Max Hastings: «A día de hoy los americanos creen seguir teniendo derechos territoriales sobre Cuba, una actitud que les iguala a Putin»

El periodista Max Hastings publica «La crisis de los misiles de Cuba 1962» (Editorial Crítica).

Texto: David VALIENTE

 

“Algunos de mis amigos estaban aterrorizados, pensaban que nos iban a matar, que íbamos a ser incinerados. En cambio, yo…era un adolescente demasiado tonto, solo me preocupaba jugar al fútbol; ahora me avergüenza una actitud tan irresponsable”, comenta el historiador y periodista, Max Hastings (Londres, 1945), en la entrevista que ha concedido a Librújula. Ataviado con unos auriculares de grandes dimensiones, un micrófono de condensador con brazo que le cubre la parte inferior del rostro, parece un streamer comentando la jugada maestra del Ejército británico en la Segunda Guerra Mundial.

“Mis padres se asustaron, y mucha gente en Gran Bretaña y Europa se alarmaron por la posibilidad de que el fin del mundo estuviera cerca”, dice el periodista. Max Hastings fue corresponsal de guerra como su padre, Macdonald Hasting. Trabajó para le BBC y estuvo presente en varias guerras, de las que podemos destacar la guerra de Vietnam y en la guerra de las Malvinas. En 1996, asumió la dirección del diario conservador The Daily Telegraph hasta el día de su retiro en 2001. Ha publicado más de 30 obras de investigación y divulgación; el último libro publicado en español, La crisis de los misiles de Cuba 1962 (Editorial Crítica), analiza la coyuntura y a los protagonistas de uno de los momentos más tensos en la cronología de la Guerra Fría. “No deberíamos olvidar que en la Guerra Fría, Occidente fue el bueno, aunque eso no quitaba que la gente sintiera miedo también por los movimientos estratégicos llevados a cabo por Washington. Cualquier paso en falso por parte de una de las dos potencias podría conducir al Armagedón”.

Cuando aconteció Bahía de Cochinos, el intento de invasión de Cuba por parte de los exiliados cubanos en Estados Unidos, todos, hasta Nikita Jrushchov, estaban convencidos de que si la operación hacía aguas, como hizo, el Ejército estadounidense intervendría, ¿por qué al final no tomó partido?

Debemos agradecer la sabiduría demostrada por John F. Kennedy en esos días al no haber involucrado a los Estados Unidos por completo en el conflicto porque, si lo hubiera hecho, los resultados habrían sido desastrosos. Su instinto le permitió mantenerse firme en su decisión y no dejarse llevar por las insistencias de los generales deseosos de invadir Cuba. De verdad, si Estados Unidos hubiera apoyado a los disidentes cubanos en Bahía de Cochinos, se hubiera generado un caos enorme y mucha gente habría perdido la vida.

Hace un retrato de Nikita Jrushchov bastante desalentador, ¿diría que es el máximo responsable de la crisis de los misiles?

Sí, claro. Pero, fíjese, el gran error cometido tanto por Jrushchov como por Fidel Castro fue posicionar misiles en Cuba sin anunciarlo previamente y de manera secreta. Los soviéticos no tendrían que haber actuado de este modo, ya que los americanos previamente habían ubicado sus misiles en Turquía, Italia y Gran Bretaña, amenazando la seguridad de la URSS. Si los planes soviéticos se hubieran anunciado, Washington habría mostrado su descontento, quizá incluso habrían desplegado un bloqueo, pero la posición moral de los aliados hubiera podido ser menos escéptica en el apoyo a los americanos. Jrushchov cometió dos grandes errores: el primero fue pensar que su plan de mover misiles nucleares en secreto era inteligente y, el segundo, creer que podría salirse con la suya y desplegarlos sin mayores contratiempos. Jrushchov fue un jugador al que siempre le gustaba asumir riesgos. Y desde luego merecía mucho más respeto de lo que ahora se merece Vladimir Putin, que tan solo está interesado en construir su fortuna y su camino; Jrushchov sí era un revolucionario auténtico y creía en el comunismo y en su prevalencia como sistema. Putin solo piensa en su propia riqueza y poder.

¿Y Fidel Castro? ¿También fue un revolucionario de verdad? Aquí, en España, hay periodistas e historiadores que lo ponen en duda.

Por supuesto. Fidel Castro fue una figura fascinante y resulta cautivador escribir sobre su persona, aunque para los cubanos represente una hecatombe. Contaba con un carisma mágico y soñaba con convertirse en el revolucionario más famoso de la historia, cosa que consiguió. Su lucha contra el régimen de Fulgencio Batista y el imperialismo yanqui dieron fama a la isla caribeña, de la que antes muy pocos habían oído hablar. Sin embargo, sus años en el poder provocaron el estancamiento del país. Observando la biografía de los grandes revolucionarios, uno se da cuenta de lo poco duchos que son en cuestiones administrativas y gestoras. A la hora de direccionar el país hacia unos estándares de vida más desarrollados, Castro solía equivocarse eligiendo a los cargos públicos. Los cubanos han pagado las malas decisiones de sus gobernantes.

¿Por qué Fidel Castro aceptó que se instalaran armas nucleares en Cuba? Tenía mucho más que perder…

En un principio, Valerián Zorin, embajador soviético en Cuba, no mostró mucha preocupación ante la descabellada idea de Jrushchov de posicionar en la isla misiles nucleares. Conocía mejor que nadie en el Kremlin a los cubanos y sabía que aceptar ese plan les convertiría en el objetivo principal de Washington y, además, los haría impopulares en Latinoamérica, pues la mayoría de los países de la región apostaron por una posición neutral en la Guerra Fría. Así que el embajador se horrorizó cuando Castro aceptó el plan de Jrushchov.  Pero, por otro lado, tampoco nos debe extrañar tanto que Fidel tomará esa terrible decisión. Cuba se encontraba sola internacionalmente, el único apoyo con el que contaba era el soviético, no había muchos visos de reconciliación con los Estados Unidos. No disponía de más alternativas a su alcance.

Su libro me ha despertado una duda, y estoy seguro de que usted como especialista en temas bélicos me sabrá responder: si Kennedy hubiera ordenado bombardear o invadir (o ambas cosas) Cuba, ¿cuál habría sido la reacción de Jrushchov?

Un historiador serio nunca debería hacer historia contrafactual, es como hacer predicciones, suelen ser imprecisas. Los soviéticos también transportaron a Cuba misiles tácticos. Si los americanos hubieran tomado la iniciativa bombardeando o invadiendo la isla y las listas de muertos se  hubieran engrosado con bajas soviéticas, los comandantes no se hubieran quedado de brazos cruzados esperando la humillación, más bien responderían con esos misiles tácticos. El 27 de octubre 1962, en plena crisis, los soviéticos derribaron un avión espía norteamericano U-2. La Casa Blanca pensó que la decisión de derribar el aparato fue tomada desde Moscú, pero la realidad es que fue una iniciativa de un comandante soviético destinado en Cuba, cansado de los americanos. Por lo tanto, Jrushchov no era el único capacitado para ordenar un ataque. Durante la crisis, Washington malinterpreto los hechos. Cuando los soviéticos movían ficha, los americanos creían que todos sus actos eran conscientes, y no, no tenían por qué pertenecer a un plan brillante. Jrushchov envió los misiles a Cuba en un momento de impulso, aunque no sabía muy bien qué hacer con ellos; los americanos, cuando se enteraron de su existencia, no hacían más que buscar una lógica, inexistente. En suma, si el Ejército estadounidense se hubiera atrevido a lanzar un ataque, los soviéticos habrían respondido. Dudo mucho que el conflicto hubiera escalado a nivel global, pero sí estaríamos hablando ahora mismo de enfrentamiento serio.

La historiografía (y usted también lo hace en su libro) ha invertido mucho esfuerzo en dilucidar si Estados Unidos exageró lo acontecido entre el 16 y el 29 de octubre de 1962. ¿Exageraron?

Claro que exageraron. Robert McNamara, secretario de defensa, un hombre inteligente aunque destrozó su reputación en Vietnam, desde el principio estuvo acertado al afirmar que lo acontecido en el 62 nada tenía que ver con una crisis estratégica, sino más bien con una crisis política. Pero los altos mandos del ejército, muy idiotas ellos, discrepaban con los razonamientos de McNamara. Tampoco aceptaron el argumento de que los misiles soviéticos en Cuba no afectaban a la superioridad numérica estadounidense de diecisiete a uno en cuanto a las ojivas estratégicas. Pero también era cierto que cuando los republicanos y la gente se enterasen de lo que estaba sucediendo cerca de casa perderían los estribos. Aquí se encuentra la gran contradicción de la crisis que obligó a los aliados (incluido a los británicos) a mostrar su apoyo público a Kennedy, aunque en privado pensaran que por Cuba no valía la pena correr el riesgo de comenzar una guerra nuclear. Los americanos exageraban. El primer ministro británico, Harold Macmillan le dijo a Kennedy que Reino Unido llevaba cerca de quince años soportando la amenaza de los misiles soviéticos y que no habían emitido queja alguna. Para los americanos las reglas son diferentes. Ayer estuve entretenido concediendo una entrevista en un Podcast estadounidense, donde hicimos una comparación entre la crisis de los misiles y la guerra en Ucrania. Cuando dije que la actitud americana respecto a Cuba había sido colonialista, el entrevistador soltó: ‘Tendremos derecho a tener una opinión sobre lo que sucede en un país situado a 50 millas de nuestra costa’. A lo que yo le respondí: ‘Con ese mismo argumento Putin justifica la invasión de Ucrania’. El entrevistador me replicó (parafraseo sus palabras): ‘Pero nosotros somos los buenos’. Por supuesto, yo le contesté: ‘Se tienen que dar cuenta de que mucha gente no piensa de la misma manera’. Precisamente, unos de los motivos que me llevó a escribir este libro fue que gran parte de la bibliografía americana en el mercado asume que Estados Unidos tenía derecho sobre las decisiones que tomaba Cuba. Los americanos siguen sin convencerse de que fueron (y aún tiene algún ramalazo) una fuerza colonialista. Alguien me preguntó que cuáles eran las grandes revelaciones de mi libro, y yo le dije que ninguna, que un libro que ofrece grandes revelaciones sobre hechos históricos tan importantes suelen ser basura. Lo que yo aporto con mi texto es otra perspectiva. Por desgracia, a día de hoy los americanos creen seguir teniendo derechos territoriales sobre su vecino caribeño, una actitud que les iguala a Putin. Nosotros, los europeos, no podemos aceptar esas cosas.

¿Cómo valoraría la actuación de John F. Kennedy durante la crisis de los misiles?

Hay motivos más que de sobra para estar agradecidos a Kennedy. Exagerando un poco, diré que sus generales estaban locos por pensar que la guerra era algo aceptable. Cuando Jrushchov aseguró que retiraría los misiles de Cuba, el Pentágono mandó a un memo a hablar con Kennedy y a advertirle de que todo era una estratagema soviética. Entonces, debemos estar agradecidos porque Kennedy le ignoró y no se dejó llevar por sus palabras. Estoy convencido de que la victoria de Occidente, liderada por Estados Unidos, en la Guerra Fría fue un acontecimiento bueno para la humanidad. Sin embrago, da mucho miedo la disposición de los conservadores americanos para entrar en guerra y asumir riesgos, la demostraron durante la crisis de los misiles y la siguen demostrando hoy. Quizá no quieran confrontar con Rusia, pero no dejan de considerar la posibilidad de comenzar un conflicto bélico con China. Y, por suerte, durante la crisis de los misiles, las decisiones las tomaba Kennedy, un hombre sofisticado y civilizado, que supo ver que un intercambio nuclear con la URSS se traduciría en un último fracaso.

¿Hubo un antes y un después en la Guerra Fría tras la crisis de los misiles?

Tras la crisis ninguna de las dos potencias intentó meterse en el patio trasero de la otra: Occidente no intervino en Praga en el 68 ni los soviéticos volvieron a replicar la estrategia del 62. Donde las cosas se pusieron verdaderamente complicadas fue en tierra de nadie, en lugares como Vietnam. Algo que siempre me ha fascinado y que he intentado explicar en mi libro es por qué los sucesivos gobiernos de ambas potencias se malinterpretaron continuamente. Incluso Richard Nixon y Henry Kissinger creyeron que con una sola llamada desde el Kremlin a Hanói la guerra de Vietnam podía llegar a su fin. Sin embargo, la realidad era que en Moscú también estaban agotados de la contienda y no sabían cómo detenerla.

La guerra en Ucrania y la actitud retórica de Vladimir Putin han despertado los fantasmas nucleares. Analistas y periodistas de diferentes medios no cejan en su empeño de comparar la crisis de los misiles con el actual conflicto en el Este de Europa. ¿Son comparables los dos escenarios? ¿Tenemos motivos para estar preocupados?

Desde luego que hay motivos para estarlo. Cuando leo u oigo a los conservadores de ambos lados del charco decir que no nos dejemos engañar por los faroles de Putin, pienso que sus discursos son muy estúpidos. Con esto no quiero decir que el mandatario ruso vaya a emplear armas nucleares, pero creo que si Ucrania en algún momento está en disposición de arrebatar a Moscú el Dombás y Crimea, Putin empleará armas nucleares tácticas con el fin de no perder los territorios. Me atrevo a decir que la situación es más peligrosa que en el 62, porque Putin no responde ante ningún Politburó. También comparándolo con Jrushchov, Putin es menos estable y en cualquier momento una decisión puede ser tomada bajo un error de cálculo. La buena noticia: el conflicto en Ucrania no tiene mucha pinta de que pueda escalar a nivel mundial, mientras que sobre la crisis de los misiles siempre rondó esta posibilidad. En nuestro mundo la estabilidad y el orden han desaparecido, la inseguridad política es clara y a esto debemos sumarle el hecho de que la calidad de nuestros líderes ha mermado. Joe Biden no es un completo desastre, pero desde luego no es Kennedy. Es un hombre mayor que hace lo que puede. La gente de mi generación tenemos la responsabilidad para con los jóvenes de no desesperarnos. La humanidad ha vivido muchas catástrofes con anterioridad y siempre ha salido adelante, esta vez no tiene por qué ser diferente, así que tengamos esperanzas. Si me preguntas: ¿hay motivos para tener miedo? Yo te respondo: sí, pero solo podemos albergar esas esperanzas de las que te hablo, si contamos con la suficiente inteligencia para sentir miedo.