2066, el año de la gran pandemia

Pablo Martín Sánchez se anticipó a la covid-19 imaginando una España devastada por un contagio

Texto: Antonio ITURBE  Foto: Ana PORTNOY

 

Con Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066) cierra la trilogía iniciada brillantemente con “El anarquista que se llamaba como yo” y continuada con “Tuyo es el mañana”, publicadas las tres en Acantilado. La acción de Diario de un viejo cabezota arranca en la población catalana de Reus en 2066. Tras una epidemia del mortal marburgo -esta historia se empezó a escribir antes de la llegada de la covid- un heterogéneo grupo de personas se han atrincherado en un antiguo geriátrico abandonado. Las autoridades quieren convertir la península en un acuartelamiento militar, pero ellos se niegan a ir al exilio y resisten con las armas y provisiones que les quedan, cada vez menos. Uno de los resistentes escribe de manera tenaz un diario de esos días. Se llama Pablo Martín Sánchez, tiene 89 años, muchos años atrás fue escritor y se empeña tozudamente en no marcharse.

Pablo Martín Sánchez, el que me mira risueño al otro lado de la mesa a sus 43 años, es un escritor que sigue con desenfadada devoción los dictados del grupo literario Oulipo, un grupo de experimentación literaria surgido en los años 60 de la unión del ingenio de Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais. Buscaron unir aritmética y literatura de una manera creativa, buscando pautas o pequeños retos matemáticos en la estructura o la escritura. Pero los verdaderos oulipianos, como Martín Sánchez, no son escritores fríos y calculadores, sino juguetones.

Por pocas horas, esquivamos el cierre parcial de bares en Barcelona y conversamos a la hora de la sobremesa entre los ruidos de cafetera y chasquido de vajilla del bar Jai-Ca. Me encanta que como acompañamiento del té y el café el camarero nos traiga -antes de escuchar nuestro pedido- un plato de olivas cascadas. Parece un indicio de algún reto oulipiano, igual que Georges Perec en La desaparición escribió la novela entera sin usar la letra “e”, Martín Sánchez se impuso escribir el diario de los 99 días que relata este Diario de un viejo cabezota también en 99 días.

¿Cómo fue eso de escribir con la misma pauta que tu propio personaje?

Me encerré tres meses en Suiza en una residencia de escritores. Eran siete cabañas y si querías te encerrabas, como el edificio del sanatorio Pere Mata que describo en la novela, que está por pabellones. En ese entorno cerrado y protegido del exterior quería experimentar la escritura en tiempo real. Mi primera idea era escribir el diario de la novela, que dura 99 días, en los 99 días de estancia en la residencia. No lo conseguí, pero sí que los primeros 66 días diría que cumplí casi a rajatabla con el plan previsto. En el 67 me descolgué.

¿Lo que escribiste en esos 66 días lo has dejado tal cuál en el libro?

Lo retoqué, pero respetándolo mucho.

Sin embargo, los oulipianos no creéis en la escritura automática…

Antes de ponerme a escribir me había estado preparando un año, había tenido otra residencia de escritura de dos meses en la que lo que hice fue leer mucha distopía y mucho diario e ir pensando en cómo darle forma. Pasé un año pensando en cómo hacerlo y cuando llegué ahí ya sabía cada día lo que tenía que ocurrir, luego te dejas llevar y te dejas sorprender por la escritura, pero yo tenía la línea argumental del día a día.

Los oulipianos sois unos cartesianos estrambóticos. ¿Esta oposición a la escritura improvisada o que surge del arrebato no corre el riesgo de la frialdad?

Sí, pero es un riesgo que tienes igual cuando escribes a borbotones. Depende de cada escritor. Las técnicas oulipianas no deberían llevar a la frialdad, son técnicas para desarrollar la creatividad. A mí Georges  Perec me parece de una calidez y una emoción enormes.

Es cierto que tus novelas tampoco son frías en absoluto. ¿Pero puede darse una escritura más cerebral?

Pero para evitarlo está la desviación de la regla, que no deja de ser una nueva regla: los mecanismos para que las cosas no sean tan rígidas.

Desde luego, tu historia no es rígida ni previsible. En medio del relato donde hay rememoración del pasado pero también acción, emoción, dilemas morales, sexo inesperado… paras el relato y metes dos páginas con la receta detallada de una paella. ¿Por qué?

El formato del relato es el de un diario y creo que por eso está justificado, cabe todo. El diario es un diálogo con uno mismo, no tienes que contentar a nadie: si al que escribe el diario le apetece recordar los coches que ha tenido en su vida, pues los recuerda, venga o no al caso. En una novela con narrador omnisciente está claro que no hubiera tenido sentido.

¿Es un reto al lector?

Lo veo como un juego. Hay gente que el parchís le aburre y otros les gusta. Habrá quienes encuentren ahí algo de verdad. Vila-Matas decía el diario es un género omnívoro que lo engulle todo, lo acepta todo.

Has dicho en alguna ocasión, que te parece egótico eso de escribir para uno mismo, que tú escribes para el lector. Sin embargo, no sé si creerte. Algunos giros y digresiones parece que irían en contra de la estrategia de hacerlo fácil y agradar a los más lectores posibles.

Sí que escribo para el lector, ¿pero para qué lector? En El anarquista que se llamaba como yo escribía para un lector más amplio y en Tuyo es el mañana para un lector más concreto, cuantitativamente menor porque seguramente hay gente que se pierde en algunas voces y giros. Tú buscas lo que decía Umberto Eco: el lector modelo. Cuando escribo Diario de un viejo cabezota y pongo cuatro páginas de recuerdos, estoy pensando en el lector, pero no en todos los lectores del mundo. No busco al lector a la manera de un best seller porque escribiría de otra manera, me ahorraría muchas cosas y no usaría la forma del diario

¿Pero ese “lector modelo” no es, en realidad, uno mismo?

No exactamente. Podríamos decir que si escribes para ti mismo siempre te tomas a ti como destinatario o modelo de lectura y escribir siempre lo que a ti te gusta no deja de ser una forma de egotismo. “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” es una frase que nunca me ha convencido. Yo creo que mejor: no hagas a los demás lo que a ellos no les gusta que les hagan. Con la escritura es un poco lo mismo. Hay quien dice: “escribe lo que te gustaría leer”, pero entonces siempre escribirías lo mismo. Tienes que negociar. Se trata de separarse un poco de uno mismo y pensar que hay gente a la que le gustan cosas que igual no son las que te gustarían a ti. Salir de ti. Hacer ese ejercicio como escritor es muy interesante

El protagonista que escribe el diario, que no eres tú, pero tiene tu nombre y todos tus recuerdos, fue escritor años atrás y lo abandonó. “Dejé de escribir porque había dejado de creer en la ficción”. ¿El crecimiento de la autoficción es un síntoma de fatiga hacia la ficción pura?

La narrativa que se consume ahora de manera mayoritaria y marcan la tendencia de la sociedad son series donde la ciencia ficción y la ficción pura está arrasando. No creo que haya un agotamiento de la ficción, quizá empiece a haber un agotamiento de la autoficción en la literatura: ¡otro que nos habla de él!

¿Diario de un viejo cabezota juega en la liga de la autoficción?

Hacer unas memorias del futuro ya es un juego en sí mismo: no puedes hacer unas memorias de 89 años cuando te falta media vida para llegar ahí. La mitad de las cosas son autobiográficas y la otra mitad, ficción. Lo anterior a 2020 es casi todo es real y después, inventado. Estamos en la época más del yo de toda la historia. En las redes sociales habla el yo, cada uno pone su foto, hasta hay quienes llegan a matarse haciendo una selfie. Es el yo por todos lados, ¡así que, cómo no va a traspasar eso a la literatura! Lo que he pretendido con toda la trilogía es transitar por la periferia de la autoficción, jugar en los límites.

Dice el protagonista cabezota: “Hay que desconfiar de la literatura. Escoger las palabras a vuelapluma”. ¡Pero usar una expresión tan rebuscada como “a vuelapluma ya es estar escogiendo las palabras!

Así es, se trata de su propia contradicción. El propio personaje se critica a menudo a sí mismo: “¿Cómo usas la expresión alucinando pepinillos?” Hay una lucha interna del personaje con el propio lenguaje, no deja de ser un escritor que lleva 40 años sin escribir.

¿Eso podría ser profético? ¿Tú podrías dejar de escribir durante 40 años?

Yo no podría estar 40 años sin leer, pero 40 años sin escribir, creo que sí. Siempre he pensado que yo escribo por voluntad, no por necesidad, que vuelve a ser un poco esa lucha de la que hablábamos antes de si escribes para ti mismo o para el lector. Si escribes para ti mismo lo haces por necesidad, mientras que si escribes parta el lector lo haces por voluntad porque te apetece compartir esta historia.

El teatro, donde empezaste, ¿lo has dejado atrás?

Efectivamente. Alguien me podía haber preguntado con veinticinco años: ¿tú podrías estar 40 años sin actuar? Y le habría respondido lo mismo: sí, pero no sin ir al teatro. Dejé a los 25 el teatro y no he vuelto a actuar. Me pasé 12 años entrenando atletismo como un loco, corriendo con Reyes Estévez, y luego lo dejé y no volví a correr en 10 años. Hay un periodista de La Vanguardia, Sergio Heredia, que escribe sobre deportes con el que había entrenado de joven. Él dejó de competir, pero nunca ha dejado de correr porque corría por necesidad. Yo corría por voluntad y el día que decidí dejar de correr, lo dejé de vedad. Forma parte de mi manera de ser. Exploto hasta el final algo y cuando ya veo que no puedo sacarle más jugo, cambio a otra cosa. No creo que me pase con la literatura, pero ¿por qué no?