Simeón Martín poetiza la realidad de la vida

«Cabos sueltos» pergeña aquellos surcos del olvido.

Texto: Enrique VILLAGRASA  

 

El narrador, dramaturgo, poeta y profesor Simeón Martín Rubio (Burbáguena, 1946) ha hilvanado bajo el título de Cabos sueltos (Instituto de Estudios Turolenses IET-Los libros del gato negro), para sorpresa de todas las personas lectoras de poesía, un florilegium de poemas, que van desde los años setenta, cuando éramos jóvenes, hasta otros de reciente cocción, que aún hierven a fuego lento: “En medio del cauce, asienta su cuerpo/ la rana envidiosa de las voces claras./ Es ahora una isla de llanto con nata”.

Este poemario, Cabos sueltos, de fácil lectura, y sencillez poética natural, donde pergeña aquellos surcos del olvido, habla de lo que el poeta conoce, de los temas que le ofrece la (su)vida. E intenta y lo logra cantar y contar lo que ha visto y ve, lo que experimenta, ama y pierde. Poesía útil, sin lugar a duda, para comprender la otra realidad, la personal, sencilla o complicada las más de las veces, explicada con el verso firme desde el acontecer cotidiano. Siendo esta, la poesía, la única alternativa a la realidad: “Quiero hacer un poema, un canto alegre/ dedicado a la tierra que se pudre/ a la estrella olvidada que no luce/ y a la pobre semilla que no crece”.

El libro está dividido en diez significativas partes con singulares títulos: De otro tiempo, Historias sueltas, Lugares, Notas, Quijote, Celebraciones, Adioses, Quett Masire (Sinfonía), Pandemia y una Coda, más una nota del autor. Una sesentena de poemas con un hilo de hilvanar común: el tiempo, el espacio, el azar y la necesidad, el temor y el temblor: patera y pandemia, además de celebraciones y adioses incluidos; pues “La luna duele eterna y el sol, se queja nuevo”.

Así pues, este florilegium poético, recopilación de poemas guardados en otros cajones, no es una antología al uso y sí un nuevo libro con nueva lectura y factura de parte de su obra: un poemario coherente, del quehacer demiurgo de un poeta honrado y honesto, sin trampa ni cartón, que mira al mundo y a la vida a los ojos, a la que le echa un pulso a través del lenguaje: “Si en esta vida/ el hombre removiera su historia,/ la de verdad,/ el hedor haría imposible/ seguir mirando al cielo”.

A la vez, este devenir telúrico de su silencio es un dar cuenta, cual notario, de esa vida y de sus reconocimientos a los amigos y guías y sobre todo es un poema: el de la odisea sinfónica de Quett Masire, quien partió de Ndola; esa ciudad situada al norte de la Zambia central, cercana a la frontera con la República Democrática del Congo, que tiene alrededor de 800.000 habitantes, siendo la segunda ciudad más poblada del país, que por sí solo, además de otros significativos poemas como Setenta Pilares y Bodas de oro, que dan razón suficiente parad la publicación de este libro prodigioso; que trae ecos de aquella travesía de Ulises y de Moisés y de Jesús, de la travesía de nuestra cultura judeocristiana, guardando las distancias justas y necesarias, claro: “Recuerdos,/ insomnios insaciables de sudores y besos,/ que abren en las arenas el surco del olvido./ (…) / En el lecho de tablas, de bruces sobre el mar,/ un murmullo de aliento amontonado”.

Estas situaciones límites que nos plantea el poeta Simeón Martín, en este libro, es el escenario propio de la existencia: esa tragicomedia el ser humano: ese terror y ese deseo de dominación que suprime las normas éticas y estéticas aprendidas; y hace (re)nacer los instintos atávicos latentes bajo las costumbres civilizadas. No deja de ser una fábula moral diríase, acerca de la condición humana, unos sencillos versos que ofrecen un material simbólico susceptible de lecturas diversas y enfrentadas, tal vez: “Las veletas del hambre/ indican siempre el norte”: de ‘La tierra prometida (Scherzo)’, perteneciente al poema citado, Quett masire, un magnífico poema dividido en cuatro partes que es, a mi parecer, el mejor del libro, sin duda alguna: sencillez, claridad y belleza, que no es poco: “Blasfemias contra el viento,/ envidia de las aves/ que vuelven hacia el mar”.

Tras leer estos poemas de Simeón Martín, que pergeñan estos y no otros Cabos sueltos, uno se da cuenta, una vez más que el fin que persigue limpiamente el verso tal vez sea, justamente, dislocar las imágenes, pues de alguna manera es la primera sensación que te deja, pues: “No te extrañes si mañana, en la aurora,/ Cuando canten in manus tuas, domine/ Suenen en tus oídos la nota de un te, deum”.

Pero, no solo logra el poeta imágenes y metáforas asombrosas, también le busca las cosquillas a la propia poesía y a los poetas que cantan y cuentan y crean ribazos imposibles: “La carretera avanza entre hileras de flores/ envidiosas de cuantas han tenido la suerte/ de encontrar un poeta que las cante./ Tras cada curva,/ en cada rincón, caben/ más prodigios de verde apetecible/ que en la infinita alfombra versallesca”. Ironía dícese de la fina burla, tal vez. Y al igual que Hölderlin también él pide que los poetas despierten de su letargo a todos los que duermen todavía; ya que: “Aunque sepa que hoy, muy tristemente,/ lo que aúpa los silencios,/ lo que preña distancias,/ lo que abona el recuerdo,/ ese temido rayo que no cesa,/ es solo un virus”.

Es un poemario que hay que leer y releer, casi memorizar, como esos sutiles aforismos: “Párate, mar, contéstame./ ¿Nos guardas muchas olas?” Aunque a pesar de esto o por ello, por el poemario desfilan también los grandes temas de la literatura ya citados, como son el amor y la muerte, la soledad, el viaje y de forma apenas sugerida, la búsqueda de un fundamento ideal de la realidad: “La azada sabe de días/ eternos sobre los surcos,/ de mil sueños enterrados”.

Creo que Simeón Martín es un poeta excepcional, es pura pasión e instinto y dota a sus versos de ironía sujeta a ritmo y sonido y escribe una poesía útil para salvar la realidad: “Entre los pliegues de la arena/ con el muestrario camuflado de relojes,/ los mismos ojos preguntan el porqué/ de tantas injusticias,/ la tranquilidad comprada”.

Y, las personas lectoras se sentirán felices de leer estos versos y escribir sobre, con y por ellos; de ser contemporáneo del poeta, en definitiva; pues creo que Cabos sueltos es uno de los poemarios más bellos y de más calidad que he leído en estos momentos tan grises de nuestra poesía; y la poesía es y debe ser siendo: mirada, memoria y lenguaje: “Tu presencia se crece, se expande y multiplica/ para llegar a cuanto no has llegado”.

 

XXVII

No ha de servir el mar

el verde, casi blanco, de la higuera

ni el monte que bosteza

el abrigo insistente de la hiedra.

 

Si has de trepar al hondo,

ciégate y álzate traspasado de pestañas,

roto, hasta resucitar.

 

Mastica el hoyo. Ladra la eternidad,

muérdete el corazón.

Vente conmigo a desandar la nada.