«Mochuelo versión 2.0.20», de Celia Carrasco Gil

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Celia Carrasco Gil (Tudela, 2000) estudia Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza. Ha publicado los poemarios Entre temporal y frente (Olifante, 2020) y Selvación (Torremozas, 2021 – XXII Premio de Poesía Joven Gloria Fuertes). Forma parte de la Asociación Aragonesa de Escritores y colabora en el suplemento ‘Artes&Letras’ de Heraldo de Aragón  y en las revistas TuriaCafé Montaigne y Traslapuente.

 

Mochuelo versión 2.0.2.0.

Soy el mochuelo que regresa hacia su olivo

con la fe de los versos interinos

que se escarchan

porque no tienen amor donde asentarse.

Porque en la tierra del desierto ya no engrasan

con caricias de otras voces

el futuro.

El labio hoy oxidado de lo eterno.

 

Vuelvo

al tallo firme de la cala aún no escrita

como el cierzo

que torna

a mirar los ojos verdes del pasado

en remolinos

de repente,

y siega con el alambre de su voz

esa cerca que intenta lastimarme.

 

Pero el aroma de estas tristes aceitunas

ahora ha mudado a demasiado negro.

La oscuridad me ha adoptado como suyo.

Porque ya no quedan más voces que me mezan.

 

Y por eso ahora sueño

con guiñarles las hojas

a las frutas

con mis ramas de pestañas;

sonrojarle las mejillas al acebo;

con trenzarle los cabellos a una vid;

con erizar el vello de la hierba;

leer las máculas de la grava

milenaria

que pronuncian las ruinas

al pedirme

que detenga la anestesia de las huellas.

 

Pero ya no me resulta tan sencillo

pisar con pesadez.

Porque el cielo ha menguado demasiado

encima de este pueblo

y su presión

les roza en el zapato a mis ideas.

 

Ya no camino como antes del silencio.

La vida se me hace cuesta arriba.

Mis patadas apenas

susurran contorsiones en la senda.

Mis piedras apenas

levantan una gota en la laguna

como no sea el dolor

sudando

entre las tejas.

No soy más que una proyección inerte

del eco de la tierra.

Y como compañía solo poseo

cada funambulismo de la escarcha

presa de las arañas de los trillos y los bieldos.

 

El cedazo ha ido cribando

(a los vecinos)

del ave que volaba por mis sueños.

Ya no sé cómo soy.

Mi ombligo se desata en el deshielo.

Es la nieve sin fuerza

a la que la vida

escinde de la piel de los recuerdos.

 

Por eso tengo frío en esta era

de la mies resquebrajada.

Por eso el alba

me une en matrimonio cada día

con el aceite de otro olivo muerto.

 

Y quizás por eso mismo,

cada vez que otro nombre peregrino

se marcha de mi invierno,

me voy como aceituna deshuesada

que siente

que se ha quedado huérfana y vacía

porque entre

cala

ave

y era

ha acabado viviendo en calaveras

por querer sembrar su alma en este suelo.

 

Entre temporal y frente

Celia Carrasco Gil

Olifante Ediciones

160 págs. 15’60€