José María Faraldo: “Todos los movimientos políticos buscan legitimidad en el pasado”

En «Contra Hitler y Stalin. La resistencia en Europa (1936-1956)», el profesor de historia José María Faraldo narra los acontecimientos que vincularon a los miembros de la resistencia con la historia e incide en las emociones humanas y en la vida cotidiana de estas personas que abandonaban su hogar y su familia para enfrentarse a los ejércitos invasores.

 

Texto: David VALIENTE

 

“Desde que tengo interés por los movimientos de oposición en contextos dictatoriales, me he preguntado por qué la gente es tan valiente (o irresponsable) de enfrentarse a poderes que por su potencial pueden causarles perjuicio”, dice José María Faraldo, profesor de historia en la Universidad Complutense, que acaba de publicar en Alianza Editorial un nuevo libro, titulado Contra Hitler y Stalin. La resistencia en Europa (1936-1956). De hecho, el libro comenzó a tomar vida hace unos 20 años en Alemania, cuando se encontraba haciendo una serie de investigaciones por encargo que determinaran la idea que los países del bloque soviético se habían formado sobre la Unión Europea. “Descubrimos las profundas relaciones entre la resistencia y el origen de la unificación del viejo continente”. Tiró de su formación académica (sovietólogo, especializado en el periodo estalinista) e intentó equiparar cualitativamente el nivel de conocimiento sobre la resistencia del Este de Europa con el vasto conocimiento sobre la resistencia de la Europa Occidental (que ya teníamos) con el fin “de conseguir una narración europea unificada”.

El libro nos narra los acontecimientos concretos que vincularon a los miembros de la resistencia con la historia, pero también incide en las emociones humanas y en la vida cotidiana de estas personas, que abandonaban su hogar y su familia, aún a riesgo de perderlo todo, para enfrentarse a los ejércitos invasores impiedosos y, en ciertas regiones, severamente destructivos. “Por lo general, dos motivos empujaban a una persona a tomar las armas o servir de correo a las redes clandestinas: el patriotismo y la necesidad”. En infinidad de ocasiones, la patria y la necesidad van de la mano, mas cuando  alrededor de una persona la opresión se adueña del suelo en donde la tierra les es leve a sus antepasados; una bravura activa los recuerdos, y patria y necesidad se acomodan una dentro de otra en sucesivas ocasiones, como una matrioshka. Y no digamos ya, cuando el amor y el sexo eran los elixires más efectivos para borrar los miedos y recordarles a los futuros partisanos que se nace desnudo y sin nada que perder. Algo habitual según el profesor José María. Pero, por encima de cualquier amor, venganza o falta de alimentos, estaba la bravura de la juventud marcando la senda: “la edad de muchos resistentes no superaba los 18”.

Por lo visto, una especie de insensibilidad se apoderaba de las personas, matar se convertía en un acto placentero más, terrible, pero necesario en ocasiones, y adictivo como cualquier placer mundano. “Cito en el libro las memorias de un joven (quizás debí haberlas citado en más ocasiones) que no se cuestiona nada; le ordenaban matar y él lo hacía, incluso asesinó por orden de sus superiores a un amigo suyo, un colaboracionista, con el que recordaba haber pasado buenos momentos bebiendo cerveza”, afirma el autor.

Esas barreras morales que frenan a los adultos, en los jóvenes se asemejan a la madera de contrachapado, fácil de astillar incluso para unos puños débiles. Entrar en la resistencia era más fácil en el campo que en la ciudad. Donde los árboles les protegían de las balas, los aspirantes “con tener un arma” y “alguien que diera la cara por ellos”, ya podían dar tiros con el resto de los forajidos; en cambio, la rudeza del hormigón y el asfalto hacían de las personas, durante la guerra, desconfiadas y se elaboraban informes periódicos de las actitudes políticas y sociales de los aspirantes para descartar lazos indeseados con los ocupantes.

En cierto modo, la clandestinidad daba a los partisanos espacios de libertad individual más prominentes que la vida en sociedad civil, pero actos depravados, como la traición, el ataque a campesinos injustificado o la violación, se purgaban con la máxima pena: “el fusilamiento”.

 

Al principio del texto hace un repaso por las definiciones que a lo largo de la historiografía contemporánea se han hecho de la resistencia, ¿cómo la definiría usted?

Podríamos definir la resistencia de mil formas. En el caso del libro, he centrado mi interés en la resistencia explícitamente política, que se opusiera a una ocupación propiciada por las dictaduras totalitarias del siglo pasado. Por lo tanto, he desarrollado este trabajo teniendo en cuenta tres parámetros: las dictaduras totalitarias, la resistencia y el aspecto político de la misma. Pero sobre todo, he puesto el foco en la resistencia armada porque no se puede determinar hasta dónde está dispuesta a llegar una persona que cogió las armas; y esto me ha dado mucho juego para desarrollar aspectos relacionados con las emociones o las actitudes personales.

Cuando hablamos de resistencia, asociamos su lucha contra regímenes nacionalsocialistas y no tanto a quienes lucharon contra los totalitarismos de izquierda, ¿por qué ocurre eso?

Supongo que se debe al estereotipo construido durante la Guerra Fría, momento en el que los países democráticos de corte liberal de la Europa occidental comienzan a construir su identidad contraponiéndola, en primer lugar, a las dictaduras nacionalsocialistas y, después, a los autoritarismos que se construyen al otro lado del telón de acero. Sin embargo, en el imaginario, el estereotipo que prevalece en las democracias liberales es el de corte nacionalsocialista.

Usted afirma que la resistencia polaca fue más organizada en comparación al resto de países invadidos, ¿qué tenía de especial Polonia para que fuera así?

En este punto del libro, hablo de la resistencia polaca en un tono un poco más elevado, porque considero que la historia de la resistencia francesa o española son muy conocidas, en cambio, de la resistencia polaca disponemos de menos información. De todas las maneras, es innegable la diferencia esencial entre la resistencia polaca y las de Europa occidental. Para empezar, la resistencia polaca es vital, es decir, hacen frente a un intento de exterminio de unos invasores; por eso la resistencia es mucho más fuerte y está mejor organizada. Pero tampoco obviemos lo fresco que tenía Polonia su experiencia de resistencia anterior, apenas habían pasado 20 años desde que terminó y contaba con una andadura de 200 años.

En Polonia se desarrolla un “Estado Clandestino” capaz de organizar un cuerpo ministerial, implementar medidas educativas e impartir justicia, pero también fue uno de los países donde más víctimas hubo durante la Segunda Guerra Mundial a causa del Holocausto. ¿Esta realidad no contradice a lo expuesto por el historiador Timothy Snyder en su libro Tierra Negra: que los lugares donde el Estado fue desarticulado por los ocupantes se produjeron un mayor número de matanzas?

Estoy en muchas cosas de acuerdo con Snyder, pero en otras considero que su percepción es hasta cierto punto exagerada. Hay que tener en cuenta que el “Estado Clandestino” nunca llegó a monopolizar la violencia, cosa que sí hicieron los ocupantes. Que no haya un estado legítimo, asimismo, no significa que no haya gradaciones. Había un Estado ocupante que monopolizó a una policía polaca colaboracionista, que tomó parte del Holocausto. El “Estado Clandestino” se construyó por debajo del Gobierno ocupante con el claro objetivo de mantener la legitimidad y recuperar la independencia. Por supuesto, este “Estado Clandestino” se dotó de una capacidad simbólica de refrendar la presencia del Estado polaco oficial.

Usted destaca la importancia de la legitimación del Estado en su trabajo.

Tanto en la Europa del Este como en la Europa del Oeste, la resistencia se utilizó en la legitimación de los Estados al finalizar la guerra, solo que empleando caminos diferentes: por el lado occidental, como la lucha había sido contra los nazis, se aseguraron el derecho a las democracias, mientras que, por el lado oriental, la mera existencia de un Estado era más que suficiente para legitimarlo, el caso ejemplar es, sin duda, Polonia. No obstante, para afianzar su legitimación estatal, los gobiernos comunistas emplearon la violencia combinada con un discurso de paz y progreso y el hecho de que habían sido ellos los encargados de expulsar a los nazis.

De los países que usted ha estudiado, ¿en cuál es más recurrente la resistencia simbólica?

En todos. Sería difícil de determinar. Hubo países con menos activismo partisano, el caso prototipo lo encontramos en los países nórdicos, que expresaban su desacuerdo contra el ocupante cantando una serie de canciones o celebrando fiestas nacionales. Aunque no lo parezca, la resistencia simbólica puede llegar a ser bastante efectiva, ya que legitiman el hecho de que existe un Estado.

Hasta hace poco, lo franceses creían la premisa de De Gaulle: Francia se había librado de la ocupación nazi por el esfuerzo de la resistencia y el pueblo francés, quitando  importancia al desembarco de Normandía de 1944. Usted demuestra en su libro que todos los países aliados necesitaron el empuje desde afuera de un ejército para recuperar la libertad.

Las guerras las ganan los ejércitos y en contadas excepciones lo hacen los movimientos “populares”. Sin la presión desde los dos frentes, dudo mucho que la liberalización de Europa del fascismo se hubiera producido en la fecha y del modo que fue. Esto no significa que la resistencia no contribuyera a los esfuerzos de la guerra, aunque también es cierto que su valor a nivel militar es muy escaso y a la larga produce una mayor represión en la población, una espiral de violencia que supuestamente empuja a más civiles a sumarse a la causa partisana o clandestina. Pero esto no es cierto. Lo habitual es que las potencias militares aplanen el ímpetu de las fuerzas irregulares. Es más, con las actividades antipartisanas, los alemanes consiguieron en el año 1944 frenar las operaciones de la resistencia. El espacio político y social solo se recuperó gracias a las fuerzas de empuje de los aliados.

¿Cree que todavía impera este halo romántico en la imagen de la resistencia? ¿Y a nivel académico?

Por supuesto. De hecho, los medios de comunicación y el cine se han encargado de construir un retrato de la resistencia muy romántico. Al final del libro hago referencia al valor que la resistencia tuvo, pero creo que esa imagen romántica es peligrosa. La academia, por desgracia, no se libra de este constructo, mitifica la lucha partisana y, es curioso, antes la imagen del partisano revolucionario obcecado con cambiar el mundo lo monopolizaba la izquierda; sin embargo, en los últimos años, la ultraderecha polaca y rumana han tomado ese papel ensalzando la lucha partisana anticomunista.

Noto cierto tono de crítica por el hecho de que en España la resistencia no ocupe el lugar preponderante que en otros países europeos sí ocupa, ¿por qué el imaginario español no acepta el relato de la resistencia?

Pues los 40 años de dictadura no han ayudado y tampoco lo han hecho los 40 de democracia; hasta hace un año el dictador ocupó un espacio prominente y simbólicamente potente. Podemos decir que han empezado a cambiar las cosas, pero no sé hasta qué punto, con lo dividida que está la sociedad, la reconstrucción de la resistencia en un sentido legitimador de Estado podrá ser posible. El momento ideal fue en el año 82 (incluso en el 86), justo con la llegada al poder del PSOE.

Claro, en España, la resistencia, para unos son unos héroes y para otros unos villanos, ¿ocurre lo mismo en el resto de Europa?

En todos los países se generan estas discusiones. Por ejemplo, como ya dije, Polonia promueve una imagen del partisano anticomunista romántica y los historiadores con criterio y objetividad la combaten, argumentando que el frente anticomunista también cometió crímenes antisemitas y contra las minorías. Fueron colaboracionistas de libro algunos de ellos. En Italia, el libro publicado por Claudio Pavone, Una guerra civile, aún desata polémicas. En todos los lugares se producen.

¿En unos años, el mito de la resistencia será anticomunista?

Lo desconozco. Pero tengo la sensación de que la resistencia perdió toda posibilidad de alcanzar su papel legitimador, pues ya la imagen que irradia es muy ambigua. El discurso oficial trata de rescatar la resistencia anticomunista, pero, por ejemplo, en Polonia hay mucha gente mostrando su descontento con el relato abanderado por los gobernantes y se apuntan al “patriotismo de camiseta”. Tal vez, por tanto abanderar la resistencia anticomunista se acabe desgastando.

Comenta en el libro que los partisanos adoptaron la simbología de los guerrilleros y resistentes a las ocupaciones del siglo XIX. En Ucrania se oyen tambores de guerra, ¿es posible que el ejército ucraniano y la población civil hayan recuperado los símbolos de la resistencia ucraniana del siglo XX?

Todos los movimientos políticos buscan legitimidad en el pasado y por ello trasvasan las tradiciones de la lucha partisana a nuestros días. Además en Ucrania lo encontramos por los dos bandos, porque los rusos acusan a los ucranianos de simpatizar con el nazismo, entonces su cruzada se transforma en un combate a muerte contra el nacionalsocialismo, como hizo la URSS en la Segunda Guerra Mundial. También se hizo en los Balcanes en el conflicto que asoló esa área de Europa y, por supuesto, los grupos terroristas de izquierda como ETA o las Brigadas Rojas legitiman su lucha recurriendo a imágenes del pasado fácilmente extrapolables.

Uno de los elementos importantes en la resistencia era el nacionalismo, pero a la vez esto impulsó el europeísmo, ¿de qué manera estos movimiento de resistencia, valorados y estudiados en Europa, impulsaron a las sociedades civiles para inferir en la concepción europeísta del continente?

Pese que eran muy nacionalistas, los miembros de la resistencia se dieron cuenta de que había sido el acervo nacionalista el causante de las dos guerras mundiales. Defendieron una manera de imbricar los países europeos con la intención de evitar un tercer conflicto. Y aunque este es el núcleo del proceso de integración, existe una tradición de unidad marcada por el acercamiento a través de la cristiandad y los intentos, posteriores, de Napoleón de aglutinar Europa con el permiso de las armas. Sin duda, uno de los grandes éxitos de la resistencia fue acondicionar la idea de que solo había un camino posible: trabajar juntos.