José Luis Rodríguez García y el asombro de su poesía

Comuniter publica el singular poemario «En la magnífica hora tardía».

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

En la magnífica hora tardía (Comuniter) de José Luis Rodríguez García (León, 1949 – Zaragoza, 2022) es un poemario que le deja a uno en el límite infinito de su capacidad de asombro, él nunca la perdió como buen filósofo: “Lo que desconoce el fuego que llega/ con cabellera de mártir, golpeando con sus flechas,/ es que torva desolación es su destino”. Existe el destino: tras nacer viene el morir. ¡Acabáramos pues! No dejen de leer el prólogo del también poeta y profesor David Mayor.

Ya en su anterior poemario, Almanaque de la intemperie (Papeles mínimos, 2021) , Rodríguez García me dejó sutilmente traspuesto, con esos poemas trascendidos. Creo que los poemas aquí recogidos, bajo tan elocuente título, En la magnífica hora tardía, son la sensacional continuación de aquel Almanaque… citado que nos llevó a sentir y recordar los años de Filosofía: recordar a aquellos pitagóricos que condenaban al cuerpo pues era como una noche cerrada que no dejaba al alma ver la luz de la verdad, o algo así, que de eso hace muchos años: de los pitagóricos y de aquellos estudios.

Y lees este poemario en la también magnífica hora de vísperas y te dices y dices: ahí está, su poesía nos lo cuenta: nos da vida “el silencio asediado por los violines de la tempestad”. Qué imagen, qué poderío, qué musicalidad, qué grandeza. Solo por este verso no es inútil vivir, ni escribir, poeta José Luis Rodríguez García. Y  me pongo en el ordenador el Réquiem de Fauré. Aquí también desaparece la ira de la tempestad (divina) y aparece la serena y generosa música (celestial) de los violines.

Creo que este poemario, En la magnífica hora tardía, también destaca por ese intimismo testimonial y existencial ante este tiempo tragicómico, de dolor, que nos ha tocado en suerte. Aunque el poeta levanta su esperanza como refugio ante la soledad y el vacío de la humanidad y de la escritura siendo consciente de que “Te derrumbarás en una tarde,/ cuando en la sobremesa/ hablen los coleccionistas de joyas y palabras”.

David Mayor en la introducción nos da pistas, que me llevan a pensar que José Luis Rodríguez García se ponía frente a la página en blanco, cerrada a la vez que abierta, con su estilográfica y le preguntaba al tiempo cuánto más había de vivir: “Mejor hubiera sido no deslizar la estilográfica,// pues absurdo resulta el relato de tantos agobios”.

Y no, poeta, seremos las personas lectoras las que digamos lo que haya que decir para seguir viviendo con tu poesía, para tenerte en nuestro recuerdo, en nuestra memoria, en nuestra mirada, en y con nuestro lenguaje, que será siempre el tuyo, pues nos enseñas tanto… nos enseñas esperanza: pues, “aún me agradan los tinteros rebosantes/ y un cuaderno donde ya no se escribe,/ la prontitud exhausta de los almendros/ y la tarde inmensa con los amigos”.

Escribir versos, escribir poemas, escribir poesía es una puerta abierta de salvamento, por la que vamos a dónde casi nunca queremos ir: eso es tu poesía una puerta encajada en la realidad y al traspasarla llega el asombro. Temor y temblor, azar y necesidad: “El viajero, que iba camino de alguna parte, duda”.

Sigo pensando, poeta, que tus poemas llevan a las personas lectoras hacia la luz, al igual o del mismo modo que por el deseo es llevada la persona, el ser humano, hacia el objeto deseado: “que no sabía por qué le entusiasmaba la tierra”. Creo que has sido un poeta loco delicioso, aunque sepas que: “Y este vano agitarse/ es el nombre más horrible de la locura”. Cómplice de tantas y tantas lecturas desde aquellos volúmenes de Friedich Hölderlin. El exiliado en la tierra (Prensas Universitarias de Zaragoza, 1988). ¡Gracias!

Mayor nos dice en el último parágrafo de su introducción que “José Luis Rodríguez García escribió sin parar durante años, sumido en una escritura no tradicional, creando un espacio-tiempo-otro que evidenciara la imposibilidad de la representación. La convencional noción de experiencia resulta insuficiente para la escritura y, por lo tanto, para la comprensión de lo que somos”. No seré yo quien le quite la razón. Y más sabiendo que la imaginación y la poesía son la única realidad: “para advertir su definitiva soberanía”.

Para terminar quiero reiterar que es importante recuperar la esencia de la poesía, dar valor al verso no al espectáculo. Y este poemario es un buen ejemplo y testimonio de una vida vivida. Puesto que, escribir un poema es una declaración ética y estética. Y el poeta ha logrado una aproximación mayor al mundo en el que vivimos: los poetas son ciudadanos, no están fuera del mundo, y la poesía es un camino muy saludable para entender la vida y la muerte. Y quiero puntualizar que la vida de nuestro poeta, como ser humano, sigue siendo, gracias a la misma poesía, que le acoge y eterniza, leyenda de otros y nuestros días: “Sabe que quiere morir, tiene/ las rodillas de llaga, de cristal./ E invoca al fuego, suponiendo/ que arrastrará sus llantos del viernes,/ y los vasos vacíos cuando ella se alejaba/ contoneándose”.

 

La tierra,

seductora con la dorada fuerza

de la usura, raíces y obediencia exige

—porque la furia del padre

está presente como la rosa

que canta vanidosa de su perfume—.

Fidelidad sobre olvido

y la devastación,

así es la tierra.

Exigencia extraña.

Nada, ni nadie,

puede escapar sin enfermedad alguna

del orgullo de la tierra.