Los espejos de Patricia Highsmith

La autora de novelas tan extraordinarias como “Extraños en un tren” o personajes tan magnéticos y turbios como Ripley dejó al final de su vida la imagen de una mujer encerrada en su soledad arisca. En estos torrenciales “Diarios y cuadernos” (Anagrama) descubriremos muchas otras facetas ocultas: la veremos en el animado Manhattan de coctelerías y encuentros sexuales clandestinos de su juventud y recorreremos su vida entera en busca del amor y la perfección literaria, salpimentadas por su cáustico sentido del humor, hasta recluirse en sí misma.

Ilustración de Patricia Highsmith, portada de la revista Librújula, número 45.

 

Texto: Pere SUREDA  Ilustración: Alfonso ZAPICO

 

Recuerdo con nitidez el día que compré mi primer libro de Patricia Highsmith. Fue en un quiosco de Las Ramblas de Barcelona, exactamente el que está frente al Gran Teatro del Liceo. Era 1975 y era un libro que ya llevaba tiempo con ganas de comprar. Se trataba de El grito de la lechuza, en tapa dura, edición de Noguer de 1962.  Aún lo conservo como oro en paño. Ese libro me abriría la ventana a muchos mundos insospechados para mí. Y me daría la oportunidad, a través de los años, de tener una escritora a la que acudir cuando los demás fallaban. Leer a la Highsmith es cosa segura para mí. Ella misma me ha brindado un territorio literario donde me encuentro muy a gusto. Es una de mis escritores ineludibles desde ese momento.

La imagen que tenía de la escritora era clara: una mujer mayor con cara de pocos amigos escribiendo en un desvencijado escritorio rodeada de gatos, caracoles, libros y papeles. Esa es la imagen que, estoy seguro, debemos de tener muchos de sus lectores. Pero no. No de no. La lectura de estos Diarios y cuadernos, me ha roto esa imagen. Me ha complicado la vida. Ya no tengo una sola imagen de ella. Tengo muchas imágenes de ella. Lo cual es —en mi fuero interno—, un anatema. ¡¡¡¿Cómo puede ser que Patricia Highsmith sea joven?!!! Que además sea joven y bella, con las tonterías de los jóvenes —pero menos—, y la audacia que conlleva la inocencia. ¡¡¡¿Cómo puede ser que le guste y mucho besar a otras bellezas, beber todo tipo de alcoholes, bailar?!!! ¿¿¿Bailar??? Me niego, no quiero seguir leyendo estos Diarios. Me rompen los esquemas, desacralizan la imagen de la Gran Dama a la que yo creí conocer.

Voy a intentar calmarme. Se trata de ser racional y poner las cosas en su sitio. A pesar de mis sueños. Aun en contra de ellos. Obviamente Pat —como la llaman su madre y todos sus compañeros y amigos— tuvo que ser joven. Nadie nace viejo y consagrado. Ese es un camino que se comienza a recorrer de niña, y en este caso, si lo que pretendes es tener dinero y éxito, que es lo que da dinero, hay que empezar joven, muy joven. Porque su principal preocupación desde los 20 años era evitar la perpetua bancarrota que siempre la acompañaría. Lo que le importaba de verdad era no tener que preocuparse por el dinero y, en efecto, solo se preocupaba cuando le faltaba. Porque su principal deseo era escribir y escribir cada vez mejor. Y amar, no solo tener sexo. El sexo lo despreciaba si era sin amor. Esas dos cuestiones vertebraron su vida entera. Solo eso y la disciplina la impulsaba y le daba fuerzas en las depresiones. Escribir para lograr lo imposible. Eso quería realmente nuestra escritora. Le importaba un pepino si el libro o los cientos de cuentos que llegó a escribir se publicaban en un lugar u en otro. Si era en una colección de Misterio o en otra normal, como ella misma decía. Lo que le preocupaba era que los anticipos fueran de una cantidad suficiente para sobrevivir unos meses más, unos años más.

Y claramente le importaba poco de quién se enamoraba si ella lo sentía como verdadero amor. No podía tener dos amores, eso no cabía en su cabeza, porque por muchas veces que se enamorara siempre se enamoraba perdidamente. Y cuando la dejaban, o aunque fuera ella la que rompiera la relación, siempre quedaba devastada y sumida en el terror de la duda. El amor era único hacia una persona y lo entregaba todo por ese amor. Por eso el desamor dejó tantas arrugas en su cara.

Estos magníficos Diarios y cuadernos nos traen por primera vez sus anotaciones desde los 20 hasta los 93 años. Es importante anotar que estos diarios son fruto del trabajo, en mi opinión impagable, de su editora, Anna Von Planta, que ha sabido extraer el néctar de las 8.000 páginas que conformaban los diarios originales, y a quien siempre estaré agradecido. Y, como bien dice la misma editora: “Ni los diarios ni los cuadernos podrían haberse publicado como obras separadas. Estoy sumamente agradecida a Daniel Keel, albacea de la herencia de Highsmith, por su apoyo a la hora de buscar la manera más conveniente de fusionar estos dos espejos de la existencia de Pat”. La traducción de Eduardo Iriarte me ha parecido impecable.

En estas páginas se van revelando sus dos caras, sus dos espejos. Los espejos que trasladará de su vida real a sus ficciones. Cuando se miraba al espejo veía tanto a la amante como a la asesina. Ella siempre estuvo convencida de que hay dos personas en cada uno. En consecuencia, los personajes de sus novelas vienen en parejas, dobles y víctimas de lo que ella llamó “la ley universal de la unidad”. Tom, en El talento de Ripley, mata al seductor Dickie y luego asume su identidad. En el romance lésbico Carol, la matrona Carol y la niña Therese se fusionan, luego son divididas por la desaprobación social: los asesinatos, que para Patricia Highsmith eran como hacer el amor, aquí son reemplazados por orgasmos.

Consideraba la escritura y el sexo como vicios a los que era adicta, mezclados con el alcohol. Y la idea que más la atormentó desde la juventud fue que Dios o el diablo (el doble de Dios en ese eterno juego suyo de espejos) nos condenaron a ser binarios: hombres o mujeres. La joven Pat, sin embargo, protestó anunciando a los 12 años que ella era un niño asignado por error al cuerpo de una niña. En 1948 anota en su diario que “quiero cambiar de sexo” y pregunta lastimeramente: “¿Es eso posible?”. Al acostarse con otras mujeres asume su deber masculino: “La besé magistralmente”. En otra ocasión lamenta que su pareja “no supiera cuando me corrí”.

Estos diarios, desenterrados de sus armarios de ropa blanca después de su muerte, registran borracheras y desventuras eróticas. Peleas y reencuentros. Registro de lecturas y de conciertos de música clásica. En ellos se percibe a un ser muy autocrítico tanto con su escritura como con su comportamiento social. Tiene claro que solo debe mostrar al mundo uno de sus espejos. Es muy lúcida con su visión del mundo. Sabe cómo funciona y ella funciona según sus intereses. Repito: amar hasta lo imposible y escribir hasta lograr la perfección. Sabe que nunca lo logrará, pero es rebelde de cuna y eso la espolea a escribir sus mejores libros y a amar con una entrega absoluta.

Este libro excelente también nos permite conocer facetas menos trascendentales, pero que forman parte de su espejo: es afilada y seca. Hay muchos viajes en taxis nocturnos en estos diarios. Y mucho besuqueo en baños de restaurantes (una ventaja para las parejas del mismo sexo). Le vemos robar besos a mujeres casadas y correr a Chinatown para hacerse tatuajes. El primero que se hizo fueron sus propias iniciales en letras griegas en su muñeca, pequeñas y con tinta verde. Le gustaba salir por la mañana y comprar bollos y cruasanes para su amante del momento, que aún estaba en la cama. Escribió: “La vida no tiene un placer igual al del momento de la ducha, cantando, con una chica maravillosa esperando en la cama en la habitación de al lado”. Si, así era la gran escritora, y yo me atrevo a pensar que no eran posibles la una sin la otra.

Otra faceta desconocida es su gran afición y su trabajo diario en la industria del cómic. Conoció y frecuentó a Stan Lee. Viajó a Europa varias veces, incluso se estableció largas temporadas en Inglaterra, Italia, y finalmente fijó su residencia en Zúrich. Y también viajó en múltiples ocasiones a México. De Estados Unidos siempre reivindicó la inocencia de un gran país que lo podía lograr todo. Lo absoluto imposible-pero-fascinante surge constantemente. En cambio, no soportaba el griterío ni las muchedumbres. Por eso Europa fue para ella el paraíso, el refugio, el sabor del arte y, sobre todo, el silencio, la tranquilidad y sus interminables horas escribiendo y recibiendo cartas. Las cartas fueron el desvelo en sus viajes a Europa y en su vida en el viejo continente. Necesitaba leer cada día su correspondencia y si se retrasaba la hora de su recepción, montaba en cólera y se desquiciaba. Si el cartero debía pasar a las 12 del mediodía y no lo hacía, se volvía loca. No soportaba la soledad y la necesitaba imperiosamente. Otro espejo.

Lo dice Arthur Gerard, el detective privado de Extraños en un tren: “El problema con la policía es que tienen una mente de una sola vía”. Y la propia autora lo refrenda: “Simplemente no podría haberse resuelto sin una mente de doble vía”. En este caso, como en muchos otros que vendrían después, utiliza una mente de doble vía en sus historias. Escribir, para Patricia Highsmith, requería una mente doble y, en consecuencia, llevaba dos diarios. “Se necesitan dos espejos para la imagen correcta de uno mismo”, escribió, quizás, como afirmación de la complejidad y los sobresaltos de una vida llena de contradicciones.

Durante su estancia en Positano, Highsmith sale al balcón de la habitación del hotel una mañana y a lo lejos ve a un hombre en bermudas y sandalias caminando por la playa, con la toalla al hombro. Parece absorto en sus pensamientos, y tiene algo enigmático y cautivador. Nunca vuelve al ver al hombre, pero esos minutos bastan para hacerlo mundialmente famoso: se convierte en el modelo de Tom Ripley, el antihéroe que por fin asegurará el éxito literario a Patricia Highsmith. Estamos en 1951. La joven rebelde tiene ya treinta años. ¡¡¡Solo treinta años!!!

En diciembre de 1955, Coward-McCann publica El talento de Mr. Ripley. El libro es bien recibido y nominado el año siguiente al premio Edgar Allan Poe de los Mystery Writers of America. Pese a que vuelve a estar en camino hacia el éxito, nuestra escritora se encuentra de un ánimo tenebroso en el nuevo año. A los 35, de pronto se siente vieja, quemada, a la deriva, con la disciplina y el trabajo como únicos elementos de estabilidad. Los entusiastas elogios por El talento de Mr. Ripley que llegan de parte de los críticos literarios americanos no le levantan mucho la autoestima. Los halagos jamás le han gustado. Los necesita para repelerlos.

Ya en 1969, la escritora anota: “Dos breves notas de esta noche: mi afinidad por lo amoral o lo realmente criminal. Segunda nota: con respecto a la sensación de inferioridad o quizá simple ansiedad, que sobreviene a los cuarenta. La sensación de que uno debería trabajar mejor; de que a uno se le juzga por su brillantez u originalidad del trabajo anterior. Un inconveniente absurdo, desafortunado, porque a partir de los cuarenta uno tiene algo distinto que ofrecer. Un arte mejor. En verdad, más imaginación”.

No he comentado aún nada sobre los gatos y los caracoles, tan importantes en su vida y por lo tanto en sus espejos. Me pongo ahora. De los caracoles baste decir que son protagonistas de muchas de sus páginas magistrales y solo un apunte bastante elocuente: los pasaba de contrabando en las aduanas entre Estados Unidos y Europa, escondidos en el sujetador.

En cuanto a sus gatos, después de la muerte de su gata Sammy, Patricia Highsmith se ve consumida por un dolor que le durará más de año y medio. La devastación la empuja a plantearse regresar de manera permanente a Estados Unidos, plan que abandona después de una visita en primavera, en parte por su insatisfacción con la Administración de Richard Nixon. A finales de 1970 se reubica en una casa en el Canal du Loing en Montcourt, a escasos kilómetros de Montmachoux. Aunque se siente mejor ahí, el flujo subyacente del dolor por su pérdida y la depresión crónica persisten, punteados por fases maniacas que no le dan respiro. La atenazan.

La última anotación en sus cuadernos es de octubre de 1993 y parece premonitoria: “Hay monjes —los cartujos— que duermen en su ataúd, por lo visto como preparación para la muerte, pensando en ella con frecuencia noche y día. ¡Yo prefiero el elemento sorpresa! Uno sigue con su vida como siempre, entonces la muerte llega, quizá de súbito, quizá por medio de una enfermedad de dos semanas. Así la muerte es más como la vida, impredecible”.