La polarización política de Estados Unidos

El periodista Ezra Klein analiza en “Por qué estamos polarizados” cómo la política estadounidense se convirtió en un sistema tóxico.

 

 

Texto: David VALIENTE

 

¿Es posible que el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump dijera lo siguiente: “Creo en la idea de una amnistía para aquellos que han echado raíces y viven aquí, incluso cuando en algún momento anterior puedan haber entrado ilegalmente”? Resulta difícil de creer (por no decir imposible) que el mandatario más polémico y excéntrico que ha habitado la Casa Blanca quiera acoger a la población inmigrante, después de haber tachado a los mexicanos, por ejemplo, de narcotraficantes, criminales y violadores y haber intentado con todos sus esfuerzos construir un muro que dividiera el nuevo continente al igual que tiempo atrás el telón de acero dividió al viejo.

Hoy, muy pocas personas esperan oír de los labios de un republicano esas palabras. Sin embargo, hubo un tiempo no tan lejano donde esa propuesta la hubieran defendido sin remilgos. Es más, Ronald Reagan es el autor de esas palabras y de una reforma migratoria que permitió a millones de inmigrantes regularizar su situación en el país. Entonces, ¿qué ha sucedido en estos 40 años para que de aquellos polvos tengamos estos lodos?

La respuesta la podemos encontrar en Por qué estamos polarizados (Capitán Swing) del escritor, periodista y especialista en política estadounidense y cofundador de Vox (no confundir con el partido político encabezado por Santiago Abascal), Ezra Klein. Vox es un medio de comunicación multidisciplinar con 50 millones de lectores donde se tratan temas diversos entre los que encontramos sesudos análisis políticos. El prólogo corre a cargo de Luis Miller, sociólogo e investigador titular en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC. El libro se aleja un poco del discurso puramente político y se respalda en otras disciplinas relacionadas con la comprensión individual y colectiva del ser humano para responder a la gran pregunta que plantea el autor: “Cómo la política estadounidense se convirtió en un sistema tóxico”.

Antes no era así

En esta última década, la política estadounidense ha mostrado una tendencia a la polaridad. Los mítines, el Congreso o el Senado son campos de batalla donde los políticos lucen sus almidonados trajes y demuestran su valía y maña en el combate, empleando la retórica a modo de flecha y la indiferencia como escudo. Pero esta situación no siempre fue así. La Ley de Derechos Civiles (1964) supuso el primer enfrentamiento de envergadura del bipartidismo y como consecuencia las pequeñas escaramuzas se transformaron en batallas abiertas, porque antes “el Congreso de los Estados Unidos incluía a demócratas más conservadores que muchos republicanos y republicanos tan progresistas como los demócratas de izquierda”. No resultaba extraño que un presidente republicano promulgara leyes para la subida de impuestos o que los mismos miembros del partido en el Congreso y el Senado apoyaran medidas relacionadas con la asistencia sanitaria universal.

La ruptura se fue produciendo en un proceso lento pero continuo y dejó a dos grupos identificables por su ideología, pues a nadie un poco al tanto de la política estadounidense se le escapa que el sur es el atolón de los conservadores-republicanos y el norte un vergel de progresismo para el partido demócrata.

Identidades problemáticas

Basándose en los estudios del psicólogo social Henri Tajfel, quien a mediados del siglo pasado descubrió que el verdadero motivo por el que los grupos compiten no es otro que la victoria, Ezra Klein concluye que la identidad socio-cultural se ha solapado con la identidad política, activándose ambas en el momento que se inicia la competencia política. Los dos grandes partidos políticos, bien definidos en sus bases sociales, reciben apoyos de la ciudadanía no por el programa o “las políticas impositivas”, sino por el mero hecho de “la rivalidad”. Por lo tanto, “nuestras identidades políticas se han convertido en mega identidades” que se retroalimentan de un modo significativo en las propias instituciones: “Para apelar a un público más polarizado, las instituciones y los actores políticos se comportan de una manera más polarizada. A medida que las instituciones y los partidos políticos se polarizan más, también polarizan más al público”, asegura el autor.

Klein recoge en su ensayo la cita de un politólogo muy adecuada para definir aquello que, grosso modo, divide a republicanos y demócratas: “Los dos partidos están ahora divididos sobre la raza y la religión, dos cuestiones altamente polarizantes que tienden a generar una mayor intolerancia y hostilidad que las cuestiones tradicionales de políticas públicas, tales como los impuestos y el gasto del Gobierno”.

La cuestión racial supone una herida abierta para un país que sufrió una guerra civil, entre otros motivos, por la abolición de la esclavitud. Si revisamos las estadísticas, podemos apreciar un descenso significativo de la población blanca para el 2060 que pasará de los “199 millones en 2020 a 179 millones”, y eso que actualmente nace más población blanca de la que muere. Este hecho despierta las alarmas de aquellos que creen que su cultura terminará desapareciendo si oleadas de inmigrantes no dejan de acosar la frontera. No hay mayor miedo que perder “el poder que damos por sentado”; por ese motivo, las personas cambian “su comportamiento político”, hacia formas y “opiniones políticas más conservadoras” claramente identificables con el discurso defendido desde la tribuna republicana.

A diferencia de los republicanos, los demócratas tenderán hacia el progresismo, interesándose antes por el medio ambiente que por la economía. Asimismo, las bases sociales de los demócratas se compone de una macedonia de etnias, mientras en las filas republicanas destacarán los blancos y protestantes que desdeñan “las ciudades densamente pobladas” (más del estilo de los demócratas) y se decantan por áreas rurales tranquilas, a poder ser lo más alejado posible del mundanal ruido. La distribución demográfica juega un papel fundamental en el sistema electoral estadounidense.

El problema no lo tiene el ciudadano, sino el sistema

Los seres humanos no hemos cambiado, nuestra psicología sigue siendo la misma, “lo que está cambiando es hasta qué punto nuestra psicología refleja nuestras orientaciones políticas y una gran cantidad de otras opciones vitales. A medida que las diferencias entre los partidos se hacen claras, la atracción magnética entre idearios y sus perfiles demográficos se vuelve más fuerte para los psicológicamente alienados, al igual que la repulsión automática para los psicológicamente opuestos”.

De hecho, resultaría imposible variar la psique de 300 millones de personas. El problema, por lo tanto, lo tiene el sistema político vigente que potencia la polarización social. Sorprende que un sistema presidencial haya permanecido estable durante tanto tiempo, cuando, por regla general, en países que han adoptado este sistema “las fuerzas armadas a menudo se han visto obligadas a intervenir como poder mediador”, porque se rompen los canales de comunicación que deben estar continuamente abiertos para lograr acuerdos. A esto debemos sumarle que el sistema estadounidense se concibió para que los ciudadanos mostraran fidelidad a su terruño, ciudad o distrito antes que al conjunto de la nación. Lo que obliga  a los representantes políticos sacar el máximo beneficio posible a cualquier situación, aunque sus movimientos supongan fastidiar a los ciudadanos de otros estados.

Dentro de esta relación sociedad-política, los medios de comunicación, afirma Klein, “son el actor más poderoso de la política” al ser “el intermedio principal entre lo que hacen los políticos y lo que sabe el público”. El Internet ha facilitado las comunicaciones, pero ha entorpecido la labor periodística. Las grandes editoriales, que antes contaban con una menor competencia, se preocupan demasiado por los índices de audiencia. En cierto modo, cuando te adentras en el mundo del periodismo, entiendes el porqué de esta preocupación. La ética “de no partidismo” se ha diluido en la red. Las grandes editoriales ya no disponen de las poderosas financiaciones de las empresas y los adictos a la información disponen de cantidades ingentes de noticias gratuitas. La prensa ha tenido que adaptarse a los tiempos que corren, y se ha visto obligada a tomar partido por uno u otro bando con el fin de mantener una pequeña pero fiel clientela que solo quiere oír las magnificencias de determinado político o los escándalos del rival. Además, “las personas no comparten voces tranquilas. Comparten voces fuertes. Comparten un trabajo que las conmueve, que les ayuda a expresar a sus amigos quiénes son y cómo se sienten”. En definitiva los medios de comunicación se dejan llevar por los sentimientos de los colectivos y olvidan que ellos no deben contribuir al problema, más bien deben mantener la cabeza fría y ser, en cierto modo, los encargados de tranquilizar los ánimos empleando como arma la verdad, sin tomar partido.

Ezra Klein nos dibuja en su libro Por qué estamos polarizados un cuadro complejo y poco optimista. Julio César tuvo mucha razón cuando dijo: “Divide et vinces (divide y vencerás)”. La misma política estadounidense es un ejemplo de ello. Su gran expansión a nivel internacional se debe a su geoestratégica y su visión empresarial, cosas que no hubiera tenido si sus partidos políticos hubieran andado a la gresca en ver de estar de acuerdo en lo esencial.