Rusia, entre la resiliencia y la nostalgia imperial
De la mirada del occidental que se adentra en el Este como la de Anne Applebaum a la interior como la de Daria Serenko, estos son algunos de los ensayos que nos acercan al Oriente europeo.
Texto: José Ángel LÓPEZ JIMÉNEZ
Anne Applebaum, autora del libro Entre Este y Oeste (ed. Debate), adivinó durante el otoño de 1991 que estaba viviendo un momento histórico. La Unión Soviética se desmoronaba y ella quiso experimentarlo en directo. Se embarcó en un viaje desde el sur (el mar Negro) hasta las repúblicas bálticas, atravesando los Cárpatos, Bielorrusia y Ucrania. En un trabajo que oscila entre el libro de viajes, el ensayo, la historia y la crónica periodística Applebaum —gran conocedora de estas tierras— anticipa alguna de las claves que se van a manifestar en el posterior desencuentro entre Rusia y Europa occidental. Las raíces del carácter imperial de Rusia y, paradójicamente, el sentimiento de nostalgia y de pérdida de grandeza tras la experiencia soviética se transmiten muy fielmente por la autora de las celebradas obras Gulag y Hambruna Roja.
Sin embargo, hay elementos del sovietismo que han pervivido en la Rusia independiente desde 1992. Yuri Felshtinsy y Vladimir Popov desarrollan en Del terror rojo al Estado mafioso (ed. Deusto) la forma en la que los servicios secretos (antes KGB y en la actualidad FSB) han acabado fagocitando las estructuras del Estado ruso mediante la cooptación de uno de los suyos (Putin) al Kremlin. Desde la creación en 1917 de la Cheka de Dzerzhinski, la organización estuvo siempre supeditada al control político del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). No obstante, a pesar de un breve interregno con Boris Yeltsin, la rendición definitiva del Estado a manos de la estructura de seguridad del FSB se produjo con la designación de Putin como primer ministro en el año 2000. A partir de ese momento ha ido penetrando en todas las instituciones haciendo de la obediencia al líder y de las actuaciones al margen de la ley su modus operandi. Es decir, ha culminado la conversión de Rusia en lo que los autores califican como un Estado mafioso cuya pulsión imperial desde 2008 en Georgia ha culminado con la agresión a Ucrania desde 2014.
Luke Harding nos presenta en Invasión (ed. Deusto) la crónica periodística desde el interior del conflicto a través de la experiencia directa del corresponsal de The Guardian. El libro transita entre la tragedia, el espanto y la humanidad de algunos personajes. Pero retrata esencialmente la resiliencia de un pueblo experimentado en la supervivencia tras padecer dos guerras mundiales, el terror estalinista, el Holodomor (la Gran Hambruna), la experiencia soviética y los intentos de Putin desde 2014 de borrar de la historia al pueblo ucraniano y su identidad cultural diferenciada. Escenarios como Bucha o Mariúpol lo evidencian a la perfección.
Alex Halberstadt ha conseguido entretejer dos historias: la personal y familiar y la de la Unión Soviética de las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo XX. Jóvenes héroes de la Unión Soviética (ed. Impedimenta) es —como reza su subtítulo— una historia de memorias y cuentas pendientes. El relato de tres generaciones familiares es una continua evasión: de Rusia a Ucrania, de Lituania a Estados Unidos, y vuelta a Rusia. La búsqueda de las raíces es, al mismo tiempo, la necesidad de encontrar las claves puramente psicológicas que hacen del protagonista rehén de sus miedos. Aquí aparece la conexión con los elementos del sovietismo, el estalinismo y las migraciones de una familia judía en permanente éxodo interior y exterior. Una excelente imagen de la extinta Unión Soviética a través de una biografía familiar y el rastreo de sus huellas.
Alguna de las características de una sociedad que proclamaba la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres, pero que rezumaba un machismo insultante, se presentan en la actualidad en la Rusia de Putin. Daria Serenko lo retrata magistralmente en su breve obra Chicas e Instituciones (ed. Errata Naturae). El papel de la mujer en los eslabones más bajos de la jerarquía cultural, frente a los machos alfa que ostentan el liderazgo, es el más importante para sacar adelante los proyectos. Sin embargo, también es el más ingrato y sacrificado: cargan con los fracasos y son ajenas a los éxitos; sufren acoso laboral y sexual; son represaliadas políticamente si participan en manifestaciones; sus divorcios son analizados bajo sospecha. El sexismo en la burocracia estatal es solo la punta de lanza de una sociedad represaliada en su conjunto.
Karl Schlögel nos obsequia en Ucrania, encrucijada de culturas (ed. Acantilado) con un despliegue histórico excepcional. Con el conflicto en curso como trasfondo aborda, a través de la historia de ocho ciudades ucranianas, las principales claves de la geopolítica que todo lo inunda en estas tierras. Kiev, Odesa, Járkov, Lvov, Dnipropetrovsk, Donetsk, Czernowitz y Babi Yar son los escenarios en los que transcurre la construcción de la Ucrania contemporánea. A ellos se unen, en un capítulo final que recoge el año de agresión rusa, ciudades símbolo de la tragedia como Mariúpol, una ciudad que ya no existe víctima del urbicidio bélico. Algo parecido realiza Yuri Andrujovich en Pequeña enciclopedia de lugares íntimos (ed. Acantilado). En este caso sus escenarios se elevan a treinta y nueve, mayoritariamente de una Europa oriental que ha sido protagonista relevante de los dos últimos siglos de historia. Así, por ejemplo, ha acontecido con Kiev, Chernóbil, Praga, Odesa, Minsk, Leningrado, Moscú o Járkov. Pero también escenarios balcánicos protagonistas trágicos del inicio y del fin del siglo XX con la Primera Guerra Mundial o los conflictos de la antigua Yugoslavia. Aquí aparecen Novi Sad, o Bucarest y su propia revolución.
Precisamente el Sarajevo otomano del siglo XVIII constituye el trasfondo histórico de La Fortaleza, del autor serbo-bosnio Meša Selimović (ed. Automática). Los horrores de la guerra y el abuso de los resortes del poder —que perviven históricamente en determinados escenarios— jalonan los retazos vitales de un joven protagonista (Ahmet Šabo) hastiado por una sociedad marcada por unas costumbres y un absurdo vital que no puede compartir. De horrores más recientes se ocupa Las sepultureras, de Taina Ternoven (Ed. Errata Naturae). En el contexto del conflicto de Bosnia-Herzegovina se citan dos personajes responsables de la reconstrucción del terror: una antropóloga forense, encargada de recuperar los restos fragmentados de las víctimas enterrados en fosas dispersas por todo el territorio (Senem), y la investigadora que contacta con las familias y recaba información y pruebas con las que cotejar el ADN de las víctimas (Darija). Es una historia de de recuperación de las memorias familiares a través de búsqueda de las víctimas. Los muertos hablan para reparar parcialmente el daño e intentar hacer justicia en un contexto extremadamente complejo. Algo que se está produciendo ya en la Ucrania de estas horas.