Hisham Matar: “La experiencia en el exilio tiene mucho de proceso de duelo”

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Hisham Matar ha publicado en la Editorial Salamandra «Los amigos de mi vida», una bella narración protagonizada por tres libios exiliados por cometer actos de disidencia. Su libro es un recorrido por la memoria del exilio, una alabanza al amor y a la amistad en un continente que los acogió con cariño.

Texto: David Valiente Foto: Asís G. Ayerbe

  

Comienza su mañana con una sesión de fotos. Asís, nuestro maestro de la imagen, aprieta el obturador de su cámara mientras él aguanta el chaparrón de fotos que no moja ni cansa, porque si algo consigue siempre Asís es que los retratados no sientan amenazada su imagen pulcra y, en algunos casos, idealizada. Tras la sesión de fotos, el escritor libio y multipremiado Hisham Matar (Nueva York, 1970) se encuentra enérgico. Tiene por delante un día completo de entrevistas y conferencias, muchas horas de estar sentado, atendiendo a periodistas y lectores, por eso mueve sus caderas como si fuera un corredor que en cualquier momento va a dar la primera zancada para batir el récord de velocidad de Usain Bolt. De hecho, su ánimo está tan por las nubes que quiere responder a mis preguntas de pie. Yo le propongo que, si quiere, podemos hacer la entrevista corriendo.

Sin embargo nos sentamos. Lo que nos reúne en esa sala del Hotel Villa Real de Madrid son asuntos serios, nada de lo escrito en su nuevo libro debe tomarse a la ligera. Hisham Matar ha publicado en la Editorial Salamandra Los amigos de mi vida, una bella narración protagonizada por tres libios (Khaled, Husam y Mustafá) exiliados porque cometieron actos de disidencia que el régimen del dictador Gadafi no iba a tolerar. Su libro es un recorrido por la memoria del exilio, una alabanza al amor y a la amistad en un continente que los acogió con cariño. También es una muestra de los límites sobrepasados por Trípoli en las décadas previas a la Primavera Árabe y un recuerdo de que el pueblo libio también se levantó, aprovechando las inercias políticas y sociales del momento.

Una cuestión que resuena en su novela es la vivencia de la amistad por parte de los exiliados. ¿En la tierra de acogida, una persona puede desarrollar lazos de verdadera amistad?

Resulta complicado hablar en términos generales. Como seres humanos, tienen la misma capacidad de hacerlo que cualquier otra persona; pero, quizá, en el exilio, la amistad tiene más peso, porque puede llegar a convertirse en tu hogar. También, todo depende de la hospitalidad local. Los exiliados (o inmigrantes) constantemente se traducen a sí mismos, traducen el idioma, traducen la cultura, traducen las normas sociales… Cuando llegué solo a Reino Unido con 15 años me choqué contra esta realidad. Según los buenos modales árabes, el anfitrión insiste a los visitantes hasta que estos aceptan una taza de té, todo lo contrario a la cortesía británica que con una vez que rechaces la invitación abandonan el ofrecimiento. Durante mucho tiempo estuve sin tomar té. Los exiliados traducen una lengua, traducen modales, se traducen así mismos. No obstante, dentro de las relaciones de amistad no tienen por qué ocurrir cosas tan dramáticas, ya que con cada amigo sale a la luz una faceta distinta del carácter, así que, de igual modo, deben traducirse para los diferentes amigos que tenga.

 

¿Fue duro el proceso de adaptación?

Algunos momentos fueron más difíciles que otros. Tendemos a creer que los exiliados o inmigrantes están obsesionados con regresar a su tierra y que algún día, mientras suena música de violines de fondo, se reunirán con sus seres queridos. Pero la realidad es otra: tanto el individuo como el contexto cambian. Asimismo, existen personas que, sin haber abandonado nunca su tierra de origen, sienten que pertenecen a otro sitio o directamente perciben cambios continuos en su entorno y son incapaces de reconocerlo. Por lo tanto, creo que la pregunta que deberíamos hacernos es cómo encontrar un lugar en el que aterrizar. Para muchos de nosotros ese lugar no es otro que la amistad.

 

Leyendo su libro me daba la sensación de que no hay nada más duro para una persona que el exilio…

Por supuesto que hay cosas más duras. La experiencia en el exilio tiene mucho de proceso de duelo. Me interesa la fragmentación que como sociedad estamos experimentando en nuestra manera de relacionarnos con el mundo o en cómo consumimos la información, porque cada persona responde a unos ritmos y atiende a los estímulos de un modo particular. Y sí, el exilio posee una serie de características distintivas; sin embargo, esa sensación de duelo lo experimenta todo el mundo que ha partido de su hogar; es más, no importa mucho si es exiliado o no, cualquiera lejos de las personas que ama y con las que fue feliz lo sentirá.

 

Plantea dos formas diferentes de vivir el exilio en dos de sus personajes principales: Khaled y Husam. El primero se encuentra cómodo en Londres, le gusta recorrer sus calles, tiene un trabajo estable y en su casa le espera una librería llena de libros; en cambio, el segundo no permanece mucho tiempo quieto en un mismo lugar, se emplea en trabajos temporales y apenas posee uno o dos volúmenes. ¿Con qué forma de exilio se identifica?

Con ninguna de las dos, ambas son opciones extremas; más bien yo me encuentro a mitad de camino. Determinadas cosas no son posibles si una persona anda cambiándose de hogar constantemente, hay algo que también se transforma en la relación con las personas, con la naturaleza y con el lugar en el que se establece. Mi hogar es aquel espacio donde he contemplado el devenir de las estaciones y aún permanezco aunque desconozco por qué.

 

Entonces, ¿Londres es su hogar?

Diría que sí. Cuando pienso en la palabra ‘regreso’, me imagino en el apartamento que comparto con mi esposa en dicha ciudad. Desconozco si en español la etimología de la palabra ‘regreso’ es igual que en inglés, idioma en el que se refiere al ‘retorno’, es decir, a dar la vuelta, a cumplir un ciclo…

 

¿Echa de menos Libia?

Hace tiempo que no regreso. Sí, echo de menos algunas cosas, a ciertas personas, al mar de mi infancia (el cual, por fortuna, puedo disfrutarlo en otros lugares)… Pero debo reconocer que antes dedicaba más tiempo a echar de menos a mi tierra natal.

 

Cuando Gadafi gobernaba Libia, su padre desapareció. Es curioso, en Los amigos de mi vida, la figura paterna se retrata con menos dolor que en sus anteriores producciones literarias. ¿Cómo se supera la desaparición de un padre?

Nunca se llega a superar. Nadie lo logra, a todos nos toca soportar este hecho y nadie te enseña cómo hacerlo. Las personas deben aprender cómo buenamente puedan. Cada ser querido que muere nos enfrenta a un tipo de duelo diferente. En el caso de mi padre, tuve que afrontar la incertidumbre de su desaparición, no sabía si se encontraba con vida o estaba muerto y, en cierto modo, aún no estoy seguro de ello, aunque por conjeturas me hago una idea. Me sorprende el gran valor que requiere la vida, y tampoco nos dan lecciones sobre cómo sortear los baches de la realidad. Vivir requiere valor, ya que nadie se libra de la muerte y presenciamos primero el declive y después la muerte de los seres queridos, aquellas personas que conoces y amas con profundidad. Lo primero que deberíamos decirle a un recién nacido es que pertenece a la especie más valiente del planeta, que ha construido un acervo que sirve como base primera a los individuos para gestionar los momentos difíciles de la vida.

 

Aquí en España, por lo general, desconocemos la historia de su país. Por favor, antes de comenzar a analizar la Primavera Árabe libia, hágame unos pequeños apuntes sobre Idris I, el rey de Libia antes del golpe de Estado perpetrado por Muamar Gadafi.

Sin duda. La familia real libia, en especial el rey, era muy singular si la comparamos con el resto de casas gobernantes de los países del Próximo Oriente. Idris I era un hombre incorruptible, que no poseía apartamentos en Mónaco o cuentas corrientes en Suiza. De hecho, tras el advenimiento al poder de Gadafi, se exilió en El Cairo, donde vivió en un apartamento normal y corriente hasta el día de su muerte. Precisamente, visité a la reina en su casa cairota y puedo dar fe de ello. El monarca provenía de un largo linaje de místicos sufíes; le preocupaba mucho salvar su alma y el ejercicio de gobierno le causaba graves inconvenientes a la hora de cumplir con su redención. Tampoco le gustaban los cambios, incluso se le podría calificar de poco aventurero en cuestiones de política. Sin embargo, desplegaba una personalidad excepcional y su mandato se desarrolló bajo los parámetros de la monarquía constitucional y parlamentaria. Apenas había presos políticos en las cárceles, si una persona cometía un acto radical o terrible en lo político, se le encarcelaba un par de días. Ese era el castigo más duro. Idris I dirigió una Libia pobre hasta 1963, cuando se descubrió petróleo. El monarca acudió a la inauguración del pozo petrolífero y en su breve discurso (esta era otra cualidad suya: la concisión) dijo que aún no sabían si el oro negro que brotaba de la tierra iba a suponer una bendición o una maldición para Libia (él deseó que fuera lo primero). ¿Se puede imaginar al monarca de un país pobre diciendo cosas así? Era una persona muy inusual.

 

¿A lo mejor era demasiado humana para gobernar?

Gobernó bastante bien. Obvio, nadie es perfecto, pero si tenemos en cuenta sus flaquezas y sus fortalezas, hizo un buen trabajo, favoreciendo, por ejemplo, la educación, con la creación de universidades, cuando el Estado recibió los beneficios de la extracción del petróleo. Sin embargo, un grupo de jóvenes oficiales del ejército interrumpió este proyecto. En realidad estos jóvenes oficiales intransigentemente independientes, progresistas y molestos porque estaban convencidos de que tras el fin del colonialismo la independencia nacional no se habían completado no solo accedieron al poder en Libia, sino que también en otros países de la región, pensemos en Egipto con Gamal Abdel Nasser o en Siria con el partido Baaz. No obstante, y aun siendo correctas sus reclamaciones, cometieron un error fatal y fue tener una confianza exagerada en el poder: se convirtieron en dictadores, por lo tanto, repitieron la realidad política del colonialismo. Una verdadera lástima. En el caso de Libia, se destruyó la puerta abierta por Idris a los espacios de diálogo, consenso y discrepancia. Las sociedades deben aprender a lidiar y manejar los desacuerdos, y eso no se consigue en un par de años, es un trabajo de generaciones. Con mis palabras no quiero decir que todos los líderes árabes que accedieron al poder en los años 70 se les deba meter en el mismo saco. Nasser no tiene nada que ver con Gadafi, aunque ambos acabaron con ese proceso de aprendizaje.

 

¿Cómo recibió la noticia del inicio de la revolución?

Sigue siendo uno de los acontecimientos más gloriosos de mi vida. La gente normal y corriente salió a la calle a protestar contra una dictadura de 42 años y exigió dignidad, imperio de la ley e instituciones democráticas. Más tarde todo se complicó.

 

¿Qué pasó en Libia? ¿Por qué se desató una guerra civil?

Para empezar, no creo que sea del todo correcto decir que lo sucedido en Libia sea una guerra civil total, cosa que sí aconteció en Siria o Yemen; en mi país se produjeron escaramuzas. Todas las víctimas tienen un valor humano incuestionable, pero si miramos las cifras de muertos y de desplazados, dista mucho de lo que pudo llegar a haber sido, y una de las razones la encontramos en la resistente cohesión social, aunque en la actualidad está cada vez más dañada. Y si no se produjo un lavado de imagen del régimen, como en Egipto, fue porque la dictadura de Gadafi desarrolló muy poco las estructuras gubernamentales y burocráticas, el Estado estaba por construir y esa es una labor mucho más complicada que en ningún momento tuvo que emprender Egipto, donde el ejército, la principal institución del país, impuso su voluntad. Al no contar con unas instituciones fuertes y tener que recurrir a grupos de milicia no controladas por los ciudadanos para proteger las fronteras, caímos en la fragmentación política. Por otro lado, Libia tiene un gran valor a nivel regional y cuenta con reservas de petróleo, lo que ha estimulado la injerencia de vecinos regionales y de las grandes potencias mundiales, que no muestran ningún interés en lo que le pueda suceder al país porque les importa más la forma en la que pueden aprovechar la situación para mejorar su posición geoestratégica y asegurarse el abastecimiento del oro negro.

 

Tras la caída de Gadafi, el país se ha sumido en el caos. ¿Ha sido peor el remedio que la enfermedad?

Comprendo que se haga esa pregunta como también comprendo que la formulen los propios libios. Sin embargo, nace de una lógica incorrecta. Le pongo un ejemplo: imagínese una mujer abusada por el marido que un día decide denunciarlo a las autoridades, pero la justicia dictamina que miente y encarcela a la pobre mujer. Una vez en prisión, le preguntan si ha merecido la pena cambiar el espacio que compartía con el esposo, donde tenía comida y cobijo por una celda fría. No debemos enfocarnos tanto en los resultados, sino más en los autores que llevaron a Libia a la situación actual y no son otro que el propio gobierno dictatorial, que dejó las instituciones políticas destrozadas por su manera de articular la cultura del poder, y la comunidad internacional más preocupada en no dañar sus intereses que en la seguridad y la estabilidad de la sociedad libia. No deja de ser interesante que los mismos libios se hagan la pregunta que usted me acaba de hacer porque denota mucho de su carácter, es como si expresaran un odio sobre sí mismos, en el fondo están mostrando su convicción de que somos una comunidad diferente del resto, que no merecemos ni dignidad ni democracia ni imperio de la ley y que solo funcionamos cuando nos ofrecen la zanahoria. Y entiendo que es muy difícil asumir que tras soportar 42 años de dictadura la situación actual resulte tan catastrófica. Pero, en vez de autoflagelarse y hundirse en el lamento, a nivel psicológico es más sano preguntarse e investigar por qué no se produjo un desenlace más estable y armónico. Pero desde luego la causa no fue que nos levantamos contra la dictadura.