Pilar Bonet: «Ucrania ha cometido muchos errores, pero nada justifica ese cambio cualitativo violento sembrado por Rusia»

El «volcán» de violencia que ha explotado entre Israel y Palestina ha dejado en segundo plano informativo el de Ucrania con Rusia , pero continúa y hemos hablado con una de las periodistas que más sabe del antiguo espacio soviético, Pilar Bonet, para no olvidarlo.

Texto: David VALIENTE

 

“Me enteré de la invasión cuando oí los primeros zambombazos golpear Kiev”, comenta a Librújula la periodista y especialista en el antiguo espacio soviéticos, Pilar Bonet. La conversación con uno de los grandes iconos del periodismo español y del periódico El País tuvo lugar a través de la pantalla de un móvil. Pilar ha pasado gran parte de su vida recorriendo, documentando, analizando, estudiando e informándonos de todo lo que sucedía en aquella región de Europa que antes de 1989 se encontraba a cubierto detrás de un muro. Su trabajo periodístico es reseñable, pero tampoco podemos olvidar su labor como analista para el Kennan Institute for Advanced Russian Studies de Washingtong y para el Barcelona Center for International Affairs. Toda su trayectoria ha sido valorada en varias ocasiones con varios premios, entre los que podemos destacar el Premio de la Asociación de la Prensa Extranjera de Madrid, el Premio Víctor de la Serna, Premio de Periodismo Cirilo Rodríguez o Premio de Periodismo Francisco Cerecedo.

Cuando comenzó la invasión de Ucrania, Pilar estaba en Kiev, pues tenía pensado asistir a un seminario en la ciudad de Chernivtsí, en la parte occidental del país. “Yo me encontraba en casa de un amigo, entonces, cuando oí los dos primeros ataques, encendí la televisión y en la pantalla apareció Vladímir Putin dirigiéndose a la nación rusa. Para mí fue todo una sorpresa desconcertante”. Su móvil ucraniano se encontraba bajo de saldo, así que de inmediata salió a la calle en busca de algún lugar donde pudiera recargarlo de dinero. “Después fui a un café a desayunar, pero los camareros actuaban como si no ocurriera nada, tan tranquilos”. Pasó también por un quisco callejero donde la quiosquera y un cliente tampoco daban muchas muestras de preocupación: “Yo les dije que los rusos habían atacado Ucrania y casi me muerden, no se lo acababan de creer; yo creo que supusieron que era una bromista”, relata Pilar su experiencia.

Pilar Bonet acaba de publicar un libro, Náufragos del imperio. Apuntes fronterizos (Galaxia Gutenberg), donde ha tratado de “contar cómo se veía el conflicto sobre la marcha”. “No me interesaba tanto laminar desde el presente, más bien quería centrarme en el factor dinámico, al que doy mucha importancia”, explica la autora. El libro se compone de tres partes: “la histórica, los diarios y cuatro historias que recorren transversalmente todo el libro y que son el hilo conductor que nos dirige hasta nuestros días”. Esas cuatro historias están contadas desde diferentes estados de ánimo: “En Mariúpol he liberado toda mi rabia, en cambio, en No es su guerra he querido dar aliento a la esperanza”. Con La profesora de Ucraniano ha mostrado ese lado frágil, la impotencia y el drama que todos sentimos cuando los sueños y la vida se derrumban, como una torre de naipes, y no encontramos contrafuertes sólidos para evitar la tragedia. Las vidas de Izolyastsia despliega ese arte cronístico macerado durante décadas de experiencia. “Por supuesto, estas cuatro historias han sido actualizadas hasta el último momento de la publicación”.

Hablas en el libro de la posición tan complicada y tensa que Ucrania ha afrontado al tener que decantarse por Bruselas o Moscú. ¿No hay cabida para una postura independiente?

Sufre el fatal destino de todos los países en zonas fronterizas: recibir presiones por ambos lados. Lo deseable hubiera sido que Rusia se hubiera adherido a algún proyecto o bien europeo o bien euroasiático, por llamarlos de alguna manera, y así a Ucrania no se le hubiera tenido que poner en la tesitura de elegir. A principios de los 2000, Putin se definió como un europeísta y hablaba de su vocación europea sin complejos; es más, en 2004, en Kiev, Putin refrendó la idea de que los dos países, Rusia y Ucrania, debían formar parte de Europa, y que el segundo tenía mucho que enseñar al primero. Sin embargo, poco a poco se fue desmarcando del proyecto europeo, lo que ha supuesto arrastrar al país vecino y obligarlo a escoger entre mirar hacia el este o hacia el oeste. Víktor Yanukovich, expresidente de Ucrania, intentó hacer compatible ambas posturas, pero ninguno de los dos, ni la Unión Europea ni Rusia, estuvieron dispuestos a permitir que jugara en tierra de nadie o hiciera las veces de país puente. Recuerdo que a principios de siglo, Bruselas estaba negociando con Rusia y Ucrania la facilitación de visados, pero no hacían más que retrasar la firma de los acuerdos porque querían que los dos países estamparan sus rúbricas sobre el documento en paralelo. Por diversas circunstancias, no se llegó a nada.

 

¿Qué pasó para qué Putin perdiera esa vocación europeísta?

Para responder esa pregunta de forma seria, tendríamos que desarrollar un análisis en profundidad, que desde luego no da tiempo a hacer ahora. De todos modos, tampoco creo que haya sido un cambio experimentado solo por Vladímir Putin, también debemos tener en cuenta la evolución colectiva, más o menos aceptada, de la sociedad rusa. Esta evolución responde, según sus argumentos, al engaño occidental. Tras el fin de la Unión Soviética, Occidente aprovechó la coyuntura de debilidad para inutilizar Rusia. Su relato emplea el lenguaje del resentimiento y supongo que en esta historia de resquemor se han ido acumulando diferentes factores sentimentales, tales como la decepción o la desilusión, y una serie de acontecimientos políticos e internacionales, estamos hablando de las revoluciones de colores que también tuvieron su eco en suelo ruso o las intervenciones en países del Próximo Oriente, para el Kremlin una extralimitación de las competencias de la OTAN, que en algunos casos han encontrado su refrendo en la ONU. Claro, todo esto es un caldo de cultivo que ha terminado cristalizando en hostilidad hacia Occidente.

 

En 2014, el Euromaidán condujo a la firma de un acuerdo aceptado por los miembros nacionales ucranianos y por los representantes occidentales, pero no por Rusia porque dejaba fuera “que Ucrania era un Estado multifacético y que se produciría una federalización”.

El Kremlin siempre abogó por una fórmula sistémica federal en Ucrania. Sin embargo, Kiev la rechazó desde el principio porque entendía que fomentaba el separatismo, una herramienta que podría emplear Rusia para afianzar sus propios peones dentro del país. En Ucrania, la cuestión federalista se trata como un tema tabú y además se entiende que las personas que lo apoyan son prorrusas. Aquí hallamos la base de la imposibilidad del Gobierno ucraniano de formar una estructura estatal centralizadora que aglutine todo el potencial del país. La embajada alemana en Kiev desplegó una propaganda federalista, pero no tuvo una calurosa acogida, e imagino que es por la poca confianza que la sociedad tiene en sí misma y en las fuerzas del Estado ucraniano. Antes de la guerra, el país tenía muchísimo potencial constructivo, debido a la variedad de comunidades culturales que enriquecían la idiosincrasia del país. Y eso era un gran activo para el continente. Por desgracia, los dirigentes no han sabido gestionar debidamente la estabilidad, la fuerza y la diversidad ucraniana. Una auténtica pena.

 

¿Quizá Europa no jugó bien sus cartas?

Claro. Pero en estas historias es muy fácil decir que tal o cual tercer actor obligó o influyó para cometer una determinada acción. Ucrania tiene también su parte de responsabilidad. Es verdad que en los procesos de crecimiento nacional se comenten muchos errores, pero eso no quita que el conjunto de esos errores pueda acarrear fatales consecuencias. El interés y la influencia de Europa en Ucrania eran limitados porque cuestiones como la corrupción hacían de Ucrania un país menos atractivo. Aun así, se le dieron ayudas y fondos, y la corrupción no desaparecía, sino que tomaba otra forma.

 

En el momento en que Rusia se anexionó Crimea, Kiev no hizo nada por evitarlo…

Kiev pasaba por un estado de confusión y desmoralización muy fuertes. Cuando se inicia la anexión de la península, los órganos competentes fueron incapaces de tomar decisiones, estaban paralizados. Yanukovich ya no se encontraba en el país, lo que produjo una gran desorientación en las provincias ucranianas del este porque se habían quedado sin el dirigente capaz de aunar los intereses rusos dentro del Estado ucraniano. De pronto, aparece Putin montado en un caballo blanco, a imagen de un salvador, y todos esos sectores huérfanos y con el deber de afrontar los errores de las autoridades en funciones, como la ley de lenguas, encuentran en Rusia un punto de apoyo. Moscú ha sabido manejar esos errores y magnificarlos (al final la ley de lenguas no llegó a tener grandes repercusiones fácticas). Claro, la situación afectó al ejército: no pudo operar porque no recibieron órdenes. Aquellos chicos estaban totalmente desmoralizados, ya los habían apedreado durante el Euromaidán, ¿Qué podían hacer ahora? ¿Defender Kiev de donde fueron expulsados? El Kremlin hizo un aprovechamiento muy estratégico y total de los acontecimientos.

 

En Crimea, una parte de la población buscó la anexión de Rusia como una mera herramienta para lograr sus objetivos finales: la independencia. Por un lado, ¿qué ha hecho tan mal Ucrania para que los crimeos quisieran desligarse?; y, por el otro, ¿no es jugar con fuego contar con un socio tan volátil como Putin?

Una aclaración respecto a la segunda pregunta: lo que yo recojo en el libro es una conversación de café entre unos intelectuales, conocedores de la historia de la región, que lamentan la no existencia de un proyecto independiente crimeo. Pero esto no quiere decir que exista ni vaya a existir una organización que persiga aquello que ellos expresan que no es más que el sueño de una tarde de tertulia. Este grupo de intelectuales, que apoyan la anexión, lamentan que Crimea no encuentre su punto de referencia en el Mediterráneo, dentro de un contexto más multicultural, y vaya a ser fagocitada por los proyectos culturales de otros. Pero, repito, no hay ningún movimiento organizado a favor de la independencia. Respecto a la primera pregunta, sí, en parte, sobre Kiev caen una serie de responsabilidades al no saber cuidar Crimea y haber dado por hechas una serie de cosas que nunca debió de dar por solucionadas, sino que tuvo que haber invertido más esfuerzos en Crimea para adaptarla e integrarla a las estructuras socioculturales del país. Kiev tuvo un conflicto con los tártaros que, a su regreso del exilio centroasiático, empezaron a recuperar los espacios forzados a abandonar tras la Segunda Guerra Mundial; asimismo, reivindicaron mayores dosis de autonomía, algo que nadie les iba a dar. Por decirlo de algún modo, la política con Crimea fue poco acertada.

 

¿Son legítimos los reclamos de la población del Dombás que se sienten marginadas por Kiev?

No sé si la palabra ‘legítimo’ es la más acertada… En el caso de la región del este, nos sirve el mismo análisis realizado con Crimea: su referente, Yanukovich, que además había nacido en Donetsk, desaparece del tablero político ucraniano, al igual que los principales mandatarios de los partidos regionales que huyen a Rusia. Entonces, el sector rusoparlante, generalmente vinculado a una industria adolecida de modernización y que en parte sobrevive gracias a subvenciones, queda desorientado y encuentra en Rusia y en Putin unos referentes a los que seguir. De ahí ese cambio de identidades que trato de reflejar en las crónicas del libro; como un hombre, en 2012, se identificaba como ucraniano y dos años después dice que es ruso y asume en su totalidad los clichés del discurso oficial formulado por el Kremlin.

 

¿Por qué cuando los territorios separatistas quisieron hacer el referéndum de desconexión en 2014, Rusia no apoyó sus pretensiones?

El apoyo a las dos repúblicas separatistas nunca languideció. Las dudas del Kremlin, creo yo, responden a consideraciones tácticas y a una cuestión de fechas: en el momento del referéndum, se procedía a integrar a la península de Crimea en las estructuras estatales de Rusia, y desde Moscú no estaban por la labor de dividir esfuerzos y movilizar una parte de ellos hacia Lugansk y Donetsk.

 

¿A qué se refiere Liuba Mijailova cuando habla de reconstruir la cultura ucraniana?

Eso habría que preguntárselo a ella. Si juzgamos por sus actos, veremos que ha tratado de reconstruir una serie de referentes culturales muy válidos para todos los ciudadanos ucranianos. Al filo de la entrevista, se me ocurre que su concurso de borsch (sopa de col), que en cada rincón de Ucrania se hace de una forma diferente, es una forma de establecer un esquema común de cada una de las regiones del país. Ya sé que parece una imagen prosaica presentar una sopa de coles como un referente de unidad cultural… Acabo de tener la idea.

 

Se habla mucho de los oligarcas rusos, pero no tanto de los ucranianos. Quiero saber el papel que han jugado en el conflicto que desde 2014 se lleva desarrollando.

Le puedo hablar de Rinat Ajmétov, un oligarca de la región del Dombás que perdió parte de su imperio metalúrgico tras apostar por Ucrania. Se dedica a financiar proyectos humanitarios no solo en el este, sino también en otros puntos del país. También le puedo comentar algunas cosas de Serhiy Taruta, que durante los primeros compases del conflicto en 2014 le otorgaron el cargo de gobernador del óblast de Donetsk; perdió parte de su imperio y su carrera política no fue precisamente exitosa. El yerno del expresidente, Leonid Kuchman, Víctor Pinchuk, se ha convertido en un mecenas cultural. Tiene en Kiev un museo de arte moderno y patrocina todos los años unas jornadas de debate artístico en septiembre.

 

Usted que conoce en profundidad Europa del Este, sus gentes, su idiosincrasia, sus tejemanejes políticos…, cuando Vladímir Putin comenzó a trasladar ingentes cantidades de tropas a la frontera con Ucrania, ¿pudo imaginar lo que iba a pasar en febrero?

Había una discusión sobre si Rusia invadiría Ucrania: unos apostaban a que sí lo haría e instaban a que nos preparáramos para cualquier escenario; otros lo negaban, convencidos de que Putin estaba jugando una partida de póker y metiendo presión psicológica, un acto más de jactancia del mandatario ruso. Por lo tanto, en este sentido, las posiciones individuales no cuentan mucho. Cuando no dispones de la información, te queda la intuición, y mucha gente intuía que no iba a pasar nada en ese momento, algunos incluso estaban convencidos de que no iba a suceder nunca. Sin embargo, no podemos olvidar que la guerra ya había comenzado en 2014, una guerra de combustión lenta, caracterizada por una serie de parámetros que no despertaban las alarmas, porque también había árbitros internacionales, como la OSCE, que vigilaban el cumplimiento por parte de los dos bandos de la línea de separación y de las reglas que estipulaban la ubicación del armamento pesado. Pero todo eso desapareció. Tampoco auguraba un futuro muy prometedor la carta-ultimátum que Rusia mandó a la OTAN en diciembre de 2021, donde instaba a la Organización a replegarse a las fronteras de 1997, es decir, que los países Bálticos fueran expulsados del espacio OTAN, algo totalmente irrealizable. Esto supuso justificar una acción que, según las informaciones proporcionadas por algunas investigaciones periodísticas, posiblemente ya estuviera preparada.

 

¿Cómo ve el desarrollo de la guerra?

Es un largo, trágico y sangriento enfrentamiento, que está costando la vida de mucha gente. El drama no solo afecta a Ucrania, de la misma manera los europeos nos estamos viendo afectados. No veo una salida a corto plazo.

 

En el libro haces referencia a que las cuestiones políticas e ideológicas mantienen a los miembros de las familias enfrentados. ¿Bajo el barniz de la invasión se esconde una guerra civil?

Se podría decir que existen elementos de confrontación civil, aunque yo nunca lo designaría con el nombre de guerra. La guerra la ha llevado el Kremlin a Ucrania, exacerbando las discusiones internas. Ucrania ha cometido muchos errores, pero nada justifica ese cambio cualitativo violento sembrado por Rusia. Por lo tanto, Putin y sus agentes son los máximos responsables de lo sucedido.

 

¿La invasión está alterando esta dinámica? ¿Está produciendo una mayor unidad?

Creo que esa opción queda atrás en el tiempo. Sí, la guerra unió a los ucranianos frente al invasor, pero no olvidemos que la población está soportando una situación muy complicada y las opciones de los ciudadanos que viven en las zonas ocupadas son limitadas: son rehenes del Kremlin. Y con esto no quiero decir que no haya colaboracionistas (que los hay), pero las acciones y las palabras de los ciudadanos están determinadas por su condición de rehenes.

 

¿Qué opina de la respuesta internacional dada hasta ahora?

La respuesta ha variado a lo largo del tiempo y se ha dividido en dos tipos: ayuda militar y ayuda humanitaria. Respecto a esta última, Europa abrió sus puertas y dio a los refugiados ucranianos unas condiciones que no ha dado a ningún refugiado de anteriores conflictos (un diez por ello). En relación con el apoyo militar, este se ha visto condicionado por un par de factores: el primero, la sensación de peligro y el miedo a que Rusia pudiera emplear las armas nucleares, por lo tanto, la ayuda se ha limitado en todo aquello que pudiera molestar en exceso a Rusia. Segundo, la percepción del electorado respecto a las ayudas que se dan y los problemas económicos adjuntos a la coyuntura de la guerra. La ayuda militar de Occidente mantiene a Ucrania a medio gas, le da las suficientes fuerzas para mantener y no capitular, pero no le permite cambiar cualitativamente la situación en el campo de batalla. Con mis palabras no estoy incitando a nada, que quede claro; tan solo estoy describiendo los hechos.