Isabel del Río: «No tengo mucha esperanza en el ser humano»
La editorial Transbordador acaba de publicar el relato de Isabel del Río «Cielo de fuego» del universo de su novela «Mare/Madre».
Texto: Carlos LURIA
Genial, así iré con los ojos de racoon y la palidez de los espíritus. Es el whatsapp que me envía Isabel del Río tras comunicarle que a la entrevista no acudirá ningún fotógrafo. Le pido permiso para reproducirlo, porque el mensaje resume dos de las características de esta escritora: una simpatía desbordante y un cerebro vertiginoso capaz de hacer jirones cualquier atisbo de realidad convencional. Un día después, del Río me recibe en el lugar perfecto, entre los seres extraños que viven en Gigamesh: la mítica librería del denominado “triángulo friki” barcelonés, una zona repleta de librerías y comercios especializados en ciencia ficción, fantasía y terror.
Con más de una decena de libros a sus espaldas, que la han convertido en autora de referencia, Isabel del Río publica en la editorial Spècula la novela Mare (Madre), una original y arriesgada historia que une ciencia ficción, terror y filosofía para narrar el final de la humanidad en la Tierra, la exploración de otros mundos y el hallazgo de nuevas dimensiones, y en castellano con la editorial malagueña El Transbordador. Por si fuera poco, la novela ha ganado la novena edición de los premios Imperdible al mejor libro fantástico del año en catalán.
Seguro que me va decir que no se esperaba en absoluto este éxito.
En absoluto. Pero en absoluto. Mare no para de venderse, yo flipo.
¿Algún método para combatir la parálisis del estupor?
Me aparto, lo que hago es apartarme, me digo que esto no me está pasando a mí. Lo despersonalizo.
Tiene mérito convertirse en una reconocida autora de género siendo disléxica…
Es cuestión de esfuerzo. En su momento la dislexia me dio bastantes problemas, en la época en que yo era pequeña si te pasaban cosas como esta pues simplemente eras tonta y ya está, no le daban más vueltas. A mí me detectaron lo de la dislexia yendo al neurólogo, cuando ya estaba en la universidad.
¿Cómo le afecta?
Se me giran los números, las frases las escribo en un orden curioso… Soy un poco Yoda. Es como si mi cerebro viera… O sea, escribo de una manera pero el orden no es como debería ser.
¿“A escribir un libro voy”?
(Carcajada) Sí, pero más sutil. Claro, yo escribía mal pero no me daba cuenta de que estaba escribiendo mal. Hasta que haciendo la corrección de La casa del torreón tuve la suerte de tener una persona a mi lado que me iba diciendo: “A ver, Isabel, ¿qué ves raro en esta frase?”. Y yo decía: “Nada, yo la veo bien”. Poco a poco, aprendí a ver las frases como las veía la gente y no como las veía yo, y ahí empecé a comprender el mecanismo. Ahora a veces escribo frases de estas mías, pero lo detecto y las corrijo.
Es peor no tener nada que contar que padecer dislexia.
—No tener nada que contar es horrible. Entonces, ¿qué haces con tu vida?
¿Todo el mundo tiene algo que contar?
Yo creo que sí. Que sepa cómo hacerlo es otro asunto.
¿Y usted por qué lo hace siempre en términos de magia, ciencia ficción y terror?
Porque yo veo el mundo en estos términos. No sé, yo veo cosas raras en todas partes (Ríe). Para mí es lo normal.
¿Qué cosa rara ve ahora mismo?
Ahora mismo nada, porque me estás haciendo preguntas y me pongo tensa. (Ríe). Pero sí que es verdad que yo tengo mil historietas raras desde que era pequeña, desde ser amiga de un fantasma que vivía en un cementerio cercano hasta estar en la era del pueblo de mi padre y ver estrellas fugaces que no hacían la caída normal, sino que se iban otra vez para arriba. Cosas de estas.
He leído que, de pequeña, sus amigos iban a la casa de su abuela a que usted les contara historias.
Sí. Resulta que yo iba un poco atrasada en lectura en relación con mis compañeros, pero ya mucho antes de que empezara a leer me inventaba cuentos. Entonces los niños venían al patio que tenía mi abuela a que les contara leyendas inventadas, cuentos, historias de terror, cosas así.
¿Cuál fue la última vez que Isabel del Río se asustó?
Hace un par de noches, con uno de mis terrores nocturnos. Salió una cabeza por encima del pecho de mi marido. El problema de mis sueños es que son sueños vívidos. Además, si tengo mucha tensión soy sonámbula. Todo eso se mezcla, es muy divertido dormir conmigo.
¿Qué pasó con la cabeza?
—Grité y le di puñetazos. Me asustó mucho.
¿Cómo era?
Andrógina y azulada, no recuerdo más.
¿Hablar con fantasmas entra dentro de su normalidad?
A ver, yo considero que en el mundo hay muchas más cosas aparte de las que podemos ver o podemos calcular. Lo que hace cincuenta años se consideraba ciencia ficción o magia o fantasía hoy son una realidad científica. No tenemos más que pensar en la física cuántica, qué locura. Yo creo que el tema es que nosotros queremos cuantificarlo todo, ponerle etiquetas a todo, controlarlo todo, y no nos damos cuenta de que no somos más que un ser más en la Naturaleza y de que hay cosas que son incontrolables y que quizás nunca sabremos qué significan. Por ejemplo, el tema de las diferentes dimensiones. Hay una gran posibilidad, ¿por qué no?
A lo mejor en alguna de estas dimensiones se habrá solucionado el aparcamiento en el centro…
(Ríe) Lo que pasa es que quizá en alguna otra dimensión nos podremos trasladar de un lado a otro tranquilamente atravesando espejos, y ya está,
Ha dicho en muchas ocasiones que la magia existe.
Para mí, sí.
¿Me lo podría demostrar?
Tú tienes que pensar de qué está hecho todo lo que nos rodea, de qué estamos hechos nosotros mismos. Tendemos a pensar que lo que estamos viendo es lo que hay enfrente de nosotros, sin tener en cuenta que lo que estamos viendo en realidad nos lo está diciendo nuestro cerebro a partir de la información que está recibiendo. Es decir, nosotros construimos la realidad según lo que pensamos. Y no estoy hablando del rollo ese positivista de “ay, sí, si tienes un pensamiento positivo todo va a ir bien”. No.
Ya que hablamos de magia, hablemos de magos. ¿Borges o Mary Shelley?
¡Ostras! Borges es uno de los primeros autores que leí, tenía siete años. A Shelley llegué más tarde, cuando tenía nueve. Yo tengo muchísimo cariño al Libro de Arena de Borges, pero es que Frankenstein es mi libro favorito.
¿Juan Rulfo o Shirley Jackson?
Jackson. Y no vayas a decir ahora buuf, qué decepción, se acabó la entrevista (Ríe)
¿Stephen King o Isaac Asimov?
Asimov es genial, pero, claro, es que King tiene Carrie. No creo que sea el mejor libro de King, pero es el que más me gusta a mí.
El punto de partida de Mare es una Tierra colapsada y la decisión de las autoridades de enviar al espacio miles de pequeñas cápsulas habitadas solo por un niño y un progenitor. ¿Existe alguna tesis detrás de las peripecias de Penélope, una de esas progenitoras?
Yo quería hablar de las madres. Pero no del concepto de madre que tenemos actualmente, sino del concepto de madre como diosa creadora y destructora, de ese concepto que tenían en el Neolítico y el Paleolítico. Lo dije en la presentación, aquí mismo. He leído mucho sobre antropología y me fascina la idea de una diosa primigenia que es maternal, da vida y cuida de sus retoños pero, al mismo tiempo, si es necesario los devora. Quería explorar esta idea. Y también quería hablar de la otra cara de la maternidad. Es decir, a las mujeres nos venden que tenemos que ser maravillosas, súper dulces, súper comprensivas, híperdelicadas. Y yo, por ejemplo, cuando tuve mi hijo, al que adoro, tuve un parón creativo de tres años. No podía escribir nada. Escribo La vident de la LLuna plena cuando estaba embarazada y luego nada, lo que escribía era horrible, era basura.
“El concepto de tiempo”, dice un personaje de Mare, “no es más que un constructo. Fue el ser humano el que dio linealidad a la historia de los astros, pero los mitos de los antiguos dioses son circulares, repetitivos, transformadores, como las estaciones o las órbitas celestes”. Crear un universo, que en este caso desafía las leyes humanas, es también un tipo de maternidad.
Desde luego, es una maternidad creativa. Dar a luz otros mundos, otros universos, a través de nuestra creatividad y nuestra imaginación, también es un acto mágico en sí, porque luego otras personas, cuando están leyendo tu libro, están viviendo eso mismo y lo incorporan a su mente como si fuera parte de su propio ser.
El desenlace de su novela invita a cierta esperanza, pero en general el libro está recorrido por un gran pesimismo. Por ejemplo, usted narra que hay matrimonios que se matarán entre ellos para poder subir a una de esas cápsulas.
Claro. Pero eso no es pesimismo, es realismo. Hay que abandonar de una vez el optimismo dulcificado.
¿Es usted pesimista en cuanto a la deriva de nuestro planeta?
Si seguimos igual de tontos, sí. Si cambiamos igual tenemos alguna posibilidad.
Entonces, ¿es usted pesimista en cuanto a la posibilidad de que cambiemos?
(Suspira) Es que no tengo mucha esperanza en el ser humano. En el planeta, toda.
“Siempre nos hemos creído superiores a cualquier otra forma de vida, pero, al final, no somos más que otra especie fuera de su ecosistema”, dice Penélope.
Exacto. Yo considero, al hilo de tu pregunta anterior, que en general la gente solo mira por su propia supervivencia.
Somos chimpancés evolucionados.
Sí. Si fuéramos bonobos ya sería otro asunto. Pero chimpancés, ya se sabe.
Como lector, me ha dado la impresión de que usted es una narradora que se involucra con sus propios personajes. ¿Es así?
Cuando escribo yo experimento exactamente lo que experimentan los personajes. El caos me encanta, pero en el caso de Mare hubo momentos de absoluta desesperación. Me sentía atrapada. Y eso es lo que quería también que le pasara al lector, sobre todo en la parte media de la novela. Buscaba que la gente experimentara esa sensación de pérdida, de no saber. O sea, te estoy dando información, te estoy explicando personajes, te estoy contando cosas y abriendo vías, pero al mismo tiempo te estoy creando una sensación de “qué está pasando”, que es exactamente lo que siente uno de los personajes principales.
Vamos a esa parte media: “Sadako no estaba segura de si estos recuerdos eran suyos, si pertenecía a la niña que fue una vez, o solo eran un residuo de una de las realidades que habían transitado momentáneamente”. Para orientar al lector, ¿qué se entiende mejor, Mare o la política española?
No sigo la política. Paso totalmente de los políticos, creo que son un fraude. Más que de la política, prefiero hablar de la sociedad en general. Creo que para poder tirar para adelante debemos destruir lo que ya conocemos. Y no hablo de poner bombas y mierdas de estas, hablo de destruir los constructos en los que nos basamos. Economía incluida. Tenemos unas ideas metidas en la cabeza que no nos permiten salir de la situación en la que estamos.
En tal caso, ¿se entiende mejor Mare o la propuesta de reescribir a Roal Dahl?
—Mare.
De nuevo Penélope: “A través de la claraboya puedo contemplar Europa, otro de los satélites de Júpiter. Contiene océanos subterráneos, agua helada y oxígeno. Fue nuestro segundo y último intento frustrado para encontrar un hogar”. ¿Usted cree que nuestro futuro está fuera de la Tierra?
Sí y no. ¿Qué es la Tierra?
No sabría decirle.
(Ríe) Intentaba seguir una metodología socrática. A ver, lo que quiero decir es que depende de lo que nosotros consideremos la Tierra. La Tierra es nuestro planeta, el lugar donde vivimos. Eso quiere decir que allá donde vivamos será la Tierra. Hay mucha gente que cree que escribí este libro durante la pandemia. Pues no, lo escribí antes de la pandemia. Pero fíjate en la sensación que tuvimos durante la pandemia, esa sensación de que estaba pasando algo grave, esa angustia, todos los inputs que te llegaban, por la gente, en las redes sociales, en la televisión, era una sensación de ausencia de futuro. No había futuro. Pero yo tenía un niño pequeño. No podía ser que no hubiera futuro.
No hubo nada mágico en la epidemia de covid…
¿Cómo que no? ¿Tú crees que no es mágico ver jabalíes por el Paseo Maragall? ¿O despertarte con el canto de los pájaros cuando hacía mil años que no los oías? ¿O salir al balcón a hacer manualidades con tu hijo y mirar la calle y no ver un alma?
Lo que para usted era mágico, para mucha gente era terrorífico…
Es que muchas veces la magia es terrorífica. Lo que para unos es hermoso, para otros es horrible. Ahí está lo sublime.
En su libro sorprende la estructura narrativa, basada en párrafos muy cortos y una narración sintética. ¿Por qué ha elegido este sistema?
Es que yo soy muy sintética escribiendo. Mira, tengo dos novelas de trescientas páginas y las dos están en un cajón. No me gustan cuando las leo, me parecen aburridas y tediosas. En cambio, cuando escribo sintéticamente considero que voy donde quiero ir. Además, si estás hablando de temas muy complejos tienes que ser capaz de ser conciso y bien estructurado, eso permite también que el lector pueda imaginar, dejo cosas abiertas a la interpretación del lector. Considero que cualquier obra artística no termina con la persona que ha creado esa obra. Termina una y otra vez con cada persona que observa, lee o escucha esa obra.
Se lo pregunto no solo como escritora, sino también como librera, como licenciada en Filosofía y desde luego como lectora. ¿A qué cree que obedece el auge actual de la ciencia ficción y la fantasía?
A que la realidad se nos ha quedado corta y nos hemos cansado de ella.
Yo leo novela realista, pero es difícil que me sorprenda. Las estructuras suelen ser similares, los roles son similares… Cuando lees ciencia ficción o fantasía te explican cosas que te podrían explicar perfectamente en una novela realista, pero te lo explican de una manera diferente. La forma de narrar es la clave. Fíjate, por ejemplo, en Ursula K. Le Guin o en Octavia E. Butler.
¿Ese tatuaje en el hombro es lo que hay en las farmacias?
Es una rama de olivo con una serpiente. El caduceo. El olivo es el árbol de nuestro oro líquido, el oro líquido del Mediterráneo.
¿Y la serpiente?
La serpiente es la sabiduría.
Así comienza Madre:
«El espacio, oscuro e inhóspito. Ahora, nuestro hogar.
Las estrellas titilan al fondo de mis retinas, recordándome la muerte de gigantes que nunca llegaré a conocer y no alcanzo ni a imaginar.
Más allá del silencio, pervive el rumor de las máquinas que nos mantienen con vida. Y su voz, la única compañía humana. Antes eran canciones y fábulas, ahora es el constante cálculo de una mente inquieta.
Un doble pitido avisa de la entrada de nueva información. Él no debería acceder pero corre a la pantalla, ávido de novedad y estímulos. Yo sigo absorta en la oscuridad que nos envuelve como un manto materno, que nos acaricia en sueños con la letanía de una canción de cuna.
Las novelas y las películas lo imaginaron de mil formas. En sus narraciones terra formábamos otros planetas, construíamos estaciones espaciales inmensas —análogas a nuestras ciudades—, y naves con tecnología puntera surcaban el cosmos. Pero qué distinto fue todo.
Nos vimos obligados a huir con lo puesto, de un día para otro. Muchos quedaron atrás. Dicen que fui afortunada, que mi hijo fue afortunado.
Querían que la especie humana prevaleciera y, por ello, los niños obtuvieron un billete directo al espacio. Acompañados solo por un adulto, preferiblemente mujeres en edad fértil. Con los años, una vez en la oscuridad, se dieron cuenta del error, de lo estúpido que era embarcar solo mujeres y niños cuando escaseaban los recursos.
A veces me da por pensar en naves como la Enterprise para después mirar en derredor: treinta metros cuadrados, una litera, una letrina, una pantalla informativa, una computadora de trabajo y una claraboya al infinito.
No dio tiempo para más y tampoco iban a malgastar recursos en nosotros. Las probabilidades de supervivencia eran bajas y las expectativas de colonización altas. Esto era una salida provisional ante un fin inminente.
Mi hijo ya es un adolescente. Huimos cuando tenía cuatro años, dejando a su padre atrás. Una década después, solo conoce estas paredes; la reclusión impuesta por la supervivencia. Este es su hogar».