La poesía rebelde y poliédrica de Alfredo Saldaña

Olifante publica el último poemario del poeta y catedrático toledano, «La acción es el frío«.

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

La acción es el frío (Olifante) del sabio poeta y catedrático Alfredo Saldaña (Toledo, 1962), con inteligente prólogo de Celia Carrasco Gil, es una de las mejores cosas que le podía pasar al mundo de la poesía: pues se escribe poesía porque hay una necesidad impenitente de ese decir y no de otro: “Ser cruce en el sendero,/ punto de fuga, ala que/ al doblarse sostiene la caída”. Y el poema es el lugar idóneo para pergeñar la existencia del reflejo, ese deseo imaginado, a la vez que pensado, del “frío del mundo”. Pero con el deseo no termina la ansiedad de los signos. También se escribe poesía para estar más cerca de uno mismo, conocer y conocerse: la poesía es el arte que permite expresar emociones y celebrar la verdad de las cosas que (no) vemos. Poesía rebelde, indómita y poliédrica como sus versos: “La serenidad abona la flor de la indolencia./ (…)/ En el frío respira la piedad del pensar”.

La cuarentena larga de poemas que contiene este libro está precedida por citas de los admirados René Char, Yves Bonefoy, quien también cierra el poemario; y Roberto Juarroz, además de la ya citada Celia Carrasco Gil, que sabiendo del exquisito quehacer demiurgo del cátedro Saldaña, no podía ser de otra forma. Es que su escritura poética está definida por una forma, una estructura interna, a la vez que una multiplicidad de sentidos y significados, imbricados en un proceso de representación poliédrica, que te deja balbuciendo. Por esto, esta poesía que hechiza requiere un proceso lento de lectura y comprensión, que no deja de ser necesario ante este devenir telúrico de la inmediatez y de la prisa: “Ser un anónimo,/ el nombre de nadie, el sello/ más extraño y más seguro”.

Ante una escritura ética y estética como está que busca la esencialidad, ante la lectura de La acción es el frío, la persona lectora vive, se ve viviendo, es siendo en el desarrollo de los poemas, pues el poeta lo incluye en el propio devenir poemático. En esta poesía tan personal y singular, la distancia entre el objeto y el sujeto quedan difuminadas y es el logro, pues el sujeto albarrán siente la primacía de la pregunta sobre la respuesta: “Caminar para ser el relato que se lee”. Hoy todo es impaciencia y la poesía de Saldaña nos enseña a “practicar ante sí misma la espera”.

Ante esta situación existencial, tragicómica, amorfa, donde la misma existencia nada se pregunta, solo se exhibe y hace gala de incomunicación, esta poesía nace con afán didáctico, que no sufre las trampas de la virtualidad real: “La palabra que se da/ es la misma que nos pierde”. Esta poesía no quiere que las personas sean ajenas al mundo y el otro, a la vez que denuncia el deterioro del lenguaje. No otra cosa que la comodidad que es el mal de este mundo: “la casa está en el camino/ y toda la superficie/ es una tierra extranjera”.

La poesía debe ser excelente y que no o sí se parezca a la vida que nombra en y desde su realidad. La poesía debe habitar en los márgenes de esta sociedad de lo (in)útil, liderada por los valores del mercado y la productividad. Hay que leer y releer, sabiendo leer, para poder escribir. Así pues, la poesía no debe ser ni inmediata ni fácil y debe presentar todo con la máxima calidad, con un lenguaje nada ordinario, que pueda tener más de una interpretación: escribir desde la ambigüedad y el compromiso ético. Pues de lo contrario la crisis del lenguaje y de la palabra escrita persistirá y alcanzaremos las más altas cuotas del analfabetismo funcional y dócil: “descubrir en su delta/ una hendidura de luz,/ la humedad silenciosa/ y palpitante de su nombre”.

La poesía de Saldaña en este libro, entre otras cosas, exige un urgente planteamiento poético de la realidad y un urgente planteamiento poético del lenguaje con el que se plantea la realidad. También y además es una poesía de compromiso ético y moral del poeta, más allá de lo contingente y de la poesía social y o crítica. Pues esta poesía tiene un compromiso con lo real, entendiendo que por real no la realidad y sí la narración personal que el poeta hace de ella. O sea, interpretar la realidad mediante la poesía. El compromiso ético del poeta es con la palabra, intimidad y no confesionalidad, y aunque también alcance fuera de la palabra ese compromiso ético, sobre todo debe ser con la palabra: “Desubicar hasta romper el encuadre./ (…)/ Fuera de lugar: habitar en el margen”.

Es uno de los mejores libros de poesía que he leído en estas dos últimas décadas, pues estos poemas nos escuchan antes de que los escuchemos a ellos y al darles vida con nuestra lectura ellos nos cuentan esas cosas que de otro modo no seríamos capaces de explicarnos. No sé si me explico, pero sepan ustedes que es el adorable misterio de la poesía: en el poema buscamos iluminación, sabiendo que el lenguaje poético no es inocente. La belleza se resiste a ser reproducida y de sus enigmas no podemos escapar. La poesía nos conduce, al poeta y a la persona lectora a esa iluminación que no sabíamos que estábamos buscando y en él y con él lo descubrimos. La poesía pone en igualdad de condiciones al lenguaje y al pensamiento, pues: “¿Dónde, en qué lugar/ se atrinchera el tiempo/ cuando pasa?// Solo con el vacío/ se puede llenar ese hueco”..

En definitiva, la poesía de Alfredo Saldaña da cuenta de que el lenguaje crea la realidad, que siempre es recreada por la persona lectora, y con el lenguaje descubrimos la belleza, diciéndonos que los poemas pueden tener o no tener significado y sabremos el qué cuando le preguntemos a nuestra memoria: o sea, es la oportunidad que tenemos de ver el mundo de manera diferente a los demás: podemos contemplarlo y a la vez representarlo, que no es poco. Lo malo es que en estos momentos de tantos intereses estamos engendrando anémicos cerebrales y hemorrágicos verbales: tontos motivados y analfabetos funcionales, que no saben que la poesía es aquel lenguaje que vela por lo desaparecido, como queda claro en el poema Velar por lo desaparecido. “Rescata palabras/ del naufragio de la historia/ y las sostiene ahí, en el poema”.

 

DESIERTO

Perderse

en un oasis

de silencio y soledad

y allí, como una flor

lastimada bajo la arena,

rozar la sombra helada

de uno mismo

al desenterrar

el hueso

de una piedra

y su indómita belleza.