Victoria González Torralba: “Leer es la única forma de salir de ti mismo”

En “Buenos tiempos” (Siruela), nos lleva a un pueblo de la costa donde la aparente placidez del lugar está carcomida de secretos, mentiras y deudas pendientes.

Texto: Antonio ITURBE  Foto: Diego CABRERIZO

 

Victoria ha pasado por los fogones del menú del día del periodismo antes de dar el salto a la cocina de fusión de la literatura. Ella es más de escuchar que de hablar, de observar que de ser observada. Su naturaleza es pausada pero la genética la lleva irremediablemente hacia los precipicios del género negro. Tras escribir una secuela de las aventuras del gran Inspector Méndez creado por el inolvidable Francisco González Ledesma, ha encontrado su propio camino en Buenos tiempos, una novela con pueblo de veraneo, tesoro escondido, casa abandonada repleta de misterios y una muchacha que está pasando de la adolescencia a la edad adulta a toda mecha. Laura encuentra trabajo en la taberna del pueblo y su jefe, Juan Sil, es un tipo esquinado y violento, pero que la trata bien, aunque vayamos descubriendo que sus motivos no son exactamente altruistas. Álex Lobo es otro que aparentemente quiere protegerla, tan poco fiable como Sil, pero con pistola. Durante años Laura creyó que su padre las había abandonado a su madre y a ella, pero en ese pueblo donde parece que nunca pasa nada, en cuanto levantas una baldosa aparece un secreto y tres mentiras. A medio camino entre la novela de aventuras, de intriga y de iniciación, Victoria González nos sirve este relato con un tempo tranquilo, como una lectura de vacaciones de las antes.

Hay intrigas, secretos, aventura, casa abandonada enigmática, tesoros escondidos, rito de paso de la adolescencia a la edad adulta. ¿Es una novela para esa edad eterna del joven lector que todos fuimos?

Creo que sí. Durante el proceso de escritura me recriminé con frecuencia el tono juvenil de la novela, pero llegó un momento en que dejé de censurarlo, de ponerme etiquetas. Ahora pienso que despertar esas sensaciones que todos los lectores experimentamos de adolescentes es uno de sus atractivos.

¿Qué hizo que se te impusiera contar esta historia?

Apuesto a que existieron muchos resortes de los que no fui consciente, pero lo que sí sé es que Juan Sil fue el primer personaje que apareció en mi mente. Recuerdo perfectamente el lugar y el momento en que me asaltó. Fue mucho antes de escribir Llámame Méndez, mi anterior novela. Cuando lo rescaté de mi memoria, le busqué un paisaje apropiado y allí estaba Laura, que le robó el papel de protagonista.

¿Por qué nunca nos dices el nombre del pueblo?

Porque no lo considero relevante. Me inspiré en San Salvador, las playas de El Vendrell, en Tarragona, porque es un lugar que conozco muy bien, pero jamás he tenido la intención de hacer un retrato del lugar. Al contrario, prefiero que el lector pueda identificar el escenario de mi novela con cualquier pueblo de la costa mediterránea en la década de los 70.

Juan Sil o Lobo son peligrosos, pero seductores. ¿Nos seduce lo que nos inquieta?

Las sombras siempre nos llaman más la atención que la luz. Lo que vemos lo damos por supuesto y nuestra naturaleza es fijarnos en lo que no acabamos de percibir, eso se puede aplicar a las personas y a los personajes.

Aquí las intrigas se van desplegando como un origami y los sucesos más terribles están contados con una capa de suavidad que protege al lector. ¿Huiste deliberadamente de la truculencia?

No me interesa mucho el morbo, ni como lectora ni como escritora. Creo que es más atractivo centrarse en el personaje. El pasado, los sucesos que cada uno de ellos ha vivido, debe servir para explicarlos, no para ahogarlos.

Todos los protagonistas son rebeldes a su manera. Prefieren su justicia a la ley. ¿Dentro de un rebelde hubo un obediente?

Por supuesto. La rebeldía siempre nace en el marco de una disciplina, de una obediencia. En el interior del que nunca ha tenido que acatar unas normas no puede brotar ese deseo de romper, la fuerza para salirse de la fila.

Aparecen también los libros de la mano de ese Antonio que aparece cuando Laura está más desorientada. ¿Qué significan en esta historia?

Buenos tiempos es una novela negra, pero también es una novela de aventuras y de iniciación. Todos los personajes que pululan por sus páginas buscan algo. Laura, la joven protagonista, es la que menos interés tiene en sacar provecho de esa búsqueda y, sin embargo, es la que hallará el mejor tesoro. Los libros tienen mucho que ver con ese descubrimiento.

¿La trama se te apareció completa en la cabeza o la fuiste descubriendo al paso de las páginas?

Mi sueño es empezar a escribir una novela sabiendo lo que va a pasar, me angustiaría menos, pero para bien o para mal, no funciono así. Por supuesto, tengo una línea básica sobre la que voy trabajando, pero a partir de cierto punto no tengo ni idea de lo que va a ocurrir. En este caso, no sabía ni el final. Por fortuna, poco a poco la historia y los personajes se van acomodando. Nos acompañamos mutuamente.

Diría que tu estilo no es el del thriller de ritmo rápido, sino pausado, sin soltar el hilo pero sin correr. Al leerlo me acordé de otro autor de Siruela, el muy añorado Domingo Villar…

Ostras, ese es un halago enorme. Domingo Villar era excelente, en todos los sentidos. Me dan ganas de dar saltitos, porque también me lo dijo hace unos días una lectora. Para mí eso es un chute de energía brutal.

Por tu casa merodeaba el Inspector Méndez. ¿Crees que le habrían caído bien Lobo y Sil?

Méndez era hombre de pocos amigos. Creo que Lobo le hubiera parecido un chulito, pero también pienso que este habría sabido camelárselo. Con Sil creo que la cosa hubiera funcionado peor, se hubieran contemplado con mucho recelo. Pero da igual, Méndez hubiera muerto intoxicado por la brisa marina.

 ¿De qué te alimentas? ¿Qué cosas te hacen soñar?

Hay dos cosas que siempre funcionan: leer y hacer cosas. Leer es la única forma -drogas aparte- de salir de ti mismo, lo que lo convierte en un antídoto estupendo contra cualquier inquietud. Mantenerse activo te ayuda a despejar la mente. Juntando las dos cosas, a veces, solo a veces, surge una buena idea.