Antony Beevor: «El fin de la guerra de Ucrania dependerá mucho de la solidaridad europea»

Antony Beevor nos atiende ya repuesto de una Covid que le mantuvo dos semanas hospitalizado. Su último libro, «Rusia. Revolución y guerra civil, 1917-1921» (Editorial Crítica), es el motivo por el cual hablamos casi una hora de los asuntos históricos relacionados con la guerra civil rusa y de los aciagos acontecimientos que ahora  carcomen a la Europa oriental.

 

Texto: David VALIENTE

 

El interés de Antony Beevor por los asuntos bélicos (todos sus ensayos tienen el telón de fondo de la guerra) nace durante los años que sirvió en la armada británica. Por aquel entonces, el joven Beevor no tenía entre sus planes convertirse en escritor y “eso que toda mi familia se dedicaba a la escritura”. Pero no fue hasta su último año sirviendo de oficial cuando se animó a escribir su primera novela, “que menos mal nunca fue publicada”. Las experiencias adquiridas en el ejército fueron de gran ayuda en su trabajo, sobre todo “a la hora de contar la historia de la guerra, que no la historia militar”. Esta es una importante distinción que escapa al conocimiento profano aunque resulte relevante para definir de manera correcta el trabajo que ha desempeñado Beevor: “La historia militar se centra en analizar y en entender los ejércitos y sus estrategias en el campo de combate, mientras que la historia de la guerra presta una mayor atención al sufrimiento civil durante los conflictos; es un enfoque mucho más amplio”.

Narrar la guerra en su total expresión también le permite ser lo más didáctico posible con las nuevas generaciones que, por suerte, no habían conocido ningún enfrentamiento destacable dentro de las fronteras europeas hasta el 24 febrero de este año cuando comenzó la invasión de Ucrania: “Nadie esperaba que la guerra volviera a las puertas de la Unión Europea, era algo impensable desde que en 1945 se impusiera una situación de paz controlada”.

Antony Beevor recuerda que en 1989 quiso publicar este libro, pero la negativa de los editores frustró su intento. “Y lo agradezco. Por aquel entonces mi texto no estaba preparado, me faltaba experiencia como historiador y una serie de fuentes de los archivos rusos que no fueron desclasificadas hasta tiempo después”. En estos años, ha llegado a la conclusión de que el verdadero punto de inflexión que convirtió al siglo XX en el más sangriento no fue ni la Primera Guerra Mundial ni la guerra civil española, sino “la guerra civil rusa”. “Cuanto más lo pienso más convencido estoy: el odio y el terror que desencadenó este conflicto se extendió por toda Europa; por ejemplo, en España, las clases medias tenían miedo a los bolcheviques, pero la izquierda no se quedaba atrás en su temor a que los fascistas (los blancos dentro del conflicto ruso si recurrimos a analogías) acabaran con el socialismo”. El odio y el miedo entrelazan los dos conflictos separados por kilómetros de llanuras. “He tenido debates con historiadores españoles en lo referente a la guerra civil española y al hecho de que las palabras matan”. Para Antony Beevor, los discursos de Largo Caballero (el Lenin español, como le gustaba llamarse) amenazando con la supresión de la clase media y las acciones discursivas de Franco haciendo lo propio son el poso de una guerra civil inevitable por las circunstancias. “Las palabras matan, se ve claramente”.

No obstante, debemos destacar que Antony Beevor es persona non grata en Rusia desde que publicó su libro Berlín. La caída 1945: “En aquel momento no entendí que la victoria del 45, incluso para aquellos que habían sufrido el Gulag en tiempos de Stalin, era sagrada”. De todos modos, las masacres llevadas a cabo por el Ejército Rojo, así lo asegura Beevor, eclipsaron la grandeza de la victoria. “Los rusos me condenaron de blasfemo y el Ministerio de Defensa emitió un comunicado asegurando que quien insulta al Ejército Rojo es una persona horrible”. Como no es muy buena idea regresar a un país que te toma por un blasfemo, la labor archivística la ha realizado a través de su colaboradora y amiga, Lyuba Vinogradova, “una asistente de investigación brillante”, con la que comparte un gusto especial por estos temas.

Vladimir Ilich y León Trotsky, los dos grandes directores de la guerra civil rusa

En diciembre de 1917, una maltrecha Rusia dejó de disfrutar de una calma temporal. “Cuando los bolcheviques dieron el golpe de Estado la oposición no estaba preparada, ni los izquierdistas ni los monárquicos disponían de las fuerzas y la organización necesaria para emprender un movimiento de oposición porque nadie creía en las posibilidades de éxito de una revolución de tal calado; además, aun con un gobierno provisional dirigido por Aleksándr Kérenski, habían logrado infiltrarse en el ejército”, asegura el historiador.

Hasta la fecha, el ejército ruso había mostrado su incapacidad en el campo de batalla derrota tras derrota. Los soldados se mostraban desanimados por las duras condiciones del frente, habían abandonado a su familia y su tierra natal, muchos desertaron, una actitud nada reprochable si se miran las cifras de muertos en el bando ruso durante la Primera Guerra Mundial. Lo verdaderamente significativo es cómo ese ejército, ahora bajo el mando de los bolcheviques, consiguió vencer a los blancos y sus aliados en la guerra civil. Sin duda, el gran artífice de esta hazaña es León Trotsky, quien reorganizó las unidades y les insufló una nueva mentalidad. “No podemos decir de Trotsky que fuera un estratega militar brillante, pero, de verdad, pudo crear un ejército y tuvo razón en muchas ocasiones, aunque otras tantas cometió errores”. Uno de los errores que destaca Beevor se produjo después de un pequeño motín checo. 30 000 checos iban camino a liberar Checoslovaquia. Era una unidad amiga y durante el trayecto en tren se produjeron algunos incidentes; “en ese momento, Trotsky debió de haber protegido a los checos y no haber dicho: ‘se disparará inmediatamente a cualquier checo armado que se encuentre en las vías del ferrocarril’”. Sin embargo, Trotsky también era un gran orador que cautivaba a las audiencias: “Era capaz de despertar verdaderas lealtades y valor en los momentos críticos, su sola presencia hacía que una situación desastrosa se tornara en exitosa”. Su legado, concluye Antony Beevor, es mixto, pero tal vez el mayor error que cometió fue subestimar a Stalin y considerarlo un simple gánster georgiano.

Otro personaje destacable en estos años convulsos fue, sin duda, Vladimir Ilich, o como se le conoce popularmente, Lenin, un dictador de gran habilidad, dotado con una vista de halcón para poder detectar las debilidades de los demás. “Desde el principio estuvo dispuesto a aceptar los términos alemanes del tratado de Brest-Litovsk, a diferencia de sus compañeros, entre ellos Trotsky, que querían plantar cara a los alemanes porque las condiciones eran inaceptables”. “Lenin tenía visión de futuro y estaba convencido de la inevitabilidad de la guerra civil. Los comunistas debían participar en ella sí o sí”. Trotsky confió demasiado en el apoyo internacional a su revolución, Lenin, por el contrario, no las tenía todas consigo. “Definitivamente, la habilidad de Lenin reside en esa capacidad innata en sopesar los riesgos y los peligros; cometió errores que él mismo reconoció, sin embargo acertó en muchos contextos”. Para Beevor, Lenin era un dirigente flexible que quería mantener el poder sin importar el precio que tuviera que pagar: “Apoyó las matanzas y la destrucción porque vio que era la única manera de evitar las protestas campesinas cuando les quitaran las tierras. Estuvo dispuesto a realizar concesiones en momentos claves, tanto en cuestiones económicas como políticas. Permitiría las inversiones extranjeras para la construcción del ferrocarril, una buena manera de convencer a los campesinos de que sacaran sus productos al mercado. Su flexibilidad, en cierto modo, iba por debajo de su ideología política”.

Aun así, tres mentiras sostuvo el revolucionario en sus esfuerzos por lograr una revolución victoriosa: “Lenin prometió tierras a los campesinos, nunca se las dio y tampoco tenía en mente concederles los terrenos expropiados, la gestión se haría a través de granjas colectivas; también prometió a los trabajadores de las fábricas el control sobre ellas usando la mediación de los soviets, tampoco cumplió su palabra; y, por último, prometió la paz a los soldados cuando estaba determinado a hacer la guerra a los alemanes y a iniciar una propia guerra civil en casa”.

Por su parte, el Ejército Blanco destacó por sus muchos errores. El más grave fue su negativa a aceptar alianzas con territorios que consideraban parte del imperio (o que alguna vez habían formado parte de él). “Antagonizaron a países que podían haber sido sus aliados”. “Churchill se obsesionó con los bolcheviques, quiso destruirlos antes de que tuvieran relevancia a nivel internacional, pero sus capacidades militares por la Gran Guerra eran muy escasas, solo podían enviar armamento, efectivos humanos muy pocos”. De todos modos, el Ejército Blanco se caracterizó por su indolencia, falta de disciplina y de un poder centralizado que coordinara las unidades. “Junto al trato cruel y arrogante que dieron a la población civil, la corruptela fue otro de sus puntos débiles, muchos no confiaban en la victoria y trataron de asegurarse un sustento (una fortuna) por si tuvieran que exiliarse”.  En suma, “el Ejército Blanco resultó ser su propio y peor enemigo”, sentencia Beevor.

A Beevor le interesan las diferencias entre el terror rojo y el terror blanco, entre otras cosas, por las particularidades que la guerra civil rusa presenta respecto a la guerra civil española. “Sin duda, el bando ganador siempre mata más personas que el bando que pierde, pero lo que diferencia a la guerra civil rusa de la guerra civil española es la crueldad y el sadismo demostrado por los bolcheviques a la hora de ajusticiar y torturar; en España, aun existiendo un nicho de crueldad extrema, se ejecutaba limpiamente a las personas sin recurrir a torturas tan abominables como imaginativas”.

Ucrania, 2022

Como experto en lances militares, Beevor destaca los problemas que el ejército ruso está teniendo en el país vecino, pero “eso no significa que hayan sido derrotados”. “Los rusos tratan de obtener efectivos de cualquier rincón de su área de influencia, están cortos de tropas por las pérdidas generalizadas, mas tienen una gran habilidad para reorganizarse y volver a la batalla”.  Le preocupa las declaraciones que los ucranianos hacen en torno a recuperar Crimea, según su análisis, esto extendería mucho la guerra. “No creo que Europa esté en condiciones de imponer la paz, pero tampoco debería hacerlo si la condición es que Ucrania pierda parte de sus territorios”. Putin, asegura, no ha aceptado ningún tipo de tratado, “además su estrategia es similar a la napoleónica: frena las hostilidades y mantiene su posición para cuando haya recuperado sus fuerzas, retomar el conflicto”. “El fin de la guerra dependerá mucho de la solidaridad europea y de cómo se gestione la crisis energética».

“¿Por qué las tropas rusas se comportan tan cruelmente? Bueno, usted y yo estaremos de acuerdo en que robar y matar son partes consustanciales de la guerra; pero tal vez lo que marque la diferencia, y esto es un debate muy interesante, es la presencia mongola del siglo XIII en Rusia. Una parte asiática se ha impregnado en el córtex social de tal modo que las dinámicas de la guerra no han cambiado en siglos”. Dentro de la heterogeneidad rusa ha identificado ese componente asiático que el mismo Lenin predijo durante la Revolución de febrero. “Es un gran punto a debatir, cuando uno ve esta crueldad tan desmedida de las tropas rusas en los campos de Chechenia, Siria y Ucrania no puede dejar de comparar con las actuaciones de los ejércitos occidentales”.

Otro tema, debatido por los especialistas y poco tratado en los medios, es la relación que Putin mantiene con la idea de una Rusia imperial. “Vladimir Putin siente fascinación por la etapa imperial de los zares, su palacio en el mar Negro está plagado de águilas bicéfalas y en el Kremlin está rodeado de estatuas de Pedro el Grande o Alejandro I. Por el contrario, critica con virulencia a Lenin y le culpa de la independencia de Ucrania”. Según el historiador, el único hecho histórico que rescata Putin del periodo comunista es la gran victoria de mayo de 1945, “está obsesionado”. Tanto es así que reescribe la historia haciendo ver que la lucha soviética contra los nazis es una extensión de su lucha contra una Ucrania controlada por neonazis.

Sobre si Rusia depende de un Estado autoritario para su existencia, Antony Beevor recuerda las palabras que el zar Nicolás II dijo a Consuelo Vanderbilt: “Vamos doscientos años por detrás de Europa en el desarrollo de nuestras instituciones políticas nacionales. Rusia es todavía más asiática que Europea y, en consecuencia, debe regirse por un gobierno autócrata”. Aunque él cree que la autocracia constante responde a lo extenso que es el territorio ruso y a la incapacidad de mantener un poder centralizado estable y sin fisuras: “Moscú debe hacer frente a tres grandes fuerzas binómicas en conflicto: izquierda-derecha, socialización-no socialización y autoritarismo-libertad. Lo que más temen los rusos es perder el control sobre el equilibrio de estas tres fuerzas y que la situación les conduzca a una nueva guerra civil”.