«Música de cámara», en la versión primigenia de Joyce

Adeshoras presenta la versión definitiva de este poemario de juventud de James Joyce.

Texto: Enrique Villagrasa

 

El joven poeta James Joyce (Irlanda, 1882-Suiza, 1941) debutó con este poemario Chamber music (1907) o Música de Cámara (Adeshoras) en el mundo de las letras y después escribió Ulises (1922). ¡Ahí es nada! Pues qué sería de Leopold Bloom y su mujer Molly o del joven Stephen Dedalus si Joyce no hubiese escrito primero este poemario que nos ocupa. La calidad de la poesía de Joyce la dan versos como los de este cuarteto: “Cuerdas en la tierra y en el aire/ interpretan una dulce música;/ cuerdas junto al río donde/ se encuentran los sauces”.

La traducción enamorada y definitiva del texto es de Pilar García Orgaz, además de escribir la más que interesante y pedagógica introducción al libro, con inteligente prólogo de Esther Peñas Domingo e ilustraciones de Raquel F. Sáez.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención de esta versión de Pilar García es lo que ella misma apunta en la introducción, pues es una maravillosa sinderipia: “La sorpresa fue que esa versión de Música de Cámara, prologada y traducida al francés por Philippe Blanchon, sigue el mismo orden y las intenciones concebidas por Joyce en la versión primigenia de 1905, que Blanchon descubre en la biografía realizada por A. Nicola Fargnoli y Michael P. Guillespie, Joyce de la A a la Z, Facts On File, Inc. New York 1995, según expone en su prólogo, y que le sirve de estímulo para su traducción al francés, ya que difiere considerablemente de la construida por Stanislaus, el hermano de Joyce, quien puso en orden los poemas según su criterio, que es en definitiva la que resultó publicada, tanto en las ediciones en inglés como al parecer en las traducidas al francés o al castellano”.

Y tiene toda la razón García Orgaz al añadir que “Como poeta, el azar que puso en mi camino el proyecto original de Música de Cámara, la suite que concibió Joyce, llenó de emoción mi tarea pues, siguiendo el orden y los enunciados del autor, es cuando los poemas nos van conduciendo por las sensaciones que el poeta nos quiere transmitir”.

Así pues, esta edición de Música de Cámara se atiene al proyecto original de Joyce de 1905, y no a la disposición que hizo su hermano publicada por Elkin Mathews en Irlanda en 1907, que fue la que se publicó posteriormente y la que se tradujo en aquellos años setenta en estos lares, y en 1987, en versión de José Antonio Álvarez.

Este poemario de juventud está escrito en los primeros años del siglo pasado y se dejan notar las influencias de los grandes poetas como Shakespeare y de aquellos románticos como Coleridge, Byron o Shelley. Son 36 poemas numerados,  delicados y épicos que han llamado la atención a lo largo de los años de músicos y poetas de todas las partes del mundo, como de los poetas Eliot y Pound, quienes se fijaron y reconocieron este poemario, o como Bob Dylan y otros, entre los que destaca el músico inglés Syd Barrett, quien también supo aprovecharse de ese reconocimiento ya que este, conocido por haber formado parte de Pink Floyd en sus inicios y por su carrera solista, versionó el poema número V de Chamber music para su primer disco The madcap laughs (1970) bajo el título Golden Hair.

Y, por supuesto, que en esta traducción: “No se trata de encajar unas sílabas en un modelo, sino hacer lo posible para que lo traducido sea bello y se diga bien”. Y sí, se dice bien y lo podemos leer muy bien en una brillante primera traducción publicada de Pilar García Orgaz, quien como poeta ha publicado Todos tienen un nombre (Ars Poética, 2019) y Los granos de arroz (Amargord, 2015) y está incluida en más de una docena de antologías nacionales e internacionales. Por su parte, Esther Peñas, en esa lectura confidente del poemario señala que “es un poemario que reconforta, acaricia y enciende la lumbre. “Puesto que ya conoces el canto del amante,/ soy yo quien te visita”.

La poesía de Joyce, que anida en esta obra, posee limpidez reflexiva, concisión aforística y profundidad filosófica, además de ser una lírica que nos conduce a la reflexión y la meditación con versos lúcidos y lúdicos: “El viejo piano se oye en el aire/ sereno y pausado y alegre;/ ella se inclina sobre las teclas amarillas”.

 

12

Querría estar en ese dulce seno

(¡Oh, qué dulce y bello es!)

donde ningún mal viento podría visitarme.

A causa de las tristes austeridades

me gustaría permanecer en este dulce seno.

 

Estaría siempre en ese corazón

(¡Oh, al que dulcemente llamo y suplico!)

donde la paz solo puede estar de mi parte.

Los sacrificios serían tanto más dulces

mientras yo estuviera siempre en ese corazón.