Daniel V. Villamediana: «Apenas hay novelas sobre cine que muestren el funcionamiento de la industria y su relación con los acontecimientos históricos»

Antes de resumirlo como novelista, a Daniel V. Villamediana hay que ampliarlo como crítico y cineasta, pero también como lector y pensador heterodoxo, aficionado a la cábala y al espiritismo. Todo eso debería ayudarnos a no dar nada por supuesto con respecto a él, porque cada obra suya en cualquier disciplina siempre parece un principio y un final. Sus películas son todas diferentes, aunque en conjunto sean más aventuras que narraciones, más procesos que productos. Como sus libros, entre los cuales no es aconsejable establecer dicotomías entre novelas y ensayos, convertidos unos y otros en experimentos para diluir las fronteras entre lo real y lo ficticio, entre la verdad y la fantasía, hasta que ya no resulta claro dónde comienza y acaba cada una. «Las siete vidas de Max Von Speigel» (publicada por el sello Random House) es su última obra.

Texto: Hilario J. Rodríguez

 

Daniel V. Villamediana ayudó a crear la mítica revista Letras de cine, en cuyas páginas buscó  filiaciones y herencias en la historia del cine que le fuesen propias. Quizás fuera y siga siendo eso lo que lo ha convertido en uno de los mejores colaboradores de La Vanguardia y Rockdelux, también puede que fuera eso lo que ha determinado hasta ahora su carrera como cineasta, lejos de marcas generacionales y con una de las filmografías más insólitas e interesantes de la historia del cine español. Y, por lo que parece, está a punto de conseguir, si no exactamente lo mismo, algo muy parecido en el terreno de la literatura, donde acaba de aparecer Las siete vidas de Max Von Speigel (publicada por el sello Random House).

 

¿Hasta qué punto la historia del cine forma parte, se mezcla, transforma y deforma al contacto con tu historia personal?

Algunos de mis primeros recuerdos son falsos y están relacionados con el cine. Bajo la casa donde nací en Valladolid, por ejemplo, había un enorme cine, el Vistarama, y durante años recordé haber visto allí películas que tiempo después descubrí que nunca habían existido.  Para mí, el cine no es solo un espectáculo, es también un lugar donde proyecto mi imaginación. Al convertirme en cinéfilo en la universidad, el cine dejó de ser solo un acto relacionado con la mirada y pasó a ser además un acto relacionado con la escritura. Comprender el cine, pensarlo, se convirtió en una forma de creación literaria y más tarde en un acto creativo en general. Primero imaginaba historias a partir de las películas y luego comencé a dirigir, que es el último estadio de las imágenes, cuando tú mismo las configuras y formas parte de ellas.

 

¿Hasta qué punto tu historia personal desemboca en la historia de España y la historia de España desemboca en los subterráneos de ambas historias?

En realidad, tengo formación como historiador, pero hasta que comencé a dirigir películas y escribir libros no comprendí lo mucho que me habían marcado esos estudios. Mis películas nacieron de la cultura española: El toro azul trataba sobre un torero sin toro, La vida sublime era un viaje por la geografía española en busca de un abuelo real e inventado, y Cábala Caníbal pretendía recuperar la memoria de los cabalistas españoles olvidados. Podría decirse que hice esas películas sin tener que enfrentarme a demasiadas dificultades. Tardé mucho, sin embargo, en encontrar mi camino para escribir novelas. Y creo que fue la Historia con mayúscula la que me salvó. En Las islas imposibles narré las aventuras de Colón y su intérprete, Luis de Torres, viajando por mundos fantásticos. Aun así, tuve que documentarme, pero descubrí que documentarse, buscar en las fuentes, leer lo que mis personajes habían leído, sacar a la luz a gente olvidada, me permitió hallar mi camino literario. La Historia es para mí la fuente de la que surgen todas las historias, el cimiento a partir del cual puedo imaginar. He tenido que inventarme mi propia historia, mi propia estirpe de antepasados: cabalistas como Moshé de León, pintores como Goya, poetas como San Juan de la Cruz o Eduardo Cirlot, pensadores como Julio Caro Baroja, cineastas como Val del Omar, y muchos otros, esos son mis verdaderos antepasados.

 

En tu obra como crítico, escritor y cineasta veo dos figuras que me interesan mucho, la del médium y la del alquimista. Si te sientes cómodo con ambas, ¿de qué manera actúan cada una por separado y las dos al mismo tiempo en tus diferentes intereses, en tu propia vida?

Como cuento en mi ensayo La belleza de lo oculto, mi adolescencia estuvo marcada por las sesiones de espiritismo que hacíamos en el colegio, porque en ellas llevaba a cabo mi propia puesta en escena e invocaba a los espíritus (más bien imaginarios) para que nos contaran sus historias. El médium es una figura que me interesa a nivel histórico, una supervivencia de una creencia arcaica que consiste en poder invocar a los muertos, que reapareció en la Inglaterra victoriana. Gracias al espiritismo, se creó un espacio de libertad y de poder, incluso para algunas mujeres. También me interesa el médium como figura simbólica: alguien que vive en otros dos mundos, el de los muertos y el de los vivos. Lo veo como un visionario que puede traer historias e imágenes de un mundo superior, donde los muertos tienen voz. El alquimista es una figura que conecta con el médium porque cree en lo invisible y lo ve, pero en su caso trabaja con materia: combina metales y sales, en busca de la fusión de elementos contrapuestos y de correspondencias inéditas. Es un montador que quiere encontrar una verdad, una piedra filosofal que le permita comprender el mundo. Esa idea de estar en un laboratorio fundiendo, disolviendo, combinando materias, no es muy distinta de la sala de un creador que trabaja con materiales que ha ido encontrado por el camino, observando la realidad, excavando, investigando, y que intenta darles una forma única.

 

Pongamos Cábala caníbal como centro de tu obra cinematográfica y Las islas imposibles como centro de tu obra literaria, ¿dónde convergen, se amplían, se rechazan y cada cual sigue su camino?

Cábala Caníbal es mi última película y Las islas imposibles mi primera novela; son fin y comienzo de nueva etapa.  Ambas están marcadas por la investigación histórica. Cábala Caníbal es un ensayo fílmico, la película que siempre soñé hacer y quizá la única donde creo haber aportado algo personal. Quería escribir con imágenes, hacer un trabajo alquímico con toda clase de materiales robados. Necesitaba también hablar de mi miedo a perder la memoria y cómo el cine venía en mi rescate. Al mismo tiempo, pretendía recuperar la memoria de los heterodoxos españoles mediante una forma singular: la doble pantalla. Ideé un laberinto de imágenes, siendo cada una de ellas una puerta a un nuevo lugar y tiempo. Con Las islas imposibles escribí sobre el viaje que Colón creía que iba a realizar, basándome en sus propios diarios y cartas. Un mundo poblado por hombres con cabeza de perro, sirenas, playas con arena de oro, y toda clase de maravillas. Imaginé un viaje imposible que para él era posible. De hecho, este es un tema recurrente en mi obra: la búsqueda de algo imposible por parte de mis personajes, para así unir lo fantástico y lo histórico. También tengo pendiente de publicar una novela sobre un perro parlante en tiempos de Felipe II. Se titula Perro Rey y trata sobre sus idas y venidas entre lo imaginado y lo real.

 

Como cineasta, comenzaste haciendo cine de bajo presupuesto pero arraigado a lo real (El toro azul y La vida sublime, rodadas en escenarios naturales), para a continuación convertirte en archivista y manipulador de imágenes delante de una pantalla (Cábala caníbal). Como escritor, comenzaste como crítico, racionalizando imágenes, luego transformaste la Conquista de América en una fantasmagoría (Las islas imposibles) y tu propia vida en una búsqueda de la magia y lo esotérico (La belleza de lo oculto), y ahora (con Las siete vidas de Max von Spiegel) transformas el cine en un puente entre la realidad y la ficción (Fritz Lang y Max von Spiegel) y entre Europa y América (entre la UFA y Hollywood), con una parada intermedia en la España franquista. ¿Qué diferencia, en tu opinión, el cine europeo del hollywoodiense? 

En la época en la que transcurre la novela, entre 1918 y 1946, es cuando nace y se desarrolla el lenguaje cinematográfico tal y como lo conocemos hoy en día. Antes de que eso sucediese, existían tradiciones nacionales propias, como las vanguardias francesas o el expresionismo alemán. Durante los años veinte, en los estudios de la UFA en Berlín trabajaron el protagonista de Las siete vidas de Max Von Speigel y Fritz Lang, que competían e incluso superaban a los cineastas de Hollywood. Fue una época extraordinaria que trato de reflejar en la novela, tras haber realizado un profundo trabajo de investigación. En ella, Lang realizó obras maestras absolutas, como Metropolis (1928), y otras películas menos reputadas pero que a mí me interesan más, como M, el vampiro de Dusseldorf (1931) o las dedicadas al doctor Mabuse. Aquel tiempo de esplendor acabó en 1933, con el alzamiento nazi y el exilio de grandes artistas alemanes, como Billy Wilder o Fritz Lang, y grandes actores, como Peter Lorre y Marlene Dietrich. Todos viajaron a América y transformaron el país. De hecho, el cine estadounidense nunca habría sido el mismo sin ese exilio. Por eso quise que el personaje principal de mi última novela hiciera ese mismo viaje, con una parada previa en España. Al igual que muchos técnicos del cine de origen judío, él también se va a trabajar a Barcelona y, cuando estalla la Guerra Civil, se ve obligado a hacer documentales para el banco nacional, como le sucedió en la realidad a Heinrich Gärtner (conocido en España como Enrique Guerner, el director de fotografía de Marcelino Pan y vino o El cebo). Hubo asimismo un exilio de escritores, como Thomas Mann o Bertolt Brecht. Todos esos exiliados llevaron mitos y leyendas europeas a Estados Unidos y en concreto a Hollywood, donde ayudaron a renovar el cine fantástico. De hecho, en mi novela Fritz Lang y Max von Spiegel son los faustos del cine, artistas que venden su alma para triunfar.  Sobre cuál fue la diferencia entre Europa y Norteamérica a nivel artístico y de pensamiento, te diría que fue el montaje, una técnica revolucionaria que creó una nueva forma de conocimiento.

 

¿Qué diferencia tu último libro de todo lo que habías hecho hasta ahora?

Las siete vidas de Max von Spiegel, para mí supone un paso hacia delante, no solo por ser publicado en un sello grande, como Penguin Random House, sino porque he encontrado mi propio camino para escribir ficción histórica mediante una narración ágil y cinematográfica, al tiempo que trato de aportar un cierto conocimiento sobre una época, el siglo XX, pero desde el prisma del cine. Creo que el cine no se puede entender sin la historia del siglo XX y la historia del siglo XX tampoco se puede entender sin el cine. Otra de mis motivaciones para escribir este libro fue constatar que apenas hay novelas sobre cine que muestren el funcionamiento de la industria y su relación con los acontecimientos históricos. También quería hacer una novela de aventuras protagonizada por un pícaro, típico de la literatura española, un superviviente que, como muchos otros, debe cambiar de identidad para sobrevivir los horrores de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y el franquismo. Max es como el propio cine: cambia de papel cada vez que necesita cambiar de vida/película.

 

¿Es el funcionamiento del cine un buen mecanismo para explorar el funcionamiento de la fantasía de la mente humana? 

Creo que la novela es superior en ese sentido, porque apela a las imágenes pero no las fija, como sí hace el cine. Por eso la literatura es el arte que mejor trabaja la fantasía: porque obliga a nuestra mente a imaginar. Se crea un montaje entre lo que leemos, nuestro propio archivo de imágenes y lo que imaginamos.

 

¿Se puede entender tu novela como una especie de historia alternativa del cine, una historia alternativa del siglo XX, una historia alternativa de Europa, América y España?

En cada novela que escribo exploro una realidad alternativa. Abro una cuña en la Historia, introduzco a mis personajes y les hago interactuar con personajes reales, de tal forma que terminan cambiando sus vidas y, por lo tanto, la propia Historia. En el caso de Las siete vidas de Max von Spiegel, el personaje cambia la vida de Fritz Lang, su gran enemigo. Son una especie de eternos duelistas, y Max derrotará a Lang haciendo una película sobre él, cosa inédita hasta ese momento en Hollywood. Realiza un cine más autorreferencial: un juego de espejos entre realidad y ficción. Su historia, que es ficticia, permite pensar de otra forma el pasado, experimentar con él. Para mí la Historia no es algo cerrado, sino que tiene muchas caras y reflejos. Yo lo que hago es buscar uno de ellos y darle luz. La Historia en la ficción es un camino para la imaginación y la reflexión, una forma inédita de explorar una época desde el presente.