Viaje a Japón con Dusapin

La escritora franco-coreana Elisa Shua Dusapin publica «El salón de pachinko» (Automática Editorial).

Texto: Santiago ORTIZ LERÍN

 

Más allá de Akihabara, la bulliciosa e hipnótica zona comercial de Tokio que fascina a turistas y youtubers, la escritora franco-coreana Elisa Shua Dusapin nos muestra una ciudad poliédrica, desde los zainichi, los coreanos que viven en Japón, hasta una profesora de literatura que quiere que su hija aprenda francés para enviarla a estudiar a Suiza. «La luz arrasa la ciudad, decolorando el monte Fuji», es una imagen icónica de Tokio en El salón de pachinko, publicada por primera vez en español por Automática Editorial. La autora, Elisa Shua Dusapin, nacida en la región francesa de Nueva Aquitania, es hija de padre francés y madre surcoreana, y tan solo tres novelas cortas le han bastado para obtener premios literarios en Francia y en Suiza -Robert Walser, Regine Desforges, Prix suisse de littérature, o Prix Ève de l’Académie romande-, su novela más exitosa fue Un invierno en Sokcho, y, recientemente, este año se publicó Le vieil incendie, que aún no se ha publicado en nuestro país.

En la novela, El salón de pachinko, un salón de juegos característico de Japón, la protagonista, y a la vez narradora, acepta un trabajo en Tokio para cuidar y enseñar francés a Mieko, una niña japonesa. Claire aprovecha esta oportunidad para viajar a Japón y visitar a sus abuelos, con quienes pretende viajar a Corea, un viaje largamente pospuesto. La protagonista se encuentra entre tres mundos: el suyo en Europa; el de la niña japonesa; y el de sus abuelos y su salón de pachinko del que viven. Desde Nippori, barrio tradicional japonés, hasta Shinagawa, un populoso barrio de embajadores, Dusapin nos muestra la cultura japonesa y la de inmigrantes coreanos llegados al país durante la Guerra de Corea y que no quieren hablar japonés, pero que, a su vez, su nieta Claire, hija como la autora de un matrimonio europeo y coreano; está olvidando la lengua de sus abuelos.

La técnica de Dusapin se caracteriza por narrar esta historia en presente, es decir, lo que en narrativa llaman presente histórico para dar mayor viveza a la narración. En los últimos años se ha hablado del gusto por las novelas cortas, del que la escritora belga Amélie Nothomb es un buen ejemplo, y que también caracteriza a Dusapin junto con la sutileza con la que desarrolla su narración. En esta historia se enlazan tres tramas, la de Claire que necesita viajar a Japón, la de sus abuelos que viven en su propia burbuja, y la historia de Mieko y su madre, la señora Ogawa, de quien, curiosamente, la autora toma el apellido de la famosa escritora japonesa Yoko Ogawa.

Bajo el cielo donde se recorta la gemela de la Torre Eiffel en Asia, la torre de comunicaciones de color blanco y naranja, tres metros más alta que la original en París, la Torre de Tokio, viven Mieko y la señora de Ogawa, que quiere la llamen Henriette. Viven en la última planta de un hotel en proceso de reforma. Hay un momento en que se produce un giro narrativo, donde comienza a desnudarse la intimidad familiar de Mieko y su madre. El padre de la niña, ingeniero del Shinkasen -red ferroviaria de trenes de alta velocidad-, les abandonó. A su vez, Claire añora a Mathieu, una relación en la otra punta del mundo que se encuentra en Suiza, y que de algún modo reprocha a su madre estar olvidando el coreano. Sus abuelos también añoran regresar a Joseon, la Corea unificada, y que ya no existe. Habrá un momento en que la protagonista descubrirá que es ella quien necesita verdaderamente viajar al país de sus abuelos. La relación con Mieko, la niña que le toma un afecto infantil, provocará unos celos contenidos en la señora Ogawa.

Dusapin desarrolla esta historia en un atractivo marco exótico para los lectores europeos como es oriente, que con una fina delicadeza desarrolla conflictos internos del ser humano, y la sensación de que nada es perdurable, que a veces los países permanecen en la memoria, y que viajar supone, por paradójico que resulte, buscarse a uno mismo.