Can Xue, eterna candidata al Premio Nobel de Literatura
La escritora china Can Xue ha estado en los últimos años en todas las quinielas del premio Nobel, que hoy desvela su ganador de 2025. A la selección de relatos de “Al otro lado” y la nueva edición de “Hojas rojas”, publicados ambos por la editorial Aristas Martínez, se suma la reciente edición de “La calle de los Cinco Aromas” en Hermida Editores, con traducción del sinólogo Blas Piñero. El propio Blas Piñero escribe para Librújula desde su casa de Hong Kong estas líneas que nos sumergen en el mundo de Can Xue.
Texto: Blas Piñero Martínez Foto: Archivo
Me lo pregunto a menudo. ¿Qué hace que lea y relea con una disciplina y una obsesión poco habituales la obra de Can Xue? Sigo y casi diría que persigo la obra de Can Xue desde hace años y no tardo en hacerme con alguno de sus textos cuando estos aparecen en China. Siempre que los leo acabo con la misma impresión: voy buscando en ellos una verdad que se me escapa, una verdad esquiva, furtiva, pero que sé que existe en su literatura. Una verdad que sé que está ahí, que se me presenta en forma de detalles indirectos cuya aparente insignificancia o sencillez es del todo engañosa, una verdad que va más allá de lo que se puede esperar de la razón humana tal y como nos la hemos construido durante siglos en nuestras tradiciones de pensamiento occidentales, pero que no deja de ser una verdad que se desvela ante mí en tanto que lector como quien asiste progresivamente a la solución de un enigma.
A una escritora como Can Xue le gusta gastar bromas con sus ejercicios literarios y metaliterarios y borrar felizmente estas preguntas en el lector, aunque solo sea para distraerlo por unos momentos de la búsqueda de la verdad en el texto que está leyendo. ¿Son todas estas preguntas en vano? De hecho, el propósito de plantear estas preguntas es dejarlas ahí sin buscar respuestas definitivas. Las novelas de Can Xue no tienen una ubicación clara, como siempre ha sido el caso desde el cuento La cabaña en la montaña (1985), la novela corta La calle del Lodo Amarillo (1987), o los trece cuentos reunidos en Diálogos en el Paraíso (1988) hasta la novela Una actuación rompedora de 1990 o La calle de los Cinco Aromas, en su título actual desde 2002.
En sus narrativas, Can Xue parece estar buscando siempre una verdad que adoptará la forma de una utopía cautivadora y que al lector le va a resultar extraña, una utopía nihilista de carácter cotidiano que apunta a un destino más atractivo, al que nunca se llega. Tanto el lector como el autor, y cómo no, como los personajes mismos de las novelas y los relatos, todo el mundo anda buscando una verdad que poco a poco se va desvelando sin llegar nunca a hacerlo absolutamente. Esa verdad, que es la de nuestro mundo, solo se nos desvela cuando aspiramos a una utopía en nuestra manera de ver y afrontar la realidad. A veces las historias de Can Xue parecen decirnos que se trata simplemente de una manera de mirar el mundo desde su vertiente más absurda y extraña.
Al comparar las utopías chinas con las europeas, asistimos a algunas similitudes y muchas diferencias. Aunque las utopías en las obras literarias chinas establecen principios rectores detallados, el foco principal sigue estando en medidas de gobernanza y control específicas. A veces, también implica escapar de disputas políticas y agitación social, como se describe en La primavera en la flor de durazno de Tao Yuanming: la gente huyó de la era turbulenta de las dinastías Qin y Han, atravesando un bosque de flores de durazno y entrando en una montaña. O simplemente vivir en un área geográficamente aislada como los residentes del «pequeño país» del capítulo LXXX del Laozi (el Daodejing, el Libro el Curso y la Virtud) que aparece tan a menudo en las novelas y los relatos de Can Xue: «no hay mucha población aquí, aunque no faltaron herramientas, armas, barcos y mapas, la gente nunca los usó. Tienen miedo a la muerte, nunca viajan lejos, disfrutan de su comida y ropa, disfrutan de su residencia y disfrutan de sus costumbres».
Las primeras descripciones de comunidades armoniosas tienen una característica común obvia que también se encuentra en la obra de Can Xue: el rechazo del mundo exterior, ese otro mundo que se identifica con una realidad traumática.
La utopía en el mundo de Can Xue significa alejarse del mundo real, es decir, del mundo específico de la Historia con mayúsculas para encontrar en él su verdad. Al mismo tiempo, nadie se va ni planea explícitamente irse, ninguno de los personajes novelescos de Can Xue lo hace conscientemente, sino que se aleja, simplemente se aleja, junto con las increíbles posibilidades que le ofrece la vida de todos los días, la cotidianidad en la Historia, fuera o debajo de la Historia y, sin embargo, extrañamente dentro de esa misma Historia. Este proyecto utópico parece sin lugar a dudas influenciado por su hermano mayor Deng Xiaomang, el introductor de una nueva lectura de la dialéctica de Hegel y la filosofía alemana contemporánea en China y profesor de Filosofía en la Universidad de Wuhan. Esta dinámica entre realismo e idealismo (idealismo que no es exactamente idealismo) también recuerda el tratamiento que hace Wang Guowei (escritor, pensador y erudito fallecido en 1927) del realismo y el idealismo como dos conceptos opuestos que son interdependientes en sus Palabras humanas. «…está la creación del entorno y está la descripción del entorno. Ésta es la razón por la que las dos escuelas de idealismo y realismo están divididas. Sin embargo, es difícil distinguir entre las dos. Porque el entorno creado por el gran poeta debe estar en línea con la naturaleza, y el entorno que escribe también debe ser adyacente a ella».
El mundo de Can Xue es imaginario, incluso increíble para el lector, lo que significa que la realidad de tal mundo es sólo el resultado de la exitosa configuración del escritor. En este mundo conviven humanos y numerosos animales, naturaleza y civilización, y las emociones y los paisajes se mezclan constantemente en la poética china tradicional como en la de Can Xue. Su método consiste en mezclar emociones y escenas, suspendiendo, pero sin borrar los límites entre el mundo exterior y el mundo interior, lo que se ve y lo que se piensa. De hecho, tocar y describir los límites entre percepción y existencia, o proporcionar incertidumbre cognitiva real o imaginaria, a menudo se convierten en momentos clave en el encuadre de sus novelas y relatos. Se puede decir que el cuento La cabaña en la colina es una obra maestra que encarna este valor literario. La historia comienza con una afirmación convincente de que la cabaña simboliza lo que está por contarse y termina con una simple afirmación de que la cabaña no existe. Esto deja el texto abierto para que los lectores puedan moverse a medida que leen y la verdad sea desvelada por ellos mismos.
La primera novela de Can Xue fue verdaderamente herética en el momento de su escritura y la he traducido ahora en español con el título de La calle de los Cinco Aromas. Los vecinos de la calle de los Cinco Aromas están involucrados en una serie de razonamientos y especulaciones en torno a la Señora X, cuya edad no se puede describir. Utilizando la confusa e interesante conjetura de la edad como introducción, esas suposiciones detalladas y vagas hacen que toda la historia y la muy mundana vida de la ciudad floten en un espacio narrativo que parece no tener fin. Estos ciudadanos son de diferentes edades u orígenes sociales, y algunos de ellos hacen pequeños negocios o tienen otros medios de vida cerca de las calles. Los comités vecinales callejeros, ciegamente obedientes, se ven sacudidos constantemente por las ideologías políticas y sociales. Inspirados por la realidad de todos los días, ascienden a un nuevo lugar inesperado, una utopía imaginada. Vecinos y extraños charlan interminablemente y la misteriosa edad de la Señora X los estimula, despertando su curiosidad y su deriva hacia lo desconocido. Su curiosidad sacude los pilares de la narrativa misma de Can Xue, que estaba profundamente arraigada en los chismes de la vida urbana tradicional, desviándose de la pista original y deshaciéndose de la crítica social y política que llevaba consigo el influjo persistente de los traumas producidos por la Revolución Cultural. Los que han sufrido esas experiencias siempre están dispuestos a colaborar con la Señora X y a ayudarla.
El texto se convierte en una utopía alegórica, precisamente por el fuerte recuerdo del inframundo que Can Xue nunca abandonó del todo. El discurso narrativo utilizado por Can Xue recuerda una vez más la comprensión de Wang Guowei de las condiciones para crear (otro) mundo, crear un entorno: no contrario a la naturaleza. Esta alegoría dinámica basada en la discusión de Wang Guowei sobre la objetividad es obvia y debe considerarse como la gran contribución moderna de Can Xue a la poética. Sin embargo, precisamente porque la deriva y la desviación son melodías importantes en el discurso utópico y desempeñan un papel importante en el observador narrativo invisible, hay otro elemento básico en las obras de Can Xue que promueve fuertemente la construcción de la utopía.
La autora, como Penélope, teje repetidamente una imagen del mundo para trascender su simple contabilidad. De esta manera, Can Xue mantiene su mundo en movimiento, lo que contrasta marcadamente con la quietud que se encuentra en las utopías clásicas orientales y occidentales. La quietud es el concepto central de la utopía clásica, que se basa en el supuesto de la eternidad de la perfección. «Movimiento/viaje» – «irse» es el elemento central de la utopía/verdad en las obras de Can Xue.
Todos los personajes que pueblan sus novelas y relatos son personajes secundarios, no carentes de importancia, pero restringidos a la perspectiva narrativa que nos ofrece la autora. La aparición del «autor» en el texto como un personaje más en la primera novela de Can Xue, Una actuación rompedora (La calle de los Cinco Aromas) nos sugiere que se trata de una metanovela nada convencional. Entre los personajes de esta novela se encuentra un poeta que tiene un sentimiento aristotélico. Para controlar la simulación identitaria sirviéndose del aspecto superficial del lenguaje cotidiano, planifica tramas (mitos), crea historias y desempeña el papel de un salvador moderno. Sin embargo, a medida que se desarrolla esta horrible historia, vuelve a suceder algo extremadamente irónico: el trabajo del «autor» ha sido restringido. Era bueno escribiendo, pero se le asignó la tarea de registrar las opiniones de la gente sobre la Señora X: su edad y comentarios muy formales sobre pequeños detalles. Estos detalles son tan pequeños que los lectores no los notarán en absoluto. Al observar las obras de Can Xue, no es descabellado considerar a la Señora X como un personaje arquetípico del proceso cognitivo del desvelo de la verdad y la utopía implícita en ese proyecto.
Sin duda alguna que todos estos elementos intuidos por los lectores en la ora de Can Xue, entre ellos, Susan Sontag, tal vez una de sus lectoras más lúcidas y una de sus defensoras acérrimas desde que la obra de Can Xue empezó a darse a conocer fuera de China, han llevado a Can Xue a ser considerada una candidata bien merecedora del Premio Nobel de Literatura. Esa estética de una escritura radical cuyo propósito es desvelar al lector una utopía/verdad y que vertebra toda la obra de Can Xue desde que empezó a hacerse pública un mes de enero de 1985 contiene una ambiciosa aspiración ética y moral, e incluso de reforma psicológica del propio individuo más que de reforma social, que no escapa al lector atento, en especial al lector chino educado bajo el régimen maoísta que ha sufrido un proceso vital parecido al de Can Xue. A fin de cuentas, hay un discurso complejo y sutil sobre el amor y una reflexión acerca de las relaciones humanas con profundas connotaciones filosóficas que se originan en una mujer que no ha recibido una educción formal y que ha crecido en una China devastada por varios traumas desde que se fundó la utopía maoísta en 1949. Can Xue nació en 1953 y su vida transcurre paralela a la denominada Nueva China y en particular en una sociedad de los años posteriores a la muerte de Mao Zedong traumatizada por el período de la Revolución Cultural (1966 y 1976). Al mismo tiempo, y paradójicamente, es ese mismo discurso literario sobre la utopía/verdad y el amor que hemos venido elucidando el que resulta más incomprensible y el que escapa en la mayoría de las ocasiones al lector cuando se asoma a la obra de Can Xue. En el proyecto narrativo de Can Xue también se intuye una crítica a la utopía social revolucionaria de la China que le ha tocado vivir y que desembocó en más de una ocasión en una distopía social muy presente de forma simbólica según las reglas arbitrarias del lenguaje del trauma que nuestra autora nunca abandonará desde sus primeras obras —un proyecto de superación colectiva de la distopía maoísta y del desengaño de una generación idealista en China que nunca ha sido ni apreciado ni comprendido verdaderamente por el lector chino de hoy día carente de la sensibilidad necesaria para tal propósito—. No debe resultarnos extraño que el significado subyacente a ese proyecto utópico también escape a los miembros del jurado del Premio Nobel. Una lectura más atenta y serena de su obra que permita una familiarización con un lenguaje en apariencia extraño y absurdo, tal vez no ayudará a que se haga algún día con el Premio Nobel de Literatura, pero sin duda alguna ayudará a que sea mejor apreciada en su propuesta radical por los lectores dispuestos a entrar en esta literatura de gran calado universal.