Kim Philby, el espía condecorado por los franquistas y los soviéticos

Con la inminente celebración del festival internacional BCNegra en Barcelona -comenzará el 6 de febrero- que tiene por lema en esta edición la «Doble vida», en Librújula hemos dedicado esta semana a recordar a algunos de los personajes icónicos de la literatura y, en especial del género negro, que representan la dualidad entre el bien y el mal: Mr. Hyde y Dr. Jekyll, Tom Ripley…o Hannibal Lecter. Y para el final de este recorrido hemos dejado a uno de los que representa a la perfección esa doble, triple o cuarta vida: Bill Haydon, o Kim Philby en la vida real, el espía que engañó a ingleses, americanos y hasta el mismísimo Franco.

Kim Philby, el espía en el que se inspiró John Le Carré para crear a Bill Haydon.

Texto: Jordi BERENGUER 

 

Allá por 1929, Harold Adrian Russell Philby, más conocido como Kim Philby, es un joven estudiante de Historia en el Trinity College de Cambridge. Al igual que la mayoría de sus compañeros es el vástago de una familia influyente y privilegiada. Es idealista, transgresor y bastante ingenuo. Se siente fascinado por el marxismo, y no tarda en convertirse en un ardoroso militante. Los servicios secretos de la aún adolescente Unión Soviética, que desconfiaban de las potencias occidentales, acaban por reclutarle apelando a la urgente necesidad de combatir el incipiente fascismo. Podría decirse que los soviéticos lograron colocar huevos de serpiente en lo más profundo del gallinero de sus futuros enemigos.

Al iniciarse la Guerra Civil en España, Moscú le ordena acudir como corresponsal del Times a cubrir el conflicto. Su misión es hacerse pasar por simpatizante franquista, con el doble objetivo de depurar su pasado marxista y de acercarse todo lo posible a Franco y a su entorno para informar de su carácter y sus intenciones. En el frente de Teruel sobrevive milagrosamente a la explosión de un proyectil (ruso) que causa la muerte a varios corresponsales de otros medios, y Francisco Franco en persona, en un acto de propaganda, le concede una condecoración y una entrevista en exclusiva. Al fin y al cabo, la fortuna suele favorecer a los audaces. Es el inicio de su leyenda.

Ingresa en el Servicio Secreto británico, revestido de prestigio, y tras la Segunda Guerra Mundial empieza a escalar en la jerarquía de forma vertiginosa gracias a su personalidad brillante y arrolladora. Es un seductor y un manipulador, un auténtico encantador de serpientes. Logra hacerse amigo íntimo del primer director de la recién nacida CIA, James Angleton. Vamos, Jimmy, querido amigo, cuéntale al viejo Kim lo que tenéis en la armería. Seré una tumba. Dime que podemos dormir tranquilos. No resulta difícil imaginar a Philby susurrando algo parecido con su sonrisa arrebatadora, guiñando un ojo y con su tercer vaso de Scotch en la mano.

Los soviéticos obtienen un informe exhaustivo de la capacidad nuclear norteamericana, y también extensos listados de informantes en territorio soviético y planes detallados de futuras operaciones secretas.

Sobrevive, también milagrosamente, a las crecientes sospechas. Varios desertores soviéticos alertan de la presencia de un topo infiltrado al más alto nivel. Finalmente huye a Moscú en 1963, dejando sumido al Foreign Office en la vergüenza de un desastre apocalíptico, e inicia un grisáceo declive personal en su piso moscovita, bebiendo vodka de forma compulsiva y siguiendo los resultados del críquet en The Times mientras sus fantasmas más íntimos le asedian con ferocidad.

John le Carré, que había conocido y admirado a Philby trabajando para él, y por lo tanto había sufrido personalmente la humillación del desastre, publica El Topo en 1974, tras diez años de resentimiento. Arremete con furia contra los servicios secretos británicos, aristocráticos, elitistas, endogámicos, burocratizados y lentos de reflejos. Sus dirigentes son soldados sin ser guerreros, y permitieron el apocalipsis abocando a un destino atroz a muchos agentes de campo, verdaderos luchadores. Y también descuartiza metódicamente la figura de Philby, encarnado en la novela por el difuso Bill Haydon. En palabras de Le Carré, “Bill era un romántico y un snob. Pretendía formar parte de una vanguardia intelectual de élite y sacar a las masas de las tinieblas”. Le retrata como una persona narcisista y sin grandeza, mezquino en su avidez del reconocimiento y la admiración que no obtuvo de su padre. Es de justicia mencionar que Haydon justifica sus actos afirmando que siempre procuró evitar, dentro de lo posible, causar perjuicios a los intereses de Gran Bretaña. Su verdadero enemigo es Norteamérica y su depravada política exterior, expansiva y depredadora. Un fascismo enmascarado al que solo la Unión Soviética puede plantar cara.

Resulta tentador reconocer algunos rasgos de Kim en la mayoría de los personajes protagonistas gestados posteriormente por Le Carré. Sobre todo en su ingenua y verídica integridad moral, desprovista de maniqueísmo. Son héroes a su pesar, quijotescos, tenaces, combativos, impulsivos, sentimentales y enternecedores. Se extravían en su laberíntica escala de lealtades y la mayoría bebe en exceso. Y resulta tentador, también, percibir la voluntad del autor de comprender, justificar e incluso exonerar a Philby. Pero la figura de George Smiley, de ascendencia modesta, miope y rechoncho, se alza como una antítesis colosal a todos ellos. Smiley es el guerrero supremo, que convive con sus contradicciones de forma civilizada y detesta a los fanáticos. “El fanático es peligroso porque alberga una duda inconfesable”.

Philby fallece en Moscú en 1988. Es enterrado en el cementerio de Kuntsevo, reservado a los héroes soviéticos. Se le concede la Orden de Lenin a título póstumo por su heroica contribución a la causa y se convierte así, probablemente, en el único ser humano condecorado por el franquismo y por los soviéticos. Lo cual, por cierto, es una metáfora perfecta de la profunda, casi abismal dualidad de su figura.