosa recopilación poética a un conjunto de obras antológicas que recuperan la poesía de los siglos XVI, XVII y XVIII.

Estas tres preciosas antologías no solo merecen nuestra atenta lectura sino también nuestra responsabilidad, la responsabilidad de portar los nombres de aquellas que la han hecho posible, con el único fin de rescatarlas del mutismo al que la historia las había relegado y hacerlo desde un punto de vista didáctico, haciéndolas presentes en las aulas de este país para su merecido estudio, considero que es una posibilidad extraordinaria. Hasta hoy, generaciones enteras de alumnas y alumnos han abandonado los centros educativos sin haber escuchado estos nombres y sin conocer sus textos poéticos.

Citando a María de Zayas, de cuya memoria se encargó de manera concienzuda Emilia Pardo Bazán: Porque las almas no son hombres ni mujeres. ¿Qué razón hay para que ellos sean sabios y nosotras no podamos serlo? Comprometámonos con la memoria de nuestro país y nuestra lengua para que la mitad de la historia, para que la mitad del mundo no permanezca durmiendo ni un día más en el mullido colchón del olvido.

Pronunciemos sus nombres: Gregoria Francisca, Ana, Teresa, Mª Josefa, Ana, Chicaba, Mª Nicolasa, Mª Joaquina, Rafaela, Xosefa, Ana María, Clara, Margarita, María Rosa, las quince rosas del siglo XVIII. Lo dejó escrito la modista de 19 años Julia Conesa Conesa, en una celda de la Cárcel de Ventas en agosto de 1939, hagámosle caso y Que sus nombres no se borren de la historia.