El día de los trífidos, un clásico de la literatura postapocalíptica

Runas publica la novela de ciencia ficción del escritor británico John Wyndham  donde la acción y la supervivencia conviven con reflexiones filosóficas y antropológicas sobre el fin del mundo tal y como lo conocemos.

Texto: Sara SEGOVIA

 

Una de las preguntas que más se ha planteado durante el último año en redes sociales es si deberíamos leer literatura apocalíptica en medio de una pandemia. Aún no me inclino por una opción u otra, pero algo tengo claro: si vamos a leerla, que sea de calidad.

El día de los trífidos, de John Wyndham, me llegó hace poco en una, como siempre, cuidadísima edición de Runas, junto con un marca páginas y una chapa con la portada. Debo confesar que, por error, he pasado meses pensando que El día de los trífidos era la continuación de Las crisálidas, también del mismo autor, por lo que he tenido la suerte de llegar a la novela como una tabula rasa, sin ideas ni juicios previos que pudieran enturbiar la lectura. Y, ¡menuda suerte!, pues me ha parecido una obra incluso mejor por su humanidad, por las reflexiones y citas que pueblan las páginas y por la construcción general de la historia.

Esta historia nos traslada al Londres de mediados del siglo XX, al hospital donde Bill Masen, el protagonista, se despierta tras un incidente que ha puesto en riesgo su vista. Ese desafortunado accidente laboral, que hará que se pierda el «espectáculo celeste más extraordinario de la historia» cuando una lluvia de meteoros y cometas verdes atraviesa el cielo nocturno, será lo que le permita sobrevivir cuando el mundo se va a la mierda. Y es que, a la mañana siguiente, nadie llega a quitarle las vendas, nadie llega a ayudarle, y es él quien debe salir por su propio pie para descubrir que todo el mundo a su alrededor ha perdido la vista. Todo el mundo, salvo él.

Con esta premisa comienza El día de los trífidos, y poco a poco el autor va desgranando la historia de la supervivencia de Bill en ese Londres postapocalíptico, donde la humanidad se verá obligada a enfrentarse a dos enemigos: el primero, la ceguera; siglos y siglos dando por hecho que la superioridad del ser humano residía en su raciocinio para después descubrir que estábamos equivocados, y que tan sólo logramos medrar por encima del resto de especies gracias a que podemos descifrar las señales que nuestros ojos lanzan al cerebro y nos garantizan la vista. Y el segundo enemigo, de origen desconocido y hasta entonces una curiosidad botánica y un activo comercial, los trífidos: esas plantas que, de pronto, brotaron por todas partes y alcanzaron la fama mundial el día en que el primero sacó las raíces de la tierra y empezó a andar, ¿o fue quizá cuando mataron al primer humano con su apéndice?

Los dos conflictos se entrelazan con maestría y nos llevan de la mano por unas páginas donde la acción y la supervivencia conviven con reflexiones filosóficas y antropológicas sobre el fin del mundo como lo conocemos. Mientras leía, pensaba en escoger una u otra cita, todas muy pertinentes en el momento en el que estamos, pero prácticamente habría citado la novela entera. Algunos pasajes, por lo importantes para nuestra propia supervivencia: no podemos dar por hecho que el mundo estará ahí para nosotros; otros, por el juego metaliterario y la alusión a los poetas malditos, que a esta apasionada del Romanticismo le han robado el corazón (mención especial al No volveremos a vagar de Byron o el Ozymandias de Shelley); los más, por la sensibilidad con que planteaba conflictos éticos a los que todo el mundo se ve abocado alguna vez, especialmente cuando nos ubicamos en escenarios postapocalípticos (por suerte, de momento solo en la ficción). ¿Es el hombre un ser bueno por naturaleza? ¿Es preferible morir por ayudar a los demás o sobrevivir para garantizar así la supervivencia de la humanidad? ¿Cuál de los dos es el bien mayor?

Wyndham necesita muy pocos personajes para crear una trama interesante que acompañe a sus reflexiones, y casi a cada paso he tenido que recordarme que la novela se publicó por primera vez en 1951. A nadie extrañará, tras su lectura, que el género postapocalíptico haya bebido de estos trífidos, por venenosa que sea su pulpa.

Si tenéis la oportunidad, acercaos a la novela y dejaos cautivar por sus páginas, pero tened cuidado con esas plantas de apariencia tan inofensiva. Nada es lo que parece.