Distopías, utopías y terceras vías
La literatura de anticipación nos traslada a un futuro que no tiene por qué ser en blanco y negro, sino también en matices de gris con pequeñas luces al final del túnel.
Texto: Isabel del Río Foto: Milo Krmpotic
Últimamente, el debate sobre si la distopía es pasado (y enterrado) está en boca de todos. El regomello de que se ha puesto tanto en práctica con fines comerciales que ha perdido el sentido, nos aboca a un sentimiento de deber, a la necesidad de enfocarnos en una literatura más positiva y, supuestamente, abierta al cambio.
Seamos sinceros, el mundo se va al garete. Mas, podemos alzarnos de nuestras cenizas, no intactos, pero sí en plenas metamorfosis, expectantes por un nuevo amanecer, aunque sea en un mundo cambiado, o dejarnos vencer y ahogarnos en nuestra propia inmundicia.
Referentes como Becky Chambers llevan años dedicándose a este tipo de literatura que, sin dejar de mostrar los claroscuros de la humanidad y sus posibilidades, también nos hablan de paisajes esperanzadores y deseos de resolución positiva. No podemos olvidar al maestro Terry Pratchett, quién nos enseñó que toda fantasía es capaz de abrir puertas gracias al humor. Y el cozyfantasy, con El café de las leyendas (Legends & Lattes) como ejemplo superventas, se ha ganado al público con su mezcla de romance, fantasía y sonrisas que, pese a tratar temas actuales que llegan a ser punzantes, nos calienta el corazón.
En Para aprender, si la suerte nos sonríe (Crononauta/Mai Més), la autora norteamericana Becky Chambers juega con nuestra curiosidad, aunándola con la denuncia ecológica. En un viaje por las estrellas, realizado gracias a una innovación científica biotecnológica que permite la adaptación a otros medios, nos muestra la necesidad de aprender y cambiar, de evolucionar para poder sobrevivir. La novela nos advierte de los peligros y las consecuencias de nuestros mayores defectos como seres humanos, al mismo tiempo que lleva la vista más allá, hacia las virtudes, no del conjunto, sino de los individuos que exploran de forma desinteresada y con el sentido de la maravilla intacto.
También habréis escuchado hablar sobre el hopepunk, una etiqueta que es trending topic y que se utiliza de forma errónea en la mayoría de ocasiones, puesto que no nos indica nada sobre su ambientación y puede desarrollarse en cualquier época o lugar, pudiéndose tratar de una historia de ciencia ficción, de terror o de fantasía. El concepto nació en 2017, acuñado por la escritora Alexandra Rowland, y busca ser lo opuesto al grimdark. Pese a ello, no estamos hablando de escenarios utópicos y finales felices, sino de personajes que, trascendiendo la situación hostil, no se dejan arrastrar por los acontecimientos sino que, por el contrario, luchan y eligen hacer lo correcto, encontrar la mejor solución para todos.
El hopepunk defiende que la bondad es un acto de rebeldía y la esperanza es su motor narrativo. Así pues, su sentido nace de la lucha, en lugar de la inactividad, el nihilismo o la corrupción. Aunque se trata de una etiqueta bastante reciente, podemos encontrar clásicos que se engloban en estas características, como Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin.
Como decía, la utopía no es un concepto nuevo, algo que podemos comprobar con El mundo resplandeciente (Siruela/Duna Llibres), novela de Margaret Cavendish publicada por primera vez en 1666, donde su protagonista llega a un universo paralelo a través del Polo Norte. Un mundo utópico habitado por criaturas híbridas del que la nombran emperatriz y, de este modo, nos ofrece una visión general de cómo funciona y cuáles son los motivos de su éxito.
Mucho más actual, inspirada por Úrsula K. Le Guin, la escritora de ciencia ficción Lola Robles nos ofrece en Más allá de Concordia (Consonni Ediciones) una utopía feminista y queer en una sociedad casi perfecta, pero todavía en construcción, a la que le queda mucho camino por delante. Como reflejo distorsionado de ese mundo igualitario donde los individuos crecen sin presión de género o gobierno central, nos encontramos con tres refugiados de Mirguissa, quienes han sido marcadas por el rito de vergines. Un viaje en el que la autora nos habla de la posibilidad de un mundo mejor, pero también advierte que las utopías de unos, a menudo, son las distopías de otros.
Y, pese a que estoy de acuerdo en que necesitamos un enfoque reactivo y no de aceptación de lo inevitable, no debemos olvidar que el humor, el horror y el drama nacen de la necesidad humana de comprender y gestionar la vida y las emociones que implican. El arte es un medio de transmisión y, al mismo tiempo, el lugar donde vernos reflejados y entender al otro.
La escritora de terror, periodista y crítica de cine canadiense Gemma Files nos explica en el prólogo de Esto no es para vosotros y otras historias (La Biblioteca de Carfax) que «el mundo está lleno de un dolor que procede de nuestras heridas, de una ira que procede de nuestro miedo y de un millón de otras cosas destructivas a las que no queda más remedio que enfrentarse de cara, con bondad, tanto hacia los que amamos como hacia nosotros mismos (…). El terror me enseñó todo eso, curiosamente».
Del mismo modo que el terror y la ciencia ficción más oscura y distópica ponen de relieve aquello que necesitamos ver, aunque no queramos hacerlo, la fantasía con toques de humor y las especulaciones utópicas nos ofrecen esperanza y una visión abierta de las posibilidades todavía por germinar.
En su libro de relatos titulado Conejo maldito (Alpha Decay), Bora Chung rompe lo cotidiano con la extrañeza, mezclada con lo legendario y la crítica social. Como una Shirley Jackson actual, Chung nos muestra el mundo que rodea a sus protagonistas, quienes no logran encajar en los patrones establecidos y que, por mucho que lo intenten, no sufren más que castigo por parte de los demás.
Ante el debate que estamos tratando, algunos dirán que poco ha de aportar el horror para iluminar el futuro, sin embargo, más allá del malestar o la oscuridad que puedan destilar los relatos de Chung (repletos de criaturas, monstruos y fantasmas), siempre hay un giro o una ventana abierta por donde entra la brisa, la posibilidad y el cambio. En Mi dulce hogar nos encontramos con una mujer que, tras mucho trabajar y ahorrar para pagar las deudas familiares, se ve ninguneada y abandonada en el edificio que acaba de comprar con su marido, mas el final nos ofrece sueños cumplidos. O en El amo del viento y la tierra, un cuento que parece ideado por Sherezade, donde la historia de un príncipe ciego y de una maldición desemboca en la odisea de una joven y su inesperado premio.
Hay ocasiones en que los relatos más bizarros pueden hacernos pensar en las cualidades y distintas caras del amor y las relaciones humanas, en el what if que genera dudas ante la monstruosidad del otro como reflejo de lo que marcha mal en la sociedad, como sucede con el escritor Carlton Mellick III, quien hace surgir promesas y perspectivas de futuro de la oscuridad más mórbida y retorcida en La casa de arenas movedizas (Orciny Press), donde un grupo de hermanos se ven empujados a sobrevivir en busca de sus padres, o en Cada vez que quedamos en la heladería te explota la puta cara (Orciny Press), una historia de amor adolescente que evoluciona a una especie de La familia Addams de nivel avanzado.
Porque al final, pese a las pruebas que se nos pongan por delante, seguimos con vida y eso significa que podemos luchar, cambiar e idear algo nuevo, mejorar el mundo que nos rodea tratando de comprender y, a través de las sinergias y la cohesión, relegar aquello que nos aterra al mundo de las pesadillas y del arte.
Regresando a Gemma Files con En ese infinito, nuestro final (La Biblioteca de Carfax) y sus relatos repletos de personajes enfrentados a sus propios fantasmas: «Todos somos cajas llenas de oscuridad, como diría la poeta Mary Oliver, y eso puede ser un don, sobre todo en las peores circunstancias imaginables; en realidad no sabemos de lo que somos capaces hasta que no nos queda más remedio que descubrirlo».
Lo que ha de inspirarnos en la literatura es la rebeldía contra el status quo, ese supuesto orden (ya sea social o interno) que, una vez corrupto, si no nos enfrentamos a él, provoca que todo se desmorone.