La Pentalogía (infame) de Colombia, de Daniel Ferreira
Con «Recuerdos del rio volador» (Alfaguara), Daniel Ferreira cierra la pentalogía.
TEXTO David VALIENTE Foto: @stanislausbhor
De buena manera, al escritor y bloguero colombiano, Daniel Ferreira (San Vicente de Chucurí, 1981), se le podría encasillar en el fascinante, exótico y fabulista mundo de los historiadores de la vieja escuela por dos motivos evidentes. Por un lado, construye sus historias sin importarle la capacidad del lector, si este aguanta un libro de 400 páginas o si, ni siquiera, es capaz de terminar de leer un tweet. Él escribe volúmenes con pliegos, pliegos y más pliegos de hojas (lo que no significa que sus libros sean aburridos). Por el otro, su capacidad literaria compite de tú a tú con la tradición narrativa hispanoamericana, este joven escritor que apenas ha caminado su cuarta década de vida, cuenta con una imaginación desbordante y una capacidad bastante genuina para crear novelas cargadas de polifonía, de un modo similar a como lo hacían los antiguos historiadores.
Daniel no es historiador, es novelista, uno de los más valorados en su país natal. De acá a un tiempo, ha consagrado parte de sus esfuerzos literarios a sacar adelante una pentalogía con un hilo conductor potente, electrizante y atractivo. La Pentalogía (infame) de Colombia narra la historia contemporánea de su país y la violencia que, como una especie de maldición gitana, ha sido la brújula determinista que tanto daño ha causado a un pueblo tan rico, culturalmente hablando.
Con Recuerdos del río volador (Editorial Alfaguara) cierra a lo grande este proyecto literario que ha sido precedido por La balada de los bandoleros baladíes (Premio latinoamericano de primera novela Sergio Galindo), Viaje al interior de una gota de sangre (Premios Alba narrativa), Rebelión de los oficios inútiles (Premio Clarín de novela) y El año de sol negro. “Tenía la intuición de poner todo el siglo XX en un solo libro, pero eso habría sido ilegible. Puse el foco en las épocas, comenzando por el fin de siglo y yendo en retrospectiva hasta el año 1900. No buscaba narrar los grandes acontecimientos políticos del país, sino lo que sucedía en el interior de las familias y de los individuos durante los sucesivos ciclos de violencia. Empecé por lo que tenía más a mano: la historia de mi pueblo y luego seguí ahondando en los conflictos sociales”, comenta Daniel Ferreira en una entrevista concedida a Librújula vía email.
La “verdadera vocación” del colombiano, según sus propias palabras, “ha sido leer”. Comenzó escribiendo en un blog, también merecedor del premio al mejor blog de Difusión Cultural en Español concedido por el Instituto Cervantes, llamado Una hoguera para que arda Goya, bajo el pseudónimo de Stanislaus Bhor. “Escribir sobre libros es una manera de prolongar la conversación sobre lo leído y confrontar el criterio con la realidad”, responde Daniel cuando se le pregunta sobre si su trayectoria en blogs y medios digitales le ha sido de ayuda en la construcción de su pentalogía. “Escribir sobre lo leído debería ser una misión social y alfabetizadora, y más ahora que la lectura retrocede ante la distracción permanente”. Los lectores de oficio, asegura, deberían liderar “esta misión”, “maravillosa” y “jodida”, al mismo tiempo, aunque “los medios tradicionales ya no quieren pagar” las reseñas o las críticas. De ahí que la actividad se haya traslado a los ambientes digitales y blogueros donde mediante la publicidad al menos puedes sacar algún rédito económico al contenido.
Recuerdos del río volador cuenta la búsqueda incesante de uno de los integrantes de la familia Plata, en concreto de Alejandro, uno de los hijos del matrimonio. La familia queda desperdigada, tras la muerte del padre por su diabetes, y Alejandro se traslada al puerto del Cacique y empieza a trabajar en una concesión petrolera, a la vez que cultiva una pasión desenfrenada con una profesora. Se enamora de la fotografía y entra a formar parte de grupos sindicalistas que luchan por los derechos de los trabajadores. “Recuerdos del río volador revisa los primeros años de las concesiones petroleras en Colombia y los tejemanejes que hacían las compañías estadounidenses para usufructuar el petróleo colombiano y el sistema de explotación humana que organizaron para hacerse de mano de obra barata”, pero también se adentra en el corazón de las organizaciones sindicales, “los primeros núcleos obreros que se enfrentaron a tal desigualdad presionaron a los gobiernos y revirtieron la concesión”. Sin embargo, esas “fases radicales de desacuerdos sociales y confrontaciones políticas que derivaron en múltiples violencias”, han pasado a la historia gracias a la conformación de un “gobierno popular” resultante tras los acuerdos de paz. Un hecho inimaginable, seguramente, si desde abajo los más jóvenes no hubieran protagonizado una serie de estallidos sociales, aclara el autor. “Esa es una esperanza de que podamos transitar a nuevas formas de resistencia, a decirnos las verdades y a ser capaces de aceptar las diferencias y reconstruirnos como una nación en paz”.
“La ficción puede responder a la historia descifrando la realidad como una tarea de la imaginación”, dice Daniel, quien ve en la violencia que ha golpeado su país en el último siglo un derrotero relacionado con lo económico, lo cultural y lo humano, pero no un suceso producto del “colombianismo”, más bien una instrumentalización política de la violencia. Su literatura está ligada a “una historia social”, donde los protagonistas no son grandes personajes del pasado de fácil localización en cualquier libro de historia, sino “seres anónimos” en su mayoría provincianos y que “dialogan con la memoria”. De este modo, no “certifica el relato oficial que ha sido por lo general negacionista, estigmatizador y clasista”.
La naturaleza y su explotación
“El protagonista del libro es el río”, le dijo una amiga al escritor. “En la novela no buscaba un diálogo con el naturalismo, que cae en el exotismo al detenerse en la exuberancia, ni una oposición por contraste entre civilización y barbarie, sino el registro de la decadencia y la degradación de una naturaleza amenazada”, atestigua Daniel. Este protagonista tan vivo tiene nombre: se llama Magdalena, y gran parte de la narración de la novela sucede en su cuenca. “El río que atraviesa una buena parte de los departamentos más poblados tuvo todo tipo de transformaciones: la deforestación de sus selvas, la ampliación de las fronteras agrícolas, las explotaciones petroleras”.
Daniel utiliza la ficción para contar esos primeros años de explotación a manos de empresas extranjeras con unas concesiones que les abrían las puertas a todo tipo de abusos, y no solo al medio natural: “Hay territorios que sufrieron el despojo paramilitar, masacres, persecuciones contra sus líderes, y aún están en disputa, como en el Magdalena Medio, resultado de colonizaciones tardías y del despojo por violencia, dejaron una gran concentración de la tierra, muertes y desplazamiento forzado. La gente resiste allí con su cultura y verraquera y sus motocicletas que son un elemento civilizador”, narra Daniel.
Cuenta Ferreira que en la actualidad el reparto de los recursos es desigual a nivel social: “Las poblaciones donde se hacen las explotaciones son paradójicamente algunas de las más pobres, como ocurre en los puertos de Buenaventura y Tumaco, o las zonas mineras de Antioquia o las zonas cocaleras del Cauca”. Y lo más indignante de todo es que cuando la tierra se queda sin recursos y las empresas abandonan el lugar, puedes ver que allí ocurrió algo muy grande que benefició a unos pocos y dejó una huella profunda de miseria y destrucción: “Queda la estela de la violencia y la prostitución, las casas de empeño, los ríos envenenados y paramilitares que extorsionan a la población”. Un paisaje muy apetecible, sin duda.
“La memoria del río es la del territorio”, dice. “Colombia es un país de ríos, y el río Magdalena resulta una gran metáfora de los que nos ha costado buscar ‘el desarrollo’, que es un concepto extractivista”. En respuesta a la situación espantosa descrita más arriba, la Corte Constitucional colombiana declaró a los ríos “sujeto de derecho con el fin de protegerlos”, porque sobre muchos territorios pende todavía la larga amenaza de las explotaciones ganaderas, minerales o el cultivo de coca.
Por su parte, el gobierno de Petro, en el poder desde el año pasado, “ha propuesto al norte global empezar a salvar los pulmones del planeta que están en el sur global”. Daniel Ferreira tiene muy claro que para solventar la actual crisis civilizatoria que encarna su máxima expresión en el cambio climático “se necesita una transformación planetaria en la política contra las drogas, otras formas de energía, la inclusión social y la demanda industrial de materias primas”. “El reloj del juicio final”, sostiene Daniel, “está llegando al punto de no retorno mientras los gobiernos siguen decidiendo explotaciones y negando a las generaciones que vienen el derecho a la vida en el planeta”.
Recuerdos del río volador también habla del avance y el progreso, empleando un elemento capital como lo fue la fotografía: “La fotografía cambió la mirada. Hay muchos registros que se convirtieron en evidencia de lo que el ser humano ha hecho para que llegásemos a esta crisis civilizatoria. Y detrás de ese legado está la misión de fotógrafos que arriesgan o han dado su vida por registrarlo. Ellos nos han señalado que debemos pensar de manera global las soluciones a un problema que es de todos porque es planetario”, apunta Daniel.
La modernidad trajo consigo avances significativos. Por ejemplo, los seres humanos abandonamos la lenta y, a veces, peligrosa autopista acuática y la sustituimos por una de acero y grava mucho más dócil. Pero el peso de esos avances recayó sobre los hombres de una buena parte de la población mundial, que tomó conciencia y luchó por un futuro próspero y dotado de derecho. Hay cientos de ensayos que analizan los errores y los aciertos de esos grupos de resistencia social, pero para Daniel Ferreira las grandes enseñanzas las podemos sacar de los estratos locales combativos y de la historia individual de resistencia de cada persona: “De las explotaciones y revoluciones sabemos casi todo, hasta sus estrepitosos fracasos, pero de las resistencias que son más locales y personales aún tenemos mucho por rescatar, y necesitamos desentrañarlas para que nos ayuden a encarar los desafíos propios de nuestro tiempo”.
En este torbellino de malas noticias, aparte de los aprendizajes, también podemos atisbar pequeños rayos de esperanza: “En la última década, han ocurrido varios hechos históricos que aún resulta difícil integrar y ver su efecto en perspectiva, pero que ya nos han cambiado como nación. El principal es quizá el acuerdo de paz. Eso permitió que hubiera una Comisión de la verdad y una justicia transicional, la JEP, por su sigla. Hemos entrado en algo que las generaciones anteriores no tuvieron por estar transitando entre oleadas de violencias: el tiempo de la memoria. Es una fase de catarsis. Este año, 2023, hemos oído algunas de las verdades más sobrecogedoras sobre el conflicto armado y ahora tenemos que integrarlas como sociedad y evitar que algo tan atroz como los “Falsos positivos” (ejecuciones extrajudiciales con recompensa) vuelva a repetirse”.