La poesía desnuda del bretón Guillevic

Cántico edita Del dominio del poeta francés en edición bilingüe.

«Le Domaine Guillevic», nombre dado por Yves Humblot en homenaje al poeta bretón Eugène Guillevic.

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

Leer Del dominio (Du domaine) (Cántico), de Guillevic, así firmaba, es posiblemente la mejor manera de conocer al poeta francés Eugène Guillevic (Carnac, 1907-París, 1997), quien escribió como nadie esa poesía desnuda y del silencio, de escasa narratividad y con ausencia total de florituras, y vivió casi toda su vida en la Bretaña, rodeado de ese paisaje rocoso y marino, tan significativo en su quehacer creativo. Este volumen de 292 páginas, en edición bilingüe, está traducido del francés por Rafael Antúnez y Juan Antonio Bernier, quienes también se han ocupado del prólogo. Du domaine fue editado por Gallimard en 1977.

Esta poesía de la desnudez diríase se caracteriza, en este poeta, por estar escrita en versos libres, de arte menor, casi siempre muy breves, entre los que no hay ninguna imbricación posible aparentemente. O sea, poemas redundantes, de cinco a diez versos, con estrofas o breves fragmentos de dos a tres versos por lo general y separadas por un signo tipográfico y jugando con los blancos: “En el dominio donde reino, / no se habla del viento. / * / El Estanque. / * / El papel de centinela / se ha confiado a los árboles”. / * /

La curiosamente atenta poesía de Guillevic me lleva a pensar en el poeta y dramaturgo francés Antonin Artaud (1896-1948) quien quería escribir un libro que alterase a los hombres, que fuera como una puerta abierta que los llevase a un lugar donde nadie quisiese ir, una puerta enclavada en la realidad. Y es este el libro, que nos lleva a la naturaleza, a la olvidada y maltratada por todos, con una fuerza física que ahí está cuando se manifiesta contra todo y todos. Y esta poesía guilleviciana nos conduce e indaga inteligentemente, nos da la llave paran este acceso y así conocer la sabiduría que encierra, el lugar, la realidad no nombrada, que es palabra inventada, que libera: el dominio: traspasar los límites de la física y el ser. Lo que nos lleva a pensar que Guillevic fue un poeta ético y moral, también estético, que observaba y exploraba la vida y las circunstancias de la hermana Naturaleza y esa agua que la vivifica: “No es culpa tuya// si el agua del arroyo/ fluye con cierta rapidez.// Intenta amansarla”.

Creo, pues, que lo más importante que nos muestra el poeta en su poesía es que este contar y cantar es para encontrarnos a través del silencio: la palabra es en ella y por ella su propio límite infinito. Y se mueve, se desarrolla en un todo rítmico y con pertinente cadencia, donde todos los poemas intentan corresponderse hasta cerrar el círculo. De ahí que escriban acertadamente los prologuistas que: “Toda la obra de Guillevic, también Del dominio que aquí presentamos, parece estar basada en la humilde repetición, la recurrencia, la redundancia, la alteración y las pequeñas variaciones, es decir, en el énfasis. Como si fuera necesario subrayar una y otra vez las mismas cosas, como si el ser humano fuera un ser olvidadizo y en constante riesgo de ignorar la propia vida”.

Hay que señalar que la poesía de Guillevic es la poesía del querer saber, esa del niño inquieto y curioso que todo lo quiere descubrir, conocer. En 1976 recibió el Gran Premio de la Academia Francesa; en 1984, el Gran Premio Nacional de Poesía; en 1988, el premio Goncourt, entre otros. Por tanto, la obra de Eugène Guillevic debe situarse junto a la de poetas de la talla de Francis Ponge, René Char, Jean Follain o Yves Bonnefoy, sin ir más lejos: “Siempre nos acecha// un conato/ de eternidad”.

Del dominio son los mejores instantes poéticos, con gran capacidad hipnótica, que he leído en esta más que admirable, justa, necesaria e indispensable poesía de la literatura francesa de la segunda mitad siglo XX. No se lo pierdan: Guillevic en estado puro, dingo, exigente y fiel a sí mismo; un poeta del que me siento orgulloso de haber leído: “Los que renuncian/ no son admitidos.// Por una vez el viento/ sirve para algo”.

 

A veces, hace falta

una gran lejanía

 

Para ir de la habitación

hasta el estanque.

*

Ella no perdonará

a las piedras

 

que se dejarán tallar.

 

*

En el dominio

nunca se ha visto

 

que dos sonrisas

se rasguñen entre sí.