Sheng Keyi: «Trato de mostrar el estado social de China en estos últimos 40 años y los problemas que le ha tocado afrontar a través de mi familia»

Galaxia Gutenberg publica «Frutos Salvajes», la primera novela traducida al español de la novelista china Sheng Keyi.

Texto: David VALIENTE

 

 

En China, la familia sigue desempeñando un papel predominante en la estructura social. Sin embargo, su naturaleza ha evolucionado mucho a lo largo del siglo pasado, entre otras cosas, por los convulsos (y a veces sangrientos) cambios políticos que se han producido en el país. Sun Yan-set, fundador del Kuomintang y de la primera república china, dio los primeros pasos para modernizar la anquilosada, degradante y constringente estructura familiar. Mao Zedong, el primer presidente de la República Popular China, siguió el camino de Sun pero fue un poco más allá al emprender una guerra total contra todo lo vinculado a la tradición. Sin embargo, comprobó que no contaba con los suficientes recursos para desarticular la concepción social de la familia; se conformó con matizar algunos de sus aspectos, como, por ejemplo, intentar equiparar los derechos de las mujeres a los de los hombres. Durante la Revolución Cultural no era extraño ver a las jóvenes fanatizadas denunciar, increpar e, incluso, pegar a sus padres. Tiempo después, la apertura orquestada por Deng Xiaoping consolidó una estructura familiar ahora definida por la convivencia de tres generaciones diferentes dentro del núcleo.

En su primera novela traducida al español, Frutos Salvajes (Editorial Galaxia Gutenberg), la escritora china, Sheng Keyi, nos da buena cuenta de los cambios experimentados por la sociedad china desde los años 80 hasta principios del siglo XXI. A través de la historia familiar de Li Xiaohan, una periodista que trata de hacerse un hueco en el mundo de la prensa plantando cara al poder más fuerte que existe en China, el Estado, se presenta al lector español la reacción del pueblo chino a esos cambios, que si por algo se han caracterizado es por su carácter abrupto. Sheng Keyi, autora de diez novelas, nació en Yijang (estado de Hunnan) hace casi 50 años. En los años 90, emigró a Shenzhen. En la zona económica especial pudo comprobar las sombras más desgarradoras del progreso. En 2002, comenzó a dedicarse en exclusiva a la literatura. A lo largo de su carrera literaria ha ganado varios premios: el Premio de Literatura del Pueblo Chino, el Premio Yu Dafu de Ficción, el Premio de Medios de Literatura China y el Premio de los 20 Mejores Novelistas del Futuro. Sheng Keyi ha concedido a Librújula una entrevista vía email.

En su novela, Frutos salvajes, recrea la historia trágica de una familia china. ¿Por qué narra la historia de una familia? ¿Y por qué lo hace recurriendo a lo trágico?

Me preocupo especialmente por la realidad social y el destino individual de las personas. Crecí en el campo y presencié muchas tragedias, también experimenté la desgracia de mi propia familia, lo que me desató, desde la infancia, una gran impotencia y mucho pánico. Estas sensaciones, como no puede ser de otro modo, se han convertido en los matices de mi narrativa. Mi escritura echa sus raíces en la realidad, es como una planta que germina en el suelo oscuro de la existencia, que no puede librarse de la humedad y la penumbra. Se puede decir que la historia de la familia Li (los personajes de mi novela) es la historia de mi propia familia, y la mayoría de desencuentros de los personajes son reales. Una familia es un microcosmos dentro de una sociedad, por lo tanto, la desgracia de una persona se relaciona o es el resultado directo de un movimiento sociopolítico específico. Le pongo un ejemplo: en 1983, el Estado lanzó una poderosa ‘campaña para acabar con los delitos penales’ y a cada región le correspondía completar un cupo de condenados a muerte. Muchos inocentes murieron fusilados a causa de estas medidas, entre ellos mi hermano. Con mi novela, trato de mostrar el estado social de China en estos últimos 40 años y los problemas que le ha tocado afrontar a través del destino personal de los miembros de mi familia. China ha logrado desarrollarse y, como sugiere el título del libro, ha dado como resultado una especie de Frutos salvajes. Este crecimiento salvaje también puede recibir el nombre de ‘supervivencia’. Si no lo rehúyes, comprobarás que la vida misma está llena de infortunio. No cuento con la suficiente inspiración para reseñar la luz del sol y la felicidad, en cambio, vale más la pena escribir sobre las sombras y las tragedias que se desenvuelven bajo esa luz del sol. Solo la tragedia hace que la gente recuerde y reflexione.

 

¿Qué ha supuesto para la estructura familiar la emancipación de la mujer? ¿Y para la propia mujer?

El primer requisito imprescindible para la emancipación de las mujeres es que recuperen su lugar en el espacio público: solo con un trabajo propio dispondrán de una ‘base material’ que las haga económicamente independientes y las permita recorrer el camino de la emancipación. Hoy, las mujeres disponen de más oportunidades para participar en la construcción de la sociedad y empoderarse. La familia nuclear, entendida como un actor social y económico, se divide, en su naturaleza activa, en ‘trabajo familiar’ y en ‘trabajo social’. Solo cuando el ‘trabajo familiar’ de la mujer deje de ser un ‘asunto privado’ y se convierta en un ‘asunto público’, se garantizará la igualdad de la mujer en los ámbitos laborales y familiares, y su emancipación encontrará menos resistencias. Cuando ser mujer no suponga ningún obstáculo para sus elecciones personales, hallarán la verdadera libertad y, además, los hombres también estarán verdaderamente liberados.

 

¿La apertura china de 1979 ha contribuido a la emancipación de la mujer?

De hecho, la reforma y la apertura han estimulado la vitalidad y la creatividad de las mujeres. Las mujeres modernas ya no están atadas por las limitaciones de antaño que establecían una concepción muy rígida sobre los géneros, sino que cuentan con un mayor acceso a la sanidad, la educación y al mercado laboral. Sin embargo, el rápido desarrollo de la privatización a partir de la década de los 90 ha refinado la contabilidad económica de las empresas privadas e, incluso, de algunas unidades públicas del país, y ven la maternidad como una desventaja. Algunos reclutadores llegaron a decir abiertamente que no querían mujeres y esto ha disminuido su estatus.

 

Un tema recurrente en su libro es la política de hijo único. ¿Qué otros problemas, aparte del decrecimiento demográfico, ha causado esta medida?

En China, cuatro décadas de planificación familiar han tenido un gran impacto y han cambiado por completo la estructura social y familiar. Asimismo, ha provocado un desequilibrio entre el sexo de los niños que nacen, es decir, a causa de los abortos de fetos femeninos o el asesinato de bebitas, ahora hay 30 millones más de hombres que de mujeres y en algunas zonas rurales han aparecido pueblos de ‘solterones’. Este grave desequilibrio entre sexos ha tenido impactos grandes en el mercado matrimonial, y ha desencadenado, por otro lado, una serie de crisis morales. Las políticas de hijo único están provocando un gran número de secuestros de mujeres, que son posteriormente vendidas dentro del país. De hecho, la política de hijo único ha transformado completamente el concepto de la población sobre la maternidad: la gente se ha acostumbrado a tener un solo hijo; o ninguno. Además, el modelo económico y la planificación urbana de China están diseñados para satisfacer a los núcleos familiares con un solo hijo. Si bien los ciudadanos ya pueden tener dos niños, los modelos consolidados durante años son muy difíciles de cambiar. En 2023, por primera vez en 60 años, la población de China experimentará un crecimiento negativo, lo que significa que ya no podemos seguir confiando en el dividendo demográfico como motor estructural del crecimiento económico. Tal vez, incluso, en China se producirá el fenómeno de que la sociedad envejezca antes de volverse verdaderamente rica, es decir, el crecimiento económico se producirá de un modo más lento y aumentarán los costes de la sanidad y los servicios sociales. Esta crisis de la vejez se podría convertir en una catástrofe humanitaria.

 

¿El origen campesino de una persona sigue determinando su situación en la sociedad y la posibilidad de obtener un mejor futuro?

En Seven Up, una serie documental británica, se narra 49 años de la vida de un grupo de niños y las dificultades que deben afrontar por la consolidación de la clase social en Reino Unido. En China, el problema es igual de serio. A medida que el país madura, los hijos de la élite cuentan con mejores oportunidades, mientras que los niños pobres o procedentes de áreas rurales deben sortear más escollos por el camino para alcanzar el éxito. Es cierto que pueden romper esta dinámica aprobando el examen de acceso a la universidad (gaokao), pero en sus provincias la educación que les ofrecen, si la comparamos con la que dispensan en las ciudades, es mucho peor, y tampoco esos niños pueden entrar a un centro educativo de la urbe, pues su alto coste y el sistema de registro de hogares (hukou) se lo impiden. Sin esa educación más justa, tienen menos oportunidades para acceder a la universidad y conseguir un estatus social y económico mejor. Es la pescadilla que se muerde la cola.

 

Li Xiaohan, la narradora de su historia, es una consumada periodista en un medio modesto que, a causa de una serie de reportajes, debe enfrentarse al mismísimo Estado. ¿Cómo es el ejercicio periodístico en China?

En los últimos años, se han producido cambios drásticos y conozco algunos casos de grandes periodistas de investigación que han optado por cambiar de carrera y abandonar el periodismo que tanto amaban. Algunos canales influyentes han cortado su emisión, y cada vez menos periodistas se mantienen fieles a la verdad. Hoy en día, las noticias se suelen publicar de manera uniforme y selectiva.

 

Y a los escritores, ¿os pone límites a vuestra creatividad?

Mi creatividad siempre ha emanado de mi interior, del reclamo de mi corazón. No creo que mi creatividad literaria se haya visto coartada por factores exógenos, más bien diría que la han estimulado. Nunca he dejado de explorar las posibilidades artísticas de la narrativa.

 

En la novela, recrea el caso de un desaparecido por el Régimen de detención y deportación, ¿es real lo que usted cuenta en el libro?

Mi novela se basa en un hecho verídico: el famoso “Incidente de Sun Zhigang”. Sun Zhigang era un recién graduado de la universidad cuando llegó a Guangzhou. Tenía por costumbre acudir por la noche a los cafés para navegar por internet e iba sin los documentos de identificación. Una de esas noches, las fuerzas del orden lo detuvieron por no poder demostrar su lugar de origen y posteriormente fue asesinado a golpes a manos del personal responsable del albergue a donde lo condujeron. No obstante, Sun Zhigang contaba con su permiso de residencia, un trabajo legal y documentos de identidad también legales, por lo tanto, en ningún momento tuvo que haber sido internado. Este incidente desencadenó un gran debate en China sobre el sistema de internamiento y repatriación, activo desde 1982, que al final fue llevado ante los tribunales y fue derogado. De hecho, los llamados albergues son grandes organizaciones lucrativas, donde todas las personas “acogidas” pagan un dinero para salir, y aquellos que no pueden pagar a tiempo son enviados a Zhangmutou para realizar trabajos forzados, subiendo la cuantía para obtener su libertad. No tiene ningún registro escrito, pero en estos últimos 20 años es posible que Zhangmutou haya recibido más de un millón de personas, muchas de las cuales eran soñadores que llegaron al sur.

 

En el libro trata el brote de SARS COV-1 que hubo entre el año 2002 y 2003; ¿Qué diferencia ha habido entre la pandemia de 2002 y la de 2019? ¿Cómo actuó el Gobierno? ¿Se ha notado a la hora de combatir el virus el aprendizaje de la epidemia anterior?

En abril de 2003, al comienzo de mi carrera como escritora, viajé a Guangzhou a la entrega de un premio literario de relevancia en mi país que me concedieron. En esos momentos desconocíamos lo asuntos relacionados con el virus, nadie entró en pánico. Tampoco ninguno de los presentes llevábamos puestas las mascarillas. La pandemia de coronavirus que acabamos de superar comenzó a finales de 2019, pero no nos enteramos de su existencia hasta más tarde. En enero, expertos autorizados dijeron en televisión que esta neumonía era desconocida pero que no era transmisible. Por aquel entonces, tuve que acudir a un hospital de Shenzhen para comprobar si sufría una espondilosis cervical. Antes de tomarme las radiografías, me encontré en un espacio angosto (para cambiarme de ropa) junto a una mujer que no paraba de toser, y me contó que había acudido a varios hospitales, pero que en las revisiones los médicos no habían detectado nada. El 16 de enero, tomé un tren de alta velocidad a Changsha para celebrar el año nuevo chino y nadie usaba mascarilla. Unos días después de regresar a casa, expertos autorizados anunciaron de pronto que la enfermedad se propagaba de persona en persona. Esto me impactó mucho porque recordé a la paciente del hospital con la que compartía sala y me empezó a preocupar la posibilidad de que hubiera llevado la enfermedad a mi familia. Un día, mi sobrino amaneció con fiebre alta y tos, pero nadie se atrevió a dar el aviso por temor a ser denunciados y puestos en cuarentena. Por suerte, todo fue una falsa alarma. Fue entonces que las familias comenzaron a abastecerse de medicamentos y alimentos. Un hombre de negocios que regresó a Wuhan antes de que la ciudad fuera puesta en cuarentena, se marchó al campo y relató la experiencia de su viaje. Las familias sintieron un temor apocalíptico cuando el Estado confinó la ciudad. Afortunadamente, las zonas rurales más alejadas no padecieron los picos de la pandemia, salvo en mayo del 2023, cuando un número importante de la población contrajo una infección similar a un resfriado leve. En definitiva, la gravedad y la devastación fueron muchos mayores que las producidas por el brote de SARS del 2003, y el enorme desastre humanitario provocado por las tácticas extremas de prevención y control de epidemias han resultado en innumerables tragedias personales y familiares.