Paolo Rumiz reivindica la mitología para salvar Europa

Lapislàtzuli publica «Canto por Europa» traducido por Álida Ares.

El rapto de Europa, de Tiziano, ca. 1560 (Museo Isabella Stewart Gardner de Boston)

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

La lectura de Canto por Europa de Paolo Rumiz (Trieste, 1947), exquisitamente traducido por la filóloga y lingüista Álida Ares, me ha llevado a El hundimiento del Titanic (Anagrama, 1986) de Hans Magnus Enzensberger, pasando por Epodos y odas de Horació (Comares, 1998), en versión de Enrique Badosa y por la Historia de la literatura griega (Cátedra, 1988), en edición de J.A. López Férez, hasta llegar a  El mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas (Paidós, 1985) de G.S. Kirk. Este Canto es un monólogo dramático escrito en lenguaje sencillo para mejor entender, como antaño, y en verso de ritmo endecasilábico y alejandrino, pues a la poesía corresponde el mito, sin ir más lejos: “Los versos eran el último asilo/ de los dioses de un mundo devastado/ que había perdido incluso su nombre”.

Este épico poema narrativo sobre la migración en Anatolia-Europa es un viaje en el tiempo, trae ecos de allende y de aquende, de Homero, el culpable de todo, y sus poemas la Ilíada y la Odisea, pasando por situaciones de hoy en día en nuestro Mediterráneo. Hay que pensar que los cantos homéricos en un principio estaban pensados para ser recitados, o sea para la oralidad, y que estos eran aprendidos de oído. Y pienso que Rumiz, periodista viajero, ha escrito este canto en verso por todo ello, también en homenaje, a la vez que reivindica la mitología para que esto que es Europa no se vaya al traste: “El problema de Europa, hoy, es la misma Europa”, Rumiz dixit en el epílogo de justa y necesaria lectura.

El autor en este epílogo nos recuerda que: “Cuando el sueño también se ha perdido, solo nos queda el mito. Ninguna comunión de pueblos puede sostenerse sin una epopeya de los orígenes. Las reglas y los programas no son suficientes. Por eso he  escrito Canto por Europa, para dar impulso a una nueva narrativa partiendo de una epopeya más antigua y radical que la de los padres fundadores, un anclaje sobre el que construir un patriotismo común capaz de combatir la deriva hacia la fragmentación”. Y en este mismo texto el autor explica cómo empezó todo: o sea qué le llevo a escribir este Canto y qué trágicas circunstancias le inspiraron. No dejen de leerlo: es un epílogo inteligente, conmovedor, con el que se puede estar de acuerdo o no; pero hay que conocerlo. A muchos de los padres de la patria les vendría bien leer y leer este Canto por Europa.

No hace falta recordar que Zeus se enamoró de la joven Europa, que andaba por una playa del Líbano, por ejemplo, y se transformó en toro blanco y apareció en esa misma playa y ella al ver lo manso que era se subió a él y Zeus aprovechando la situación la raptó y se la llevó a la isla de Creta, y allí la mortal fue poseída por el dios… Y que Europa es mediterránea por encima de todo, su cultura, usos y costumbres: “Pero el Mediterráneo es otra cosa, es espacio de/ encuentros y tabernas, reino polifónico del periplo./ Aquí se ha viajado siempre en hexámetros”. En hexámetros están escritas la Ilíada y la Odisea, por ejemplo. Así pues, Europa una joven mujer oriental huye de su país y atraviesa el continente para llegar a occidente, como una migrante más, a los que ya estamos más que acostumbrados desgraciadamente. Y ésta es una mujer que nos da nombre y origen: Europa ¡Ahí es nada! Y no dejando aparte los naufragios de muchos de esos migrantes en el Mediterráneo. Y como dicen los tripulantes del velero Moya, guiado por Petros: “El naufragio es en tierra, no en mar, decíamos,/ previniendo a Evropa de ilusiones”.

Es un libro con un gran bagaje cultural, de una persona viajera, de una persona algo anarquista como buen viajero, que no deja bien parados a los cruceros ni a la masificación del turismo, y es también conocedor de todas las historias europeas y mediterráneas, que va y viene de una a otra, que hará las delicias del lector atento: hasta del Papa Luna y sus anécdotas recuerda (fajines rojos de los curas para parecer monseñores) de aquel Benedicto XIII: “Después pasó un cortejo de langostas con su manto de/ rojo cardenal, precedidas por un Papa pez luna”. Esta me ha llamado la atención por ser aragonés como Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, nacido en Illueca.

Creo por lo que cita en su Canto, el autor Paolo Rumiz escribió el mismo en noches de insomnio: “Siempre a la misma hora de la noche, el papel del bloc-/ notes me llamaba como las líneas blancas de rompientes”. Aunque de hecho hay un capítulo que tiene ese título: Libro del insomnio. Así pues, el volumen está dividido en Personajes y epítetos, Proemio, Libros del encuentro, de la fuga, del mencionado insomnio, de los náufragos, del nombre recordado, de la estirpe, del mar inmenso y el citado epílogo. Donde se da cuenta de todo lo citado y donde se percibe que: “La tierra estaba en manos de dementes que, en nombre/ del orgullo nacional, llevaban a los pueblos a la ruina”. No sé de qué me suena esto hoy en día: siglo XXI. Ya lo decía Jorge Guillén: “El mundo tiene cándida/ Profundidad de espejo./ Las más claras distancias/ Sueñan lo verdadero”.

Creo justo y necesario que este Canto por Europa sea leído en voz alta en las escuelas, colegios, institutos, facultades, clubs de lectura, para renovar ese conocimiento del devenir telúrico de Europa y más ahora que hay elecciones europeas a la vista. ¡Que bonito sería que en casa las familias también leyeran este Canto por Europa: “Es para no olvidar”.

 

“Ven esposa del Líbano, hermosa, siéntate junto a mí”,

rogó el anciano, “y escucha lo que tengo que decirte:

adapta tu nombre a la nueva tierra.

Quita la ‘v’ dura y serás nuestra.

Límale las últimas asperezas.

Podrías rebautizarte: Europa”.

Así le dijo, alumbrado por cirios entre los iconos, el

Venerable.

“Advierte la dulzura renovada de esas tres sílabas. En

nuestro mundo desde hace siglos la Eu- trae suerte, es

emisaria de buena fortuna.

Si digo Europa veo lo que eres, aunque yo sea ciego, hija

mía. Veo una madre fértil de vida, veo la luna tras el

archipiélago,

veo el principio de una estirpe nueva”.

 

“¡Europa!”, el nombre estallo entre nosotros,

redobló el tambor de los corazones, resonó como el

cuerno de un carnero.

 

(Fragmento del Libro del nombre recobrado, pág. 216)