Julio Ceballos: «¿Cómo vamos a competir con China si ni siquiera la conocemos?»

El último trabajo del especialista sobre China, Julio Ceballos, «Observar el arroz crecer. Cómo habitar un mundo liderado por China» (Editorial Ariel) es un  libro collage de enseñanzas, vivencias, información, datos y reflexiones sobre uno de los países más grandes y ahora más poderosos del mundo.  

Texto: David VALIENTE

 

China es una de las grandes civilizaciones de la antigüedad y una cultura con un peso específico en la historia de la humanidad. Ahora también es una superpotencia que se postula a ocupar un puesto importante en este siglo”, comenta Julio Ceballos (Reinosa, 1979). Me he reunido con él en la cafetería del Hotel Wellington para hablar sobre su último trabajo: Observar el arroz crecer. Cómo habitar un mundo liderado por China (Editorial Ariel). Su libro es un collage de enseñanzas, vivencias, información, datos y reflexiones sobre uno de los países más grandes y ahora más poderosos del mundo.

Siendo aún un veinteañero, Julio cambió los sosegados ambientes germanos por las vibrantes y bulliciosas calles chinescas. Su conocimiento del idioma era nulo, pero sus ansias de descubrir el ambiente que le rodeaba no tenían fin. Julio Ceballos llegó a China para hacer negocios (aparte de ensayista, columnista y poeta, ayuda a las empresas europeas a hacerse un hueco en el mercado chino) hace diecisiete años y se enamoró de esa tierra milenaria, extensa, heterogénea. Al menos así se percibe cuando lees las 88 cápsulas que desgranan el alma de China: “He escrito un libro divulgativo y entretenido, empleando un lenguaje cercano. En definitiva, lo he hecho accesible a todas las personas que sientan una mínima curiosidad por China, por el futuro que está diseñando y por cómo nos va a afectar a nosotros”.

Mientras tomamos una humeante taza de té (esta charla no podía ser regada con otra bebida) me comenta lo imposible que resulta exportar el ecosistema productivo chino a otros países: “Nunca habrá dos Chinas. Ningún otro país cuenta con la envergadura geográfica, la especialización de los sectores productivos, el nivel educativo, la cultura de negocios, la cultura del esfuerzo, la agilidad, la flexibilidad, el nivel de infraestructuras y el marco normativo de China. Es inimitable. Y quienes han intentado trasplantar ese ecosistema productivo (incluido los propios chinos) a países limítrofes han terminado fracasando. La curva de aprendizaje es muy grande y nunca llegará a igualar los niveles de productividad e industrialización que han conseguido en estos 40 años”.

Julio no se considera un experto en China, “en todo caso soy un especialista”, corrige. “Es un país que requiere de continuo reciclaje, de tesón intelectual y ganas de no perderte ningún titular que lleve la palabra China. No creo que haya verdaderos expertos en China, y si los hay, casi seguro que ninguno es occidental, en todo caso, serán asiáticos, cuando no chinos”. El Reino del Centro te da lecciones de humildad prosigue Julio: “Importa muy poco tu origen o tu trayectoria previa, China te obliga a medir tus capacidades y repensar tu valor. Te hace sentir muy pequeño. Por eso vaticinar o enjuiciar a China -especialmente desde fuera- es un deporte de riesgo”

Habla con conocimiento de causa. Estos diecisiete años allí han supuesto “un continuo esfuerzo de adaptación”, empezando por el propio idioma. “Antes de mudarme a China, viví en países de habla inglesa y alemana. Un día hice un experimento, quise comprobar cuánto recordaba de la lengua de Shakespeare y de Goethe doce años después de haberme mudado a China. Para ello, me puse el discurso de navidad de Barack Obama (ese año ya estaba Trump en la Casa Blanca, pero prefería no escuchar su voz), Angela Merkel y Xi Jinping. Los discursos de navidad son ideales para este tipo de pruebas, pues todos emplean un lenguaje formal, llano y claro para llegar a toda la ciudadanía. Comencé con el discurso de Obama: capté el 98%; seguí con Ángela Merkel y, para mi sorpresa, era capaz de entender un 65% y extrapolar el 80% del discurso. Pero llegué a la alocución de Xi Jinping y me llevé una decepción. Tras doce años estudiando chino, ocho de ellos de manera sistemática y continuada, solo pude captar el 30% y extrapolar el 50%. Con el chino ocurre que un día empiezas a aprenderlo y no acabas nunca”.

A Julio le sigue costando salir de su área de confort lingüística. No deja de ser un extranjero que nunca acaba de adaptarse. “Sales a la calle y estás rodeado de una multitud muy diferente a ti”. Aun así los chinos tratan bien a los extranjeros, incluso, hasta hace no mucho, recibían más prerrogativas que los propios nacionales.

China es sinónimo de metamorfosis. Los autóctonos están acostumbrados a que su país mude de piel cada cinco años, nada les sorprende. Su siglo XX fue convulso y lleno de traumas. Si no fue suficiente con luchar contra el colonialismo, comenzaron una serie de guerras civiles y revoluciones, que culminaron en la invasión japonesa y en la madre de todas las guerras, la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la inestabilidad finalizó tras la muerte de Mao: “Doscientos años de caos dieron paso a la paz y al orden; el chino medio tuvo acceso a ropa, a comida diaria, a una educación universal y gratuita, a una sanidad que aunque endeble cubría ciertas necesidades”. Por esa razón, el de Reinosa quiere hacer entender a los lectores que si bien “nuestra imagen del comunismo es negativa, a China le ha traído la paz, la seguridad, el orden y la abundancia”.

Los chinos confían en su sistema, por mucho que los medios occidentales repitan que la ciudadanía está cansada de tanta represión y persigue la libertad como una meta final. Eso no refleja la realidad. El chino lo que quiere es seguridad física y crecimiento económico. Hace cuatro meses, una parte de la sociedad protestó contra el Gobierno central. La población resentida por las restricciones pandémicas se manifestó, folio blanco en mano. Pero “no, China nunca estuvo remotamente cerca de un alzamiento ciudadano masivo. ¿Había hastío, cansancio y frustración? Sí. Pero las condiciones no se parecían en nada a una olla a punto de explotar”. Comenta Julio Ceballos que el 90% del músculo empresarial chino lo compone la empresa privada: “un chino solo trabaja en una gran compañía si no puede ser empresario en su propio negocio”. La política ‘cero COVID’, sobre todo los seis meses previos al final de la misma, limitó a millones de chinos sus capacidades para ganarse la vida, por eso protestaron. “Aun así, el Gobierno en ningún momento fue cuestionado. Si hubo una crisis de confianza, se focalizó en la forma de gestionar la pandemia”.

¿Qué hay de cierta en esa imagen de una China orwelliana?

Si ahora mismo nos encontráramos en China, nuestra mesa estaría siendo vigilada, no por dos, sino al menos por seis cámaras de seguridad. Sabes que te monitorizan, pero no te sientes vigilado. Los extranjeros que llevamos viviendo más de diez años en China, hemos visto con nuestros propios ojos la implantación de ese sistema de vigilancia, pero ese proceso ha sido, a su vez, acompañado de una mejora en las infraestructuras civiles, de una mayor conexión a internet y de un perfeccionamiento del ambiente de negocios. Vivir en China es asumir que todo cambia.  También le digo una cosa: una persona que llega de nuevas al país, a no ser que sea especialmente observadora o vaya dispuesta a poner el foco en el sistema de monitorización estatal, no creo que se percate del despliegue de cámaras; mil estímulos y sorpresas más llamativas captarán su atención: los reclamos publicitarios, los contrastes urbanos, los rascacielos, los sonidos, los olores, la densidad poblacional, los avances tecnológicos. Solo las personas que llevamos un tiempo allí nos damos cuenta de ese despliegue de cámaras, más aún cuando regresamos a nuestra tierra natal. A veces, yo me pregunto: ¿qué necesidad hay de mantener ese despliegue?

¿Y los ciudadanos chinos cómo llevan ese control?

La mayoría de los chinos lo viven con naturalidad y se sienten seguros. Es más, a muchos les gustaría que los países occidentales implantaran su mismo sistema. Así, podrían caminar por las calles con mayor seguridad y sin el temor a que les roben la cartera. Por otro lado, países con graves problemas de seguridad ciudadano quieren implementar el sistema de vigilancia chino, pues aunque invasivo, es eficaz para prevenir el crimen. ¿No cree que los ciudadanos de muchas ciudades de México, Venezuela, Sudáfrica o Brasil cederían una cuota de su libertad para obtener una especie de seguridad similar a la China? Y que quede claro que no defiendo este sistema, no me gusta ser monitorizado, pero entiendo a los chinos. Sin embargo, en Occidente debemos comprender que para algunos países ese sistema supone un alivio y una solución; nuestras vidas no necesitan ser monitorizadas para que fluyan con serenidad.

¿China implosionaría?

En China existe una profunda obsesión con el orden, la seguridad física y el ejercicio equilibrado del poder. Cada vez que han vivido alguna disrupción del orden y ha cundido el caos, los efectos han sido devastadores. Por eso, los ciudadanos han sellado un tipo de contrato social tácito con un Gobierno capaz de mantener la sartén bien sujeta por el mango. Su confianza en el sistema político no se desquebrajará siempre y cuando les provea de seguridad física y riqueza. Las cuotas de apoyo ciudadano al Partido Comunista Chino (PCCh), pese a que con la gestión de la covid ha sufrido cierto resentimiento, es superior al que cualquier Gobierno occidental recibe de sus ciudadanos. ¿Esto justifica el sistema? Yo solo hago el análisis y el resultado es que en China el sistema funciona. Si bien es verdad que algunos países de Europa, léase Bulgaria o Serbia, coquetean con la adopción de ciertas herramientas del modelo chino, el reto que planteo en el libro es el siguiente: ¿Cómo absorber las virtudes del sistema chino, sin distorsionar nuestro sistema de gobierno, manteniendo nuestros valores y carácter identitario, nuestra forma de gobernanza y nuestra calidad de vida?

Entonces, ¿qué nos puede enseñar China?

A grandes rasgos, tres cosas: la meritocracia, el pragmatismo largoplacista y su modo de emplear las tecnologías. Matteo Ricci en el siglo XVI se dio cuenta del valor  que tiene la meritocracia, y yo también insisto en ello constantemente. Los chinos han sabido profesionalizar el ejercicio del poder, cosa que nosotros no hacemos. Aquí cualquier persona que se presenta a las elecciones tiene la oportunidad de ocupar un puesto tan importante como es la dirección de un país. En cambio, llegar a Pekín requiere de mucha preparación intelectual y talento, una trayectoria de gestión pública dilatada y suficientes contactos en el Partido. Claudio Feijoo González, un buen amigo mío, ha escrito El gran sueño de China. Tecno-socialismo y capitalismo de Estado, uno de los mejores ensayos sobre China en nuestro idioma publicado en los últimos quince años. En él hace una metáfora muy acertada: los políticos chinos son profesionales mientras los nuestros, occidentales, son amateurs. Nuestra democracia tiene un problema de talento, las personas verdaderamente capaces, con talento y experiencia en gestión se van al sector privado por cuestiones económicas, y entre eso y la corrupción, muestra clase política está depauperada. Los dirigentes de China son los más preparados del país y Occidente debería adoptar algo de esos requisitos meritocráticos del sistema de selección chino.

¿El pragmatismo largoplacista?

El pragmatismo largoplacista nos permitiría elaborar una hoja de ruta que supere los cinco años vista, sea quien sea quien gobierne para dar continuidad al ejercicio de gobierno. En España, los ciudadanos no conocemos las grandes líneas del Plan España 2050, algunos ni siquiera habrán oído hablar de ello. Al contrario que en China, donde conocen, grosso modo el Plan de la nueva Ruta de la Seda, el Plan China 2025 o China Standards 2035; quizás desconozcan los pormenores, pero saben que el Gobierno cuenta con una hoja de ruta que se prolonga décadas. Y con esto, no quiero que los lectores piensen que me opongo a nuestros sistemas democráticos; en absoluto; yo aprecio mucho nuestros sistema y el clima de disensión en el que se mueven nuestras charlas en Occidente, pero pecamos de cortoplacismo y de oportunismo político.

¿Cómo usan la tecnología?

El uso que hacen de la tecnología es un punto controvertido porque violaría derechos ciudadanos en Occidente. En octubre del 2022, Xi Jinping declaró que para 2035 China debía ser la primera potencia mundial con un PIB que alcance los 30 billones de dólares y una renta per cápita de 25 000 dólares. Este salto cuantitativo y cualitativo tan gigantesco se va a sustentar en tres pilares: tecnología, economía y sociedad. En su modelo, el impulso social y económico va a ser posible gracias a las innovaciones tecnológicas. ¿Cómo lo van a hacer? El intelectual Yuval Harari tiene la respuesta. Asegura que el siglo XXI puede ser el último para las democracias liberales y el libre mercado. Nuestro sistema capitalista se rige por la ley de la oferta y la demanda que permite al mercado saber dónde un producto es necesario. Pero con el Big Data se puede dar un paso de gigante, pues quien disponga de esos datos no solo va a conocer el sitio exacto donde se necesita un producto, sino que también podrá anticiparse a los deseos de los consumidores. El Big Data nos permitirá conocer sus gustos y cuándo disfruta de ellos. Pongamos que una persona es muy fan de Deep Purple, y solo se permite un capricho el día de su cumpleaños. Con el Big Data, el sistema anticipará sus preferencias, la fecha de su cumpleaños y cuándo suele consumir: la ecuación se completa, el mercado le ofrece lo que desea, en el momento que lo desea y como lo desea. La “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith se visibiliza. China intenta anticiparse a las necesidades de sus ciudadanos, darles abundancia, seguridad, riqueza. Si el gobierno logra legitimarse atendiendo las necesidades de los ciudadanos en tiempo y forma, redistribuyendo la riqueza y eliminando ineficiencias propias de la naturaleza humana ¿quién necesita participación, confianza o legitimación  disponiendo de Big Data, inteligencia artificial y pudiendo tomar las mejores decisiones de gobierno? Es una pregunta irónica pero, sin duda, un Gobierno así sería el más eficaz de todos los tiempos, aunque corre el riesgo de deshumanizar el ejercicio del poder. Así que, me pregunto, ¿cómo vamos a competir con China si ni siquiera la conocemos? Con mi libro trato de responder a todas esas cuestiones. Hasta que no analicemos a China desde dentro y nos pongamos en su pellejo, seremos incapaces de afrontar el reto actual y de repensar nuestro propio modelo.

¿Pero nuestra sociedad se interesa por el gigante asiático?

China sólo nos interesará de verdad cuando tengamos necesidad de ese conocimiento. Es decir, cuando seamos conscientes de que convivir exige competir. Ese es el reto en este siglo XXI.

¿No lo tenemos ya?

Quizá haya cierta inquietud y curiosidad, pero mucho menos de la suficiente. En ciertos productos, China nos provee por delante de algunos socios europeos de peso, pero en términos relativos la economía española no es demasiado dependiente de China. En caso de que mañana China colapsara, afectaría mucho a una serie de cadenas de suministros estratégicos como las relacionadas con la industria química farmacológica. También nuestra revolución verde quedaría al desnudo, pues toda la componentística procede de allí. Sin embargo, no dependemos tanto de China como Alemania, donde un millón de puestos de trabajo no se van a pique gracias al consumo chino. El Reino del Centro nos sigue produciendo una mezcla de apatía y rechazo. En mis columnas intento transmitir una imagen humana del país asiático, sin blanquear sus defectos, por supuesto. En Occidente, la imagen de China está depauperada y eso que ha gastado cerca de 10 000 millones de dólares en soft power. Está haciendo un esfuerzo titánico y está obteniendo un éxito pírrico. Ciento noventa y tres países componen la ONU, de ellos, ciento cuarenta tienen a China como primer socio comercial. Sin embargo, el número de estudiantes de chino en Occidente no para de decrecer.

Y su libro…

Mi libro pone el foco en el futuro. Nos encontramos en una gran desventaja competitiva porque ellos conocen Occidente mucho mejor de lo que nosotros conocemos China. Todavía no es un problema, pero en diez años sí lo será. China nos generará una dependencia en multitud de niveles (cadenas de suministro, sector financiero, geopolítico, etc.), por eso mi libro es también una llamada de atención. Necesitamos conocer China. Ahora mismo, sin duda, disponemos de sinólogos brillantes. Pero necesitamos más, y necesitamos que su formación empiece ya, puesto que un buen sinólogo requiere no menos de dos décadas de formación.

Quizá deberíamos exponernos más a China, convertirla en nuestro Estados Unidos particular.

No podemos hacer esa comparación. China es un socio importante, pero no nuestro aliado; mientras Estados Unidos es nuestro principal socio comercial y aliado. Si mañana Marruecos invadiera Melilla (hablo desde una hipótesis descabellada, a título ilustrativo), Washington vendría en nuestro rescate. Así lo tenemos firmado: sus fuerzas armadas tienen bases en territorio español y ellos, en contraprestación, nos apoyan y brindan protección. En cambio, la relación que mantenemos con Pekín es exclusivamente económica y comercial. ICEX junto a más de un centenar de empresas españolas están intentado reequilibrar la balanza de exportaciones con el país asiático, pero la tasa de cobertura de nuestras exportaciones a China apenas llega a un quinto de cuanto importamos de allí. Además de intentar compensar la desequilibrada balanza comercial aumentando las exportaciones, podemos aspirar a reajustar el déficit comercial porque somos una potencia turística de primer orden y China es el primer emisor de turistas mundial; debemos hacer que más chinos disfruten de nuestro país. Ahora mismo el número de chinos que visitan nuestro país es comparativamente residual, y eso que mantenemos con Pekín buenas relaciones diplomáticas.

 ¿Cree que China puede ocupar el espacio de Estados Unidos en cuanto a influencia cultural?

Los americanos han exportado su cultura con gran éxito porque son muy buenos en marketing, algo que a los chinos les cuesta. Además, la conexión tan fluida de Europa con la narrativa estadounidense se debe a que conecta con raíces históricas compartidas y guarda mucha relación con nuestra propia cultura. Partimos de una misma base, cuatro pilares insoslayables: la Biblia, Aristóteles, San Agustín y Descartes. En cambio, China se fundamente en principios muy distintos. De todos modos, tampoco podemos olvidarnos de que una cultura tan exquisita y distante como es la japonesa ha logrado exportar su manga, sus karaokes, su Kawaii… China se ha caracterizado a lo largo de los siglos por su potencia creativa y su capacidad de crear diseños propios que puedan parecernos atractivos. Debajo de ese halo comunista está la China milenaria, y merece mucho la pena descubrir sus atractivos. De hecho el PCCh se llama así porque es comunista y chino, pero le aseguro que es más chino que comunista. Cuando me preguntan si China es una amenaza, les respondo con otra pregunta: ¿sería menos amenaza si no fuera comunista? Si le quitáramos el traje de Mao, creo que cambiarían muy poco las cosas: el país seguiría tendiendo a la meritocracia, al autoritarismo, seguiría siendo jerárquico, perseveraría el largoplacismo y el pragmatismo duro para ocupar una posición geopolítica central, crear abundancia y seguridad intramuros. ¿Qué conseguiremos ahora si el comunismo se extinguiera de China? No tengo nada claro que la alternativa fuese mejor para los propios chinos ni para el mundo.

Es verdad, nuestra mentalidad sigue anclada en la Guerra Fría.

Los Estados Unidos han rescatado el concepto de guerra fría porque ellos la ganaron y les conviene recordárselo a los chinos. Nuestra mentalidad occidental sigue alimentando la fórmula comunismo igual a enemigo. China ha logrado sacar de la pobreza a 800 millones de personas, algo totalmente admirable, pero seguimos sin fiarnos de ellos pues son comunistas que además rompen nuestros esquemas al aprender a ganar en un mundo regido por las reglas del capitalismo occidental. Es la primera vez en la historia moderna que un país en vías de desarrollo no democrático se va a convertir en la primera potencia mundial, y la primera vez también, que lo hace dentro del sistema multilateral actual, encabezado siempre por países desarrollados.  Mi libro parte de esa premisa y pretende ayudar al ciudadano medio a gestionar el reseteo morrocotudo de los esquemas tradicionales que este nuevo paradigma implica.

Usted describe a un pueblo laborioso, comunicativo, supersticioso, rural. ¿Las nuevas generaciones mantienen la mentalidad de sus progenitores?

El hambre y la necesidad incitan el cambio y el emprendimiento. Los chinos nacidos en mi generación han madurado en un sistema que ha crecido dos dígitos de PIB interanual, no conocen la escasez que sus padres y abuelos conocieron.  En China, hay tres generaciones: la generación de quienes hicieron la guerra (por lo general ya muertos), la generación que padeció la Revolución Cultural (en la que se inscribe Xi Jinping) y la última generación considerada hasta el momento la más feliz de la historia de China. Esta generación nació alrededor de los años 80 bajo la “política de hijo único”. Han contado con ciertas comodidades y con el cariño en exclusiva de sus dos padres y sus cuatro abuelos. Esta generación, también, será la que liderará el país a partir del 2030. Quizás el futuro presidente de China ahora mismo esté dirigiendo la alcaldía de alguna ciudad de tercera categoría o sea vicesecretario de alguna provincia interior. Hasta el momento, el Partido Comunista ha demostrado sus grandes capacidades para gestionar ese buque inmenso llamado China. No obstante, me pregunto: ¿cuando esta tercera generación tome las riendas, será capaz de mantener la senda del crecimiento? ¿El haber tenido las necesidades cubiertas desde niños será suficiente para iniciar un cambio de rumbo?

En una charla sobre China no puede faltar la familia, ¿cómo modificó el maoísmo la estructura familiar?

El maoísmo hizo tabla rasa con la historia milenaria china. Esta ruptura total con el pasado no fue una idea de Mao Zedong, ya a finales del siglo XIX y principios del XX una serie de intelectuales, que habían emigrado a Francia y Japón, instaban a deshacerse del lastre milenario para construir una identidad más moderna y así no perder el tren de la modernidad. Sus planteamientos se asemejan a las razones por las que la generación del 98 español reclamó un acercamiento a Europa. Mao no hizo caso del todo a los intelectuales: no estuvo dispuesto a occidentalizar el país; sin embargo, nunca se opuso a aplanar los esquemas tradicionales, exceptuando la estructura familiar y los valores que de ella emanaban. Un dato importante: en chino, ‘país’ o ‘Estado’ se dice guo jia, que también se traduce como ‘País familia’. El Estado replica  la estructura familiar: los ciudadanos chinos tienen una visión paternalista de su Gobierno y este  llega a tratarlos con condescendencia. Un chino a pie de calle llama al presidente tío Xi.

¿Qué análisis hace del último rifirrafe entre China y Estados Unidos?

Cuando el río suena agua lleva… Muchas veces me preguntan sobre la posibilidad de una guerra entre las dos potencias, yo les respondo que llevamos una década en guerra y que un enfrentamiento armado no es descartable. Sin embargo, la guerra no tiene por qué manifestarse solamente en forma de cañonazos, pues tiene muchas otras maneras de irrumpir la paz social (guerra comercial, arancelaria, cibernética, cognitiva…). Sun Tzu escribió hace ya veintiséis siglos el manual de guerra todavía empleado por todos los ejércitos del mundo, y en sus enseñanzas hay dos trascendentales: “La guerra es un asunto crucial para un Estado” y “un ejército sin espías es como un hombre sin ojos ni orejas”. Estados Unidos y China, desde hace décadas, se espían mutuamente. Desconozco de qué naturaleza era el globo que derribó Washington, pero nos advierte que el ambiente actual es, si no bélico, prebélico. Cualquier excusa será bienvenida para provocar al rival, aunque ninguna de las dos litigantes (China no tiene entre sus planes incitar la guerra), dará comienzo a un conflicto armado inmediato. El ambiente tenso sigue marcado por el MAD (destrucción mutua asegurada en sus siglas en inglés), pero en esta guerra fría 2.0. debemos añadir a la ecuación otra variable: la ‘interdependencia mutua asegurada’. Una posible implosión de China causaría una onda expansiva que haría tambalear las economías de todo el mundo, especialmente a Estados Unidos. Por este motivo, si se produjera un enfrentamiento, sería a “pequeña escala”, algo similar a lo que está sucediendo entre Rusia y Ucrania. Ninguno de los dos países transpacíficos se puede permitir una guerra abierta, están conectados de múltiples y extensas maneras. Un dato que aporta luz a lo que digo es que China es el principal socio comercial y segundo acreedor de Estados Unidos, ha comprado mucha deuda, y claro, haciendo una metáfora más mundana, una persona no puede llevarse mal con su casero, vive en su casa.