“El desorden del canto”, un homenaje al poeta andaluz Vicente Núñez

‘Vicente Núñez. El desorden del canto’, reeditado por el Centro Andaluz de las Letras en  el vigésimo aniversario de la muerte del poeta, es un acercamiento a la vida y a la obra de este singular escritor cordobés.

Texto: José de María ROMERO BAREA

 

Tanto la prosa como la poesía del cordobés Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, 1926 – 2002) promulgan la revolucionaria creencia de que hasta nuestras acciones más íntimas repercuten en nuestro alrededor, mientras el poeta “juega con los conceptos, las imágenes, las paradojas, barroca unión de los contrarios”. Impactante, su legado nos muestra que lo cotidiano es algo a tener en cuenta, aunque solo sea como un antídoto contra el crónico cinismo.

En el ensayo El desorden del canto (Centro Andaluz de las Letras. Colección Clásicos Singulares), del crítico y también poeta Juan Lamillar, se entrelaza el análisis e impulso testimonial, un recorrido por el entorno vital y literario de Vicente Núñez en su “exilio interior en su pueblo natal, con el que mantiene unas relaciones tan ambiguas como con la Poesía”. Se desemboca, inevitablemente, en un llamado a la meditación. Con devastadora claridad, Lamillar, al que pertenecen todas las citas, esboza un lamento por la repentina pérdida del escritor vinculado al Grupo Cántico.

Lucha Núñez contra el desencanto que todo lo permea, “adornando sus libros con citas de poetas (Verlaine y Valéry) y de filósofos (Foucault y Baudrillard”). Da testimonio Lamillar, de primera mano, del incalculable valor emocional de su obra (sobre “la soledad, el tiempo y el amor”).

En El desorden del campo se nos muestra, al mismo tiempo, una breve antología de poemas que son una celebración de su pervivencia, entre los que destacar sus Himnos a los árboles, donde “Vicente Núñez parece llegar a una tregua con la poesía: no es ya la enemiga, la ramera, sino la compañera en su fracaso vital”. El opúsculo nos muestra que esos actos de bondad ajena, algo tan íntimo como un puñado de versos, son vitales para ayudarnos a salir de nuestra iletrada desesperación a través de “la esclavitud de la escritura, en las cadenas del lenguaje, en el mandato amargo y luminoso de la poesía”.

Se nos habla de los años malagueños y la experiencia del pensador aguilarense en Madrid con una inteligencia transparente, enfrentada a la claustrofobia sequedad del olvido. Se da cuenta de la etapa en la que Núñez se aleja del desconcierto, en Aguilar de la Frontera (la Ipagro y Poley de sus composiciones). Encerrado con Núñez en la remota cabaña emocional de sus aflicciones, Lamillar, que fue amigo también del poeta, elabora un acto íntimo de reconocimiento, un ejercicio de retroalimentación que entraña un monólogo interno que es un conjuro de pasión e inteligencia inquieta.

El peso del golpe emocional redunda, al mismo tiempo, en su evaluación del oficio de Vicente Núñez, Premio de la Crítica 1982. Escribe el sobre el amor, la muerte, la infancia, la religión y la inescrutable alquimia de la composición, “contribuye a que su nombre y su literatura sigan presentes desde Aguilar de la Frontera, su centro vital y poético”, veinte años después de la muerte del cantor de Rojo y sepia , Ocaso y Poley

Porque a pesar de toda su vulnerabilidad, señala Lamillar, su discurso sigue impactando. Porque seguimos asumiendo sus enseñanzas en nuestros corazones y dejándolos abiertos de par en par a su lírica, “el refugio alzado, ya no de la persona sino de su memoria”.

¿Cómo sobrevivir a la desaparición de un escritor? Escribiendo a través del duelo, celebrando la articulación ilustrada de la condición humana que se conjura en la obra del creador de Los días terrestres. Remontando el drama interior a través de la escritura, enmarcando el resultado en la franqueza que culmina en este libro, donde la magia y el dolor se entrelazan, fragmentos desde la catástrofe sin nombre de la que todos somos sobrevivientes.