Las guerras que nunca debieron producirse: Afganistán, Irak y Libia

Noam Chomsky y Vijay Prashad reflexionan sobre la actuación de EEUU en «La retirada. Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de Estados Unidos» (Capitán Swing). 

Texto: David VALIENTE

 

La retirada. Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de Estados Unidos (Capitán Swing) es un libro que todo el mundo con cierto interés en lo que ocurre a nivel internacional debería leer. Se compone de un diálogo entre Noam Chomsky, de quien hacen falta pocas presentaciones, y Vijay Prashad, autor de dos libros traducidos al español, Las naciones oscuras. Una historia del tercer mundo y Las naciones pobres. Una posible historia global del sur, imprescindibles para comprender la delicada situación de los países en vías de desarrollo. En su plática, analizan la naturaleza del imperio americano e intentan hacernos comprender por qué la influencia de antaño se encuentra en una clara decadencia, sobre todo en la región del Próximo Oriente. Por otro lado, Vijay Prashad y Angela Davis, en el prólogo, homenajean al nonagenario Chomsky, mediante un repaso de su trayectoria en las trincheras académicas.

Noam Chomsky, curtido en mil batallas, coincide con Vijay Prashad en que EE.UU. actúa como un Estado mafioso o terrorista; este último adjetivo es empleado por los autores varias veces durante su diálogo. Un Estado así, obvia cualquier conato de negociación y se decanta por supeditar la justicia internacional a su propia fuerza bruta: “En cada una de estas guerras- Afganistán, Irak, Libia-, la posibilidad de alcanzar una solución negociada se mantuvo al margen del conflicto”. Así es. “De hecho, un par de semanas después de la invasión estadounidense, los talibanes ofrecieron una rendición completa, total, lo que significaba que Al Qaeda y Bin Laden habrían caído en manos de Estados Unidos”, excusa por la que se inició la invasión hace veintidós años. Por su parte, en 1990, Sadam Husein quiso abandonar Kuwait cuando comprendió que Washington no aprobaba su invasión sobre el país vecino; y no digamos ya “Muamar el Gadafi”, quien “estaba ansioso por aceptar el plan de paz diseñado por la Unión Africana”.

En todos los escenarios, Estados Unidos irrumpió de forma estridente e innecesaria, y apeló a la ‘excepcionalidad americana’ y ‘la guerra justa o humanitaria’; escribe Viajay Prashad: “Ninguna de estas guerras-Afganistán, Irak, Libia- dio como resultado la creación de un Gobierno pro estadounidense. En cambio, cada una de ellas generó un sufrimiento innecesario para la población civil”. Sin embargo, “la actitud del Padrino no es irracional. Se exhibe para proteger la propiedad, los privilegios y el poder de las élites dirigentes de Estados Unidos y sus aliados más cercanos en Europa, Japón y unos cuantos países más”.

Afganistán, el primer escenario del terror

En Afganistán, los estadounidenses pretendieron ganar a su antagonista soviético formando a unos cuantos fanáticos y enviándolos contra el Gobierno procomunista establecido en Kabul. Con Mohammad Najibulá murió  también una época marcada por el equilibrio de poder y la tensa calma. En Washington celebraron la hegemonía mundial recién estrenada, aunque olvidaron que toda arma, por muy diminuta que sea, cuenta con el retroceso y si no se sujetas con firmeza, esta puede golpear la cabeza del tirador. “Estados Unidos y sus aliados estaban creando un monstruo terrorista, resucitando el concepto de yihad como ‘guerra santa’, que había estado latente durante siglos en el mundo islámico”, recuerda Chomsky.

Según Noam Chomsky,  EE.UU. intervino en Afganistán, aún sin tener ningún interés en la región, simplemente por el puro hecho de mostrar su fuerza bruta y su capacidad de invadir un país lejano de su órbita cercana. Sin embargo, veinte años después, los americanos salieron de Kabul como lo hicieron en su momento de Saigón: deprisa y sin mirar atrás. Una decisión errónea como nos muestra Vijay Prashad: “Un informe militar estadounidense calculó que en Afganistán había metales preciosos por valor de un billón de dólares tirando bajo (…). Si Estados Unidos hubiera podido controlar Afganistán, podría haber impedido el pleno desarrollo de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, liderada por China, que se propone construir infraestructuras con toda Asia Central, incluido Afganistán (…). En tercer lugar, el acceso a bases militares en un Afganistán clientelar podría haber dado a Estados Unidos la oportunidad de hacer de las suyas tanto en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, en China, como en las provincias orientales de Irán”.

Irak, el segundo escenario del terror

Esta vez, las motivaciones eran mucho más claras: “En el ámbito internacional, Irak tiene la segunda mayor reserva de petróleo del mundo. La primera es la de Arabia Saudí: la segunda es Irak. Obviamente, Estados Unidos no va a renunciar al control de esta enorme fuente de poder y de riqueza”.

En 2003, Sadam Husein no había dado motivos para iniciar una invasión, aseguran ambos investigadores. Por ello, Estados Unidos no contó con el apoyo de aquellos países que Donald Rusmfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos, tuvo a bien llamar la ‘Vieja Europa’, estos son Alemania y Francia. La invasión requirió con urgencia de una casus belli. Así pues, Washington tiró de inventiva e intentó demostrar los vínculos existentes entre Sadam Husein y Al Qaeda. El relato como tal no cuajó. Por eso, se empezó a especular con la posibilidad de que el Gobierno iraquí tuviera un programa de enriquecimiento de uranio; aun así “la invasión de 2003 se llevó a cabo en contra de la inmensa mayoría de la opinión publica en todo el mundo”. Solo quedaba una carta a la que recurrir: ‘vamos a democratizar Irak’. Oficialmente, la presencia militar estadounidense se justifica así.

Libia, el tercer escenario del terror

En Libia, la iniciativa la tomó París. Durante las revueltas que se produjeron en Bengasi y alrededores, enmarcadas en la Primavera Árabe, la OTAN decidió intervenir en nombre del derecho internacional humanitario. Crearon una zona de exclusión aérea y mientras con sus bombas atacaban Libia, los rebeldes avanzaban contra las fuerzas de Gadafi, ya dispuesto a aceptar “la hoja de ruta de la Unión Africana para lograr la paz”. “La guerra de la OTAN fue una guerra espantosa que modificó el dial de la denominada Primavera Árabe, que pasó de la manifestación pacífica a la guerra civil y el ataque imperialista”, sostiene Chomsky. Si los libios vivían aterrados por el Gobierno de Gadafi, tras su inhumación, Libia se convirtió en un Estado fallido y con multitud de aspirantes tratando de restablecer el orden mediante la violencia armada.

“El caso de Libia no estaba previsto. No esperaban destruir Libia. El país dispone de petróleo crudo dulce; resulta muy accesible y está cerca de Europa”, asegura Chomsky. Sin embargo, el Viejo Continente no ha cambiado su estrategia desde el 45, los autores se hacen eco de esta circunstancia: “Ese ha sido un problema para Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En el continente europeo se han hecho esfuerzos para avanzar hacia una mayor independencia: lo intentó Charles Gaulle, y la Ostpolitik–  la rama de olivo que Alemania Occidental ofreció al Este- fue una tentativa que iba en esa misma dirección”. No obstante, nos olvidamos de las palabras de Machado (“caminante no hay camino, se hace camino al andar”) y “la clase dirigente europea siempre ha terminado optando, simplemente, por subordinarse a Estados Unidos y formar parte del sistema estadounidense”.