Sonia San Román, un tsunami de pasión poética desgarradora

4 de Agosto publica el último poemario de Sonia San Román «Esa pequeña víbora disfrazada de diosa».

Texto: Enrique Villagrasa

 

La poesía es vida, es pasión y es algo más: es Esa pequeña víbora disfrazada de diosa (4 de Agosto), último verso y a la vez título del último libro de poesía que ha escrito la poeta y profesora riojana Sonia San Román (Logroño, 1976). No sé cómo un libro tan pequeño, en formato de cuarto de folio y con escasas 50 páginas, puede contener tanta poesía, tanto amor y tan desgarrador. Los tsunamis no duelen tanto como leer estos admirables versos arrasadores: <<Al menos Dios tuvo la deferencia de pactar con Noé/ para salvar a su familia>>. O este: <<Y lloro como si te hubieras muerto aunque no lo has/ hecho porque sé que para seguir adelante, en mi/ interior tengo que matarte>>.

Sonia San Román (Villamediana de Iregua, La Rioja, 1976) es licenciada en Filología Hispánica, máster en Estudios Avanzados en Humanidades (especialidad en Estudios Hispánicos) y doctoranda en poesía española contemporánea. Escritora y profesora de Lengua y Literatura, ha desarrollado su trayectoria entre la creación y la crítica literarias. Es autora de ocho libros de poesía, entre ellos La barrera del frío, galardonado con el Premio Ateneo Riojano en 2018. En el ámbito narrativo fue finalista del Premio Cosecha Eñe (2015). También se ha encargado de la edición de antologías poéticas dedicadas, entre otros, a José Hierro o Gloria Fuertes.

Tres partes son en las que se divide este poemario con unos poemas en prosa excelentes: Zona catastrófica, con 6 poemas sobre la siempre difícil y traumática por inesperada ruptura amorosa; Puentes, con 9 poemas que es la posibilidad de una nueva pareja; y Sed, con 5 poemas que es entender y entenderse para sanar. El poemario tiene versos de este calibre: <<¿Cómo os explico que la bestia que me poseyó solo/ era un niño recién visto por su madre?>> Este volumen me trae ecos de El salto del ciervo (Igitur, 2018) de Sharon Olds, aunque creo para mis adentros que Sonia San Román la ha superado: <<¿Cuál de las erupciones nos volvió dos islas?>>

Cada vez soy más consciente de que la poesía es experiencia vivida y que es cantar y contar tu experiencia, con conocimiento de causa y más si en ella dejas girones de tu alma. Sonia San Román es una poeta grande que sabe contar y cantar esa íntima intimidad, ese doloroso sufrimiento y esa leve esperanza que se vislumbra. La poeta sabe hacer de las experiencias sufridas por su yo poético un canto a la vida arriesgada, dura, trágica, con versos de ritmo alejandrino, que le van como anillo al dedo para estos tremendos y extensos poemas (salvo el que reproducimos al final de la página: metáfora perfecta, fulgor del Ave Fénix diríase): aunque siempre sintamos que <<Hay noches en las que quisiera que alguien derribara/ el puente>>.

Me queda claro que hay que escribir poemas de varia existencia, como son estas experiencias íntimas, cantadas y contadas desde lo más íntimo de uno mismo pero no relatando esa realidad, sino interpretándola con la máscara poética: o lo que es lo mismo, poemas de íntima intimidad pero no de confesionario ni de juzgado. El compromiso ético y estético del poeta es con el lenguaje, aunque lo trascienda la realidad: esa que plasmamos, dibujamos, en el poema: el canto que contamos de ella. Y esto y no otra cosa es lo que poetiza Sonia San Román en Esa pequeña víbora disfrazada de diosa, su propia vivencia: <<No lo llames olvido, mejor decir memoria decantada:/ esto ocurrió y, sin embargo, has cancelado tu deuda>>.

No quisiera terminar este texto sin antes citar la dolorosa y plástica nota final: <<Este libro se cerró con barro bajo las uñas, fuego en la lengua y palabras afiladas como cristales de un puente roto. Fue escrito desde la herida, la rabia y el deseo, pero también desde la memoria luminosa de todas las mujeres que sobrevivieron a la tormenta y al silencio. Encontró su forma definitiva en una madrugada de agosto, con la certeza de que arder es, al fin, otra manera de renacer>>. Es no nos cabe duda un verdadero <<conjuro de vida, escritura y resistencia>>.

 

VI

En el prado anegado crecen raíces verdes.

Mi piel, antes ceniza, se torna flor de fuego y de mi

pecho abierto vuela un ave dorada:

sobrevuela su jaula, cambia el plumón, despierta.