Olga Bernad: “Amar es renunciar”
El último poemario “Perros de noviembre”, título capital en la obra de la poeta aragonesa.
Texto: Enrique VILLAGRASA
Si la poesía es metáforas e imágenes, la poesía de Olga Bernad (Zaragoza, 1969) lo es desde: “Todos los héroes eran hombres solos”, el primer verso que abre Perros de noviembre (Siltolá), su último poemario, hasta “caeremos/ hacia arriba.”, los dos últimos versos del libro. Un texto dividido en tres partes, con 15 poemas en la primera y la tercera y 17 poemas en la segunda, posiblemente estas partes nos llevan a pensar en un todo, ya que hay imbricación entre ellas y hay también un único discurso en su geometría: poliédrica visión del amor, que no deja de ser una espiral maravillosa, de la que resurge la poeta siendo ella misma. Con unas citas de enjundia: Bukowski, Imbert, Botas, Safo, Petrarca, Cubero y Juarroz, que dan muestra de sus lecturas y marcan su escritura. No hay que olvidar que en la contra portada expone parágrafos de Castro y Valverde, sobre la poesía de la autora. ¡Ahí es nada!
Lo primero que llama la atención de esta escritura poética, además de las acertadas y siempre poderosas imágenes y metáforas como “calada hasta los huesos la piel de la memoria.”, es la vida vivida, el miedo y el amor dolor que recorren sus versos, que son cual latigazo cerebral y crean dependencia. También los ecos de la cultura judeo cristiana que nos atenaza. El libro se lee con avidez y sin respiro hasta el final, porque “la conciencia es a veces un animal despierto.” Es importante recordar que cuando se enjuicia la poesía, es la poesía lo que ha de considerarse no otra cosa, que decía Eliot.
Así, pues, y citando a otra poeta y teórica de la poesía escrita por mujeres como es M Cinta Montagut en su Tomar la palabra. Aproximación a la poesía escrita por mujeres (Aresta) esta señala que “El yo de una mujer que escribe poesía es un yo mucho más precario y mucho más complejo puesto que no sólo debe transformar el lenguaje cotidiano sino también transformar todo un universo de símbolos y connotaciones que durante siglos han ocultado su auténtico ser y sus deseos. El cuerpo de la mujer se ha saturado de sexualidad a lo largo de los siglos de historia y es en este contexto en el que se la quiere ver siempre, por eso es tan importante que la corporeidad de las mujeres sea definida por ellas mismas.” Y la poeta Olga Bernad escribe: “Como si un hombre con el que he soñado/ viniera a recordarme que nunca me besó,/ así la tarde rompe/ esos hilos tan débiles que me unen a la luz./ Se hará de noche./ Él ya no me verá ni se verá ni nada/ parecerá verdad./ La oscuridad venera a las mentiras./ Yo me pensaré ardiendo en el espejo/ y pasarán una vez más las horas.// Y nada más. Perdona/ que no tenga esta tarde nada menos/ que más ganas de ti.” ¡Qué bello y sentido poema!
Igual, las noches de la poeta son más hermosas que sus días; igual el encuentro que plasma en sus versos con potente ritmo, con sentimiento, con pasión, con memoria, con deseo, es un hallazgo estremecedor, un encuentro enloquecedor del lector con los poemas, o de la poeta con el lector. E igual todo nos conduce a la destrucción, que es el único amor que merece ser vivido, al parecer: “Tú nunca lo sabrás y, sin embargo,/ sin ti jamás hubiese yo encendido/ esta maldita luz. Veo la noche”. Versos pues que transitan entre sentimientos, erotismo y tragedia para plasmar que el amor vivido, perseguido, anulado, olvidado, transfigura la inerte vida de cada día: “la sangre huele a hierro estremecido./ Luego vendrá el temor y las canciones,/ los versos y las leyes/ y millones de estrellas apagadas,/ pero ahora –entonces-/ seguiremos borrachos por una eternidad/ que dura solo un tiempo”.
No me cabe duda de que este poemario es una declaración ética y estética de la poeta: es poesía que entra por los poros de la piel, como ya lo hiciese cuando escribió Nostalgia armada (2011), también publicada en Siltolá, y dónde la segunda parte del poemario tiene el título de este poemario que nos ocupa y un poema genial con el mismo título. Y es que “Dejar de amar a alguien se parece/ mucho a perder la fe”. Versos certeros donde los haya. Es que la poeta es capaz de demostrarnos que su poesía es el mejor gimnasio para poner en forma las emociones: “Y me tumba despacio y a su lado”.
Sí dicen, entro otras muchas cosas, que noviembre es el mes de la adopción de los perros mayores, que como todos los mayores lo tienen difícil y pasan casi inadvertidos, espero que este que es un poemario mayor no sea invisible para los lectores, puesto que es un libro de experiencias coherentes y de necesaria lectura, porque al igual que la poeta y el epitafio de un gladiador el lector también podrá decir “Esta guerra sin sangre no es la mía./ Quiero luz derramada a borbotones,/ quiero morir después de seis victorias”.
Creo pues que Perros de noviembre es título capital en la obra poética de Bernad, porque dibuja con extraordinaria precisión y sutileza de matices el juego de relaciones de la mujer: “Pero qué voy a hacerle. Amar es renunciar,/ así que quédate./ Porque tú eres el sitio hacia el que a veces/ vuela mi pensamiento”. Y es entorno a un pretexto temático característico como es el amor y desamor, el dolor, la pasión, la vida y la muerte, o lo que es lo mismo vivir la vida y no pasar de largo, porque la poeta apuesta por ella, por la existencia comprometida, “Cuando apunto mi arma yo quisiera/ ver en la diana roja lo absoluto”.
Poesía de revelación, no de misterio. La poeta ha sabido captar esos momentos importantes, interesantes, en los que nos va la vida y de eso bien sabemos en nuestra tierra aragonesa, porque el cierzo sopla y trae silencio, trae frío y hay que quedarse en casa al calor del hogar, de la leña seca y sus brasas, brasas que guardamos celosamente hasta hacerlas nuestras y llevar esa luz por toda la casa: “El día que no pueda soportarlo,/ acuérdate de mí. Cuando no pueda/ cargar con las catástrofes y el fuego/ que arde al fondo del mar del otro lado”.
Un libro de sosegada madurez para la lenta lectura, para el silencio del corazón y para el pensamiento profundo del sencillo verso de siempre: “Sobre las grandes frases navegamos”.