Camila Fabbri: “No hay edad para tener afinidad con la pesadumbre”

Paripébooks inaugura su colección de narrativa latinoamericana con “Los accidentes”, el primer libro de ficción de la escritora, actriz y directora argentina.

Texto: Susana PICOS  Foto: GUYOT       

 

Quince cuentos componen Los accidentes, de Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989), que con este, su primer libro de relatos, publicado en 2015 en Argentina y que ahora Papirébooks publica en España; logró el interés de la crítica y de los lectores con “una escritura que aúna desfachatez y lirismo”, como ha escrito de ella Leila Guerriero en la contraportada. Unos relatos donde el mundo onírico se mezcla con el real y un “accidente” es el detonante para desarrollar la historia.

Los accidentes es un libro de cuentos en los que mezclas la realidad y los elementos fantásticos que ofrecen varias interpretaciones. ¿Pretendes que el lector haga su propia lectura?

Definitivamente sí. Hay algo que empecé a hacer intuitivamente cuando escribía: esa ruta de doble carril. Por un lado lo que se ve y por el otro lo que se interpreta de eso que se ve, esa doble vara. Me gusta pensar en un lector activo e inquieto, en alguien que tenga que acudir a anécdotas o sensaciones muy personales para poder hacer sentido sobre eso que lee en mis cuentos. Creo que si logro eso, estaría cerca de sentir que estoy haciendo el trabajo correcto. Aunque eso de correcto o incorrecto no exista en la literatura, tal vez se trate solo de afinidades.

La lectura de tus cuentos va acompañada de un cierto desasosiego y extrañeza, ¿son sensaciones qué buscas a la hora de escribirlos?

Desasosiego y extrañeza son justamente interpretaciones de un lector o una lectora activa. Alguien que ha estado ahí pendiente, alguien que ha dejado que su sensibilidad de desestabilice. No podría decir que son dos estados que busco, en plena conciencia, mientras estoy empezando a escribir. Pienso que si algo de esa aura se repite en muchos de los cuentos, entonces es porque hay determinado patrón, determinado estado anímico que estoy queriendo volcar en mis proyectos.

Cuando publicaste tu libro en Argentina, uno de los elementos que más les sorprendió a los críticos fue que, a pesar de tu juventud, te adentrabas en “las pesadumbres de la vida o de lo cotidiano”. ¿Por qué ese interés tuyo por esa visión del mundo?

Creo que no hay edad para tener afinidad con la pesadumbre o con eso que no es del todo amable en la cotidianeidad. Yo creo que desde que soy muy chica tengo una antena especial para esos grises o para detectar ciertos malestares, sean propios, ajenos, o de un contexto más amplio. Tengo la sensación de que la mayoría de las personas que escriben tienen una tendencia a encontrar ese conflicto, por mínimo que sea, que se empieza a desenlazar en una situación inesperada. Ese pequeño hilito que quedó sin enhebrar. Repito: lo de la edad es circunstancial. Pienso, por ejemplo, en la poeta ucraniana Nika Turbiná que a sus ochos años ya recitaba: ¿Por qué en este mundo, el dolor es tan negro? ¿Será porque estás sola?

Las relaciones incomprendidas entre los hijos y sus padres aparecen en varios de tus cuentos, ¿crees que es inevitable que exista una parte de incomprensión entre ellos?

Por supuesto que es inevitable que haya incomprensión en los lazos madres, padres, hijos e hijas. Creo que ahí nace el germen fundamental que hace que exista ese día en que partimos de nuestras casas familiares para construir lo propio. Más o menos conflictivo, lo propio al fin. Me interesaron mucho, siempre, los lazos obligados. La familia como un ente de cobijo y también de conflicto perpetuo, algo que no se puede erradicar, que aunque no exista, aunque no existan las personas que conforman esa familia porque viajaron o huyeron, igualmente están. En su presencia o en su falta, siempre están. Es algo que me obsesiona.

El agua también aparece en varios de los cuentos, incluso, en el título como “Condición de buenos nadadores”, ¿qué representa para ti ese elemento?

No busqué especialmente que el agua apareciera en los cuentos. Creo que fue mera casualidad. No soy alguien que practique natación ni que haya crecido con ríos y lagos cercanos. Le tengo respeto al agua, pero no le temo. Le temo a muchísimas cosas, al agua no. Eso me gusta. También me pasa lo mismo que con el fuego, esa imantación. Me permite estar quieta y serena durante mucho tiempo simplemente mirando. Me parece un contexto ideal para escribir una historia de ficción. Esos lugares que no he tenido cerca porque siempre fui una persona de la ciudad, de los departamentos, de los lugares cerrados. Cuanto más lejos pueda contar una historia, mejor.

Alejandro Zambra anima a leer tus cuentos en voz alta, ¿estás de acuerdo o crees que es mejor hacerlo en silencio?

Me gusta mucho lo que dice Zambra sobre los cuentos de este libro. Esa invitación a recitarlos a viva voz, como un recital. me parece divertida. Hasta el día de hoy no lo he intentado. Sospecho que lo que nombra Zambra también es cierta relación de estos cuentos con su arquitectura de las palabras, cierto aire con la poesía. Lo que nombran o lo que dejan en silencio. Esa pequeña estela.

Has escrito y dirigido varias obras de teatro, algunas de las cuales llevan el mismo título que algún cuento, como “Mi primer Hiroshima”. ¿Cómo te planteas llevar la historia a un escenario y, a la vez, publicarla como un cuento corto?

Sí. En el libro hay tres obras de teatro. Mi primer Hiroshima, condición de buenos nadadores y Perros muertos. Dos de estos textos fueron escritos como obras de teatro en mi formación como dramaturga en la EMAD de Buenos Aires. La consigna era desarrollar un monólogo y en el afán de que un personaje habla y el otro no le contesta, construí entonces también, un cuento en primera persona. Lo que hice fue eliminar las didascalias de acción y las indicaciones de elipsis y movimientos escénicos, y ahí me di cuenta que los textos funcionaban igual por sí solos. De todos modos, con Los accidentes fue la primera y la última vez que hice estas conversiones. Creo que el disparador estuvo directamente relacionado con mi formación como dramaturga. Al día de hoy, estoy trabajando más únicamente como narradora. Los textos los construyo sin pensar en un escenario. La faceta ahora es otra.

¿Cuáles dirías que son tus influencias literarias?

Las influencias literarias son cambiantes y constantes. Sería inapropiado decir que hay una o dos o tres. Me gusta mucho leer, pero también me gusta mucho ver cine y escuchar música. Generar mis propias playlists y oír artistas nuevos que tengan nuevas historias o letras que han escrito, acompañadas de compases. En este momento estoy fascinada con Rachel Cusk, Leila Guerriero, David James Poissant, Peter Orner, Anne Sexton, Beatriz Vignoli, pero también con el cine de Agnes Vardá, Chantal Akerman, Pedro Costa o con con el último álbum del músico argentino Diosque.

¿Crees que el éxito de escritoras latinoamericanas, como Enríquez o Piñeiro, demuestra que vuelve a haber una fluidez literaria entre las dos orillas?

Me gustaría pensar que sí. Que esa fluidez siempre ha estado ahí. Que solo es cuestión de prestarle atención. De poner el ojo más seguido para que no se escape.