Robert Louis Stevenson a la búsqueda de su tesoro

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Si hay un clásico ideal para el verano ese es el escritor escocés Robert Louis Stevenson, autor de «La isla del tesoro». 

 

Texto: Antonio ITURBE Ilustración: Alfonso ZAPICO

 

Braemar (Aberdeen).  Agosto de 1881

 

Stevenson y su esposa Fanny han decidido que sería bueno para la frágil salud pulmonar de él pasar el mes de agosto en un lugar bien aireado de las tierras altas de Escocia y han alquilado una pequeña casa de piedra en un pueblo cerca de Aberdeen a 300 metros de altitud. La casa de piedra tiene un jardín modesto pero agradable y una habitación comunicada con la de matrimonio para su hijastro Samuel, de doce años.

Iban a ser unos días de alegres paseos por los cerros cercanos, con visita al castillo de la localidad y ocasión de hacer ejercicio de manera estimulante, pero ese verano resulta inesperadamente gélido y lluvioso y Stevenson coge uno de sus habituales catarros, que hacen que deba guardar cama la mayor parte del día.

El pequeño Samuel, metido en casa todo el día, se aburre. Su madre le ha comprado unas acuarelas y un lápiz para que se entretenga porque le agrada pintar, especialmente caricaturas, pero al cabo de un par de días, se ha cansado ya. A Stevenson le desagrada verlo con ojos tristones mirar por la ventana sin nada que hacer. Está tan acostumbrado a su mala salud, que en medio de los achaques nunca pierde el buen humor. Le dice a Samuel que traiga una hoja de papel y un lápiz mientras se incorpora apoyando la espalda en el cabezal. El muchacho se sienta a los pies de la cama y ve cómo sus manos huesudas  trazan un contorno. Como abre mucho los ojos con cara interrogativa, Stevenson se para a pensar un momento. Y algo se le ilumina por dentro. Cuando su padre y su abuelo, ingenieros en la construcción de faros, lo llevaban con ellos a islotes desiertos donde se asentaban las luces marítimas, él entretenía las horas imaginando que bajo aquellas piedras solitarias podía esconderse algún tesoro olvidado por piratas.

-Es el mapa de una isla.

-¿Un isla? ¿Y qué isla?

-No es una isla cualquiera. Este es un mapa de piratas y esta isla tiene un secreto.

-¿Qué secreto?

Pide a Samuel que retire de la mesita de noche la tisana de hierbas que toma para los accesos de tos y apoya allí el mapa. Solicita que le acerque el pincel con un poco de pintura roja y traza tres cruces ante los ojos asombrados del niño.

-En algún lugar de esta isla se esconde un tesoro.

Entre los dos, perfilan y colorean algunos árboles y pequeñas montañas, también un barco sobre las aguas. Mientras el chico colorea, él bautiza la isla en una esquina de la hoja como “Isla del esqueleto”.

Al día siguiente, Stevenson llama a Samuel a su cuarto y le pide que traiga el mapa. El chico ve que su padrastro tiene unas cuartillas en la mano.

-¿Quieres saber a quién pertenecía el mapa de la isla?

Fanny se suma a la audiencia. Desde ese día, con la intención de distraer al muchacho en ese verano gélido y desangelado, Stevenson va esbozando cada tarde un capítulo de su historia, que arranca en una posada con un marino atemorizado sin que se sepa todavía el motivo, y que va leyendo en voz alta al día siguiente para diversión de la familia. Añadir detalles o aportar sugerencias, se convierte en un entretenimiento que ilumina esos días grises. Stevenson va añadiendo nuevos detalles al mapa, se inspira en un conocido escritor que perdió una pierna por una tuberculosis en el hueso de la rodilla para su pirata de la pata coja y se le ocurre colocarle sobre el hombro un loro.

Cuando regresan a Londres en septiembre, en una calesa, el cochero alza las cejas con perplejidad  escandalizado cuando escucha a sus pasajeros canturrear una lúgubre cancioncilla: “quince hombres sobre el cofre del muerto… ron, ron, ron… la botella de ron”. En ese coche de caballos viaja el mapa y la mayor parte del manuscrito de La Isla del Tesoro.

 

El oro del encanto

Para Robert Louis Stevenson el tesoro en la isla de la literatura es el encanto. El propio Stevenson, en sus ensayos, explicaba que la característica fundamental del escritor es la capacidad para crear misterio y crear color. ¿Pero se puede aprender en una escuela tomando apuntes tres días a la semana de cuatro a siete y media la capacidad de generar encanto, misterio o color? En Escribir/ Ensayos sobre literatura decía Stevenson que “Nunca podremos aprehender las afinidades de la belleza, porque se encuentran en un estrato de la naturaleza demasiado profundo y demasiado lejano, en los misteriosos orígenes del ser humano. De manera que el amateur siempre recibirá de mala gana los rudimentos del método, que pueden exponerse pero nunca explicarse con detalle: eso no