La pasión de vivir de la poeta rusa Marina Tsvietáieva
Pre-Textos publica «La amiga» con traducción de Reyes García.
Texto: Enrique VILLAGRASA
La amiga (Pre-Textos) de la admirada poeta rusa Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892–Yelábuga, 1941), en edición bilingüe y exquisita traducción e inteligente prefacio, de la especialista en literatura eslava, y en la Tsvietáieva en especial, Reyes García Burdeus reúne las poesías que ella dedicó a la poeta, periodista y traductora rusa judía Sofía Parnok (1885-1933): “un grito embriagado de pasión, lamento y desdén”, García Burdeux dixit.
Este ciclo de poemas están incluidos en la recopilación Poesías de juventud (1913-1915). Marina tenía 23 años y Sofía 30, menos más, cuando se escribieron los mismos. En este florilegio, escritos entre 1914 y 1915, se ha añadido el poema En aquellos días eras para mí como una madre, poema escrito en 1916 por Marina, que acaba con la tempestuosa relación de ambas: “Recuerda, bienamada,/ aquellos días de antaño sin crepúsculo” (1916), y los dos que Parnok dedicó a Tsvietáieva: Observan nuevamente con cegada mirada: “¡Oh, Marina, homónima de mar!” y Soneto: “Miro la ceniza y el fuego de tus rizos” (1915).
Cabe apuntar que Sofía Parnok está considerada la singular voz lesbiana de lo que se ha dado en llamar, la Edad de Plata de la poesía rusa, desde finales del siglo XIX a la segunda década del siglo XX: donde hubo una maravillosa concentración de poetas admirables, geniales diríase: Anna Ajmátova, Osip Mandelshtam, Boris Pasternak, Aleksander Blok y Marina Tsvetáieva, entre otros, aunque no tengo claro si Marina pertenece totalmente o no a esa Edad de Plata y es que la leo más bien como una exiliada en su propio exilio ya que fue exiliada del exilio, como manera, su manera, de estar en el mundo, siempre al límite: “cómo de su broche de esmalte/ la flor me enfrío los labios”. No aceptando ninguna influencia, ni de Pasternak ni de Rainer Maria Rilke, con los que mantuvo intensa relación amistosa-amorosa.
Este poemario, con prefacio y apuntes biográficos, La amiga, es un libro justo y necesario para conocer a esta enorme poeta rusa que llevaba consigo toda la pasión posible y la vivía con la intensidad de la inmediatez: “Por ese irónico encanto/ de que usted no es él”. Significativa la labor de edición y traducción de García Burdeus: emoción e inteligencia por doquier al igual que los versos de la poeta: “Quiero interrogar al espejo,/ donde se hallan la niebla y el tenebroso sueño”.
No quiero terminar sin citar los últimos parágrafos de los apuntes biográficos para las personas lectoras y amantes de la poesía de Tsvetáieva, quien fue enterrada en el cementerio de Yelábuga, y su tumba está situada en el lugar aproximado que señalaron los pocos testigos que acudieron al entierro. Así, pues, se apagó la vida de una mujer transgresora en todo, genial escritora y fiel a sí misma, consecuente y a la vez contradictoria que, a lo largo de su periplo vital, mantuvo un vínculo con la tragedia. Y que será recordada, admirada y venerada por el legado de su inmensa obra. Marina se quitó la vida, se ahorcó, según escribió Gueorgui, su hijo, en su diario: “Mi madre, últimamente, hablaba a menudo del suicidio y rogaba que <<la liberaran>>. Y, finalmente se ha quitado la vida”.
8
El cuello libremente alzado
como un joven tallo.
¿Quién podría decir su nombre, su edad,
su país o su siglo?
La sinuosidad de sus pálidos labios
es suave y caprichosa,
pero deslumbrante la curva
de su frente beethoveniana.
Ligeramente ensombrecidos
por el anillo marrón claro
los ojos, como dos lunas,
dominan el rostro.
De una conmovedora pureza
la sutileza del óvalo de su cara.
La mano, en la que armonizaría el látigo
y – en la plata – el ópalo.
La mano, escondida en la seda,
digna de sostener el arco.
Irrepetible mano,
bellísima mano.