Ocho poemarios para este otoño

Ocho novedades de poesía para leer este otoño.

 

 

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

Ocho poetas que escriben por amor a la Poesía, porque el amor nunca puede callar ni permanecer indiferente. Poetas que, por cierto, no están esperando a Godot. Poetas que empiezan andadura y poetas que ya están en el camino y otros que ya casi acaban su ciclo. Ocho poetas que sorprenden y de qué manera, pues no tienen miedo a ser ni a estar. Estamos a las puertas de un otoño esplendoroso y lleno en cuanto a poesía. Poetas que quieren ver y explicarnos que hay detrás de esa última (no) frontera. Son poetas que cualquier persona lectora buscará y querrá sus nombres en su librería.

 

Vivir es un asunto personal (Olé Libros), de Rafael Soler (Valencia, 1947). Un título que desafía y que recoge hasta la fecha la obra poética de su autor, incluidos aquellos otros poemas aparecidos por doquier: revistas y demás: fechados entre 1978-2021. Llevo días asomado a este volumen de más de 600 páginas y he llegado a pie descalzo. Es todo un poeta no hay duda alguna y me gusta ese desnudarse ante la página en blanco. Sé lo difícil que es plasmar tu pensamiento y tu querer más hondo: Rafael Soler no tiene miedo a ser poeta: “¿cuánto usted/ recién llegado a esta gaveta/ que guarda el tiempo bajo llave?” De hecho, la poesía de Soler es sinónimo de expectativa y asombro diríase, ante los momentos que se suceden a cada instante frente a nuestras miradas: hay que saber ver y tener memoria de lo esencial: “asomado estoy al filo/ canción temblor y comisura”.

 

Selvación (Torremozas), de Celia Carrasco Gil (Tudela, 2000) es un libro premiado con el Gloria Fuertes de Poesía Joven 2021. Pero lo que más me ha impresionado de lo que llevo leído de Celia, y de este poemario en particular, es el valor de sus poemas que residen en sí mismos Selvación o Panorámica, sin ir más lejos. Creo que en este libro la poeta explica lo que sabe de poesía y lo que sabe es lo que siente y lo que siente es lo que sabe: le es propio el pensamiento, la palabra y la obra y no tiene miedo a profundizar en estos tres niveles citados: “El cadáver del verso sale a flote en el poema”. Es una poeta que tiene valor y se arriesga a volar e hilvana esos niveles citados con el hilo del espíritu; y en sus brillantes poemas viaja desde el mundo de las ideas hasta la realidad material y desde dicha realidad regresa a las ideas: “con el fondo de silencio de la vida”.

 

Una verdad extraña (Poesía 1974-2021) (Comares), de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, Jaén, 1952). Poeta respetado, querido y admirado allende y no tanto aquende. Así lo demuestra esta nueva edición de su verdad poética; o la edición de Enterrad bien a nuestros muertos (2020-2021), poema traducido a once idiomas en edición e introducción de Christian de Paepe, o el anterior estudio de su poesía por Carlos Peinado Eliot bajo el título de Singular y plural. Ambos en Comares también. Manuel es un poeta que busca los límites del lenguaje y del conocimiento, desde la memoria de la infancia hasta ayer: búsqueda apasionada, fervor, y de desengaños. es dueño de una voz singular, de rigor técnico en los poemas, que le importa poco la moda poética y esta no se lo perdona. Es contrario a la sumisión ética y estética: “En las horas solitarias/ y en sus voces imposibles”.

 

Sólo el ruido (Cypress Cultura), de Sihara Nuño (México, 1986). Una poeta que siempre sorprende en sus textos y este es un libro que deslumbra y en el que no hay una palabra estéril. Da continuidad y sentido a su búsqueda poética, y de qué manera, en estos aforismos y prosas líricas cual diario del momento. Poeta veraz, pues en las esquinas de sus textos palpita esa verdad y no otra; y sabe que la palabra tiene ese algo de sagrado o no que te deja balbuciendo. “Pensar el proceso creativo. Cómo he construido mis libros, cómo nos transformamos, yo a ellos y ellos a mí.// Haciendo un esfuerzo para leer y dar sentido a mi búsqueda”. Una confesión vital para hacernos reflexionar. E igual que el águila no tiene miedo o sí en su vuelo, la poeta vuela con y sin miedo; pero, con el corazón encendido y los pies en la tierra: “Que no te mientan: escribir es un acto de egoísmo puro”.

 

La Fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021) (Vandalia, Fundación José Manuel Lara), de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953). Esta es una meditación sobre su vida poética como autor, que no es poco y con un par; y por si fuera poco con ecos de la fuente de san Juan de la Cruz. Uno que es de Burbáguena (Teruel) y que ha vestido hábitos y anda en esto de las letras sabe de lo que cuenta y dice el autor: ¡vamos que me siento identificado con él! ¡Que es justo y necesario leerlo: otoño mediante! ¡No les defraudará, personas lectoras!: “Te quedarás entre esas flores rojas,/ con la blusa del aire y la mirada”. Trapiello es un poeta que no teme escribir pues le es propio de su naturaleza, como lo es el conocimiento del paisanaje y el espiritual: “Cuando se han perdió/ los pasos del caballo,/ suena la tapa del piano,/ cerrando un empedrado/ que alguien riega”.

Fin de fiesta (Diputación de Soria), de María Santana (Las Palmas de Gran Canaria, 1975) recibió el Premio Gerardo Diego de 2020. Poemario que se inicia con estos significativos versos: “De niña, cuando pensaba que los sueños los creaba dios/ me dormía y dejaba que él se encargara del resto”. Queda claro que es un pulso a su inteligencia, a su ser y saber estar en este mundo prodigioso. Este mundo que es “Fin de fiesta. Como el globo olvidado a la entrada de un camino”. Una poeta que asume y acepta el reto del vivir en esa madurez perseguida, que le lleva a recorrer caminos con atención, a escribir en esa su reflexión de lo vivido: siempre desafiante: “Y vislumbra las zapatillas, que siguen ahí”. Esencial imagen en esta poesía del conocimiento, que invita a la persona lectora a la trascendencia y a la búsqueda incansable: “la mortalidad es cosa de otros”.

 

Poesía esencial (Impedimenta), de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), son los poemas elegidos por el autor y en versión bilingüe, en edición y traducción de Marian Ochoa de Eribe y Eta Hrubaru. Un poeta que llama la atención por esa forma suya de ver la realidad: “el jardín de las delicias en un metro cuadrado de piel”. Y creo que vale la pena conocer, pues en todos sus escritos hay lirismo: hay poesía: “y marchita, marchita antes de tiempo/ estaba la cerilla en su mano”. Esta su poesía esencial es un recorrido por su vida y milagros de una forma muy fluida. Hay recuerdos, hay memoria, hay experiencia, hay lenguaje y hay reescritura del propio ser poeta. Es poeta porque con su mirada se apropia del entorno y descubre en él lo que la apariencia oculta, sin ir más lejos: “Soy todos los espacios a la vez/ soy tanto la existencia como todas las posibilidades/ hablo con todas las palabras”.

 

Solo inclasificable (Siltolá), de Efi Cubero (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1949) es un concierto solitario, silencioso y cómplice, donde tiene lugar el encuentro del tiempo, del espacio y del otro: esencia misma de la poesía con enjundia. La poeta se contempla: se extraña cual extranjera en su propia obra. Este poemario constituye una suerte de síntesis de su universo: amor, amistad, familia. Y es, no cabe duda, un admirable discurso lírico en el que se dan cita las reflexiones habidas y por haber sobre la vida. El libro cuenta con unas certeras e inteligentes palabras de Álex Chico: “Esa es la fortuna o la condena del escritor, la del extraño, y esa es la actitud que asume Efi Cubero”. Poeta que escribe aquí y ahora al borde de ese su abismo vital y su lenguaje: “Mantiene la tibieza del humo de los sueños/ que se elevaron hasta las estrellas”.

¡Por tenerles y no perderles. Lean y cuídense mucho este otoño, personas lectoras!