Tras el rastro de la Movida madrileña

Los periodistas y críticos de música Jesús Ordovás y Patricia Godes publican la guía histórica sobre el Madrid de la Movida

Texto: David VALIENTE  Foto: Domingo J. CASAS  

 

Como en la canción Wind of Change del grupo de hard rock Scorpion, la Transición española fue el viento de cambio que terminó con 40 años de dictadura. Tantos años de insensatas prohibiciones pasan factura. Pero también permiten a una generación creciente disfrutar con mayor intensidad de cosas que sus padres y abuelos tenían vedadas. La democracia representativa creó franjas de libertad pertinentes para unos veinteañeros que habían vivido una etapa laxa del Régimen, y por lo tanto habían experimentado más “desorden” que las generaciones anteriores. La Ley de vagos y maleantes (derogada en 1970) o la Ley de peligrosidad social se convirtieron en papel mojado, y grupos de rebeldes sin causa calmaban sus ansias en las mieles de la recién estrenada libertad; ya no les podían prohibir andar por la Gran Vía hasta las tantas de la noche exhibiendo sus chupas de cuero y sus crestas de gallo, bebidos, si la situación lo requería, y ningún guardia de verde les podía echar la mano al hombro para llevarlos al calabozo.

De hecho, los amantes seguían vestidos a la clásica con chaqué de lino y guantes incluidos, pero dejaron de cantar debajo de los balcones de sus Julietas para subirse a los escenarios y cantar también a los Romeos. La vida en pecado se convirtió en un mantra y no existía exorcismo capaz de quemar los poemas irónicos que avalaban a los jóvenes asilvestrados, en esos momentos el mejor enemigo de cada uno era la propia satisfacción de los intentos.

Las tertulias vecinales no cesaron, todavía se formaban los corrillos de infelices que transmitían chismes, tres cuartos inventados, sobre el hijo del vecino del cuarto, pero al menos este podía responder guiñándoles el ojo al bajar por las escaleras mientras pensaba para sus adentros: “cotorros y cotorras no sabéis lo que os perdéis. ¡Qué digan misa!”

La libertad les permitió entender que la vida no se parece en nada a un valle de lágrimas y que tanto la felicidad como la penitencia solo se ganan o se sufren en las esquinas de algún cutre garito, con amigos de toda la vida, dando rienda suelta a la vena artística que todos llevamos dentro de nosotros, sin darle importancia al mañana. Total; ¿quién desea vivir en una sociedad que engendra esclavos que luchan hasta morir? El inconformismo artístico les empujaba a rechazar las cosas que sus padres aceptaron a regañadientes, por eso absorbían todas las tendencias culturales sin olvidar la esencia del país.

No obstante, mientras los roqueros meneaban su larga y rizada melena, poco importaba que con el paso de los años las flores de mayo se marchitasen e indefectiblemente las patas de gallo hicieran lo dictado en su naturaleza. Eso sí, pronto se dieron cuenta de que no fueron héroes, pero no tuvieron miedo a la hora de desafiar al amor. Vivieron como proscritos y algunos muriendo como apestados, pero nos legaron algo más que un baile de malditos o la llana captura de un tigre bengalí; marcaron culturalmente y socialmente el pistoletazo de salida de una nueva época; esos jóvenes con rostros y nombres diferentes conformaron la Movida madrileña, uno de los periodos artísticos más esplendorosos de la historia reciente de nuestro país.

La editorial Anaya Touring ha publicado una guía histórica sobre el Madrid de la Movida articulada por los escritores, periodistas y críticos de música Jesús Ordovás y Patricia Godes. Ellos vivieron la Movida con intensidad; por lo tanto mejores Cicerones no vamos a encontrar para conocer la ciudad que no parecía dormir. La guía se compone de 250 fotografías, entrevistas a personajes que vivieron esos años con intensidad, planos y dos rutas escritas por Alaska y Almodóvar, una gran ayuda para el viandante curioso que quiera conocer un poco más de este paraíso terrenal.

¿Qué fue la Movida madrileña?

Nunca es sencillo definir en un par de frases un movimiento cultural; podemos caracterizarlo, destacar sus puntos fuertes o vulnerables, conocer sus obras y al dedillo la efeméride de sus autores, pero definirlo es otra historia y la Movida madrileña no iba a incluirse en ella. Aun así, Jesús Ordovás nos da algunas pistas: “Hay quien dice que fue un contubernio socialista”. Muchos representantes de la Movida defendieron los ideales del socialismo- algunos incluso coquetearon con el comunismo-, la música era una aliada más en la lucha contra las desigualdades y la defensa de los desfavorecidos, además los músicos españoles conocían las canciones de Bob Dylan y Phil Ochs, dos autores con un estilo muy personal que compusieron canciones antibelicista, criticando la guerra de Vietnam que segó la vida de multitud de familias.

En cambio, para otros la Movida “fue un invento de cuatro periodistas”, entre los que se encontraba el escritor Francisco Umbral, el primero en referirse en sus artículos de El País a ese barullo de personas con rostros maquillados y guitarras al hombro como “Movida”. Los más simplistas solo veían a un grupo de jóvenes borrachos y drogados pasándoselo bien en los garitos de moda, y sin duda algo de verdad habría como nos atestigua Jesús: “Si escuchamos el mayor éxito que tuvieron Alaska y los Pegamoides-`Bailando, me paso el día bailando´-tendríamos un buen resumen de lo que fue aquella movida: diversión y descaro a espuertas”.

“La conexión era la música”, comenta Patricia al inicio de la entrevista. Hay un cuadro pintado por Guillermo Pérez Villalta que representa a los integrantes de Kaka Delux y Radio Futura a la salida de un concierto. Como si de ese cuadro se tratase, pintores, diseñadores, artistas plásticos se daban cita en los garitos para beber, fumar e intercambiar ideas. El músico inspiraba al pintor que creaba un cuadro con los colores precisos que cualquier diseñador de moda necesitaba para diseñar una prenda extravagante que finalmente algún cantante del momento, por qué no alguien llamado Tino, la lucía en su espectáculo. “Era habitual que la música de la Movida amenizara los desfiles de moda. Recuerdo que Los Nikis pusieron música a un desfile de Agatha Ruiz de la Prada, que no pega ni con cola”, dice entre risas Patricia. Era como la pescadilla que se mordía la cola, todo era aprovechable, hasta los berridos de una garganta afónica podían servir en los arreglos de las canciones.

Simiente del Movimiento

La dictadura coartó muchas expresiones artísticas nacionales por considerarlas deplorables para la moral o un atentado contra el Régimen. Es verdad que se consideraban facinerosos a todas las personas capaces de exigir libertades, pero no lo eran menos aquellos que expresaban sus sueños, contrapuestos a los del gobierno franquista, guitarra en mano y cara a un público cada vez más convencido de que su situación tenía que cambiar.

Las expresiones nacionales estaban sometidas a la censura que, con el paso de los años y la apertura al exterior, se fue relajando, aunque se experimentó un delicado contraste gracias a la prensa extranjera, introducida en España por la Asociación de Libreros. Las revistas europeas- las americanas circulaban menos- revelaban a los jóvenes de los años 70 las tendencias culturales que se desarrollaban fuera de las fronteras nacionales: “Podías encontrar las revistas en los grandes quioscos de Cibeles y la Gran Vía; los que vivían en Barcelona podían adquirirlas en las Ramblas y los valencianos en la Plaza del Ayuntamiento”, recuerda Patricia. Pero poco a poco afloraron una serie de revistas musicales de origen español como la Revista Pop o Mundo Joven, muchas de ellas que iniciaron su andada con una temática general, transformaron su editorial para satisfacer a unos consumidores ávidos de rock y punk.

Otra alternativa era la radio, pues “las ondas son imposibles de censurar y nuestras radios percibían tanto la onda media como la larga, así escuchábamos las emisoras de otros países como Radio Argel, Radio París” En definitiva: “Quien tenía interés en conocer lo que se cocía en los calderos culturales del extranjero, podía enterarse hasta del underground”.

Muere el dictador y llega la democracia representativa, y con el cambio mucha gente aprovechó aquella oportunidad única y esperanzadora para salir a la calle y cantar “El futuro ya está aquí, como hicieron Radio Futura”, nos comenta Jesús. La vida cultural desbordó los márgenes sociales, nuevos bares se abrían a un público renovado con infinidad de ideas en la cabeza llevabas a cabo en estudios de grabación, cabinas de radio, despachos de redacción y editoriales, y hacían todo esto “sin miedo a ser detenidos o ir a la cárcel. Esa fue la gran diferencia entre el pasado y lo que ya era el futuro”, concreta Jesús.

Y como no podía ser de otra manera, las influencias extranjeras dieron paso a una música con identidad y carácter propio que rompiera con lo anterior, sin dar del todo la espalda a sus mentores, esos artistas maduros que con su música habían inspirado para meterse en una sala de grabación y crear sus primeras maquetas con el poco dinero que podían conseguir.

Esto no era sinónimo de éxito asegurado, antes de llegar a los estudios, había que demostrar la propia valía: que eras capaz de encandilar al público como lo hacían los Sex Pistols en Londres. “De los cientos de grupos y artistas que en los años 80 actuaron en Rock-Ola, El Sol, Caracol, Carolina, la Aurora, King Creole, El Teatro Martín, el Alfil, La Coquette, Alcalá 20, Café del Mercado, Elígeme y otros muchos bares, discotecas y salas muy pocos consiguieron grabar discos y tener éxito”, se lamenta Jesús. Pero eso no significaba que no formaran “parte de la movida musical que animó Madrid a lo largo de la década”, ni mucho menos que sus vidas no llegaran a ser tan excitantes como los que sí alcanzaban el éxito.

Nadie se acuerda de Prosperidad y el Rastro

A las personas que no vivieron los años de la Movida madrileña cuando les hablan de Alaska, Almodóvar, Kaka Delux, Nacha Pop, Mecano y otros muchos músicos y grupos del momento, les vienen a la cabeza como escenario posible las salas de Malasaña o de Gran Vía. Sin embargo, en la práctica Gran Vía era- y es- un lugar de comercio, y Malasaña no empezó a tener importancia musical hasta el año 83. Si el tema es la Movida, los barrios donde se gestó este fenómeno fueron Prosperidad y el Rastro: “En el barrio de Prosperidad está el origen de la Movida madrileña- insiste Patricia-, en el Ateneo Libertario del barrio las bandas empiezan a ensayar sus temas”. Lo que antes fue un cuartel de falange, en la Transición, y con el tácito consentimiento de los vecinos, se convierte en el punto de reunión de inquietos muchachos; además “el edificio creó mucha solidaridad vecinal ya que en varias ocasiones fue atacado por nazis, pero sobre todo las fuerzas se unían cuando algún alcalde quería desalojarlo, entonces la gente llegaba a encadenarse alrededor del edificio”, destaca la autora de la guía.

En “Prospe” los jóvenes también iban a grabar sus maquetas: “Un recién licenciado Jesús Gómez abrió un pequeño y acogedor estudio de grabación en el barrio. Los grupos acudían en masa a él porque les fiaba las grabaciones. Apostó por esa gente joven y por un negocio que diera ganancias a largo plazo”, rememora Patricia con nostalgia.

En cambio, se acudía al Rastro a intercambiar fanzines, tebeos, a comprar ropa de segunda mano importada desde Londres o piezas sueltas para hacer prendas de vestir llamativas y abigarradas, y ya de paso hablaban e intercambiaban ideas; conocían a gente con inquietudes similares: “Los Kaka Delux se conocieron en el Rastro”, añade.

No todo fue buen rollo

La Movida madrileña no estuvo exenta de amarguras. Lo que sobrio parece una broma con una copa de más puede significar el tirón de una barba o un guante lanzado a los pies de una persona, provocando serios altercados que finalicen con la muerte de alguno. “Se producía un tipo de disputas que se promocionaba en los escenarios; las bandas, entre ellas, se dedicaban un par de canciones irónicas, es más, muchas veces eran un juego de puro marketing para promocionar a un determinado grupo”. Las tribus urbanas cogían el testigo de sus bandas de cabecera y se enfrentaban en las calles de la ciudad: “Por lo general nada serio, había mucho humo generado desde arriba, es cierto que habían tiranteces entre poppis y heavys, pero cuando hablabas con ellos te dabas cuenta que no había ningún problema, incluso los heavys admitían que les gustaba Radio Futura”, recuerda Patricia.

Sin embargo, sí hubo un altercado que pasó a mayores. Tuvo lugar la noche del domingo 10 de marzo de 1985 a la salida de la mítica Sala Rock-Ola entre las tribus urbanas de los mods y los rockers, y se saldó con la muerte de Demetrio Jesús Lefler, un rocker, que recibió tres puñaladas y un golpe en la cabeza, después de que él mismo sacara la navaja y esta se le fuera arrebatada por un mod que le propinó también dos puñetazos. “Era un chico chulo, provocador y posiblemente se había ganado la enemistad por su actitud. Aun así, no deja de ser un drama sin excusas ni explicación”, se lamenta Patricia.

Pero los momentos trágicos no siempre fueron peleas entre bandas. Un suceso rocambolesco se produjo en un concierto celebrado en el Rocódromo (Casa de Campo), un evento muy mal organizado que terminó con los servicios sanitarios buscando el dedo amputado de un joven. Patricia nos proporciona algunos datos: “Una valla de metal de unos dos metros de altura separaba el foso- donde se situaba la prensa- y el escenario de la zona del público. La gente ansiosa por ver a los grupos, se pegaban al metal e intentaban treparlo; los de seguridad emplearon sus porras para tranquilizar a la multitud. Resulta que uno de los porrazos impactó contra la mano de un muchacho y la valla le sesgó el dedo. Yo no lo presencié, pero una amiga me contó como la Cruz Roja tuvo que buscar el dedo en el barro”.

Drogas, muchas drogas

No solo se importó la música, también la forma de entender la vida, y en esos momentos de libertad recién adquirida, se buscaba experimentar de todas las formas posibles, no vaya a romperse el hechizo y se tenga que regresar a casa a las 12:00 como la Cenicienta. Las drogas recorrían las venas de los trasnochadores y era inevitable prohibirla pues formaban parte del estilo de vida de los artistas y por ende a la de los seguidores que los idolatraban como a dioses olímpicos. Jesús Ordovás nos cuenta qué tipo de droga consumía cada tribu urbana, por ejemplo: “Quienes hacían rock psiquedélico consumían marihuana y LSD, los mods anfetaminas, los rockers gasolina, heroína y cocaína. Y los gallegos de Siniestro Total cerveza, bocadillos de calamares y pinchos de tortilla. Unas cosas matan más rápido que otras. Y así ocurrió”.

Asimismo, los drogadictos se convirtieron en personas incomprendidas por la sociedad, con una profundidad sentimental solo recordada en los poemas de Byron, sumidos en un mundo moderno de radares y transistores, sufridores natos que encontraban en los opiáceos una forma de evadirse de su atribulada realidad; por eso “al drogadicto no se le veía como a un delincuente, sino como a un romántico víctima de la sociedad”, aclara Patricia. No obstante, las drogas destrozaron la vida de muchas familias, algunos morían jóvenes como el bajista de los Sex Pistols con alguna jeringuilla clavada en su brazo, pero otros se adentraban en una vorágine de autodestrucción que les exigía, para mantener el tipo por las noches, recurrir al hurto para pagarse las dosis.

¿La Movida madrileña terminó a mediados de los 80?

La Movida terminó (todas las fiestas lo hacen) no sin antes dejar una huella perenne en la juventud que un día tuvo 20 años, un sustrato básico de rebeldía, inconformismo y creatividad que se transmitió a las siguientes generaciones musicales. Jesús Ordovás lo explica de la siguiente manera: “La Movida hizo suyas todas las revoluciones pasadas y futuras-el rock & roll, el punk, el country, el rockabilly, el tecno pop, la música disco, el cha cha, chá, los pasodobles, el flamenco, el rock psicodélico, el ská, el reggae, etc, porque todo estaba permitido. Y por supuesto, el rap- precursor del trap-fue bien recibido en el Diario Pop de Radio 3, el programa de Radio Nacional de España, que desde un principio-1979-apoyó la movida pop-rockera madrileña y de todo el país”. Pero, Patricia hace un pequeño matiz importante: “El rock y el pop actual imita a sus antecesores de la Movida, eso sí, les falta la creatividad, la ironía, la enjundia, la cultura y las ganas de provocar que tuvieron los grupos de los 80”.

Pero no fue únicamente en el ámbito musical donde podemos encontrar retazos inconexos de esa Movida que encumbró a tantos jóvenes. “La homosexualidad- dice Patricia- formaba parte del ambiente de la Movida”. Empero, fuera de ese grupo de jóvenes maquillados y trasnochadores, las relaciones entre personas del mismo sexo no recibían el beneplácito social: “La Ley de peligrosidad Social no se derogó hasta 1995”, se queja Patricia Godoes. Con la llegada de la democracia, las leyes se hicieron más permisivas, se eliminó el delito de homosexualidad, pero pervivió el delito de escándalo público aplicado al colectivo gay. La Movida madrileña contribuyó a que el proceso, aunque lento, llegara a buen puerto, porque dentro de un marco específico de música, cervezas y amigos, los jóvenes que amaban a otras personas de su mismo sexo podían expresarlo en libertad, sin el temor de ser señalados. Esto dio paso a que futuras generaciones normalizaran el que dos personas con barba fueran cogidas de la mano por la vía pública. Se ganaron las batallas sociales y, por ende, las murallas de lo político y legal se derrumbaron por su propio peso.