¿Una nueva era para la literatura africana?

El premio Nobel de literatura para el escritor de Tanzania Abdulrazak Gurnah hizo que Occidente “descubriese” la literatura africana. Pero ellos ya se habían descubierto a sí mismos hace muchos años.

 

Texto: David VALIENTE

  

El de bdulrazak Gurnah era un nombre desconocido para la mayoría de los lectores españoles, hasta que el 7 de octubre del año pasado la Academia Sueca le laureó con el máximo galardón literario: el premio Nobel. Gurnah no figuraba en las quinielas, pero de pronto se convirtió en el autor más buscado por la prensa y muchos han sido los curiosos que han acudido a las librerías en busca de sus títulos. El escritor tanzano ha mostrado al mundo que el continente africano no es solo un ovillo enredado de conflictos, epidemias y desastres climatológicos, sino que también alberga mentes preclaras y dotadas de una capacidad artística e intelectual excepcional.

Desde octubre vienen corriendo por la Red, como si de un reguero de agua dulce se tratara, artículos vaticinando el gran futuro de las letras africanas. De uno u otro modo, el 2021 ha sido su año, ya que a la victoria de Gurnah debemos sumarle la concesión del premio Camões a la mozambiqueña Paulina Chiziane,  el premio Neustadt al senegalés Boubacar Boris Diop, el premio Goncourt al también senegalés Mohamed Mbougar Sarr, el premio Booker al sudafricano Damon Galgut, el Friedenspreis des Deutschen Buchhandels a la zimbabuensa Tsitsi Dangarembga y el International Booker a David Diop, un francés de origen senegalés.

Sin duda, a los autores africanos les tocó el gordo. No obstante, cuando los vítores y la excitación de la victoria se calmen, sabremos si de verdad la inconstancia del lector y la voracidad editorial no sustituirán a Gurnah y compañía por otra megaestrella de otro continente en el firmamento literario. La vasta literatura africana, comparable a lo variado y nutrido de sus paisajes, ¿ocupará por fin el espacio que lleva tanto tiempo mereciendo?

En busca de la definición

La primera disyuntiva que se nos presenta cuando accedemos al mundo de las letras africanas consiste en distinguir qué es y qué no es literatura africana. Con la literatura europea no se presenta ese problema, los lectores saben que Zola, Dickens y Cervantes pertenecen a lo más granado de las letras de nuestro continente, pero, cuando hablamos de autores afrodescendientes, que se encuentran en la diáspora o escriben sobre África, nos cuesta determinar si sus textos pueden enmarcarse en la etiqueta de literatura africana. “Es muy complejo hacer una definición de literatura africana, comprende tantos países, estilos, géneros y lenguas…”, dice Alejandro de los Santos, fundador y director de la revista digital Afribuku y de la colección Libros del Baobab, además de promotor de otros muchos proyectos culturales relacionados con el continente. Desde hace unos quince años se emplea la expresión “literaturas africanas” para incluir a los autores de la diáspora y enfatizar el carácter plural del continente.

Pero tampoco nos quedemos con la idea pueril de que no hay ninguna conexión entre los escritores africanos. Una serie de patrones, marcados por el periodo histórico y la lengua colonial que se les obligó a adoptar, demarcan similitudes entre, pongamos, un escritor sudafricano y otro sierraleonés. Estefanía Calcines Pérez, encargada de la mediateca de Casa África, comenta que “Marta Sofía López Rodríguez, una académica española especialista en literatura inglesa y poscolonialismo, localizó características comunes entre los escritores anglófonos poscoloniales”.

“De todos modos, son los escritores africanos los que deben definir su literatura. Desde fuera, solo damos palos de ciego”, advierte Sonia Fernández Quincoces, fundadora de uno de los blogs más populares sobre literatura africana en español: Literafricas. De hecho, en respuesta a nuestro desconcierto, Donato Ndongo, el máximo exponente de las letras de Guinea Ecuatorial, no duda a la hora de definir la literatura africana: “Literatura escrita por africanos sobre temas africanos”. Tampoco desaprueba el empleo de “literaturas africanas”, porque “África no es un país. Cuenta con infinidad de culturas y unas 3.000 lenguas nativas diferentes”.

Lengua colonial versus lengua nativa

En 1981, el escritor keniata Ngugi wa Thiong’o impartió una conferencia titulada “La lengua de literatura africana”, que más tarde recogió, junto a otros tres ensayos, en su libro Descolonizar la mente, donde denunció que los colonizadores se marcharon, pero dejaron sus lenguas para seguir controlando las mentes y las sociedades africanas. La solución, para Thiong’o, pasa por readoptar las lenguas autóctonas en la creación literaria y desdeñar las herramientas del yugo. Muchos escritores tomaron la senda marcada por el eterno aspirante al Nobel. “Sin embargo, aunque la visión de Thiong’o está muy extendida, otros prefieren escribir en las lenguas coloniales, así pueden llegar a un público mayor, cosa que en suajili o en wolof les sería muy difícil hacer”, asegura Calcines Pérez.

Tras la colonización, las lenguas coloniales permitieron articular un Estado central y desarrollar una administración inclusiva. Las diferentes comunidades aceptaron el pacto político, asumiendo el valor de una lengua neutral, manejada por los notables del país para estrechar los lazos sociales e impedir que ningún grupo étnico y lingüístico se quedara fuera de la influencia estatal. De hecho, la imposición de las lenguas europeas ha ido acompañada de un proceso de adaptación sobre todo al contexto espacial y, de manera más gradual, a los tiempos que corren. Para De los Santos, “una de las grandes victorias del escritor africano ha sido apropiarse de la lengua colonizadora para contar su historia y denunciar los abusos”.

Ndongo refrenda a De los Santos en esta idea: “Al igual que el latín se romanizó, las lenguas colonizadoras están sufriendo una serie de cambios lentamente; no es igual el español que se habla en Madrid al que se habla en Bata, tampoco el inglés empleado por Wole Soyinka y Chinua Achebe es el de Oxford. Nos estamos apropiando de las lenguas europeas para conseguir nuestros propios fines”. Por desgracia, continúa Ndongo con un tono entre apenado y disgustado, “no se percibe el enriquecimiento que hemos hecho de la lengua, pululan entre las personas unos tópicos estúpidos que claman al cielo”.

Descolonizar la mente

En Europa nos cuesta ver la presión que ejercemos sobre los escritores africanos. Casi por mandato colonial, se les interpela para que escriban sobre ciertos temas, y si no lo hacen “reciben críticas virulentas”, denuncia Ángeles Jurado Quintana, miembro del equipo de prensa de Casa África, redactora del blog de El País África No es un país y colaboradora de Afribuku, Mundo Negro, La Vanguardia y Revista 21, entre otros. “Dichas presiones no las reciben escritores de otros continentes”.

Esta tendencia cultural se agrava por la mala praxis occidental y de sus élites sobre cuestiones tan determinantes como la economía y la política. Es una forma de colonialismo, heredera de la variante decimonónica, que genera en los escritores africanos “un complejo de inferioridad, porque Occidente avasalla su cosmogonía”, asegura Ndongo, quien agrega: “Pero también muchos escritores luchamos por mantener viva nuestra cultura e identidad personal” Pero acusar exclusivamente a Europa y Estados Unidos de licántropos culturales y económicos nos aleja de la realidad neocolonial, puesto que nuevos países, entre los que se encuentran China y Brasil, que fueron también colonias, aprovechan las debilidades endémicas y depredan como si fueran la reencarnación del Imperio británico. El gigante sudamericano ha aterrizado en países de habla lusa (como Mozambique), empleando nuevos mecanismos como la evangelización televisiva, que cambia los hábitos diarios de las personas. “De este tipo de colonización se habla muy poco”, indica De los Santos, que vivió una temporada en Mozambique.

Con o sin evangelizadores, “la juventud está harta de que los extranjeros sigan contando mal la historia del continente para justificar sus tropelías y de que no haya suficientes voces nativas que lo enmienden”, asegura Jurado Quintana. Calcines Pérez coincide con su compañera: “Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”.

Y, aunque Maaza Mengiste, en su último libro, El rey en la sombra (Galaxia Gutenberg), cuente la historia poco conocida en Europa de las mujeres que combatieron en Etiopía contra la invasión italiana mientras soportaban los abusos de sus propios hombres, “no superaremos la despersonificación del africano hasta que en las universidades del continente negro no se tengan en cuenta las aportaciones de Alexis Kagame, por poner un ejemplo. En los cursos de filosofía se enseña a Hegel como si fuera la Biblia; un autor que fundamentó el eurocentrismo en el hecho de que fuera del continente no había historia. ¿Acaso yo provengo de un árbol?, ¿no tengo padres ni abuelos?”, protesta Ndongo. Si los intereses intelectuales no cambian, vaticina el autor de Las tinieblas de tu memoria negra, “no saldremos de la fase de postración moral ni mucho menos levantaremos cabeza”.

Una dependencia editorial

“Debemos atender a las condiciones materiales y regionales; no es lo mismo ser una mujer negra y escribir desde Francia, que tener la misma identidad racial y cultural y hacerlo desde el Congo”, advierte De los Santos. El relato ofrecido por los medios, sin duda, nos impide imaginar que tras los conflictos, las epidemias y los desastres naturales, alguien tenga energía, tiempo e instrumentos con los que escribir una obra literaria.

La industria editorial africana es muy incipiente. Sonia Fernández Quincoces pudo comprobarlo con sus propios ojos cuando viajó a Ruanda. “Allí conocí a una joven editora que traducía libros del francés y del inglés a las lenguas nativas del país”. Reconoció que la literatura ruandesa tenía aún un largo camino que recorrer, pero se mostró esperanzada: “Les iba a costar mucho (esas fueron sus palabras), pues no disponen de un canon contemporáneo, un modelo a imitar o rechazar; aun así, estaba convencida que con el tiempo lo tendrían”.

Por eso, “la inmensa mayoría de nosotros tenemos que publicar en Europa; en nuestros países, prácticamente nada funciona”. Ndongo también culpa a las editoriales africanas, influidas por el neocolonialismo, las cuales ponen la zancadilla a todo autor que trate temas considerados tabú. “Ningún editor publicará un libro sobre el colonialismo o la esclavitud escrito desde nuestro punto de vista, eso sería romper con el relato falaz inventado por los europeos en el siglo XIX”.

En España, por lo general, son las pequeñas editoriales las que dan una oportunidad a los escritores africanos. Sin ir más lejos, Casa África mantiene varias colaboraciones con pequeñas editoriales como Baile del Sol: “Cuando abrimos las puertas en el 2007, nuestras colecciones apoyaron a pequeñas editoriales que con un esfuerzo titánico y vocacional hacían llegar al público español lecturas africanas. Ahora, afortunadamente, más editoriales, webs y periodistas culturales se han sumado a la ola narrativa africana y comparten sus experiencias de lecturas”, asegura Calcines Pérez. No obstante, las grandes marcas mantienen su reticencia cuando se trata de un autor del continente vecino: “Una editorial es un negocio que requiere dinero para no dejar de producir libros, las grandes marcas se muestran reacias a publicar a ciertos autores”, confirma Fernández Quincoces.

Un Nobel con tintes africanos

“Hace unos días, oí en la radio que el premio Nobel se estaba devaluando porque se lo habían dado a Gurnah, un completo desconocido”, protesta Ndongo. Se ha vuelto habitual que el Nobel suscite polémicas. Se concede una vez al año y su prestigio es un aliciente para que los lectores queden insatisfechos cuando su autor predilecto, que siempre aparece entre los favoritos, tenga que esperar otros 365 días hasta tener una nueva oportunidad. Para los autores africanos, los premios occidentales les abren las puertas a las grandes editoriales europeas, ya que en África “la situación económica poco boyante de los países patrocinadores impide que la celebración de los premios sea constante”, afirma el director de Afribuku.

Con Abdulrazak Gurnah, el número de africanos premiados con el Nobel asciende a cinco, de los cuales dos son étnicamente blancos y tan solo uno, Naguib Mahfuz, publicó sus libros en árabe. En esta discriminación lingüística, Ndongo destaca nuestra indolencia intelectual y nuestra dependencia de las academias anglófonas, quienes nos descubren aquello que se encuentra delante de nuestras narices: “En 1984 publiqué una antología de literatura de Guinea Ecuatorial, que hubiera pasado totalmente desapercibida para el público español si un norteamericano no la hubiera incluido en su trabajo académico”.

Calcines Pérez y Jurado Quintana, por su parte, muestran satisfacción por el logro de Gurnah (y del resto de premiados), pues lo consideran un avance significativo. No así Donato Ndongo, que prefiere mantenerse prudente: “Hace 35 años, se le concedió el mismo premio a Wole Soyinka, y desde entonces no hemos evolucionado mucho”. Reflexiona sobre los cambios sociales de la última década, y no cree que la mentalidad occidental haya experimentado grandes metamorfosis. Lo ilustra con un ejercicio de comparación: “Cuando Soyinka recibió el Nobel, en las redacciones españolas cundió el pánico porque ninguna de sus obras había sido traducida al español, y lo mismo ha sucedido con Gurnah”.

“No hay duda: la Academia Sueca no se fija en muchos grandes autores. Hacemos y repetimos esta crítica todos los años, pero es el momento de buscar soluciones”, asegura De los Santos, quien, además, desmiente que la Academia discrimine por motivos raciales, más bien “si tantos autores talentosos de diferentes lenguas no reciben el reconocimiento merecido, es porque sus textos se encuentran en idiomas desconocidos por el comité del Nobel. Yo mismo leo seis lenguas y ninguna de ellas es el suajili, quizás lo conveniente sería traducir esos textos a las lenguas que manejen los miembros del comité”.