François Villon, el poeta que necesitamos leer hoy
Alba publica la poesía completa de François Villon y a otros poetas medievales como Rutebeuf, Alain Chartier, Christine de Pizán, Charles d’Orleans y Jean Regnier.
Texto: Enrique VILLAGRASA
Las personas lectoras ya podemos gozar de la obra completa del poeta francés François Villon (París, 1431 – 1463) en el volumen de 480 páginas que ha publicado Alba, en edición bilingüe. La inteligente traducción y el pedagógico prólogo han estado al cuidado de Vicente Monroy. Este volumen también incluye poemas de otros poetas medievales como Rutebeuf, Alain Chartier, Christine de Pizán, Charles d’Orleans y Jean Regnier. O sea, que la mejor poesía francesa de su Edad Media la tenemos traducida en este libro: un buen regalo para nuestro cerebro. Y es poesía justa y necesaria hoy, ante la anemia cerebral y las hemorragias verbales a las que nos tienen acostumbrados casi todas aquellas personas que tienen tribunas políticas o periodísticas diríase: casi todas pertenecen y se deben a una cuadra u otra: “Príncipe, no te preguntes ni ahora/ ni nunca qué fue de ellas/ sin recordar este estribillo:/ ¿Qué fue de las nieves de antaño?
Me gusta Villón por tener una biografía digna de un personaje de ficción, personaje de novela o de cine; aunque todo está probado: existió y llegó a ser maestro en artes por la Sorbona, y bien es cierto pues esa maestría le relacionó de la mejor manera posible con la bohemia del momento y la delincuencia parisina, que le llevó a dar con sus huesos en las cárceles: se conoce que algo tuvo que ver con el asesinato de un cura y con el robo al colegio de Navarra. También fue condenado a muerte, aunque se conmutó la pena por un destierro de diez años, en 1463, y desde esa fecha no se tiene ni rastro de él: eso sí, sus leyendas no pararon de crecer y hasta hoy. Su vida es vida para un guion de cine, sin duda alguna: “Así que ya no le temo a nada,/ porque la muerte lo arregla todo”.
Su poesía es conocida sobre todo por El legado (1456) y El testamento (1461), a ellos se refiere claramente y de forma magistral el prologuista: “El curioso dispositivo literario de El legado y El testamento se activa mediante un gesto: dar lo que no se tiene. El poeta miserable y apaleado se muestra irónicamente, lleno de generosidad. Ambas obras se articulan a través de una serie de donaciones disparatadas a los protagonistas de sus fatídicas andanzas vitales, que sirven de excusa para insultarlos y humillarlos, o –en algunos casos excepcionales- para homenajearlos. Desde el príncipe más famoso o el empresario más acaudalado hasta la prostituta o el carcelero más vulgar, nadie se libra de recibir una parte del legado del poeta. El género testamentario le permite una originalidad excepcional en la construcción del relato biográfico, introduciendo sus aventuras para explicar las razones de la cesión de un patrimonio que es pura invención, al tiempo que nos recuerda una y otra vez su propia condición de miserable, Como no tiene nada, puede darlo todo”.
Creo que El legado, donde aparece la imbricación magistral de realismo e ironía, de su reconocida propia implicación pero sabiendo mantener la distancia, con ese yo poético: “Tendré que sembrar otros campos/ y acuñar en otra matriz”, es el preámbulo a su gran poema río, El testamento, donde este poeta medieval de la penuria más atroz y del infortunio más disparatado se dirige y nos conduce a ver y pensar en todo, con esas sus reflexiones melancólicas, que no dejan de ser cavilaciones satíricas sobre lo fugaz del tiempo y de la vida y la insignificancia de todo: “Este año cumplo los treinta/ y ya no me queda vergüenza./ No estoy ni loco ni cuerdo del todo,/ aunque he sufrido muchas penurias”.
Aunque para mí la grandeza de su poesía estriba en esa precisión de su lenguaje, cual orfebre, su cínica franqueza y lo que da cuenta de sus lecturas, que son, sin ir más lejos, las citas que utiliza y de qué manera, pues tanto las usa para resaltar un hecho pequeño como uno grande, lo que le dan una categoría inconfundible a su poesía y de él hacen un prestigioso poeta, de jugosa y socarrona lectura: “Príncipe gentil como un azor,/ ¿quiere saber lo último que hizo?/ Echó un buen trago de vino tinto/ estando al borde la muerte”.
El testamento
186
En cuanto a la iluminación,
se la encargo a Guillaume du Ru.
Mis albaceas se encargarán
de llevar las esquinas del sudario.
Me duelen cada vez más
la barba, los pelos, la polla y las cejas.
El dolor apremia, ya es la hora
de pediros a todos perdón.