Gulbahar Haitiwaji y sus años en un “campo de reeducación” en Xinjiang

El libro «El gulag chino. Cómo sobreviví a un campo de internamiento», publicado por la editorial Ariel, narra la terrible experiencia de  Gulbahar Haitiwaji, de la etnia uigur, en un centro de reeducación del país asiático.

Texto: David VALIENTE

 

El 27 de mayo, la BBC publicó un reportaje donde aportaba más pruebas sobre las lamentables condiciones de los uigures en los “campos de reeducación”. El texto incluía las fotos de varios presos y de los guardias vestidos de negro y equipados con palos de madera y escudos, como si fueran antidisturbios listos para apaciguar a una muchedumbre enfurecida. La presencia de estos agentes se veía reforzada con más guardias, vestidos de militar y con fusiles medio elevados, a la caza de un gesto extraño. Lo poco que se puede ver del interior del recinto muestra una estética completamente carcelaria, que en nada se parece a una escuela. Según el Gobierno chino, los uigures entran en estos centros para ser “reeducados” y alejados de tendencias radicales, porque los uigures claman por la configuración de un país independiente, Turquestán Oriental, en lo que hoy es el estado de Xinjiang. No obstante, China no quiere perder uno de sus puntos estratégicos clave, pues “Nueva Frontera” (traducción al español de Xinjiang) colinda con 7 países y se ha convertido en una región clave para su Nueva Ruta de la Seda, además de tener importantes recursos naturales.

Hemos entrevistado a una de esas mujeres uigures que han estado recluidas en esos centros de reeducación, Gulbahar Haitiwaji, y a  la periodista de Le Figaro, Rozenn Morgat, quien ha narrado las vivencias de Haitiwaji en el libro El gulag chino (editorial Ariel).

El calvario de Gulbahar comienza con una llamada. La voz de un funcionario chino la exhorta a regresar a Xinjiang con el fin de resolver una serie de papeles imprescindibles para su jubilación. A través de la pantalla del ordenador, y con la ayuda de su hija Gulhamar, quien nos hizo de traductora; nos cuenta que “muchas otras personas recibieron llamadas como la mía, pero ellos fueron más inteligentes y se negaron a volver”. Ella y su familia se encontraban exiliados en Francia, país en el que aún permanecen. Su marido fue el primero que abandonó Xinjiang y pidió asilo en el país galo ya que en China su familia no tenía futuro y el Gobierno tendía con más asiduidad a la represión de su etnia.

Las insistentes llamadas de los funcionarios provocaron el regreso de Gulbahar, que en cuanto pisó el suelo de sus antepasados fue sometida a interrogatorios por los agentes de seguridad. Querían oír de sus labios que era una terrorista con pretensiones independentistas. Esta situación le resultó extraña. Nunca había tomado partido por ninguno de los dos bandos; es más, la política no le preocupaba, ella era una mujer volcada en cuidar a su familia y cumplir lo mejor posible con su trabajo. Al final, los mismos funcionarios le mostraron el origen de sus sospechas: una foto de su hija en una manifestación en París, sosteniendo una tela de color celeste con la media luna sujetando a una estrella en sus puntas, la bandera del Turquestán Oriental.

Antes de enviarla al “campo de reeducación”, cuenta en el libro que estuvo detenida en una prisión y pasó unas cuantas semanas atada a la cama, ¿qué siente una persona en esa situación?

Gulbahar Haitiwaji : Sabía que nos ataban como castigos, por eso pregunté el motivo de mi sanción, yo no había hecho nada. Solo supieron decirme que cumplían órdenes de arriba y que desconocían cuánto tiempo me iban a mantener así. Mi mente resistió y me dije: “si esto es lo único que saben hacer, entonces que hagan lo que quieran”.

Explica que existía una fuerte disciplina militar dentro de la vida carcelaria, caracterizada por la monotonía.

Gulbahar Haitiwaji: Nos levantaban muy temprano. Hacíamos nuestras camas y formábamos una fila para salir de la celda. Solo nos concedían diez minutos para hacer nuestras necesidades y cumplir con nuestro aseo diario. No podíamos tener contacto con las reclusas de otras celdas, por eso, pasados los diez minutos, volvíamos a formar una fila con la cabeza agachada. El baño, a lo largo del día, solo lo podíamos usar cinco veces. Tras el desayuno, nos esperaban once horas de clases de chino e historia de China preparada especialmente para los campos. Disponíamos de un break para comer y echarnos una siesta, antes de continuar con las clases de la tarde. A la hora de la cena, nos seguían adoctrinando con el noticiario nacional (nunca nos mostraban los sucesos fuera de China) y terminábamos la jornada mostrando nuestro agradecimiento y admiración por los logros del Gobierno chino. Todos los viernes teníamos exámenes orales y escritos y debíamos cantar una canción patriótica que nos memorizábamos a lo largo de la semana.

Rozenn Morgat (contesta a través del correo electrónico): Durante tres años, Gulbahar tuvo que desfilar a la manera patriótica de los soldados, vio a sus compañeras de celda caer en depresiones, su humanidad se vio reducida a un simple número, le quitaron el pelo y la ropa. La privaron de todo lo que más quería. En dos ocasiones, Gulbahar y sus compañeras fueron vacunadas contra la gripe. Al menos eso decían los policías y los guardias. Sin embargo, Gulbahar todavía sospecha que esas vacunas eran esterilizantes. Justo después de inocular el vial, las mujeres jóvenes compartían en la celda su preocupación por no tener más sus periodos.

Sometida a este régimen de “reeducación”, ¿llegó a pensar que perdería su identidad?

Gulbahar Haitiwaji: Siempre he confiado en mi fuerza interior, estaba segura de que iba a salir de ese campo. Así me mantuve fuerte. Además, fuera me esperaba mi familia, debía mantener la cordura, salir sana de allí dentro tanto física como mentalmente para no ser una carga familiar. Vivía igual que una máquina y no pensaba demasiado.

Comenta que hizo migas con varios policías uigures que trabajaban para los chinos. ¿Vio señales de remordimiento por lo que estaban haciendo?

Gulbahar Haitiwaji: Cuando estaba en el campo, unos policías de etnia han nos gritaron de muy malos modos; de inmediato un grupo de policías uigures les reprendieron, les reprocharon su actitud innecesaria y les obligaron a dejar de gritarnos. Al día siguiente esos policías uigures desaparecieron. Los policías uigures solo hacen su trabajo. Hacernos sufrir por nuestra propia gente es parte del sistema.

El mes pasado, la BBC sacó a la luz los testimonios de varias mujeres uigures que fueron torturadas y violadas por hombres vestidos de traje y ataviados con mascarillas en los “campos de reeducación”

Gulbahar Haitiwaji: Nunca tuve que enfrentar una situación parecida. Tampoco oí a mis compañeras de celda comentar nada por el estilo, del resto de mujeres no le puedo decir nada pues no tenía ningún contacto con ellas. Sin embargo, confío en el testimonio de esas mujeres que han hablado para la BBC. China es capaz de todo eso.

Mientras su madre cumplía su régimen penitenciario, su familia en Francia se movilizó en pos de la libertad de Gulbahar. No creían en las palabras del Gobierno chino que afirmaban que su madre estaba bien y no regresaba a su tierra de acogida porque no quería. Su hija Gulhamar movió cielo y tierra, contactó con los organismos internacionales, los medios se hicieron eco de su testimonio y del calvario de su madre.

Sus movimientos surtieron efecto. Francia presionó a China y la situación de Gulbahar cambió por completo: la sacaron del “campo de reeducación” y la dejaron vivir en una casa de alquiler, vigilada las 24 horas del día.

Las conversaciones que mantenía con sus familiares por teléfono fueron monitorizadas, ¿qué es más duro: la tortura mental y física a la que fue sometida o tener que engañar a su familia?

Gulbahar Haitiwaji: Para mí fue mucho más dolorosa la vigilancia a la que me sometían cuando hablaba con algún familiar por teléfono o me encontraba con alguien por la calle. ¡Lo apuntaban todo! Tuve que mentir y decirles que estábamos viviendo muy bien, que teníamos buenas camas y comida en abundancia. Si no mentías, te esperaba un castigo.

¿Ha repercutido esto en las relaciones actuales con su familia?

Gulbahar Haitiwaji: Cuando regresé a Francia, me esperaba un recibimiento más efusivo por parte de mis familiares y amigos. Su rechazo me entristece, pero les entiendo, sobre mi persona recaen las sospechas de que soy una espía del Gobierno, que les ha condenado a vivir alejados de su familia y de la tierra de sus antepasados. China vigila nuestras actividades y la de nuestros familiares en Xinjiang. En China soy oficialmente una terrorista, hay gente que tiene miedo de hablar conmigo y lo entiendo.

¿Qué hay de cierto en las acusaciones de terrorismo que vierten sobre su comunidad?

Gulbahar Haitiwaji:  He estado encarcelada en cuatro sitios distintos y en ninguno de ellos he visto a personas peligrosas. Conviví con doctores, trabajadores de banco, funcionarios… Ninguno era un terrorista. China emplea el calificativo de terrorista contra nosotros como una oportunidad para unirse a la lucha internacional contra el terrorismo yihadista. Pekín solo nos muestra como terroristas, pero no lo somos.

Rozenn Morgat: Existen uigures radicales independentistas y nacionalistas. Se han cometido ataques de uigures en territorio chino, sí. Pero representan una parte muy pequeña de los uigures. Nada que pudiera justificar una campaña de internamientos masivos como la que se viene dando desde 2016.

¿Hay suficientes pruebas para sentar en la Corte Penal Internacional a los perpetradores?

Gulbahar Haitiwaji: Sí, las tenemos. Con la información que ya ha salido a la luz, la Corte de Londres, en marzo del año pasado, afirmó que China está cometiendo un genocidio. A esa condena, se han sumado otros países. Mucha gente está testificando y otra mucha lo hace de forma anónima. Así que si hubiera un juicio internacional, tendríamos suficientes pruebas.

Rozenn Morgat: No soy ninguna especialista en procedimientos legales e internacionales, pero como periodista, puedo decir que desde que Chen Quan Guo está ejerciendo de gobernante de Xinjiang hay más pruebas de las duras medidas a las que son expuestos los uigures. Esas pruebas podrían llevarse ante un tribunal y debe ser así. El problema es que China a nivel internacional cada vez es más fuerte y tiene participación en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Pero al mismo tiempo, la labor del antropólogo Adrian Zenz, quien obtiene cada vez más pruebas incriminatorias, anima mucho a los uigures en la diáspora a hablar.  Aun así, donde de verdad se puede hacer daño a China es en lo económico: el boicot del 2021 a tiendas como H&M o Adidas, que empleaban el algodón extraído con mano de obra esclava uigur cambió el equilibrio de poder. Esta perspectiva es alentadora.

¿Considera que la respuesta internacional está a la altura?

Gulbahar Haitiwaji: Los “campos de reeducación” llevan abiertos seis años. Todos sabemos de su existencia porque hemos visto fotos o vídeos. Contamos con suficientes pruebas para hacer que China pague por su sistema arbitrario. Sin embargo, los campos siguen abiertos. Entiendo que las relaciones económicas de los países impiden sanciones más contundentes, yo solo espero que las personas lean mi libro, mis entrevistas y los testimonios de otras personas y reconozcan que esto no es normal.

¿Teme que usted y su familia en Xinjiang puedan recibir represalias a causa del activismo que está desarrollando desde que publicó el libro?

Gulbahar Haitiwaji: En Francia, me siento a salvo. El Gobierno nos protege y nos ofrece asistencia permanente. Aun así, soy muy cautelosa. Cuando salgo a la calle permanezco alerta. Debido a la publicación de mi libro, he tenido que viajar mucho, y si en el avión hay chinos, intento pasar desapercibida. Y no solo me ocurre a mí, todos los supervivientes se encuentran en una situación parecida a la mía. Sabemos que China es capaz de cualquier atrocidad, y esto que voy a decir es muy triste, pero estamos convencidos de que vamos a morir algún día por culpa del Gobierno chino. Respecto a mi familia, no tengo contacto con ellos. Desde que publiqué mi libro, los medios de comunicación del Partido Comunista no se han quedado de brazos cruzados y han respondido con una serie de artículos en los que me acusan de ser una terrorista. Obviamente, es una mentira que ha hecho que mi familia rompiera todo contacto conmigo.

¿Mantiene la esperanza?

Gulbahar Haitiwaji: Cuando volví a China muy poca gente conocía de la existencia de los uigures. Ahora se interesan por nosotros; en Francia, al menos, saben lo complicado de nuestra lucha. Un gran paso, sin duda. Creo que es nuestro momento, muchos países ya han reconocido el genocidio que sufrimos y se han comprometido en poner todos sus esfuerzos para mejorar nuestra situación. Y nosotros seguiremos alzando la voz.

¿Confía en el compromiso de Occidente?

Gulbahar Haitiwaji: Hace un par de días estuve en Bruselas, hablando con miembros del Parlamento Europeo. Ellos me dijeron que iban a condenar a muchos oficiales chinos, que ya habían congelado sus cuentas. Hacen todo lo posible para frenar el creciente poder de China en el continente. Estamos dando los primeros pasos en un tema aún poco conocido para el público en general. Estamos dispuestos a seguir luchando y estoy segura de que conseguiremos resultados más grandes.