De viaje con Virginia Woolf

Cuando una planea viajar se plantea el destino, cómo ir y, en muchas ocasiones, con quién. Tras leer el libro “De viaje” (Nórdica), que recoge cartas y notas del diario de Virginia Woolf, muchas de ellas inéditas en España, sé que me hubiese gustado tenerla de compañera de camino.

Texto: Susana PICOS Ilustración: Alfonso ZAPICO

 

De Virginia Woolf, como nos recuerda Patricia Díaz Pereda, editora y traductora del volumen y autora del prólogo, tenemos en nuestro país una imagen melancólica, de mujer inestable, de aspecto anoréxico y frágil, que decidió suicidarse a los 59 años sumergiéndose en un río con los bolsillos llenos de piedras. También las fotografías y las películas sobre ella y su obra han tenido mucho que ver en construir esa imagen. Y es cierto que Virginia Woolf era en parte así, pero también había una Virginia alegre, divertida, que era capaz de disfrazarse con una barba y hacerse pasar por un príncipe abisinio junto a su hermano y amigos para reírse de la Armada británica, y viajar y gozar con los paisajes, la comida y con la gente de otros países. Esa Virginia es la que encontramos aquí.

El libro recoge de forma fragmentaria los textos que Virginia Woolf escribió durante sus viajes. Díaz Pereda selecciona “todo aquello relacionado con el viaje y no otras partes de sus textos en los que reflexiona en torno de lo que estuviera leyendo, su propia escritura o los ‘cotilleos’ (así los denominaba) acerca de amigos y conocidos”. De viaje se divide en dos partes. La primera abarca desde la adolescencia hasta su boda con Leonard Woolf (desde 1887 hasta 1912) y la segunda, desde su viaje de novios en 1912 hasta 1939.

Descubrimos a una Virginia entusiasta, a quien le gusta viajar en coche y que se adapta bien a los inconvenientes e imprevistos que surgen en el trayecto. Ella no viajó a países remotos, lo más lejos que llegó fue a Constantinopla. Cuando la invitaron a dar unas conferencias a Norteamérica declinó ir, pero sí que recorrió Europa y Gran Bretaña desde su adolescencia.

Virginia viajó en su juventud con su hermana, Vanessa, y varios amigos como Roger Fry, Molly MacCarthy o Lytton Strachey y, tras casarse, también con su marido, Leonard. Tenía una estrecha relación con su hermana, cuyo hijo, Quentin Bell, escribiría años después la biografía de su tía Virginia. Cuando no viajaba con ella le escribía numerosas cartas en las que le contaba cómo se sentía y todo lo que veía.

 

Carta a Vanessa Bell

1910. Día de Navidad, Pelham Arms, Lewes (Sussex)

Como de costumbre, estoy apasionadamente a favor de la vida en el campo. Me gusta andar y volver para el té, encontrar cartas (ay, qué sarcasmo), tomarme el té y luego escribir junto al fuego. Me gusta mirar los sitios en el mapa; ya he comprado dos guías y planeo bastantes excursiones.

La región es muy hermosa; nos burlamos, piadosamente, de los verdes y púrpuras y de cómo dirías: “¡Qué maravilloso rojo tiene ese musgo verde!”. Una se vuelve tan simple en el campo -al estar fuera a todas horas-.

 

Las cartas y los escritos del diario de Virginia Woolf que se recopilan en De viaje son también un fresco del momento que vivía Europa. Ella nos habla del clima, del paisaje y de la gente, y también compara entre unos países y otros. Fascinada por la Grecia clásica descubrimos a través de la lectura de sus cartas su amor por los países mediterráneos.

 

Carta a Vita Sackville-West

1923.Murcia, 15 de abril

Estoy sentada en un café que tiene una banda, diez millones de españoles jugando al dominó y viejos que tratan de vender billetes de lotería, así que disculpe estos garabatos. Lo hemos pasado muy bien en Sierra Nevada, hemos estado con un inglés loco que no hace nada, salvo leer en francés y comer uvas.

No hay país más encantador.

 

Diario

1927. Domingo 1 de mayo.

Volvimos de Roma el jueves por la noche; de esa otra vida privada que ahora quiero tener para siempre. La existencia es completa en Italia: separada de esta. No soy nadie en Italia: no tengo nombre, ni llamadas, ni contexto. Y además, no solo es la belleza, sino una relación diferente. No creo que haya disfrutado nunca tanto un mes. ¡Qué facultad de disfrute tengo! Me gustó todo. Me gustaría no ser tan ignorante en italiano, arte, literatura y demás.

 

Postal a Ethel Smyth

1931.Bergerac, 23 de abril

¡Ay, tan achispada después de beber una botella de Montizillac -delicioso- y comer paté de foie gras- y visitar la torre de Montaigne…, una habitación desnuda, descuidada, con tres ventanas, en lo alto, y su vieja silla de montar, una silla y una mesa, y escalones, el dormitorio y la capilla abajo, madre mía, cómo me gustaría que esta clase de vida siguiera para siempre-!

 

Carta John Lehmann

1932. Hotel Majestic. Atenas, 8 de mayo.

Te puedo asegurar que Grecia es más hermosa que veinte docenas de Cambridges en la semana de mayo. Arde de calor también, y no hay bichos ni molestias -los campesinos son mucho más agradables que la compañía que tenemos en Londres; es verdad que no entendemos ni una palabra de lo que dicen-. En definitiva, estoy tramando un plan para trasladar la Hogarth Press a Creta.

Son, de lejos, las mejores vacaciones que he tenido en años, y me siento muy agradecida hacia ti por sentarte tan incondicionalmente en tu agujero, mientras tanto.

 

El volumen termina en el año 1939 con algunas cartas del último viaje que realizó Virginia Woolf. El 5 de junio el matrimonio Woolf emprendió un viaje en coche por la Bretaña y Normandía y regresó a Inglaterra el 20 de junio, donde pasó el verano en Monk’s House. De aquel viaje no se pudo encontrar el diario de Virginia pero sí la correspondencia, que ya denota otro tono más melancólico. Viginia Woolf se suicidó en febrero de 1941 sumergiéndose en el río Ouse con los bolsillos del abrigo llenos de piedras.

 

Carta a Vanessa Bell

1939. Martes, 13 de junio, Concarneau

Hemos pasado cinco días en Vannes, también vimos Les Rochers, y llegamos aquí ayer. Vannes es una ciudad muy simpática y digna, con un muelle, barcos azules, viejas murallas, viejas paseando con trajes de terciopelo negro y gorros blancos y, resumiendo, todo lo que necesitas. No diré que Leonard esté satisfecho con la comida. A veces vamos a parar a posadas muy malas. El campo no es estimulante, pero hay bonitas y bajas colinas de arena, grupos de pinos y granjas grises -también maíz de un verde semitransparente que se alza frente al mar-. El mar es, sobre todo, lagos largos. Y Auray es una ciudad encantadora. Cuánto amo los reflejos en el agua – barcos de pesca de un azul líquido, el verde tan verde que parece transformar los demás colores en negro o púrpura-, ¿es una ilusión?