«En Villacentenos», de Teo Serna

Teo Serna (Manzanares, 1954) es poeta, narrador y artista plástico. Como pintor ha realizado más de 80 exposiciones individuales y colectivas de variado carácter, en múltiples ambientes y ciudades. Tiene también un amplio recorrido en el campo del diseño gráfico (carteles, portadas de libros, logos, etc.)  Cultivador del relato corto, sobre todo de género fantástico o de realismo mágico, su primer libro publicado verá la luz en 1994: Historias extrañas, improbables y ciertas (Colección Ojo de Pez, nº 26. BAM). A estas Historias… le han seguido 24 títulos más (de los cuales 21 son de poesía discursiva o visual), 6 en colaboración con otros autores, 3 como ilustrador y 4  plaquettes. Tiene en su haber tres premios de poesía (el X de Barcarola, el XXV del Ciudad Alcalá de Poesía y el XXV del Juan Alcaide).  Hace tiempo que cultiva  la poesía visual, manteniendo una incesante actividad en lo relacionado con las (llamémosles) parapoéticas: poemas objeto, poesía fonética, acciones poéticas, arte sonoro, etc. Está incluido en 37 antologías nacionales y regionales de relato corto, poesía discursiva y poesía visual, tanto en ediciones en papel y en CD como en el ámbito de internet. Ha sido seleccionado en la exposición Desacuerdos,  sobre arte, políticas y esfera pública en el Estado español, en el MACBA de Barcelona, en 2005.

Teo Serna mantiene un compromiso con la contemporaneidad, relacionado en múltiples aspectos con estéticas de vanguardia. Su credo artístico va más allá de la simple belleza: para él, estética y ética son cuestiones unidas que hacen del creador una persona comprometida con su tiempo.

Vive en la Mancha, donde continúa escribiendo, pintando y dibujando como actos de rebeldía en los tiempos aciagos.

 

 

EN VILLACENTENOS (*)

 

I

La techumbre ha cedido

y el cielo se derrama, muy azul,

por los rincones rotos de la casa.

Nada es perpendicular;

nada horizontal;

nada tiene al ángulo recto preciso

para el discurrir de la vida.

II

Restos negros que el fuego dejó

en su subir lento hacia las estrellas,

deshecho en humo y hollín.

Restos de pintura verde,

restos de cal o de barro

o de papeles arrancados de la pared.

Restos. Cicatrices. Heridas siempre.

III

Una mesa llena de piedras,

un hilo por el que pasó la luz,

un espejo por el que pasó una cara,

un cristal agónico,

una silla amarilla que deja

su sombra en la pared manchada

de silencio.

IV

Unos peldaños.

El polvo en los peldaños,

sin marca de huellas;

ni siquiera los fantasmas

dejan su rastro aquí.

El cielo, tras las puertas arrancadas,

se deshace en luz limpia.

V

Una alacena vacía,

metáfora de la ausencia,

reposo de las cosas que fueron.

Palabras dichas que se quedaron

en cilindros de cera imaginados.

Una botella,

un colchón reventado de sueños.

VI

Y otra escalera que sube,

siempre sube hacia el cielo,

hacia lo abierto,

hacia ese aire azul que todo lo tiñe.

VII

Dentro,

aquí,

este silencio espeso

que se olvidó de voces, de palabras.

Y las hojas. Y las ramas.

Y el aire como ámbar.

Y las cerraduras sin llave

y los postigos

y las huellas que las navajas

dejaron en los filos de las piedras.

VIII

Y el nombre de una mujer

o una niña,

escrito en la pared.

 

Para recordar que allí,

alguna vez,

estuvo la vida.

 

(*) Aldea de origen medieval, en el término de Alcázar de San Juan, abandonada por la peste y varias veces repoblada. Actualmente en completa ruina.