«Casa de nadie», de Laureano Debat

El escritor argentino publica «Casa de Nadie» (Candaya), novela en la que narra su llegada a la ciudad condal y la historia de sus dos compañeras de piso que ejercen la prostitución.

 

Texto: Eduardo HOJMAN

 

La historia en la que se basa Casa de nadie, del periodista y escritor argentino Laureano Debat, ya había aparecido, en una versión reducida, en su notable Barcelona inconclusa (Candaya, 2017), un compendio tragicómico de las aventuras y avatares que su autor y protagonista vivió desde su llegada a la ciudad condal. Bajo el título de «La vida en rouge», Debat contaba cómo terminó alquilando una habitación en un piso del Eixample cuyas residentes oficiales eran una madre e hija que ejercían la prostitución. A pesar de que el resto de Barcelona inconclusa estaba lleno de anécdotas interesantes, evidentemente la que más y mejor trascendía los límites de aquella glosa del inmigrante recién llegado era ésa. Cinco años más tarde, Debat la desarrolla, la amplía y le da envergadura de «novela de no ficción» en Casa de Nadie, contando desde el momento en que, a poco de llegar, encontró una habitación en un piso que parecía ideal y del que, haciendo hincapié en el efecto paradojal, describe empezando por la vista de su ventana al patio de un convento. La revelación no tarda en llegar: Sonia y Jimena, las dos chilenas que le alquilan la habitación, son, además de madre e hija, prostitutas, y es allí donde trabajan. Haciéndolo de esa manera, empezando por la principal sorpresa del libro, Debat expone un ejercicio de honestidad y respeto por el lector que se repite en el resto del texto: no sólo el evidente de no juzgar a sus anfitrionas, sino también el de no cargar las tintas en una historia que, en manos menos diestras, habría virado hacia el melodrama o el morbo. Y eso a pesar de que tanto él como sus compañeros de estudios lo ven como un golpe de suerte en más de un aspecto: finalmente, un escritor argentino que viene a Barcelona en busca de historias se encuentra como coprotagonista involuntario de una de ellas.

Otro de los grandes hallazgos de Casa de Nadie es la actitud del narrador-protagonista: se mueve como una especie de flâneur de interiores, en una casa cuyo paisaje es siempre el mismo y, a la vez, siempre cambiante, sorprendente. Y, como tal, no juzga ni aprueba ni censura, intenta mantenerse, sino al margen, sí en una posición de espectador más o menos implicado, que puntea los proteicos estados de sus anfitrionas –y de la casa misma— con una descripción de medicamentos que es, prácticamente, un vademécum emocional.

Es poco lo que sabemos de Debat en este libro: que ha venido con una beca, que tiene poco dinero, que va y viene de relaciones de pareja y, de hecho, el único momento en que su presencia adquiere un peso importante es cuando lo visitan sus –maravillosos— padres, lo que otorga a ese episodio una emoción especial. En cambio, él prefiere observar, apuntar e investigar, llegando, incluso, a explorar Facebook en busca de datos de otras hermanas de la protagonista que quedaron en Chile. Así, al ser más narrador que protagonista, más corifeo que actor principal, el autor de este libro logra una hazaña doble: oponerse de lleno a las ñoñerías y puerilidades de la mayoría de la «literatura del yo» o «autoficción» y permitir, de ese modo, que los lectores se identifiquen plenamente con él y sientan lo que él siente. Por último, Casa de Nadie es, también y de una manera más sutil que Barcelona inconclusa, una gran descripción de Barcelona, no la monumental de la calle, sino la de los hechos mínimos y cotidianos, la de la constante lucha por la supervivencia de quien se anima a vivir en ella.