Texto y Foto: Asís G. AYERBE

 

Algunas veces me lanzo a un encargo fotográfico con una idea fija en la cabeza. He visto la imagen final en mi mente y debo lograr
volver a casa con ella en mi cámara. Si la cosa que llevo premeditada es arriesgada, que a veces pasa, elijo muy bien a mi modelo. Es una selección difícil que matemáticamente se podría expresar muy bien con una gráfica sobre dos coordenadas cartesianas: el eje de abscisas expresa las ganas que el retratado tiene de salir en la foto, hasta dónde está dispuesto a llegar. El eje de ordenadas delimita la chaladura que llevo en mente, hasta dónde puedo estirar mi deseo fotográfico para que el retratado acepte. El comportamiento de la gráfica es muy claro, hay que encontrar el punto límite de lo que me apetece hacer sabiendo que, si me paso, el que está frente a la cámara podría mandarme a paseo. Por otro lado existe la posibilidad inversa: decenas de escritores, generalmente con sus primeros libros, muchos autoeditados, que no tienen límite en cuanto a lo que están dispuestos a hacer por salir en una foto. Yo aquí puedo estirar hasta el infinito y lograr un retrato insólito, pero, al tratarse de un autor desconocido no tiene tanta gracia para el público general o el medio que me contrata. Es, como la vida, un difícil equilibrio. En las gráficas matemáticas hay que hacer la derivada primera de la función para hallar el máximo: el punto fotográfico, el equilibrio del que hablaba.
Marta Sanz, que es de lo más amable y entregado que he visto nunca, parecía perfecta para el plan de la foto con la bicicleta en movimiento por las calles de Madrid que se me había metido en la cabeza ese día. El contraste entre la fragilidad, de la que la propia Marta habla, y la plasticidad del barrido fotográfico, en el que todo sale movido menos el sujeto que avanza, representaba todas las metáforas que quería trasladar a la imagen. De modo que acudí a mi cita con una bici.

Y ¿cómo convencí a Marta? Lo cuento en el último número de Librújula, el de noviembre/diciembre,  pero ya os digo que, en realidad, los
artistas y los generadores de gráficas hablan lenguajes distintos y las matemáticas a veces fallan.