«Poemas para una Amazona», de Alfredo Pérez Alencart

Poesía con enjundia erótico amorosa publicada por Summa en Perú.

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

El poeta y ensayista peruano español, profesor de la Universidad de Salamanca  Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962). Nos vuelve a sorprender con un delicado poemario erótico-amoroso, lleno de vida y que, como tal, Eros vence en este difícil pulso a Tánatos: pues Poemas para una Amazona (Summa) es todo un canto al deseo carnal de las personas: “Así se activó el líquido/ lenguaje del deseo”.

Un libro que me ha llevado a pensar en la Poesía erótica del Siglo de Oro  (Crítica, 1984) en recopilación de los autores Pierre Alzieu, Robert Jammes, Yvan Lisorgues, por la habilidad en tratar los temas eróticos sin caer en la vulgaridad y por la celebración del triunfo del amor físico con exquisitez. Por esto ya, Poemas para una Amazona podría estar citado en ese volumen de Poesía Erótica… A la vez que también ha venido a mi memoria aquel volumen de Fronteras de la poesía en el Barroco (Crítica, 1990) de Aurora Egido, por aquello del furor poético que demuestra nuestro autor, pues también asigna, Alfredo Pérez Alencart, a su oficio poético o quehacer demiurgo un valor casi divino: “aguardo tu estadillo/ y tu sonrojo por este placer/ tan maravilloso”.

Cabe apuntar que el autor que nos ocupa, Perez Alencart, es miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía y de Academia de Juglares de San Juan de la Cruz de Fontiveros. Fue secretario de la Cátedra de Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia (entre 1992 y 1998), y es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que se celebran en Salamanca. Su poesía ha sido parcialmente traducida a 50 idiomas y ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio de Poesía Medalla Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Umberto Peregrino (Brasil, 2015) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017), entre otros.

También es presidente del jurado del Premio Internacional de Poesía António Salvado-Ciudad de Castelo Branco (Portugal) y Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana (España). También es miembro del jurado y responsable literario del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador (Salamanca, España). O sea, que méritos no le faltan.

Y es el propio poeta en su Inscripción quien nos apunta con toda la verdad posible que: “Aquí les dejo conocer ochenta y siete poemas, unos muy breves (esquirlas podrían denominarse) y otros de mediana extensión; unos más líricos y otros más narrativos: todos anclados en lo amatorio que está hilado al Eros”.

Y añade que: “Fueron escritos para una Amazona, un amor que tuve y que tendré hasta el último día de mi existencia. Se escribieron en tiempos varios, aunque la mayoría son muy recientes, pues los recuerdos y las motivaciones fluyeron mejor en esta temporada de sosiego que se me ofreció en mi puerto Maldonado natal, donde lo acabo de concluir, tras su comienzo en Salamanca, mi segunda ciudad-matria”.

El libro de 98 páginas está dividido en cuatro partes significativas: Dos poemas iniciales, Fragmentos de una pasión, Eternidad del día, Poemas para una amazona y Dos poemas finales. Lo abre la inscripción citada y lo cierra un epílogo de Yordan Arroyo; más las estupendas ilustraciones, incluida la portada, de Gino Ceccarelli. Y en él sigue viva la capacidad de asombro de este poeta singular, sabiendo que el pasado debe ser y es aquí referencia y no residencia: “Déjala ser/ a corazón abierto,/ sin metáforas”.

Alfredo Pérez Alencart escribe estos sentidos poemas con ese oficio que sabe y domina, con ingenio, frescura y erudición; y hace que las personas lectoras quedemos fascinadas con sus versos y descubramos esa palabra en el tiempo, ese contar y cantar. Ese temor y temblor. Y ese azar y necesidad. Es que la poesía de Pérez Alencart es el verso más perfecto más allá del lenguaje. Es magia, es sorpresa, es revelación y además fascinación rítmica: “No sé cómo explicar/ esta magia desplegada/ para que mezclemos los tesoros/ de la noche y el día.// Pero todo encaja, aquende/ y allende”.

A la vez que nos ofrece el poeta esa lectura erótica de ese tiempo vivido o deseado vivir con su amazona, nos explica que la vida es igual que la poesía, que la selva anhelada y anhelante: la naturaleza, y que la poesía es como la vida, como la naturaleza también: o sea, estar en un estado de perpetuo deseo, de asombro; es una pareja que baila sola, poeta y poesía, en la naturaleza: “cual pareja/ que baila desnuda/ en los pliegues del tiempo”. La poesía también es, dice el poeta: “poner mi mano en tu frente/ y sentir cómo mana/ y como corre la sabia que destilas”. Y el poema que reproducimos, da cuenta de cómo debe ser el amor amado, el amor a la amada, y cómo la poesía justa y necesaria, y cómo el amor a la naturaleza, a esa selva tan suya: toda una poética asombrosa: Déjala ser. Pues el poeta como un loco se pregunta y nos pregunta: “¿Incapaz el loco para amar de esta manera?”

El poemario cuenta con palabras inteligentes, emocionantes, de Harold Alva: “Alfredo nos devuelve al más antiguo de los temas, pero le entrega otra piel: la selva como un poderoso símil para referirse a la mujer que devuelve al misterio” y de Luis Eduardo García: “Una cosa es la selva física y otra la emocional. aunque estén conectadas. En la poesía de Alfredo, ambas convergen de un modo peculiar”, que no seré yo quien les quite la razón, como tampoco a Yordan Arroyo: “el Tiempo nunca borra lo que nació para ser duradero y por eso mismo, ni siquiera los aniquiladores de la selva podrán talar aquellos árboles que siguen siendo capaces de acariciarle la desnudes al cielo”.

Un poemario, en definitiva, que busca la complicidad de las personas lectoras. Y leer este libro es ver de nuevo, ver otra vez, lo que es el amor erótico, sensual: este poemario lo textualiza: ”ahogando el índice/ que mima/ o busca cauces”.

 

 

DÉJALA SER

 

Déjala ser

a corazón abierto,

sin metáforas.

 

Que te ame

sabiendo de tus pobres

bolsillos

 

y de la espinosa marcha

que emprendiste

tan solo para libar

un trago de luz clarividente.

 

Déjala ser ella

misma, sin que nadie

la anuncie.

 

Déjala ser orquídea

renaciendo

desde los tallos secos

 

del laberinto.