Adolfo García Ortega: “El máximo torcedor del sueño de Israel es Netanyahu»

En su nuevo libro, “Otro Israel es posible”, el autor de “El comprador de aniversarios” o “El gran viaje” busca arrojar luz en la oscuridad del conflicto entre palestinos e israelíes.

Preguntas: Antonio Iturbe /Respuestas: Adolfo García Ortega  Foto: A.P.

 

Adolfo Garcia Ortega, autor de mirada penetrante y orejas abiertas al ruido del mundo, no quiere eludir la responsabilidad del escritor en los asuntos espinosos del mundo que le ha tocado vivir. Se adentra con valentía en el laberinto del conflicto entre el gobierno de Israel y Hamas, que tanto dolor de inocentes está causando. Su actitud es de severo reproche a la acción criminal de Hamas contra civiles y de severo reproche al gobierno de Netanyahu por su saña injustificable en el bombardeo de población civil como represalia. Adolfo García Ortega logra en ese libro un dificilísimo equilibrio, no solo de ponderación al repartir críticas entre todos los actores del conflicto, incluida la paniaguada Europa, sino al combinar la información con una escritura sensorial y sensual. Los encuentros con amigos o conocidos en Israel están relatados siempre con una afinada delicadeza que nos hace comprender mucho sobre la complejidad, las contradicciones, las flaquezas y las esperanzas de esa tierra sin paz. Este libro no solo contiene la explicación de los orígenes del conflicto, dando voz a intelectuales y artistas israelíes con los que conversa, sino también las reflexiones del autor, sus merodeos fascinados por Tel Aviv, Jerusalén o Hebrón, y, sobre todo, su estima hacia ese país que le parece tan pésimamente gobernado.

 

Hay (muchas) afirmaciones rotundas que van a molestar a unos y a otros. ¿Por qué pudiendo escribir sobre templarios o floristas en el París del siglo XIX te complicas la vida metiéndote en el berenjenal del enfrentamiento Palestina-Israel?

Buena pregunta cuya respuesta natural sería: porque heredé de mi madre la imposibilidad de estar callado ante las cosas que exigen tener una respuesta en uno mismo. Y si te das una respuesta es porque reflexionas, y ya que reflexionas, ¿por qué no hacerlo en voz alta? Siempre he tendido a involucrarme en ciertas cuestiones acuciantes de mi tiempo. Como escritor y como intelectual. No huyo de ese papel de intelectual, que ahora, no sé por qué, está un tanto devaluado. El intelectual es alguien que reflexiona en voz alta aportando a los demás lo que posee: ideas, palabras y el modo de explicarlas. En el caso de esta guerra en Gaza actual, sentí desde el principio que debía ofrecer algunas ideas, porque es un conflicto que sigo hace años, estudio y me apasiona la geopolítica e Israel está en un contexto que siempre me ha interpelado, sobre todo a raíz de conocer la historia y conocer el país. He creído que, con mi modesta experiencia, debía aportar una visión crítica con las dos partes en conflicto. Por otro lado, en mis libros de ficción también me he metido en berenjenales, escribiendo novelas que han tratado sobre el Holocausto, sobre Sarajevo, sobre ETA y sobre los atentados del 11-M. O sea, que soy proclive a no callarme.

 

Decía Cipe Linkovsky en un encuentro maravilloso que “Israel fue un sueño del que hemos despertado”. ¿En qué momento se torció el sueño de Israel?

El sueño que fue Israel siempre tuvo forma de pesadilla. Desde su fundación como Estado (en realidad, su fundación como dos estados, sólo que los árabes no aceptaron bajo ningún concepto la situación e iniciaron una guerra entonces), Israel ha convivido con la amenaza de su inexistencia. Han ganado las guerras que les provocaron, debilitando paulatinamente a los países árabes que las causaban. Pero esta es otra historia muy compleja que requeriría mucho más espacio. Para ser concreto, creo que el sueño de Israel se torció con el asesinato de Isaac Rabin. Ese hecho puso en evidencia una realidad de dos frentes irreconciliables: por un lado, la radicalización de las derechas y ultraderechas fanáticas israelíes y por otra la necedad, radicalidad y ceguera de las estrategias palestinas. La arrogancia de los primeros y la soberbia de los segundos han impedido todo avance.

 

Desde el principio pones las cartas boca arriba y Netanyahu no sale bien parado: “No hay excusa para que un país civilizado como Israel aplique la venganza con la desfachatez inmoral del que dice odiar con motivo. El odio, cualquier odio, es un cáncer”. “Un gobierno de naturaleza autoritaria, racista, incluso”.

Desde luego, el máximo torcedor del sueño de Israel es Netanyahu. Alberga tal codicia política que es capaz de llevar el país a la destrucción con tal de lograr sus objetivos personales o miserables. Es un cóctel malévolo entre Mussolini, Trump y Jabotinsky, el líder de la ultraderecha israelí de los años 30-40 (enemigo de Ben Gurión) y del que el padre de Netanyahu, Benzión, era muy cercano. Benjamin Netanyahu es quien, lejos de resolver el conflicto con los palestinos, alimentó su división, los despreció, y alentó a las facciones más reaccionarias de Israel, las que mezclan un mesianismo religioso tóxico con un supremacismo étnico y moral, cuya imagen más evidente son los colonos que dinamitaron los Acuerdos de Oslo y prohijaron a fanáticos como el judío israelí que asesinó a Rabin. Para la historia, Netanyahu será recordado como el Destructor, una persona vil. Ya lo era antes de esta guerra.

 

Pero nos recuerdas que es un gobierno que sale de las urnas. ¿Por qué sucede eso en una democracia culta como la israelí?

Con respecto a la “democracia culta”, habría mucho que hablar en general. Y no solo por lo que respecta a Israel. La pregunta clave es cómo las democracias actuales, cultas o casi, las que garantizan los derechos de sus ciudadanos, están siendo socavadas por su misma naturaleza democrática que ampara populismos de todo cuño. Esto afecta a la formación o la deformación política de sus ciudadanos. Estamos todos entrando por senderos de nacionalismo, de supremacismo frente a las minorías y a los emigrantes, de inseguridad y de mezquindad colectiva. De este cáncer -que va en aumento- no está libre ningún país, y tampoco Israel. Pese a todo, Israel cuenta con todos los elementos correctores de una sociedad justa y democrática, sobre todo con un Tribunal Supremo enderezador, política y moralmente, de los desatinos de los diversos gobiernos. Precisamente es lo primero que ha querido cargarse Netanyahu, sin lograrlo. Por otro lado, en Israel hay una legislación electoral que favorece la fragmentación partidista y complica las mayorías parlamentarias. Además, la sociedad israelí, muy dividida, se ha venido polarizando de modo extremo a raíz de las incesantes amenazas de los terroristas palestinos, constantes y provocadores. Pero por el lado palestino, la democracia sencillamente no existe. La mayor fuerza política palestina, según las encuestas, es de corte iraní, y Fatah, el partido laico de la Autoridad Palestina, está minado por la corrupción y los clanes. En todo caso, lo que necesitan Israel y Palestina es un gran recambio de líderes y de apoyos exteriores.

 

Explicas que “los distintos gobiernos de Netanyahu estuvieron financiando a Hamas para dividir a los palestinos”…  ¿Pero es posible esa aberración?

Esta no es una idea mía. Ya la dijo el New York Times y otras muchas fuentes, mediáticas y políticas. En un momento dado, por determinadas vías legales o ilegales, los gobiernos de Netanyahu (que lleva diecisiete años gobernando) favorecieron la existencia y el desarrollo de Hamás porque, como partido yihadista, tan fanático como el de Irán o Afganistán, suponía una división en el seno de la política palestina. Al dividir a los palestinos, Netanyahu podía presentarlos como interlocutores inviables de toda negociación. De hecho, Hamás se enfrentó enseguida con Fatah, el partido laico cuya sede está en Ramala, incluso hubo una pequeña guerra civil en Gaza en 2006 o 2007 entre ellos; Hamás asesinó a varios centenares de palestinos de Fatah, hasta expulsar de la franja a la Autoridad Palestina y quedarse solo allí como partido hegemónico. La Autoridad Palestina sufrió un duro golpe. Desde entonces, Hamás ha hecho sufrir a su población palestina en Gaza y algún día se sabrá la verdad al respecto. En Gaza nunca ha habido libertad ni democracia, y no debido al bloqueo de Israel, sino por la esencia misma de Hamás y sus socios.

 

Si hay duras críticas a Netanyahu, también las hay para Hamas. Dices de su líder, Ismail Haniyeh,  “que los niños muertos en Gaza no le borran su sonrisa criminal en Qatar”. ¿Quién es Ismail Haniyeh, qué persigue?

Ismail Haniyeh es el líder de Hamás. Vive en Qatar. Media familia suya ha muerto estos días y él ha venido a decir que es el precio a pagar, que estarán en el Cielo. Tiene enorme poder entre los palestinos, obedece a Teherán y carece de escrúpulos, al igual que su segundo y líder de la franja de Gaza, Yehiya Sinwar, el planificador de la matanza del 7 de octubre. Ambos son las caras visibles de acciones que desde entonces han venido dictadas por países cuyo objetivo no es favorecer a Palestina sino usar a los palestinos como ariete contra Israel. En realidad, a quien menos les interesa la población palestina, humanamente hablando, es a Irán, a las monarquías del Golfo, a Arabia o a Siria. Son munición para ellos. Cuando más fuertes eran los bombardeos en Gaza City, la foto que daba la vuelta al mundo era la de Haniye sonriendo en Qatar con el representante de Irán. Se podía leer en esa sonrisa: “Lo hemos conseguido. Los israelíes han caído en la trampa”. Y eso ha sido, una trampa.

 

Te lamentas del error de los que no ven en el integrismo islámico palestino, iraní o paquistaní a los herederos de los nazis… ¿Y sabiendo lo que sabemos del nulo sentido crítico de los islamistas radicales, como se vio en el atentado que casi le cuesta la vida a Salman Rushdie, no te ha temblado el pulso a escribir eso?

No me tiembla el pulso para casi nada. Yo me considero de izquierdas de toda la vida, pero soy crítico con cierta izquierda, más bien radical, ignorante, que instrumentaliza el apoyo a los palestinos de manera ideológica, sin ejercer un ápice de crítica contra Hamás ni contra las estrategias de los líderes palestinos desde Arafat, todas ellas conducentes durante años al bloqueo de las negociaciones, casi con la misma estulticia que los líderes israelíes. Insisto, es preciso y urgente que surjan otros líderes. Pero tal como está el mundo, la oportunidad de que sean líderes con visión política de altura, capaces incluso de enfrentarse a sus propios pueblos en aras de la convivencia, como un Mandela o un Gorbachov, está cada vez más lejos. El mundo necesita pasar la trágica epidemia de líderes como Trump, Putin, Netanyahu, Orbán o Milei, por poner unos ejemplos, antes de llegar al resurgimiento de líderes óptimos para la humanidad. Sucedía algo parecido en los años 30 y 40 del siglo pasado.

 

¿Por qué dices que el papel de las mujeres en Oriente Medio va a ser clave?

El papel de la mujer es clave en la resolución del conflicto. Pero, como han expresado muchas escritoras, pensadoras, artistas y políticas árabes o iraníes laicas, hasta que las mujeres musulmanas no se quiten el hiyab, nada cambiará. Prueba de ello es que, en países retrógrados como Irán o la Gaza de Hamás, está penado no llevarlo. El pañuelo o el hiyab sitúa a las mujeres en un lugar secundario, de sumisión, de mera maternidad, de utilidad masculina, y fuera de las decisiones. Es una estrategia del islam en general, pero se agudiza en momentos de conflicto. Sin embargo, estamos asistiendo en Europa a un fenómeno extraño: el mundo musulmán utiliza el pañuelo en la mujer como una muestra de reivindicación de lo islámico en nuestra sociedad, como una señal identitaria y diferencial, justo lo contrario que tratan de hacer -o harían si pudieran- las mujeres en Gaza y en Irán. Con las mujeres israelíes radicales sucede lo mismo: llevan una peluca o un pañuelo. Ellas también pueden y deben dar el giro, pero no ya como judías, simplemente como mujeres. Una vez más, el mundo cambiará cuando las mujeres cambien en el mundo.

 

Hablas con intelectuales israelíes y todos parecen estar de acuerdo en que la única solución son los dos estados. Amos Oz llevaba décadas diciéndolo. Si a todos les parece que ese es el camino ¿por qué no se anda?

Lo lógico, ya sin excusas, es que haya dos estados, hablar de ello como objetivo. Pedro Sánchez, con valentía, lo ha hecho. Tal vez debería haber sido más duro con Hamás, es lo único que le reprocho de su acción, pues lo considero un político inteligente. Pero lo de los dos estados no se va a producir hasta que las dos partes, de consuno, lo acuerden y creen una hoja de ruta, con fases, supervisiones de terceros y fijación de fronteras, incipientes intercambios económicos y comerciales y limitaciones armamentísticas mediante duraderos acuerdos de paz. No será con estos líderes. No será tampoco con estas heridas, que han de cicatrizar. El problema es que Israel, si no toma la iniciativa en este punto y no tiende una mano sincera para que otra mano sincera la tome, perderá mucho más, a medio plazo, que los palestinos, que, de un modo u otro, se verán apoyados por potencias antidemocráticas. Habrá dos estados, no será pronto, y será traumático para Israel, pues supondrá una nueva realidad. Sin embargo, antes hay que terminar, negociadamente, con los colonos y su pujanza de soberanismo mesiánico, el veneno de Israel.

 

Tú eres muy crítico con las políticas de Netanyahu y la extrema derecha israelí, pero a la vez las páginas están empapadas de amor por esa tierra. Incluso te lo preguntan tus interlocutores judíos… ¿de dónde surge esa fascinación por Israel?

Hay algo que querría dejar claro -y el libro lo transmite, creo yo-, y es el hecho de que el 7 de octubre hubo una matanza de israelíes perpetrada por Hamás con saña, alevosía, maldad extrema y perversidad, que refleja la naturaleza de las ideas yihadistas de Hamás y de sus países socios, como Líbano, Siria e Irán. Ideas y acciones criminales que Hamás aplica contra su propio pueblo de modo sistemático, represora y calladamente. Nada puede justificar semejante salvajada de Hamás. Lo que yo critico con severidad, como ciudadano interpelado por los hechos, es la reacción desproporcionada y continuada de Israel en los bombardeos de población civil en Gaza, algo que pesará en la conciencia colectiva de Israel durante años. Es más, creo que, tarde o temprano, sus responsables serán juzgados por ello. Como deberían serlo los de Hamás y demás fuerzas palestinas cómplices. Porque Hamás, sabiendo que la reacción de Israel sería furibunda, optó por poner delante de su crimen a su propia población, como víctima de un sacrificio que les daría -y les están dando- buenos réditos políticos. Pero esta crítica mía no significa que no ame a Israel, que no lo defienda frente al devenir de la historia y que no denuncie la ola creciente de antisemitismo que está ascendiendo, bajo la capa ingenua de apoyar sin fisuras a Palestina. Tampoco acepto ni un ápice la ola de islamofobia que puede surgir, aunque a decir verdad, veo más una islamofilia acrítica en nuestras sociedades.

 

Hay un momento en esos merodeos por Tel Aviv en que dices: “me había diluido en el otro yo que soy”. ¿Y quién es ese otro yo?

Cuando lo identifique, te lo presentaré. Por ahora, escribo libros para que aparezca, como le sucedía a Kafka.